Eduardo Busacca

El 2000 no, el 2001

"Cada dificultad que tienen nuestros clientes es la posibilidad para nosotros de brindarles una solución. El bug del año 2000 es, sin lugar a dudas, la oportunidad del milenio".
Gilbert K. Dame, vicepresidente ejecutivo de Dame Sistems, cuarta firma en facturación de servicios de informática en el estado de Obregón.


Todo lo que pasó antes

Alguien con mucho poder mandó preguntar a la vidente si había que temer al efecto año 2000. Ella contestó: "al 2000 no, al 2001".

Pocas revistas lo informaron, pero el chip Pentium III (de la firma Intel, la más importante fábrica de microprocesadores), traía un código de identificación único. Cualquier computadora que se comunicara con otras era irrefutablemente reconocida. Muchas asociaciones defensoras de la privacidad y los derechos individuales interpretaron esto como un abuso total. Se ironizó con el lema de la empresa, "Intel Inside": pasó a ser "Big Brother Inside". Se acababa el anonimato en la red.

John Grinne trabajó durante veinte años en una de las empresas de diseño de chips. Grinne era un tipo callado, tímido, de apariencia pusilánime, pero una enciclopedia viviente en lo que se refiere a la arquitectura de computadoras.

Desde el año noventa y cinco en adelante, los servicios de seguridad de los distintos países fueron obsesionándose cada vez más con la posibilidad de una ciberguerra. De hecho, las violaciones a los sistemas informáticos más secretos y seguros de los distintos estados fueron poniéndose a la orden del día.

De los que supieron la respuesta de la vidente, nadie dedujo nada (a no ser que la vieja ya estaría un poco arterioesclerótica) y suspiraron aliviados cuando el año nuevo del 2000 amaneció con los teléfonos celulares, los cajeros automáticos e Internet funcionando. El mundo era Y2K.

Hasta ese momento los virus informáticos sólo se instalaban en archivos ejecutables, en macros y recientemente se habían logrado algunos que aprovechaban debilidades de otros programas y se ocultaban en archivos .hta o .rtf. Hasta ese momento, nadie había ido más lejos.

"Hay más gente que está contra el sistema de lo que parece a simple vista".
Charlton Bothiry, del FBI.

El New York Times, en su edición dominical sacó un suplemento sobre una nueva realidad: sin darnos cuenta, todos vivíamos en un mundo de computadoras: cuando encendíamos el microondas, descolgábamos el telefóno, pagábamos el colectivo, las computadoras estaban en todos lados.

En 2001, odisea en el espacio: ¿la computadora se llamaba Daisy? Cuando enloqueció, ¿no se puso a cantar "Mary has a little lamb"? ¿Alguien me lo recuerda?

El año 2000 transcurrió apacible. Los mercados crecieron, hubo una crisis financiera en algún emergente. En algún lugar de Sudamérica, la Virgen le habló a una mujer devota diciéndole que se terminaba el mundo en fecha próxima a publicarse y aparecieron montones de productos con el texto 2000 añadido a su marca.

Lo del Pentium III no le gustó a ningún hacker, como tampoco una serie de recomendaciones hechas en otoño de 1999 por el Parlamento Europeo, denominadas Enfopol: en aras de la seguridad de los estados y la propiedad privada de sus miembros, se permitía a la policía allanar, pinchar teléfonos, revisar mails, solicitar información a los proveedores de Internet, todo, sin autorización judicial.

John Grinne estaba enamorado de Mary Marcelle. Tenía fotos de ella en todas las paredes de su casa. Una colección de videos de la época en que trabajaba como actriz porno y muchas cintas de su actual profesión de modelo.


Lo que sucedió

"No pensemos que no podemos estar peor. Siempre podemos estar peor". Abdulla Laber.

El primer día de enero del 2001, exactamente cuando dieron las 0 hs. en el meridiano de Grinnewich, todas las computadoras del mundo, en un coro inconcebible, cantaron "Mary has a little lamb". Bueno, no fueron todas, pero sí muchísimas.

John Grinne vació una botella de cerveza mientras miraba su video favorito de la Marcelle.

Siete millones de muertos por hora fue el resultado del corderito pequeño de Mary. Accidentes de todo tipo, embotellamientos, fallas de energía, suicidios.

Los del FBI, Interpol y toda la chusma vigilatoria encarcelaron a cerca de veinte mil hackers en la razzia más impresionante de la historia. Ninguno de los veinte mil pudo estar sentado frente a una computadora para tratar de averiguar lo que pasaba.

Alguien recordó lo de 2001, Odisea en el espacio. Se hizo merchandising del desastre.

A las doce horas, el caos cesó pero los daños y las muertes superaron las peores catástrofes. Ni el nazismo había sido tan exterminador.

John Grinne, como tantos otros del gremio, trabajó en las brigadas de emergencia para restituir a los sistemas vitales su operabilidad.

Ciberights denunció los encarcelamientos abusivos, el violentamiento de los derechos civiles y que, además de hackers se había aprovechado para detener activistas de derechos civiles, secesionistas de diversos grupos, musulmanes y personas de color.

El presidente declaró el estado de excepción y solicitó lo mismo para todos los estados miembros de la ONU.

El hombre poderoso recordó la profecía de la vidente y mandó preguntar cómo seguía: "Volverá a suceder", contestó la vieja. Y habló por primera vez del Hombre Verde.

Grupos secesionistas denunciaron que todo era una maniobra de Washington para acumular poder en contra de los distintos estados de la Unión. Coincidieron en esto con el análisis de muchos grupos maoístas y troskistas.

El FBI negoció con grupos de hackers su libertad y muchos dólares a cambio del descubrimiento del virus.

En un diario de Oklahoma apareció la primera misiva del Hombre Verde. Decía que próximamente iba a suceder de nuevo pero esta vez sólo duraría 2 minutos.

Mary Marcelle era una mujer valiente: no había temido la brutalidad de los hombres cuando comenzó a recorrer las calles a los catorce años, ni se asustó ante los reclamos de los productores de películas porno, ni temía al sida, ni a su pasado. Era una de esas norteamericanas que creen en las virtudes de América, excepto en lo que se refiere al puritanismo, y tenía la conciencia clara de pertenecer a un país en el cualquier persona podía realizar su sueño.

Las brigadas de hackers montaron guardias para cuando sucediera Aquello: querían capturar al virus en ese momento. La artillería que se montó para la aparición fue la más fascinante que cualquier amante de las computadoras pudiera haber visto jamás.

El hombre poderoso mandó preguntar qué había que hacer: la anciana contestó: "Esperar. El hombre verde tiene el sol a sus espaldas".

La nota sobre el Hombre Verde, que apareció en el diario de Oklahoma y fue copiada por todos los del país y el mundo, costó la vida de unos cien mil desesperados más. El Hombre Verde (Green Man) fue tapa de todos los medios y no hubo hombre público que no hiciera sus especulaciones. Hasta los Simpson hablaron de él.

El 23 de enero tuvo lugar el segundo ataque. Duró dos minutos, pero nadie pudo detectar cómo sucedía. Esta vez las muertes no superaron las seis cifras. El Hombre Verde pasó a ser ídolo de los muchachos Dark. Comenzaron a verse remeras con su horrible rostro verde, el que había realizado un dibujante del Washington Post.

Y a continuación, en un oscuro periódico de Kansas, apareció la segunda misiva. En ella se pedía que, en uno de los principales hoteles de Kansas City, en la misma habitación fueran entregados Mary Marcelle y John Grinne. Así Grinne pasó a ser famoso y se hicieron muchos chistes sobre lo que haría en esa habitación de hotel con Mary y con el Hombre Verde. Se montaron todos los operativos de seguridad, se pusieron todos los sistemas de escuchas, el país entero giró alrededor de esa habitación en la que entraron John y Mary. Estuvieron un rato mirándose, sin hablarse y Mary rompió el silencio diciendo: "¿Vendrá el demente este o no?".

Un periodista que cubría el evento fue el primero en especular sobre el apellido Grinne y su parecido con Green (Verde). Y fue el primero que tiró al aire la hipótesis de que el mismo Grinne fuera el hombrecito verde.

El señor poderoso mandó consultar a la vidente pero ésta lo mandó al carajo.

Las brigadas de hackers estaban atentas a cualquier cambio que pudiera establecerse en los sistemas del mundo.

Los compañeros de trabajo de Grinne, sus conocidos, sus vecinos fueron reporteados. Cuando allanaron el departamento vieron las fotos de Mary y eso se filtró a los medios.

Grinne escribió en un papel que le pasó a Mary: "Yo soy el hombre Verde. Quiero que te desnudes para mí, que hagamos el amor y luego te daré las claves para desactivar el virus". Mary, que no era muy quisquillosa en materia sexual como cualqueira puede imaginar, sintió un poco de escrúpulo en acostarse con ese hombre que era más asesino que Hitler. Pero era una chica inteligente y una buena norteamericana, amaba a su país y a la gente y no quería más muertes, así que se desnudó y se acostó con él.

Los sistemas de video láser captaron y filmaron toda la escena. Más de doscientos efectivos presenciaron la escena con sus armas listas para atacar.

Alguien vendió fotos láser del video y se publicaron en todos los medios. Las Ligas de Moralidad protestaron por esas imágenes obscenas y, en general, por la cobertura que se estaba dando a un hecho tan indecente.

A esta altura nadie dudaba de que Grinne era el Verde y sus fotos y datos personales ocuparon páginas, llenaron los noticieros de los televisores y las radios. Alguien empezó a escribir la biografía del Satánico Dr. Verde. Sus conocidos no salían de su asombro. Todos coincidían el que Grinne era Mr. Pusilánime.

Luego del acto sexual, John escribió: "ya está anulado el virus. simplemente revisen la arquitectura de la segunda versión de los Pentium III". Luego tomó una pastilla del paquete de pastillas que la seguridad le había permitido ingresar a la habitación cuando aún nadie sabía que era el Verde. Inmediatamente John Grinne, el asesino más grande de la historia, al lado del cual Gengis Khan, Atila y Hitler eran simples asesinos de barrio, murió. Y Mary, pese a todo, no pudo evitar derramar unas lágrimas. Luego salió y dijo: "Ya está. Se acabó".

El análisis del Pentium III descubrió una parte de su código en donde estaba el virus que se activaba y reproducía a otras máquinas, el virus más asesino de la historia de la humanidad, mucho más que la viruela negra o el sida.

El mundo volvió a respirar. Los hackers se dividieron en apocalípticos e integrados y la guerra de las computadoras prosiguió entre dos bandos irreconciliables: los que habían transado y los que nunca iban a transar.

Los grupos secesionistas y parte de las agrupaciones revolucionarias sostuvieron que todo era una mentira del tío Sam. La historia dio de comer a todos los que alimentan las teorías conspirativas de la historia.

Y Mary firmó un contrato millonario para firmar Grinne, Green y Mary, una historia erótica con un gordito simplón y un extraterreste, que fue éxito total de taquilla y donde las hermosas tetas de la modelo, su magnífico culo, en fin, toda ella se lucía como lo merecía.