“El extraño caso de los escritos criminales”, libro conmemorativo por los 17 años de Letralia

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Preámbulo para un expediente

El lunes veinte de mayo de mil novecientos noventa y seis, doce personas asentadas en distintos lugares del mundo recibieron por correo electrónico la primera prueba de una colección de escritos identificada con el alias “Letralia” y el número uno en su cabecera. Se sabe que el envío se realizó temprano en la mañana desde una oficina en la ciudad de Cagua, en Venezuela, y que se preparaban nuevos envíos para las semanas subsiguientes.

Lo que nadie podía prever en ese momento es que la actividad se mantendría durante años, con alguna interrupción, involucrando en la conjura ya no a una docena, sino a varios miles de sospechosos de los cinco continentes que, con misteriosa avidez, producen o consumen una sustancia peligrosa cuya denominación ha quedado establecida en el sumario como “literatura en español”. Una investigación aún inconclusa de los hechos ha arrojado como conclusión preliminar que los efectos de la misma varían dependiendo de cada uno de los sujetos implicados. Las pesquisas, sin embargo, han tropezado con la imposibilidad de delinear con precisión un modus operandi común.

En mayo de dos mil trece, veinte autores intelectuales —de los miles de que se tiene conocimiento— acudieron a una cita con el propósito de celebrar los diecisiete años de sus fechorías. En la escena del crimen fueron encontrados textos de diversos calibres:

  • Miguel Aguado Miguel, español de Burgos, 1934, comete cuatro poemas en los que se ventilan diversas aristas del crimen literario, como las justas injustas y los plagios sin castigo.
  • Felicidad Batista Fariña, española de Santa Cruz de Tenerife, 1934, incurre en la descripción de hecho punible en el establecimiento de su invención conocido como “Café Savannah”.
  • Ricardo Juan Benítez, argentino de Buenos Aires, 1956, denuncia un sospechoso episodio en el que están involucrados un estudiante de ciencias forenses, un cadáver y cierta organización criminal.
  • Sergio Borao Llop, español de Zaragoza, 1960, delata a los culpables de un asesinato cometido gracias a la sed producida por la ingesta de unos pistachos.
  • María Isabel Briceño Armas, venezolana de Caracas, 1959, revela un hurto con posible conclusión trágica y ceñido al añoso dicho “Ladrón que roba a ladrón...”.
  • Estrella Cardona Gamio, española de Valencia, registra los testimonios relacionados con la muerte de un millonario, cuyo culpable no es el mayordomo.
  • Wilfredo Carrizales, venezolano de Cagua, 1951, sigue a un subinspector de Homicidios de la capital china en las averiguaciones sobre el asesinato a cuchilladas de una joven.
  • Jorge De Abreu, venezolano de Caracas, 1963, acecha a una bestia acechante que mata al compás de Prokófiev.
  • Harol Gerzon Gastelú Palomino, peruano de Huancavelica, 1968, perpetra el relato de las últimas horas de una primera víctima.
  • Gabriel Jiménez Emán, venezolano de Caracas, 1950, consuma la historia de una investigación coral sobre el homicidio de una chica de angelical estampa.
  • Marisol Llano Azcárate, española de Asturias, 1964, atestigua cómo la búsqueda de justicia se convierte en la perdición de una víctima inocente.
  • Ricardo Llopesa, nicaragüense de Masaya, 1948, hurga en las circunstancias que dieron origen a la carrera de dos hermanos unidos en el delito.
  • Amílcar Adolfo Mendoza Luna, peruano, 1970, recomienda la lectura de los procedimientos del inspector Kurt Wallander glosados por su autor, Henning Mankell.
  • Natalia Moret, argentina de Buenos Aires, 1978, no tiene empacho en pormenorizar los diez instrumentos ideales del policial negro en su país.
  • Rolando Revagliatti, argentino de Buenos Aires, 1945, ejecuta una decena de poemas que tienen como base igual cantidad de filmes relacionados con el mundo delictivo.
  • Raquel Rivas Rojas, venezolana, declara lo que parece un inocente juego de niños luego de una nevada sin precedentes.
  • Patricia Schaefer Röder, venezolana de Caracas, acompaña a un hombre que visita a una amiga con un arreglo floral, en la antesala de oscuros sucesos.
  • Gaby Solano, costarricense de San José, 1974, se percata de que en su última vez en la biblioteca podría haber estado en presencia de una asesina.
  • Alicia Carolina Ugas Pazos, venezolana de Caracas, 1970, informa de una investigación con judíos, gastronomía y otros elementos.
  • Gabriela Urrutibehety, argentina, 1961, recoge la confesión de un grupo de menores de edad en torno al asesinato de una docente.

Se deja constancia de que tales hechos fueron cometidos con total impunidad y con el agravante de haber sido ilustrados con imágenes sustraídas de Internet y tratadas con medios digitales para crear una atmósfera de corte pretendidamente noir.

Con todo, no existe por el momento evidencia de que el extraño caso de los escritos criminales esté cerca de ser un caso cerrado.

 

Internet, mayo de 2013