El extraño caso de los escritos criminales. 17 años de Letralia
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Wallander: una persona común en situaciones descomunales

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Henning Mankell

Que la literatura sueca está en la cresta de la ola, nadie lo puede negar. Al contrario, es una agradable realidad. Baste recordar el gran suceso editorial de la trilogía de Stieg Larsson: Millenium, o el Premio Nobel de 2011, el poeta Tranströmer. Ello no es tan reciente como puede parecer, si hacemos caso a las múltiples referencias en la novela Los hombres que no amaban a las mujeres, la primera de la trilogía de Larsson, al personaje Kalle Blomkvist, de la escritora Astrid Lindgren, el cual debe ser muy célebre, al extremo de inspirar el apodo que flagela al personaje principal de la novela.

De lo expuesto, sería una injusta omisión olvidar a Henning Mankell, notable dramaturgo sueco, quien saltó a la celebridad gracias a la saga de uno de los detectives más conflictuados y sufridos de los últimos tiempos, el inspector Kurt Wallander, de la lejana y pequeña localidad de Ystad.

He tenido la oportunidad de conocer a este personaje a través de la serie sueca producida por Yellow Bird (que también llevó a la gran pantalla la famosa trilogía de Larsson); y a través de la galardonada serie de la BBC inglesa protagonizada por Kenneth Branagh, uno de los grandes nombres de la escena británica.

Siendo un rendido fan de las series, era tan sólo cuestión de tiempo a que me animase a leer las novelas de Mankell. Y con mucho agrado quiero comentar aquí Los perros de Riga, la segunda entrega de las historias del inspector Wallander.

Es importante comentar que las novelas de Wallander constituyen una desmitificación de la felicidad al estilo del estado de bienestar sueco; en el aspecto más personal e íntimo, el inspector Wallander es una persona común y corriente (insegura, atrapada en sus conflictos familiares, y diversos achaques en su salud) que en varias ocasiones se ve perturbada por la crueldad desplegada en los casos que enfrenta.

No tarda en captar nuestra simpatía por su afán de hacer lo correcto, a pesar de no ser lo más sencillo; su búsqueda de la felicidad a través de las cosas sencillas y rutinarias; los errores que comete a nivel personal y profesional; así como su evidente melomanía, que por momentos nos lleva a leer sus novelas escuchando a María Callas a la luz de la luna y saboreando un buen vino.

Alguna vez leí, en algún foro de comentarios sobre Wallander, que es el personaje más jodido de la literatura reciente. Razones no faltan: está divorciado; tiende a la depresión; se cuestiona sobre su trabajo y su vocación; tiene tensas relaciones con su hija y su padre, con quienes le cuesta comunicarse; su manía por la comida chatarra y el trago: no es raro que empiece tomando media botella de vino antes del almuerzo para rematarla con generoso chopp de cerveza; los soplos al corazón; el stress que lo lleva al hospital en medio de la investigación y una larga historia clínica donde la diabetes no está descartada. Último, pero no menos importante, es dudoso como un héroe de acción, porque no es capaz de noquear a alguien sin luxarse la mano. Tampoco es una máquina de deducción como en las narraciones de Sir Arthur Conan Doyle, Agatha Christie u otros. Durante toda la novela asistimos a sus dudas y escasos aciertos, los cuales no son obra de una aguda intuición sino de un deliberado y perseverante seguimiento a los detalles. Si algo lo salva al buen inspector es su tesón desplegado en las investigaciones que, de puro sórdidas, parecen no tener puntos de partida para abordarlas.

Comentar Los perros de Riga es interesante porque fue escrita en 1991, cuando la Unión Soviética se resquebrajaba y el duro dominio que ejercía sobre las naciones del báltico, entre ellas Lituania, empezaba a disolverse. Esta novela tiene el gran mérito de tomar el pulso al momento a través de un personaje apolítico que se ve orillado a tomar decisiones con trascendencia política dentro de un marco de acontecimientos convulsos, donde la búsqueda de la libertad y la justicia se realiza en las calles a través de personas comunes y corrientes, de aspecto mustio y alejadas de cualquier arquetipo heroico tan familiar a las películas de Hollywood.

La trama de la novela no podía comenzar de una manera más bizarra: unos contrabandistas encuentran un bote salvavidas con dos cadáveres vestidos de manera elegante y lo remolcan hasta las playas de Ystad para evitar que sigan a la deriva sin que la Policía les haga incómodas preguntas. Lo que parecía un caso fácil de descartar se complica con la aparición de diversos funcionarios traídos de la capital, Estocolmo, así como del simpático e inteligente mayor Karlis Liepa de la policía lituana, quienes colaboran con una investigación que se complica al extremo de que el bote salvavidas es robado ¡de la propia comisaría! y se llega a la constatación de que estaba repleto de drogas. Más aun, el asesinato del mayor Liepa lleva a Kurt Wallander a la capital de Lituania, Riga, y a enfrentarse a un enjambre de conspiraciones y conspiradores para ayudar a Baiba Liepa, la viuda del asesinado mayor. Si caben más complicaciones, el inspector se enamora de Baiba, y se ve envuelto en un romance platónico que contrasta con la crueldad y masacres que perpetran los culpables del asesinato del mayor Karlis Liepa.

Lo que empezó como un bote a la deriva se convierte en una sórdida conspiración contra los indignados de la resistencia lituana y oscuros negocios de narcóticos. Wallander termina atrapado en este mortal juego de intrigas y su única salida es descubrir el móvil del asesinato del mayor Liepa.

Hay momentos particularmente logrados en la trama de la novela, como el inicial descubrimiento del bote salvavidas, los conflictos de Wallander con su jefe, el robo del bote salvavidas, la estadía de Kurt en Riga y su clandestino regreso, sin olvidar la persecución final y el momento del cara a cara con los asesinos. Pero lo particularmente interesante es cuando el protagonista se cuestiona sobre la marcha de las instituciones suecas, lo cual da lugar a párrafos decididamente deliciosos de los cuales vale la pena citar algunos, como cuando el inspector, presa del desaliento, quiere dejar la policía y convertirse en guardia de seguridad en una empresa privada, al constatar que los crímenes en la bucólica Ystad se vuelven cada vez más truculentos:

Últimamente, Kurt Wallander pensaba lo mismo que Martinson: cada vez era más complicado ser policía. Los tiempos que corrían mostraban un tipo de criminalidad del que hasta ahora no había constancia. Era un tópico afirmar que muchos policías dejaban su profesión por razones económicas, para hacerse guardias de seguridad o trabajar en empresas privadas. En realidad, los abandonos se debían a la inseguridad.

O cuando Bjork, jefe de Wallander, se queja de la intromisión de funcionarios venidos de Estocolmo:

He sido jefe de policía el tiempo suficiente como para saber lo que pasa en el país. A veces me dejan de lado a mí, otras es al ministro de Justicia a quien engañan, pero la mayoría de las veces a quien no le dicen más que una ínfima parte de lo que realmente está sucediendo es al pueblo sueco.

Mankell también hace gala de sorprendente humor en diversas situaciones de la novela, como las repetidas alusiones a la capacitación del personal:

Wallander escuchó con cierta envidia las explicaciones en inglés de Martinson: la pronunciación era espantosa, pero el vocabulario resultaba bastante más rico que el suyo. “En lugar de los malditos cursos de mando de personal y democracia interna, la jefatura debería organizarnos cursos de inglés”, pensó irritado.

Notable me parece la escena en el archivo policial, justo cuando está a punto de develarse la razón última de todas las conspiraciones. Wallander está desesperado por encontrar el archivo fatídico, en el momento en que sus vísceras le juegan una mala pasada la desesperación se convierte en escatológica y un oportuno tacho de basura servirá para aliviar la tensión del personaje y del lector sumido en el clímax de la novela.

Habiendo hecho mención de estos pasajes, recomiendo con entusiasmo esta novela. De más está decir que la leí de cabo a rabo, y con las menores interrupciones posibles. Si pueden acompañarla con un CD de Maria Callas cantando alguna pieza de La Traviata, mucho mejor. Creo que es lo más adecuado para seguir los pasos del inspector Kurt Wallander en la idílica Escania y la siniestra Riga, capital de Lituania, donde los perros abundan y las facciones se ensarzan en luchas fratricidas.