Letras adolescentes. 16 años de Letralia • Varios autores
Ilustración: Eastnine IncTres relatos

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Tacuacín sin cola

—Respetá la cola, vos —ni siquiera había terminado de decirlo y ya tenía el puño del Tacuacín cerquita de la nariz. Que si no es porque desde chiquito aprendí a hacerme los quites con mi papá, me la hubiera hecho mierda. —Tranquilo, brother —le dije yo, para calmarlo, porque vi que traía el chamuco, el mismo diablo, en los ojos. Todos los demás voltearon para ver si había pencazos. Pero no, el Tacuacín se me quedó viendo, primero como ido, y después como que me reconocía y entonces se fue, así como dicen, con el rabo entre las patas. Ya ni comió, ni dijo nada, solo se fue. Tal vez le dio vergüenza que lo viera así. Saber. Yo todavía pensé en irme detrás de él, pero el hambre pudo más y me quedé, es pisado bretiar todo el día en los buses con la tripa vacía. Días después me agarró la tarde en la Sexta, y uno de los chavos con los que dormí en El Portal me contó que había visto al Juto y que le había dicho que se había peleado con el Tacuacín por alguna babosada de esas que se dicen por decir, y que el Juto de lo encabronado que estaba, dejó de pasarle el pegamento que olían juntos, y que por eso el Tacuacín andaba desesperado, echándole riata a todo el que lo mirara feo, y viendo cómo se conseguía a algún bato que le pasara algo, pegamento, cola de zapato, piedra, lo que fuera que le quitara la perseguidora que andaba cargando. Desde ese día me dio por buscarlo. La capital no parece grande pero, újule mano, me costó un huevo dar con él. Anduve preguntándole a todo el mundo, pero nadie sabía nada. Hasta que di con el Juto. Él no lo vio, solo le contaron que lo encontraron tirado... un maje se lo llevó, y le dio algo para que aquél hiciera todo lo que... saber cuántos eran, vos... el cuerpo del Tacuacín ya estaba hecho mierda, y no aguantó esa otra mierda que le dieron... dicen que se parecía a esos tacuacines que venden en el mercado, tieso, enjuto, encuerado,... dicen que... perdoná, mano, yo siempre he sido bien jodido para no llorar, ni siquiera con el cincho ni los puños de mi viejo... pero es que aquél, vos,... once años, mano... mierda vos, es que aquél era mi hermano.

 

Chica SuperReligiosa

Mi dios es un pendiente muy lindo, un arete de colores que va con el estáil que llevo los domingos. Entre semana lo llevo al cuello, pequeñito, con adornos de swarowski, pero escondido bajo la blusa porque a las maestras del colegio no les gusta que uno ande demasiado fashion. En el recreo se los muestro a mis amigas y todas me ven con mucha envidia, menos una que dice que el de ella es mejor porque se lo trajeron del extranjero. Pero yo ya le pregunté a mi papá y me dijo que ése solo puede ser un dios chafa, de mentiras, porque el nuestro es el único, el verdadero, o sea el de marca pues.

Lo que más me llega de mi dios es que me cabe en todos lados, en la música que pongo, en el separador de libros que uso; hasta en la ropa interior que tiene frases religiosas y todo ;) Además que lo puedo comprar en mi centro comercial favorito, con globos, peluches y tarjetitas. El otro día encontré una tienda donde venden pines de colores blanco y rosa con un “Dios me ama” que le va muy bien al bolso que llevo al gym. Me puse mus feliz, porque algo así solo puede ser una señal divina ¿no?

Y lo mejor de todo es que es super fácil estar tan in. Solo dices “yo creo” y ya, ¡shvuptivup!, eres parte del club. Que es super importante, porque mi dios dice que solo los del club se salvan. Todos los demás, los herejes, o los del diablo que les dicen, todos esos se van al infierno jeje. O sea que yo no. Yo fussshhhhh, directo al cielo.

Lo que si no me llega mucho del cielo es eso de tener que morirme primero, pero solo de pensar, así como me dijeron, que ese cielo pueda ser como Las Vegas, pero más bonito, eso sí que me emociona :) Todo el día de shopin con mis bi-ef-efs *suspiro*. Que no por nada son mis best-frends-forever, que quiere decir foreveranever, o sea allá también pues.

Los de la iglesia dicen que creer es lo más importante, pero que tampoco hay que descuidar los detalles. Por eso nos aconsejaron a mis amigas y a mí que, para estar de veras shur, debíamos cambiar todos nuestros accesorios viejos, nuestros CDs y los DVDs, por artículos que solo tengan que ver con mi dios. Rock cristiano, agendas con versículos de la biblia y esas cosas. Así, en el juicio final, no nos pueden reclamar que tengamos “otros dioses” ni nada de eso, y aí la gloria la tendremos más que segura.

Yo he pensado que las cosas viejas, sí, ok, esas se pueden tirar. Pero lo que acabo de comprar en Los Estados... por unos meses más que los use... porque ¿y si después se lo regalo a los niños pobres? Aparte que, de aquí a que nos toque eso de la gloria todavía queda mucho y, si a última hora, a mis amigas o a mí nos hace falta algo, pues lo compramos y ya. Porque para entonces ya todas tendremos nuestra propia visa gold. O hasta platin. Digo yo. Porque yo, en esas cosas, sí que tengo fe, y con fe, dicen, tooodo es posible.

 

Canción de niños

Una putita triste tralalá, dos putitas tristes tralalá —cantaba alegre la niña mientras saltaba sobre un avioncito dibujado en la banqueta de la casa celeste, cuya puerta negra con marco blanco marcaba la mitad exacta de la calle, entre esquina y esquina. La casa seguía tan celeste como Sophie y su familia la habían dejado muchos años atrás. Se acercó con cuidado a la niña, para no asustarla, y le preguntó si sabía quiénes eran los nuevos dueños. Los nuevos nuevos, no sé, respondió amablemente, dejando por un momento el juego, pero antes había mucha gente. Luego bajó la voz y agregó como en secreto: dicen que allí desnudaban a las niñas de su dignidá y después las hacían película. Cerciorándose de que nadie más que yo la había escuchado, retomó su tono de voz normal y sentenció: cuando sea grande voy a ser actriz de devedé. Sonrió y siguió cantando y saltando como si nada. Sus rizos y su falda brincaban a destiempo con su cuerpo, como si cada uno quisiera bailar por su cuenta. Sophie volvió a sentir esa terrible urgencia de escapar de esta realidad que permite a las peores cosas reproducirse al infinito. Cerró los ojos y respiró profundo. Siguiendo el consejo del sicólogo, acarició sobre las mangas la cicatriz de sus muñecas. Poco a poco se fue tranquilizando. Cuando abrió los ojos, vio que la niña la miraba extrañada. Gracias, le dijo, y caminó de vuelta a la estación. No fue sino hasta que el bus llegó a la ciudad, que Sophie se sintió a salvo. Su apartamento. Su cama. Su almohada. Estaba cansada, pero por si acaso se tomó un tranquilizante. La pastilla surtió efecto, y le permitió conciliar el sueño tan rápido que no le dio tiempo de pensar en nada más. Pero el sueño fue demasiado profundo, y demasiado largo, principalmente la parte en que vio de nuevo el rostro de su tío que cantaba alegre y lujurioso “una putita triste tralalá, dos putitas tristes tralalá”.