Libertad de expresión, poder y censura • Varios autores
CensuraEl desapego del libre pensamiento

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Según el Diccionario de la Real Academia Española la palabra censura significa: 1. Dictamen y juicio que se hace o da acerca de una obra o escrito; 2. f. Nota, corrección o reprobación de algo; 3. f. Murmuración, detracción; 4. f. Intervención que ejerce el censor gubernativo; 5. f. Pena eclesiástica del fuero externo, impuesta por algún delito con arreglo a los cánones; 6. f. Entre los antiguos romanos, oficio y dignidad de censor; 7. f. Psicol. Vigilancia que ejercen el yo y el superyó sobre el ello, para impedir el acceso a la conciencia de impulsos nocivos para el equilibrio psíquico; 8. f. ant. Padrón, asiento, registro o matrícula.

Entre estas acepciones, la que mejor se adecua a nuestro mundo, a nuestro hoy y ahora, es aquella que nos da la psicología: “la vigilancia que ejercen el yo y el superyó sobre el ello, para impedir el acceso a la conciencia de impulsos nocivos para el equilibrio psíquico”. Es una definición perfectamente aplicable a la censura ejercida por el Poder: el yo y el superyó son suplantados por el Poder en sus distintos aspectos, ejerciendo un control, es decir la ocultación, la restricción, la vigilancia sobre la información, la desviación de la verdad, a fin de “impedir el acceso a la conciencia de impulsos nocivos” o sea el conocimiento de hechos que podrían afectar el “equilibrio psíquico”, alterando el equilibrio emotivo y perjudicando el dominio sobre las masas.

Hoy día el Poder, respaldado por una arrogancia extrema, digna de los períodos históricos más oscuros de la humanidad, hace flamear la bandera de la censura abiertamente, despertando a menudo críticas que caen en el vacío y pisoteando, sin ambigüedades, la libertad de expresión, un derecho humano señalado en el artículo 19º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, y las constituciones de los sistemas democráticos. un derecho humano fundamental negado por los mismos hombres que deberían protegerlo.

La lista de países afectados por una censura patológica es bien conocida por todos: China, Irán, Arabia Saudita, los países del Golfo Pérsico, Cuba, Rusia, muchos de los países de la ex Unión Soviética, entre otros. A ellos se suman numerosas naciones iberoamericanas, con Venezuela y Argentina a la cabeza. Sin embargo, escarbando un poco más bajo el fango que todo cubre y empareja, advertimos que la situación se repite en países que (un tiempo) creíamos, o se vendían, como paladines de la democracia, del pluralismo y de la libertad de expresión, comenzando por Estados Unidos y prosiguiendo por numerosos países europeos, como acusa el mismo Al Gore a través de su Current.TV que se propone como una herramienta ajena a la censura, para la libre expresión del pensamiento.

La pregunta que me pongo es ¿cómo se llegó a esta situación? ¿Por qué permitimos que “globalmente” nos arrastren hacia la oscuridad de la desinformación? ¿No era acaso ésta la era digital de la libertad, de la información y de la comunicación? ¿Es acaso obra de un plan más grande que supera nuestra voluntad y nuestras posibilidades de comunes mortales, infundiendo un deseo de no oír, de no escuchar y de no saber?

Mucho me temo que la respuesta sea positiva. A un período de efervescencia cultural y política, rico y controvertido, como fue la década del setenta, siguió la oscura superficialidad de los años que vieron dictaduras acallando las voces de la mayoría de los países iberoamericanos, con el consentimiento y la aprobación de las naciones más importantes del globo, llegando lentamente a nuestro hoy, hecho de censura, abuso de poder, fraude y atropello económico bendecido por los mismos gobiernos, las multinacionales, y la indiferencia general de los pueblos.

¿Es casual que la gente se preocupe más de lo que sucede en un reality-show que de lo que sucede en su vida real? ¿Acaso es aceptable que la gente deje de votar y se aleje de la política ocultándose detrás de la frase que nos vende la prensa diariamente, “desapego de la política”? ¿Es esa la verdadera razón, o es el fruto de una campaña generalizada de “desapego del pensamiento” para permitir que el poder pueda ejercer impunemente su acción y sus caprichos, determinando nuestra vida y nuestra muerte, sin siquiera intentar ocultar la manipulación, es más esgrimiéndola casi como un arma amenazadora contra quienes osan abrir la boca, indignarse o mirar más allá?

Observo con preocupación que el dominio económico, la avidez, ese deseo constante e irrefrenable de parecer y no de ser, acarrea consigo el peso de un vacío de conceptos, un egoísmo difundido, una aceptación generalizada de lo que “nos dicen”, “nos sugieren”, “nos venden” y “nos quieren hacer creer” eliminando en muchos casos las preguntas, el intento de ahondar en la complejidad de un pensamiento, deteniéndose, como máximo, en la apariencia y la belleza de una frase. Así, desde una óptica conformista y gregaria, la libertad de pensamiento se convierte en una mercancía extraña y sofisticada que queda relegada a la esfera de los círculos privilegiados e intelectuales, a menudo ajenos a la realidad cotidiana de las personas que constituyen lo que denominamos “la masa” y que forma la mayoría de la población del planeta.

Cabe recordar que la fuerza de los intereses económicos actuales condiciona radicalmente la libertad de pensamiento, provocando un fenómeno de autocensura que no es más que la condescendencia para con los poderes fuertes, económicos y políticos que rigen nuestras vidas, y que, algunas veces, derivan incluso en imposiciones de opinión en numerosas revistas y periódicos que responden a los intereses del editor de turno.

Es innegable que la respuesta que surge de Internet a través de las televisiones en la red, de algunos blogs y de la prensa independiente, es una señal de actividad, si bien minoritaria, contra un sistema, contra un ente, que intenta imponerse con fuerza y prepotencia, despreciando la misma identidad del individuo, ansioso por convertirnos en consumidores complacientes y sin el derecho ni la capacidad de pensar ni juzgar por nuestra cuenta los actos del Poder que se presenta como intocable y, a menudo, infalible.

Quisiera creer que aún estamos a tiempo de reaccionar, quisiera creer que ha llegado el momento de un nuevo Iluminismo, que tomaremos otra vez conciencia de nuestra dimensión y del espacio que nos corresponde en este planeta, que llegó el momento de alzarnos en pie contra el Poder y su censura, contra el intento de imponer un monopensamiento y un monoculturalismo, abrazando de nuevo la vida y dejando de lado el zapping, levantándonos del cómodo sillón de la mediocridad y retornando a celebrar y escribir la libertad de pensamiento.