Poética del reflejo • Varios autores
Ilustración: Xenos MesaDos sin vos

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Mientras te espero en nuestra esquina, sin saber si tu auto me rescatará de esta llovizna inesperada, peleo fieramente contra mi pesimismo, planteándome de manera seria la posibilidad de partirme en dos; así como suena y resuena.

Lo imagino con la fuerza con la que imaginan los náufragos. Lo imagino con la desesperación del equilibrista que ve debajo de sus pies una fina y frágil soga que lo separa de un profundo océano helado.

Imagino con vehemencia cómo debería partir desde mi identidad de puerto en espera para llegar a ser dos mujeres en figura y forma, en sentimientos y circunstancias, dos hembras que me contengan pero me liberen de tener que sentir todas las emociones en un solo cuerpo.

Desde mi humor de muelle viejo y cansado de ver sogas que se atan y desatan sin mayor trascendencia, quiero crear dos mujeres a mi imagen y semejanza. Quiero verme y verlas con vos. Deseo ser protagonista y personaje secundario, y pelear conmigo misma por el rol principal. Porque al pelear conmigo misma quizás sabría cómo ganarte.

La llovizna se hace lluvia de verano y yo sin paraguas te sigo esperando. No hay techos cerca; no hay barreras que me separen de las lágrimas furiosas del cielo.

Veo doblar por la esquina un auto parecido al tuyo y camino hacia él con apuro, pero el auto sigue su rumbo; no sos vos.

Ya con el cabello goteando sobre mi espalda casi desnuda, vuelvo al desafío de transformarme en dos medias mujeres. Y me pregunto seriamente, mientras el aguacero me nubla los ojos, cómo serían mis dos mitades. Me pregunto, ya dudando de mí y de vos, cuál se quedaría con vos, a cuál elegirías.

Se me ocurre que una de ellas sería agresivamente sexy, provocadora, dominante; mientras que la otra podría ser, quizás, sumisa y persuasivamente seductora. Si bien ambas, lo sé, coincidirían en reclamar el estatus de mujeres enteras.

Los autos siguen pasando y en ninguno estás vos. Las ideas siguen imponiéndose en mi mente —y en todas estás vos.

Me escindo, lo logro. Lo necesito.

Una de ellas quiere llamarte a tu teléfono móvil e insultarte sin dar explicaciones. Culparte por la lluvia, por esta maldita esquina sin resguardo, y por tu eterna e irrespetuosa impuntualidad. La otra, más resignada, prefiere no molestarte y además sabe que la probabilidad de que atiendas tu teléfono es de 1 en un millón.

La que no sabe esperar, sabe decidir. Ya se cansó, dice, de ser la que espera. Y se repite a sí misma que no tiene corazón de puerto ni de muelle ni de metáfora alguna. Ella quiere acciones que la hagan sentir elegida. Como mujer, sustantivo y verbo en una fusión sostenida.

La otra, la que se entretiene viendo enlazar y desatar sogas, tiene mucho frío aun siendo verano, porque la lluvia es fría y ya su cuerpo es más agua que piel, pero no se queja; sigue mirando a cada coche y esperando cada cambio de semáforo a la espera de tu llegada.

La agresivamente sexual está enojada y no para de caminar de un lado hacia otro reprochándose el estar esperándote.

La sutilmente seductora se deja mojar y ya no piensa en vos sino en su vestido pegándose, atrevido, a cada curva de su cuerpo.

Ya no puedo pensar sin ser dos.

Ya no puedo separar el antagonismo que me habita.

Ya no puedo ser yo sin ser amor y rechazo del desamor al mismo tiempo.

Me asusta que el juego de ideas se me haya hecho carne tan fácilmente, y que me doblegue a seguir jugando.

Pienso en vos y te quiero ya conmigo.

Pienso en vos y te quiero conmigo aunque deba seguir esperándote.

Pienso tanto en vos que ya no quiero ni pensar en vos ni esperarte y en eso ambas nos ponemos de acuerdo.

Las contradicciones de repente se hermanan. Ya no queremos esperarte, no bajo la lluvia, no sintiendo frío, no sin un reparo, no en la calle ni en una esquina.

Sutilmente me seduzco a dejar de estar a tu alcance.

Dominantemente me empujo a obligarte a buscarme en el lugar que yo elija, ahora, y sin aviso.

Tímidamente comienzo a caminar alejándome de la esquina.

Decididamente me niego a llamarte.

Las dos vamos tomadas de la mano, escondiendo las lágrimas entre las gotas de lluvia, cuando una bocina nos estremece.

Vos...

...asomándote a la ventanilla del auto con un “disculpame” en los labios.

No te escuchamos, seguimos caminando.

Nos llamás por nuestro nombre. Gritás, y nos seguís a nuestro paso porque no podés estacionar el auto en doble fila.

Fruncís el ceño como único gesto de respuesta cuando nos paramos, inmóviles, y te miramos sin hablarte desde la vereda.

Algo decís, ya con un tono de orden. No te respondemos.

Volvés a usar tu voz como garras para meternos dentro de tu auto pero volvés a fallar.

Te invitamos con un gesto de nuestras manos a que bajes del auto.

No querés, nos tratás de locas. “Llueve”, decís, “y no tengo en dónde estacionar”, aclarás luego en un bajo tono como para no quedar como un tremendo insensible ante nuestros cuerpos empapados.

Nosotras te devolvemos como única respuesta una sonrisa, y seguimos caminando, abrazadas, tocándonos los cuellos, acariciándonos, besándonos, dejándonos mojar por la lluvia, ya cómplice en esta fantasía.

Los bocinazos te apuran. La calle, gracias a vos, se transformó en un infierno de insultos, ruidos y todo tipo de maniobras riesgosas para cada uno de los atascados allí.

Vos no entendés nada ni sabés qué hacer. No sabés si seguir o parar y bajar a buscarnos.

Es tu elección, pensamos. Ya es tu elección. Nosotras estamos acá, bajo la lluvia, sin acercarnos a vos pero a tu alcance; y vos ahí, cobijado dentro de tu auto aunque en medio de un estancamiento de tránsito que vos mismo generaste.

Mi mitad seductora quiere caminar con paso felino hacia vos y subirse por fin al auto, pero mi mitad dominante y agresiva le dice que no sea ingenua, que vos no enfocarías en su paso sino en su tardanza para subir al auto.

Mi piel se eriza, el frío, la indecisión, mis ganas de verte, mi bronca por la larga espera, mi falta de derechos a quejarme, mi obligación a entenderte, mi decisión de jamás dejarte. Soy dos, soy una, soy yo, soy miles peleando en contra de sí mismas.

Y cada una de ellas desea aunque sea pasar una hora y media con vos. Total acuerdo. La supremacía del deseo.

Me tratás mal al tenerme cerca. Que te explique mi locura, que estás cansado de mis actitudes infantiles, que así las cosas no pueden seguir y que ya no hay tiempo para nada, ni siquiera para un café.

Las dos nos callamos, pero vos seguís hablando enojado culpándome de lo de ayer, de lo de hace un mes, y de lo de siempre. Nosotras te miramos y pensamos: te faltó hablar del mañana, pues hablémoslo.

Y entonces las dos desaparecen para dejar paso a una tercera: yo. Ya no aquel viejo muelle ni aquel otro puerto. YO. Abarcando a mis dos mitades, definidas pero juntas. YO.

Te pido definiciones. Te pido un proyecto, Te pido un plan, una estrategia, un hogar, una cama. Nuestra.

Me mirás extrañado y te negás a hablar sobre ese tema; solo agregás que no es el momento. “Porque llueve”, te digo, “claro”. Seguís manejando pero ya sin entender qué está pasando dentro de tu auto. “Al final no sé para qué corrí tanto para venir a verte”, me decís. Y entonces, YO sólo espero. Espero que la luz del semáforo se vuelva roja; abro la puerta del auto y me bajo.

Te quedás absorto. Bocinazos al cambiar la luz verde. Armás otro atolladero. Pero no podés sacarme los ojos de encima. Me estoy yendo. Me fui.

Veo tu auto arrancar con furia, con tu furia.

Te veo alejarte y perderte en la avenida.

Me veo, me siento bajo la lluvia. Cada gota me recuerda que tengo un cuerpo, que necesito un techo, una toalla al menos para dejar de mojarme sin sentido.

Sin embargo, camino sin prisa y vuelvo a imaginarme, ahora en tu cama, ahora sobre tu cuerpo, sobre tu bronca y tus deseos. Me imagino excitada, gimiendo, agradeciéndote mi orgasmo.

Y entonces todo se desdibuja, el antes, el después, la espera, tu llegada, ser dos, ser una, ser YO.

Miro alrededor. Estoy en un hotel, vos bajo la ducha y yo entre espejos, desnuda, despeinada y con los ojos llenos de luz. Mi luz.

Te acercás a mí y me besás. Te beso. Te abrazo.

Nada pasó. Está todo bien. Nada cambió. Sólo y tan sólo mi imaginación. Vos mantenés una sonrisa que parece obligada, pero sé que es auténtica; yo mantengo una espera que pudo ser distinta, pero sabés que es la misma.

Ya son las dos de la tarde, ya pasaron dos horas de nuestro encuentro. Y como una Cenicienta a contramano, a la medianoche, sola, sé que volveré a mi fantasía de ser dos, sólo y tan sólo para alivianar el peso de ser YO sin vos.