Clandestino con mis secuaces
de irreprochable transparencia,
anónimo bajo los disfraces
de un hábil prestidigitador
camuflando su identidad
en la interminable proscripción,
señores agentes del orden:
mis intachables credenciales
de buen vecino de los suburbios,
mis títulos académicos
de prestigiosos antros burgueses,
mi cátedra en el burladero,
mi pasaporte de transeúnte
entre el acato y la transgresión,
¿hasta cuándo vuestros sabuesos
olisqueando entre mis papeles
de tinta iracunda y blasfema,
hasta cuándo vuestras orejas
de artilugios inalámbricos
secuestrando mis pobres palabras,
hasta cuándo la difamación,
hasta cuándo el cerco de tinieblas?
Abrumado en la clandestinidad
con mis papeles acrediticios
y mis maneras de buen burgués,
mudando disfraces gastados
en el roce con la legalidad,
fiel a mis íntegros secuaces
desdoblándose de mis personas,
permitidme, agentes del orden,
subir sólo una vez al púlpito,
y gritar desde allí, aullar
hasta que sollocen los feligreses,
y el espíritu Santo me absuelva.
(del libro inédito Vástagos de Babel)