Poética del reflejo • Varios autores
Mujer albinaEl sucubus sin suerte del arroyo Cildáñez

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Volví a los piques porque el Don se iba a avivar de mis continuas faltas en el refectorio, está bien que eran por el bien de los informes, pero vaya uno a convencer al jefe.

Debía rápidamente pasar a otro tema de la pila de carpetas que esperaban, porque si no se iba a armar. Llegué y el jefe ya había estado preguntando por mi ausencia. Así que me zambullí en un libro negro que hacía rato que me miraba de costado, en la tapa algunos signos antiguos sólo anunciaban lo inevitable, que tarde o temprano se encontraría con él. Mandinga no juega a los dados, juega al póquer. Ni siquiera necesita marcar las cartas, con ese juego le alcanza. Siempre ganan los mismos, los que tienen toda la plata o todas las cartas y es inevitable que los que tienen un par de cuatro de copas, pierdan y encima, siempre cuando apuestan su alma, sin pensarlo.

Abrió la tapa y su signo estaba ahí. El gran cero que refleja una sonrisa cínica, la de él, que sabe que está ganando. No le extrañó el numero, sabía que toda esa numerología ridícula sólo hace que Satán se ría más fuerte, y lo que le causa más gracia es el famoso triple seis. No existe número más diabólico que el cero, es la nada en la heladera del que sale a robar, el que dio sentido a la matemática y nos la envió para hacernos sufrir, es el grito que nadie quiere escuchar en la ruleta, es el número que siempre da igual.

Y la historia cero, mito diabólico, que presenta este Necronomicón, es la referente a un sucubus que habitó las costas del arroyo que hoy es la ex perito Moreno.

Al ver el dibujo entendí que no sólo el innombrable no cree en el azar, Dios mismo planifica que así sea. La imagen era la de aquella mujer fugaz, que viajaba casi escondida al fin del vagón y que divisé apenas en la penumbra, antes de bajarme.

Una extraña albina de ojos de fuego, pasión que sólo dejó entrever detrás de curvas que apenas pudo recordar y unas largas piernas que asomaban, como de otra, por los bancos.

Un epígrafe aclaraba el origen. “Su historia está ligada a la existencia de la humanidad, desde la creación misma ya la literatura hebrea habla de Lilith, de quien se dice fue la primera compañera de Adán, que fuera creada de la arcilla y que se caracterizaba por su intenso carácter ligado a su fuerte sexualidad y que, al no ver satisfechos sus deseos, abandonó voluntariamente el Paraíso, por sus características sexuales y por haberse enfrentado a Dios se le cataloga como el primer espíritu súcubo, después de haber abandonado el edén entonces es que Dios decide hacer a Eva según continúa la historia”.

Y luego empieza este capítulo que trata de cómo pasó sus últimos días, allá por Floresta al sur, este espíritu perdido... hasta que su suerte la encontró.

 

...Desde chiquito competía con el Flaco. Se conocían desde siempre, juntos eran una pareja perfecta como Starsky y Hutch o Poncharello y el rubio de Chips. Sudor a la siesta, leche chocolatada después; todo lo que los unía era tan fuerte como la manía de medir, contar, admirar, envidiar y espiar las cosas que el otro tenía u obtenía.

Ellos vivían al lado, medianera de por medio, así que era difícil esconder de la vista del Flaco cualquier cosa nueva que le regalaran y, claro, siempre fue un as para descubrir lo que su vecinito le escondía para que, según decía, no se las copiara: bicicletas con rueditas, bolitas de colección, autitos Matchbox importados, la colección de Marte ataca. Álbumes llenos y los premios que se obtenían por llenarlos, golosinas, chocolates, latas de bebidas nuevas. Luego, ropa deportiva, jeans importados, la última remera Lacoste. Discos. La tele color, la radio portátil y la moto.

Nada que pudiera comprarse o ganarse quedó fuera de la cuenta.

Hasta las niñas del club, del colegio o del barrio fueron parte del botín de esta guerra de opereta. Y así como otros conservan los retratos de sus antepasados, ellos colgaban en la pared la foto de cada conquista, de cara a la habitación del otro, pasillo de por medio. Todo lo que rodara, se comiera, reptara o caminara en dos pies sirvió para este medido juego, todo fue usado como moneda de cambio, como una medalla en el pecho.

Hasta que Eva llegó al barrio.

Los caló de entrada, rápido y profundo, como debe calarse una sandía a punto de estallar.

Los dos desearon por igual esa piel en la que soñaban esquiar, sus ojos de fuego y su extraña apariencia de demonio nocturno que los cortó en pequeños pedazos con su propia katana samurái y luego los volvió a armar.

Jugar para dos equipos pero no fichar en ninguno trae sus complicaciones, y cuando se hace equilibrio sobre cosas tan filosas, alguien no termina la temporada.

Mataron a la albina a fin del verano, aprovechando dos circunstancias fortuitas: que ella había salido con él pero se iba a encontrar con el Flaco en la plaza, y que ya nadie quería a la chica en el barrio, cosas de la yeta. Juntos apagaron el rojo de sus ojos en el baldío solitario, ese que da al antiguo arroyo Cildáñez.

Así por lo menos fue un empate. Ambos desesperaban por este juego en el que los dos perdían. Pero como es sabido entre verdaderos jugadores, lo importante no es ganar, perder o empatar. Todo siempre depende del azar, de cómo el diablo tire los dados.

Lo importante es competir.

 

El resto es otra historia...