El extraño caso de los escritos criminales. 17 años de Letralia
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Sobre fotografía original de Tetra Images - CorbisLos profes

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—En la cocina está un juego de llaves. Encima chamo. Cabeza e Caja dijo que ahí las guardan. Tráigalas pa abrir el portón y meter la picó. ¡Vamos! A soltar cables y despegar aparatos. El 3D es para mí. ¡Muévanla! Hoy todos se fueron al operativo, pero nunca se sabe. Ténganme todo a mano. Un cuchillo y el trapo. ¡Epa chamo! ¡No jurungue esa cerámica! ¡No pensará cargarla! Poceta silenciosa, muy fino pal culo de su suegra. Aunque si es pa callársela... se le hace el favor chamo. ¡Ahí! Ni se les ocurra: son unas rosetas, el Caja las quiere pa no sé qué vaina; él dice que a esta gente le costó una bola mandarlas a traer y otra sacarlas de Aduana. ¡Epaaaa! ¡Ciérreme esa nevera! ¡Vaina! ¡Entonces pásenos ahí unas latas! ¡Ya, ya, chamos! ¡No se vino a comer! ¡Apúrenle con un martillazo! Otro golpe y ya. Tranquilos. Por aquí nadie escucha. Los caballos, allá abajo en las jaras. La caja, la otra también. Los trapos al suelo. Revisen, revisen hasta el fondo. Por algo estos cajones están tan enllavaos. Abra cajas compadre. Rompa. Así. ¡Coño, güevones! ¡No les voy a durar toda la vida!

...

—¿Y dónde almorzaremos, papi? —siempre lo llamaba por “papi”. Esta maña le quedó de las rumbas de los viernes; precavidas para no meter la pata al llamarlos por nombres ya en desuso, o, peor, por el de algún otro frente activo.

—Donde quiera mi reina.

—¡Ay! me provoca algo así como un conejito al vino, allá en Los Alpes, con esa ensalada de la casa tan rica, y de postre, el strúdel con helado. Y unos güisquicitos, para no perder la costumbre. Pero la dieta...

—No le pares. Esperas después de la navidad y le metes duro en el gimnasio de Maite.

—Donde Maite, donde Maite. Esa Maite no me cae muy bien. No es por ella, sino por sus empleadas, ¡unas chismosas!

—¡No seas tonta! ¿Qué empleada de gimnasio o de peluquería no lo es? Es la manera de poner la cabeza en otro sitio mientras tragan amoníaco, o se llenan de várices.

—Papi, usted sabe mucho de salones de belleza.

—Sobrado de hermanas y primas, algo escuchas.

—La cosa es que te conocen la vida de todo el mundo. Siempre empiezan con la preguntadera. Eso me pone nerviosa. Como los taxistas. Ya sabes.

—Siempre pasa. Llevan un récord de todo el mundo.

—Tampoco me puedo quedar muda; caes antipática y te tienen en sus manos. En las máquinas, te pueden dar los ejercicios menos recomendados. En la pelu, van y te queman con la cera, o te tiñen mal. Por eso les meto un cuento: me dedico a los negocios, vendo Stanhome, tengo tres hijos. Las entretengo con puras pendejadas domésticas. Pero ellas sacan sus cuentas. Ven el carro, la ropa, lo que les gasto cada semana.

—Tú, calladita.

—Lo sé. Yo misma te lo he dicho: bajo perfil, por lo de la inseguridad, y por lo otro.

—Tú tranquila. Igual te puedes hacer la lipo, o alguna vaina de esas de ahora, retoques ¿no? Y te olvidas del gimnasio.

—¡Ah! ¿Y cómo usted sabe tanto?

—¡Ah, pues! ¿No sale a cada rato por ahí? No es ningún misterio.

—Pensándolo bien, no es mala idea. Pero ¿a qué viene tanto consejito? ¿A usted ya no le gusta su gordita? ¿Acaso me los está montando con alguna cabeza de cotufa?

—¡Esto se pone bueno! Chica, ¿vamos a comer o no?

—¡Ay papi! ¡tampoco te me pongas así, no es para tanto! ¡Nos va a caer mal la comida! Si después se nos ocurre otra cosita, peor todavía, porque con la barriga llena, y bravo, papi, ¡qué va! No pega ni con cola, a ver si después va y me le da algo.

—Para andar pensando en cositas estoy yo. Cositas. No jodás. Ni con dos de las azules. Si todavía no tengo cabeza para sacar algo en limpio de las cuentas. Ya sé, ya sé. Hemos invertido en la gente nuestra: el contrato de tu cuñado, la última camioneta para mi hermana, el penthouse en Miami, lo del Junior en Nueva York, lo demás. Nos hemos visto obligados a invertir. A ti te consta. Protegernos de la devaluación, asegurarnos el futuro. Muy merecidamente, además, bastante nos jodemos. Pero este saldo en rojo por todos lados. Proveedores arrechos; el alcalde pidiendo el aumento de lo suyo. No tengo cabeza para sacar algo en limpio de las cuentas. No me cuadran las partidas, coño. Y ese muerto lo más seguro es que lo cargue yo.

—No puede ser tan grave.

—¡Cuentas que no cuadran, mija! Cuentas millardianas. No es nada más lo de nosotros. Esto, en comparación, es plata para el papel tualé. Te estoy hablando de las propiedades, más los gastos de estadía en Washington para los hijos del asesor and family; postgrados, le llaman. Los coleguitas... casas en Montreal, París. Acciones en Panamá. Yates para veranear por el Caribe. Un dúplex para la mujer del otro, aquí, en Altamira, para darse el gusto... ¿has visto?

—¡Ja ja ja! Todo el mundo sabe los gustos de Meche.

—Y las comunidades... las comunidades con esa ladilla, reclamando.

—No se me preocupe tanto, papi. Todo tiene remedio, menos la muerte. Ponga ahí a algún pendejo de sus subalternos.

—Subalterno, subalterno, ¿acaso no lo he pensado? Pero me preocupa la ley. ¡No te rías!

—Papá ¿a usted todavía le preocupa esa vaina? ¿Le cuento la última de nuestro amigo el comisario? ¿El que nos confesó lo de la juez cortada en pedacitos, la encargada del contrabando en la autopista?

—Sí, sí. ¿Qué?

—Él se lanzó con las averiguaciones, cumpliendo con la ley, decía. Lo hubieras oído. Le llegó una contraorden para que dejara todo así, y no continuara con la investigación. No sé ni cómo me lo dijo. Hablaba bajitico, cagadísimo ¡ja ja! Pidió la jubilación, no quiere trabajar más. Mientras se sude... me dijo. A cada momento me repetía: Ahí está el detalle, todos los que son tontos comen pan con sudor, que aparte de ser molesto es una cochinada. ¿Dónde está la higiene? Por eso, yo no trabajo. Mientras se sude... ¡Ja ja ja! ¡Al comisario se le volaron los tapones!

—Dirás todo lo que se te ocurra, pero yo soy el de la cartera. El de la cartera y el de la firma para todo, para las partidas especiales y para las otras, las no tan especiales, comisiones y. Ahí no cabe subalterno. Tú lo sabes. Ese fue el chino de Recadi, dejándose poner preso como un pendejo. Si enredo a algún subalterno, ya lo verás cantando como un coro sinfónico, y poniéndome de autor intelectual, material, espiritual, cualquier vaina. Luego, te apuesto, se lanza en una de relaciones, carnet por medio, unas buenas tajadas, a enchufarse de nuevo. Y yo, bien gracias.

—¿Uno de sus subalternos con más poder, mi gordo?

—¡Ay, mija! Aquí hasta el menos te controla una vaina. No te extrañe que a quien decidamos joder, sea, ponle, pana de algún pran. Como si a ti y a mí no nos bastara con estar pendiente de cubrirnos las espal...

—¡Ay ay! Quedamos en no hablar de negocios en la calle.

—Estamos en el carro.

—En plena cola. Nos escuchan de los otros.

—No seas ridícula.

—¡Ah! Ridícula.

—Bueno. Eso no fue lo.

—El otro día me acusaste de paranoica. Como si no bastara el riesgo de esto para los niños. ¿No fue suficiente el susto con Marielena cuando nos la secuestró nuestra misma gente, para presionarnos por el porcentaje en lo de lo de las importaciones?

—Perdona gordi. Perdóname. Es el estrés de andar en este modus vivendis.

—¿En dónde? ¿Modu qué?

—Déjalo, ya estamos llegando.

—¡Bueno! Pero tú tranquilo, ¿qué más te pueden hacer? ¡Trabajas demasiado duro! Sales de madrugada y ni duermes pensando en la oficina, en resolverlos a todos. Ellos lo saben. Hay que ser bien malagradecidos.

...

—Se los dije, güevones: aquí estaba lo gordo. ¡Son dólares, marico! ¡Nos hicimos ricos! Abran las otras dos con la ganzúa. Miren a los profes, pues, ¡las joyitas! ¡Muévanla! No vamos a amanecer por aquí. Las prendas en caja aparte. Con eso nos ayuda el Manolarga. Ese muere callao. Sacudan a los perros pendejos: para cuidar están mandaos a hacer; zúmbenles algo, segurito ni comida. Esta gente piensa nada más en hacer real. ¿Nadie quiere perros en su casa? El gris vale un billete, ¿nadie se anima? ¿nadie? ¡vergación! Las lechugas los dejaron conformes. Viene la Navidad y es cuando los carajitos más piden. Y ni se diga la jeva. Lo que soy yo... ¿Y esa caja, Chocolate? ¡Coñó! ¡cantidad de frascos, compa! De aquí y del bar salen los regalos. Pura vaina fina. Locos se van a quedar. Apúrenle, coño, con las lapto, con todo lo electrónico. ¡El sambil mismo! Vamos a llevarnos otra de las camionetas. A ver, la marrona, la de los vidrios ahumaos, después que la piquen. Váyale metiendo, Manrique, y me la prende para tenerla alistaíta, eso es lo suyo, chamo.

...

—Yo insisto, papi. Debemos tomarnos un descansito. Así no puedes estar, con todas esas angustias. Después viene la diabetes, el cáncer, la, Diosnosampare.

—La verdad es. Ando todo estresado, la tembladera en el ojo. Tienes razón, gordita. Escaparnos de vez en cuando, después de almorzar, a la casa, a echar un camaroncito. Hasta eso lo tenemos abandonado. Ya ni la disfrutamos. ¡Y con lo que se le ha metido! Full bar, isla, gimnasio, jacuzzis, cancha de tenis. ¡Cómo sueño con dedicarme al tenis, con mis bermudas blancas! ¿Recuerdas, aquellas de Aruba, con bordillo azul claro?

—Sí. Allá las tienes. ¿Por mí? Yo encantada. Para eso tengo a Elena en la importadora. Se lo he dicho bien claro: cuando yo no esté, usted resuelve. La muchachita es la propia. Tierruíta, pero ya la mejoraré. De esa no salgo. Aunque ¡ni de broma se lo digo! O viene y me pide un aumento y se me mal acostumbra.

—Tienes razón en todo. Como siempre. Con este conejo también. ¡Delicioso!

—¡Mi amor! Ningún restaurante me va a volver a meter burbujas por chuletas. ¿Recuerdas en España? Salimos con el estómago todavía más estragado.

—¿Cómo no? Tapiamos hasta la madrugada. ¡Qué vaina más buena! Pura comedera, puro zapateo. ¿Recuerdas a la Pilar, la mujer de Fernando? ¿Cómo le hacíamos rueda en aquella cueva? Gozamos una bola, y todo corrió por viáticos. Así es como vale la pena. No veo el momento de arrancar para echarnos otro viajecito.

—¡La cosa es el tiempo!

—Cierto. Ahora entiendo el quebradero de cabeza de los negocios. ¡Los de abajo ni se lo imaginan! Ellos con cobrar su viernes, su dominó, las cervecitas, la parrillita del domingo. Sin mayores responsabilidades. Viéndolo bien, no es ni tan mala vida.

—¡Arnoldo! ¡Estás loco de atar, mijo! ¿No debe ser tan mala vida? ¡Precisamente! Mira, mira para abajo. Yo jamás viviría una vida tan básica, cargada de necesidades, sin dinero para gastar. Con los muchachos estudiando en esos sitios; vestidos con esos trapos. Sin comodidades. Sin ningún confort. Haciendo cola para comprar comida, ¡qué horror! Nunca darse gustos, una buena salida. Tú estabas muy claro cuando lo decidimos. O todo o nada. ¿Fue así o no fue así, Arnoldo?

—Una gran verdad, mujer. Una gran verdad. Déjame darle su propinita al parquero.

—Sí. Así está mejor. Y no se hable más del asunto. Mejor vayamos saliendo. Déjame ver. Los mensajitos. A ver. Tengo de la Beba, a ver, a ver: buzón de entrada, Ma-rie-le-na. Me dice, me dice. ¡Coño, mi amor! ¡Coño! ¡Ay, mi hija!

—¿Qué pasa gorda? ¿Qué está pasando?

...

—Jefe ¡esta carajita estaba escondida en la cocina! La encontramos por los perros, en un hueco bajo la despensa. La propia gata zumbando uñazo.

—¿Le revisaron el celular? ¡Rápido, pendejos! ¡El celular! ¿Llamó? ¿Mandó algún mensaje? ¡Ah! ¿Se la da de arrecha? Pues vamos a hacerla cantá. Tráiganmela a mi primero ¡que bien güena que está la carajita!