Poética del reflejo • Varios autores
Carlo GoldoniEl breve instante en que es posible ser y no ser

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Comunque, la chiave veramente importante per capire Goldoni è contenuta in una semplice frase, nel VI tomo delle edizioni Pasquali, cioè nel cuore delle sue memorie italiane, opera rimasta incompiuta: “Le due guide alla vita, io le ho studiate sui miei due libri: mondo e teatro”.

Giorgio Strehler (Quaderns d’Italià 2, 1997).

Arlequino, servidor de dos patrones es una de las obras más conocidas y más frecuentemente representadas de Carlo Goldoni. La trama presenta una serie de enredos que tienen como origen la decisión de Beatriz de disfrazarse de hombre y hacerse pasar por su hermano muerto, para encontrar a su prometido Florindo, quien ha huido a Venecia, luego de una riña en que mató a su futuro cuñado. Las complicaciones se refuerzan por la decisión de Trufaldino, servidor de Beatriz, de empezar a servir también a Florindo, manteniendo en secreto esta duplicación de tareas.

El tema de la duplicación aparece desde el inicio y recorre los tres actos, de la mano de dos personajes que juegan el juego de dividirse.

Para el espectador ajeno a las convenciones de la comedia del arte que hereda Goldoni, incluso se impone desde el título: ha sacado su entrada para ver una obra en la que se sugiere la historia de un Arlequino que resulta llamarse Trufaldino.

 

Ser y no ser

¿Se puede servir a dos patrones?, se pregunta Trufaldino e inmediatamente se responde que sí: confiado en su ingenio y basándose en la ambigüedad y la duda que genera su accionar en los otros, decide lanzarse a la aventura de la superposición de horario laboral.

La forma en que Trufaldino actúa —y, en la versión original, la forma en que habla— genera en todos otra duda: ¿es tonto o se hace? Y el personaje, feliz por la posibilidad de cobrar el doble y comer por dos, fomenta aun más la perspectiva dual. Mientras nada esté resuelto, mientras pueda ser cierta una cuestión o su contraria, todo caminará de maravillas para el esforzado criado que ante cada nueva complicación se encuentra en una encrucijada de la que puede ir sacando el mejor provecho. Dos alternativas son siempre mejores que una sola y de allí es de donde nace la confianza del criado en su astucia y su habilidad.

Mientras que para Hamlet la pregunta clave estaba planteada desde una dicotomía excluyente, Trufaldino percibe que la fortuna está en ser y no ser, a la vez, criado de uno o de otro amo. La angustia se espanta en la acción: el personaje va resolviendo las complicaciones desencadenadas por su decisión sobre la marcha, inventando respuestas y tratando de trasponer ardides ingeniosos que dieron resultado en una situación a otra, aunque no siempre con buena fortuna.

Mientras que el príncipe de Dinamarca se paralizaba en el pensamiento y la duda, Trufaldino no duda y actúa. Todo se resuelve sobre la marcha para Trufaldino: hay que aceptar lo que viene y tratar de sacarle el mayor provecho posible, parece ser su máxima. Ante el jardín de los senderos que se bifurcan que propone el cuento de Borges, no hubiera dudado en recorrer ambos caminos, mientras el cuerpo aguantase. Porque el límite para Trufaldino es precisamente el cuerpo: poder comer o evitar ser apaleado y, en caso de que eso sucediese, como de hecho sucede al fin del segundo acto, aparecer sacudiéndose la pena de inmediato, al inicio del tercero. Sólo cuando la duplicidad impida obtener su otro propósito, el casamiento con Esmeraldina, develará el ardid. La confesión que cierra la obra es elocuente:

Me metí en esto sin pensarlo: quería probar. Duró poco, es verdad, pero me queda la gloria de que ninguno me descubriera hasta ahora. Me rendí por el amor de Esmeraldina. Tuve que afanarme mucho, provoqué muchos enredos, mas en mérito a la extravagancia, ¡confío en que me perdonéis! (79).1

El otro personaje doble es el de Beatriz, que recrea la larga tradición de la dama enamorada que se viste de hombre para luchar por su amor. Beatriz se hace pasar por Federico, su hermano, a quien su amado ha dado muerte en Turín antes de huir a Venecia, donde transcurre la acción.

Pero Beatriz, personaje doble, tiene también un doble propósito: al romántico se suma la necesidad de arreglar cuentas con Pantaleón, el prototípico comerciante veneciano. Como mujer, sabe que le está vedado el mundo de los negocios, pero a un hombre, por más dudoso que sea en su disfraz, no se le niega la vista de los libros de cuentas ni se lo atosiga con consejos de aprovechador. En el primer cuadro ya se lo señala a Brighella, el posadero que conoce su identidad:

BEATRIZ: Muerto mi hermano, ¿no soy yo la heredera?

BRIGHELLA: Así es; mas entonces, ¿por qué no descubrirse?

BEATRIZ: Si lo hago, no podré hacer nada. Pantaleón querrá ser mi tutor y todos me fastidiarán con sus consejos: “que no está bien”, “que no me conviene”, y qué sé yo. Quiero mi libertad. Durará poco, pero paciencia; entre tanto, algo pasará (18).

Beatriz está tironeada por dos dolores: la muerte de su hermano y la desgracia de su amado, con el no menor condimento de que el uno haya dado muerte al otro, precisamente a causa de esta relación amorosa. Enredo típico del teatro cómico, Goldoni lo enriquece con la cuestión de género. Beatriz debe demostrar que no es tonta —a diferencia de Trufaldino, a quien eso le conviene notablemente— y que puede manejar sus asuntos económicos. Pero el mundo de lo público le está vedado por ser mujer y en este punto no hay dobleces posibles.

Sólo disfrazada de hombre puede insistir ante el astuto comerciante veneciano para que se aclaren puntos clave de la negociación. Y el dinero proveniente de esa negociación le permitirá, incluso, arreglar ante la justicia de Turín la situación penal de Florindo.

FLORINDO: ¿Cómo puedo tan pronto alegrarme de reencontraros, si soy culpado por la muerte de vuestro hermano?

BEATRIZ: Lograré la remisión de vuestra pena con el capital que llevaré de aquí (69).

Bajo la convencional estrategia cómica de la mujer travestida, Goldoni pone, por un lado, en evidencia los dobleces morales de una sociedad entregada al culto del dinero y, por el otro, la discriminación en el trato a las mujeres que, en sus comedias, tienen un espíritu muy alejado del sometimiento que les requiere la sociedad.

Beatriz dice, en el primer cuadro del primer acto, “quiero mi libertad”, aunque es muy consciente de que “durará poco”: no ve otra solución que mudar de apariencia y hacerles creer a todos que es un hombre. No está organizando una revolución feminista sino estirando los límites de una organización social que la comprime. Al fin y al cabo, ella también es un mercader de su época y como tal sabe del valor de la negociación. Hacia el final, cuando todo parece haberse solucionado, es ella la que le propone a Florindo la solución para que el orden social vuelva a restablecerse: el matrimonio servirá para evitar las habladurías y el dinero para hacer callar a la justicia:

FLORINDO: ¿Qué dirán en Turín de vuestra partida?

BEATRIZ: Si regreso siendo vuestra esposa, toda discusión habrá terminado.

Por su parte, Trufaldino también buscará estirar al máximo los límites que le impone el desafío que se ha planteado: servir a dos patrones a la vez, sin que nadie se entere. De esta manera, jugará siempre a estirar los límites que la situación le ofrece, a partir de la réplica ingeniosa y un juego acrobático al que ayuda el destino que instala a sus patrones en la misma posada.

Pero, además, de acuerdo con los cánones de la comedia clásica, Trufaldino y Esmeraldina, servidora de Clarisa, duplicarán la trama amorosa que, junto con el enredo, da sustento a la acción dramática. Mientras los amos transitan su historia de amor, los criados jugarán la suya, con los códigos de clase en los que tradicionalmente este tipo de obras ha basado la comicidad. Dos parejas de amos y una de criados concretarán el happy end sentimental.

Pero, hacia el final, el hilo del enredo que ha ido tejiendo con evidente buena fortuna parece volverse en contra: la ambigüedad de ser servidor de dos patrones amenaza, a partir de una ridícula instancia de cortesías inexplicables por parte de Florindo y Clarisa, con dejarlo sin esposa: tanto uno como otra han entendido que son dos personas distintas las que han pedido la mano de Esmeraldina y quieren mostrarse generosos en el ceder el paso al otro.

Trufaldino siente que todo se desmorona, que podrá perder la posibilidad de llevar a buen puerto el último de los enredos que ha protagonizado y por eso debe revelarse como uno, allí donde todos suponían dos.

Con esto se revierte la respuesta que había dado a su pregunta inicial: no es posible servir a dos patrones, así como a Beatriz no le está permitido gozar del amor de Florindo y, simultáneamente, gozar del beneficio de la libertad masculina. Todo dura poco: la posibilidad de ganar dos sueldos y de comer el doble, en el caso de un criado, así como la disponibilidad sobre bienes y negocios para una mujer. Y en ambos casos, la incompatibilidad se genera en el ideal sentimental: si se quiere gozar de los placeres del amor, no se puede ser doble, ni ambiguo ni indefinido.

Hamlet estaba convencido de esto desde el inicio y por eso la suya es una tragedia; Trufaldino y Beatriz se dejan llevar por los acontecimientos, oponiendo al transcurrir de los hechos su ingenio, y por eso la suya es una comedia. A diferencia de Hamlet, creen que siempre hay algo que se pueda hacer, aunque, en última instancia, si se quiere seguir con tranquilidad en este mundo, es menester que los enredos se solucionen, los conflictos se aplaquen y todo vuelva a la normalidad.

Porque lo de la escena no ha sido más que un momento, una pausa para el carnaval, un momentito que se pide prestado a esa otra forma de teatro que es la vida cotidiana.

 


  1. Las citas corresponden a la traducción y adaptación de Alma Bressan y Jorge Audiffred, Buenos Aires, Ediciones del Carro de Tespis (s/d).