Fernando Morales

Apocalipsis sin gloria

—Pero cuéntame detalles del viaje, Irela —dijo la dama calva, dejando la taza sobre el plato. Tenía un paisaje tatuado en la cabeza, y dos signos de interrogación pintados sobre los ojos.

—Pues no hay mucho más de lo que ya sabes —Irela hizo un gesto de aburrimiento. De pronto se puso tensa y lanzó un grito—. ¡Gorkin! ¡Pequeño monstruo, deja ese pobre kukish en paz!

Gorkin miró a su madre con dos ojos llameantes. Suspendió por un momento la anticipada autopsia del peludo animalito, que de cualquier manera ya había dejado de temblar convulsivamente. En ningún momento gritó, porque el kukish es mudo.

—Quería ver si tenía algo adentro —refunfuñó Gorkin, molesto.

—¡Pues claro que tiene algo adentro, niño curioso! —en dos zancadas llegó a su lado—. Pero ya no le sirve —agregó con desaliento—. ¿Cómo te creías que funcionaba? ¿A batería? Miró los ojos del kukish, velados por la muerte, y apartó los suyos de inmediato.

—Bien, Gorkin, querido, sé un niño bueno ahora y tira todo esto a la basura. Y no lo toques con las manos.

Volvió a sentarse junto a la dama calva, meneando la cabeza al ver por el rabillo del ojo cómo Gorkin, luego de la molesta interrupción de su madre, hundía las manos en las entrañas del kukish, al que previamente había abierto con su filosa medallita de identificación. El daño ya estaba hecho, y nada que se hiciera volvería al animal a la vida, pensaba con resignación Irela.

—Ya no sé qué hacer con este diablillo. No se entretiene con nada. ¿Me pedías detalles de mi viaje? Pues ahí tienes un detalle: se llama Gorkin. No sabes la vergüenza que hemos pasado en este viaje por su causa, creo que nunca lo vi tan enojado a Dalmo.

La dama sonrió, comprensiva.

—Es un niño, Irela, está en edad de ser travieso.

—Pero es que no sabes, éste es un demonio. No puedes quitarle la vista de encima ni por un segundo. Fíjate que de ese planeta azul del que te hablaba, donde compré los aros, tuvimos que salir poco menos que huyendo. Hicimos allí una escala, no pensábamos quedarnos demasiado porque Dalmo quería pasar la última semana en las fuentes de Beta del Centauro, pero nos encantó el color —un azul claro, muy romántico— y la Guía decía que estaba habitado, así es que bajamos en la mitad del campo, en un bosquecillo cercano a la autopista. Dalmo bajó a estirar un poco las piernas mientras yo preparaba un almuerzo rápido.

—¿Y el pequeño dormía?

—¿Dormir Gorkin? —se asombró Irela—. No sabes lo que dices. Esa criatura no conoce el sueño. Se dedicaba a atrapar mariposas, arrancarles las alas y luego hacerlas volar con la mirada.

—Qué chico éste —la dama lanzó una carcajada, juntando las manos.

—Por lo menos no molestaba, jugaba solito. Bueno, el caso es que Dalmo se sintió inspirado y quiso hacer el amor, así es que volvió a la nave.

—Me lo imagino. El aire campestre, un suave verde afuera...

—Pues te lo imaginas mal. No sé en qué momento había llegado un transporte con... no sé, alrededor de cuarenta escolares, y parece ser que alguno se burló de las orejas circulares y sin pliegues de Gorkin, o algo así. Ellos tienen orejas como alargadas y con pliegues, algo difícil de explicar. El caso es que cuando escuchamos la voz del pequeño gritando "Sois todos unos guarros y os voy a guadañar" salimos corriendo, como supondrás, pero ya era tarde: todo el campo estaba regado de vísceras, cabezas explotadas, miembros separados de sus cuerpos; un desastre, te diré.

La dama calva lanzó una carcajada y golpeó con la palma en el brazo de su sillón.

—¡Por Dios, me imagino la cara de tu marido..!

—No te puedes dar una idea. Le dije a Dalmo: tienes que hablar firmemente con el niño, querido. No seas demasiado duro con él, el daño ya está hecho, pero debes decirle cómo son las cosas. Y los dejé hablando a solas. Tenías que ver el aspecto solemne del diablillo éste, parecían dos adultos charlando de sus cosas. Y Dalmo —hay que ver la paciencia de ese hombre— que le decía "Yo también he sido niño, no es que no debas hacer nunca una travesura, pero si no controlas tu ira vas a tener muchos problemas en la vida...". Luego Gorkin, para demostrar su independencia, se puso a desarmar un animalito con cola que había atrapado afuera. Diez minutos después estaban los dos muertos de risa jugando al metesh, no sabes lo bien que se llevan. Al día siguiente fuimos a comprar algún souvenir...

—Habrán limpiado todo, me imagino...

—Oh, por supuesto, aquello era un estropicio. Dalmo guadañó durante dos horas y dejó el campo sin una sola víscera. Después estuve otras dos horas haciéndole masajes en la cabeza, pobre cielo. Te decía que fuimos a comprar algún recuerdo, mira estos aros, son una especie de refugio calcáreo de animalitos marinos. En confianza te voy a decir que no llegué a pagarlos, tuve que salir disparada con los aros puestos.

—No me lo digas: Gorkin otra vez.

—Y qué otra cosa podía ser. El niño quería tocar una pila de perfumes, y el comerciante le pidió que no lo hiciera. Era un hombre muy amable, así es que hazte una idea de la vergüenza que nos hizo pasar este demonio, porque se puso rojo de furia y dijo "Sois todos unos guarros y os voy a guadañar", y yo le dije severamente "Gorkin, pídele disculpas al señor por lo que has dicho", pero como te imaginarás estaba descontrolado, y un minuto después esa coqueta tienda parecía un descuartizadero de gogots que ríete del incidente del campo: la cabeza del vendedor quedó aplastada contra el techo, y su cuerpo hecho un guiñapo retorcido en el piso, que estaba lleno de sangre de todo el mundo. Imagínate que había mucha gente. Sólo quedó un bebé llorando en brazos de su madre, una mujer joven que no tenía cabeza. Lo vimos al mismo tiempo con Gorkin, pero el pequeño salvaje llegó antes que yo y lo explotó. ¿Te imaginas un bebé explotando de golpe, mientras Gorkin me decía "Te gané", con una sonrisa? Horrible. Y Dalmo que le dice "Pero cómo te atreves a llamar guarro a un señor mayor", y yo que le digo a Dalmo "Pero mira en lo que te fijas ahora, con el desastre que ha hecho el niño", y Dalmo —que ya sabes lo orgulloso que es— que me dice "Ambas cosas están mal", y otra vez mi pobrecito marido, con la cabeza hinchada por el esfuerzo, a limpiar el lugar con furibundos guadañazos hasta que desapareció todo, mientras le dice "Pero Gorkin, pequeño, ¿qué hablamos ayer?".

La dama tomó un dulce.

—Se ve que el niño tiene su temperamento.

—Y no sabes cuánto. Esa misma noche, paseando por una calle muy concurrida, como podría ser aquí La Bal, para darte una idea, por no sé qué estupidez guadañó tres cuadras seguidas. Dalmo le llevaba de la mano y yo iba detrás de ellos, mirando las vidrieras, así es que no escuché bien la discusión, pero mi marido le decía "Pues no te lo compraré, y puedes enojarte todo lo que quieras" y Gorkin furioso guadañando metro a metro, así por tres cuadras. Hazte un cuadro mental de lo que era aquello: los muertos en el piso, sesos chorreando en las paredes, las vidrieras llenas de sangre. Y los dos caminando en silencio y el niño sembrando toda esa basura a su paso, y yo con una angustia terrible. Dije "Por Dios, Dalmo", pero ya lo conoces, cuando toma una determinación es implacable... así es que sin volverse me dijo "Tú no te metas, Irela. A este pequeño salvaje hay que educarlo de una vez por todas. O es que vamos a estar siempre a merced de sus caprichos..." Así es que me dediqué a limpiar todo lo que pude sin decir esta boca es mía mientras caminaba detrás de ellos. Esa noche Dalmo llamó al niño y le dijo "Sabes por qué te vas a la cama sin postre, ¿verdad?", y Gorkin, que al fin y al cabo no es más que una criatura, miraba el suelo con las manos en la espalda. Pobrecito, es cierto que había estado caprichoso, pero si uno no es caprichoso cuando es niño, ¿cuándo lo va a ser? Es totalmente lógico, ¿no te parece? Me partía el alma ver lo duro que era su padre con él, y le hacía señas por detrás de Gorkin de que ya estaba, que no lo torturase más, pero Dalmo se mantenía inflexible. Si supiera que me levanté de puntillas a la noche y le llevé un trozo de postre a su camita seguro me regañaría, pero es que los hombres no saben cuánto puede sufrir una madre en estas situaciones... Le dije: "Yo te traigo postre, será un secreto entre nosotros, pero debes prometerme que no harás sufrir más a mamita y a papito, ¿lo prometes?", y se comió el postre mirándome fijo a los ojos y no prometió nada el diablillo, pero es porque todavía estaba algo rencoroso. Ay, Señor, las madres comprendemos todo. Debemos estar hechas para eso. Así es que no le dije una palabra, me limité a acariciarlo hasta que se durmió. Y a la mañana siguiente... no me preguntes en qué momento, ni cómo lo hizo, pero el muy sabandija enterró en algún lugar del campo una cápsula de antimateria que tomó de la caja del padre, ¡y todavía viene y me lo cuenta muy contento! Créeme, se me erizó la piel, pero no quise angustiarlo y mantuve la serenidad. Ya sabes cómo son los chicos, mientras más te preocupas más se divierten. Le pregunté como si fuera algo sin importancia: "Oh, qué bien, has escondido una capsulita. Ahora jugaremos a encontrarla. Pero como tiene el tamaño de una uña, a mamá le va a costar mucho, ¿verdad?, así es que tú le darás una pequeña ayuda, diciendo frío, tibio y caliente, ¿sí?". Pero te imaginarás que no tiene un pelo de tonto, así es que no quiso abrir la boca. Entonces le dije "pero, pequeño, a lo mejor no te das cuenta, pero en cuanto se disuelva la cubierta protectora de la capsulita que está en contacto con la tierra, este planeta va a estallar en mil pedazos. ¿Es eso lo que tú quieres, Gorkin, romper este planeta, querido?", y el muy obcecado que se encoge de hombros y me dice "Son todos unos guarros, es un planeta de guarros y los voy a guadañar", y yo, con toda mi sangre fría que le digo "Pues imagínate lo que te hará tu padre cuando se entere". Y no te puedes imaginar lo que me responde: "Ya sé lo que me hará: tráeme el postre en cuanto se haya dormido", y se pone a jugar con sus cubitos transmisores. Me tuve que tapar la boca para no reírme, a veces tiene cada salida... Entonces me dije: seguramente hay una manera de que el pequeño entienda, y tomé el Manual Galáctico y le expliqué al niño, con toda paciencia: "¿Ves, Gorkin, estos lindos dibujitos? Son planetas, miles de planetas. Hay de primera, segunda, tercera y cuarta categoría. Ahora estamos en uno de cuarta, y podemos hacer lo que nos plazca en él, menos destruirlo, ¿comprendes, pequeño? Porque aunque es uno de los planetas más baratos, si lo rompemos, papá deberá pagar a la Federación mucho dinero por él, quizás dos o tres meses de su sueldo, y no podemos hacerle gastar ese dinero a papá por una simple broma, ¿verdad? Gorkin me miró y dijo: "¿Quedó postre? Tengo hambre", y empezó a armar un berrinche, así es que le di un poco de postre para que dejara de gritar y renuncié a que me dijera dónde había escondido la cápsula. Bueno, cuando Dalmo regresó de hacer sus compras lo puse al tanto de todo. Se puso furioso y se le acabó la didáctica: sacudía al niño por los hombros y le gritaba "¡Demente! ¡Monstruo! ¡A mí el dinero no me lo regalan! ¡Me vas a decir adónde enterraste esa cápsula o te destrozo el cráneo!". Estaba como loco, imagínate, Dalmo, tan cumplido, un hombre que jamás pierde la compostura. Le saqué al niño de las manos porque ya te digo, en el estado en que estaba era muy capaz de lastimarlo. Y no me creerás si te digo lo que le contestó Gorkin a su padre. Como se sentía protegido por mi cuerpo (estaba oculto detrás de mí) le dijo: "¿Por qué no me anuncias de una vez la quita del postre y terminamos con este asunto? Tengo sueño, quiero irme a la cama". Eso era una burla, claro, pero la criatura estaba furiosa, no es muy agradable que digamos que te zamarreen por los hombros, ¿no te parece? Pero yo no estaba dispuesta a permitir que le faltara el respeto al padre, así es que terminamos gritando los tres al mismo tiempo, hasta que Dalmo dijo "Está bien, está bien, Gorkin, papá no está enojado. Tan sólo preocupado. Vete a tu cama y llévate tu postre, da lo mismo". Y cuando Gorkin nos hubo besado a ambos le pregunté: "Dalmo, cariño, ¿cómo vamos a solucionar esto?". "¿Solucionarlo? Tal como veo las cosas, diría que tenemos que salir de aquí lo más rápido posible", me contestó. En ocho minutos puso la nave en condiciones y levantamos vuelo al límite de la velocidad de escape, qué nervios. Y no creas que no hubo discusiones adicionales: le dije a Dalmo "Si sigues forzando el motor esta nave será un montón de chatarra dentro de un año, y tú que siempre te quejas de lo que te costó cambiarla por el modelo anterior; por Dios, Dalmo, sé más prudente" y Dalmo que me decía muy descomedidamente que mi lugar era la cocina, no te puedes dar una idea del mal clima que se respiraba en esa cabina. Pero una tiene sus triquiñuelas femeninas (mira lo que te digo tan luego a ti, pequeña pícara), y en cuanto me puse a llorar y le pregunté si ésas eran las esperadas vacaciones se ablandó todo, es un romántico, y me abrazó y bueno, te imaginas. Y dos horas después lo despertamos a Gorkin para que viese el hongo y le dijimos "Mira lo que hiciste con ese planeta, ahí tienes el resultado de tus travesuras", pero no quisimos ser duros con él, el daño ya estaba hecho.

La dama calva sacudió la cabeza sin dejar de sonreír.

—Este pequeño les va a dar más de un dolor de cabeza, me temo. Y dime: ¿Fueron por fin a las fuentes de Beta..?

—Ah, no sabes qué maravilla es eso. Le prohibimos a Gorkin que guadañara nada, y pasamos unos días en el paraíso, y no exagero. Este vestido que tengo puesto, por ejemplo, lo compré a un precio que si te lo dijera, no podrías...


El huevo de Ecbatana

De la tan trajinada historia del huevo de Ecbatana (en realidad, hoy se llama Hamadán y está ubicada a unos pocos kilómetros de Teherán) tengo alguna cosa para decir, ya que he estado en el lugar de los hechos desde el principio. No hubo más que lo que hubo, y cualquier otra cosa que se diga es una exageración o una mentira lisa y llana. No me mueve ningún interés personal (aquí no hay glorias académicas para reclamar ni dinero en juego), y como ni siquiera soy científico, diré que todo este episodio me ha parecido muy extraño, y ahí se acaba mi pasión.

El huevo fue descubierto por una cuadrilla de albañiles que excavaban un profundo pozo, con el objeto de construir los cimientos de un hotel en Hamadán. No estaba demasiado enterrado, no más de dos metros, y la pala mecánica no sólo no lo rompió sino que ni siquiera logró extraerlo del todo. Se detuvo la obra y llamaron al arquitecto jefe y a su ayudante, que soy yo. Así es como esa monstruosidad entró por primera vez en mi vida. El arquitecto ordenó continuar con palas manuales, por temor de dañarlo, y dos horas después el enorme huevo estaba al descubierto. Era realmente grande. Del tamaño, diría, de un automóvil mediano, y altura suficiente como para que un hombre pudiese permanecer cómodamente de pie en su interior. Lo examinamos por todos lados, y luego de las exclamaciones pertinentes, y como no sabíamos qué hacer con el huevo, lo dejamos tranquilo y continuamos con el trabajo por el extremo opuesto.

 
 

Al día siguiente la vida ya no era la misma, y daba la impresión de que no volvería a serlo nunca más. La gente no brota de la tierra, salvo que aparezca un huevo gigante, y esto es lo que había ocurrido. La noticia corrió como el rayo, y a lo largo del día el lugar se fue llenando de curiosos periodistas, curiosos científicos y curiosos ad honorem, que eran los que tenían que estar detrás de las vallas custodiadas por guardias armados, enviados por el gobierno local. El equipo de la Universidad de Teherán —el primero en llegar— se dedicaba con todo entusiasmo a ultrajar al huevo de todas las maneras posibles, aparentemente sin ningún resultado. Por fin un biólogo que había estado estudiando el fenómeno con un armatoste rectangular, que seguramente no era un lavarropas, se apartó y dijo con tono grave:

—Es una cáscara caliza, porosa y extraordinariamente dura. Hay una cámara de aire en el extremo redondeado.

Su jefe lo miró sin ningún amor.

—Si sigue usted por ese camino, va a terminar descubriendo que es un huevo —dijo secamente.

—Señor, me... me limito a decir lo que veo...

—Lo que usted ve, caballero, es indudablemente un huevo. Y cualquier niño detrás de la valla le podrá decir que esto es un huevo. Y le digo más: cuando complete sus estudios en la escuela primaria, sabrá que todos los huevos están protegidos por una cáscara caliza, porosa y con cámara de aire. Lo que quiero saber es qué cosa hay dentro de él —lo miró despectivamente.

El biólogo echaba chispas por los ojos.

—En ese caso —dijo— trépese al huevo y empóllelo.

—¡No estoy dispuesto a tolerar..! —no me enteré qué cosa no estaba dispuesto a tolerar porque ya me estaba alejando de allí, pero la discusión subía de tono hasta que al fin intervino alguien y acabó con el lío, entre los abucheos de la gente que quería ver sangre.

 
 

Al día siguiente había dos bandos claramente definidos: los que estaban decididos a cortar el huevo por la mitad —con un misil, si era necesario— y los que no tenían ninguna duda de que debía respetarse el natural ciclo biológico del huevo, fuera cual fuese, y esperar que la cáscara se partiese sola en algún momento. La polémica fue in crescendo, hasta que alguien del grupo de los halcones gritó que ningún piojoso huevo iba a ser más importante que él y que había que abrirlo de inmediato, y alguien del grupo de las palomas le respondió que daría su vida por el huevo de ser preciso, y ambos se quedaron como dos niños, mirándose con odio a cinco centímetros de distancia. "Y esta gente tiene poder de decisión", me estremecí, contento de ser un anónimo ayudante de arquitecto. Seguramente la cosa no hubiera parado allí; todo hacía presagiar una inminente y muy humana batalla campal, pero justo en ese momento llegó una comisión de la Liga por los Derechos del Animal. Una robusta matrona encabezaba la marcha, seguida por tres ancianos cadavéricos. Cuando habló, a nadie le quedaron dudas de que estaba enojada para siempre.

—¡El que toque este animal será inmediatamente detenido. Tiene derechos! —rugió. El halcón la miró con rencor.

—Esto no es un animal, es un huevo.

—¿Y qué supone que tiene adentro un huevo? ¿Una lámpara de pie? ¡Aquí adentro —arengó dramáticamente a la gente— hay una vida que nace: un animalito ignoto que abrirá sus ojos por primera vez al mundo, necesitado de ternura, de amor, indefenso. ¿Vamos a permitir que el Hombre consume un nuevo crimen en nombre de la Ciencia? Yo pregunto: ¿vamos a asociarnos con nuestro silencio cómplice al espantoso acto de segar una vida, una pequeña vida que late y que nos llama?

—¡Sí, sí —gritaba la chusma—, que abran de una vez por todas ese huevo de mierda!

De ahí en adelante todo el mundo habló al mismo tiempo y en todos los tonos de la escala, de manera que puede considerarse un milagro que el huevo terminara salvando su vida, o por lo menos su derecho constitucional a permanecer entero mientras la naturaleza no dispusiese otra cosa.

 
 

Han pasado cuatro días sin novedad. Muchos curiosos han optado por volver a sus cosas, decepcionados por el poco sentido del espectáculo que tiene el huevo. Éste, ajeno a todo, levanta impasible su mole blanca al cielo, esperando el Día del Juicio Final con un poco de pereza. Los curiosos especializados tienen los nervios a flor de piel por la espera. Un psicobiólogo de barba en punta y gruesos lentes se acerca, lo contempla con ojos entrecerrados por el odio y le dice cosas terribles en rumano. La matrona de la Liga, del otro lado, lo acaricia con ternura y murmura cosas ridículas: "Tranquilo, mi pequeño, mamá no se va"; o "Nadie tocará un gramo de tu yema: tienes derechos". Todos la miran como si estuviera algo loca, pero a esta altura ya están todos algo locos. ¿Y nosotros? Nosotros, una humilde empresa de construcciones, sin dejar de estar interesados en el progreso de la ciencia y el avance de la humanidad hacia sus mejores destinos, sólo pretendemos que toda esta caterva de enajenados desaparezca de aquí, huevo incluido, y nos permita cavar nuestro pozo. Después de todo, tenemos un contrato. No nos pagan para empollar un huevo con la mirada.

 
 

Aleluya. Ha venido corriendo un peón y me ha dicho con la voz entrecortada que ha aparecido una grieta en la cáscara. Algo va a salir de ahí adentro. Pero Alá es el más grande. Aleluya.

Cuando llegué, aquello era otra vez un hervidero. La gente, que jamás había oído hablar de la impenetrabilidad de la materia, se agolpaba contra la valla. Efectivamente, había aparecido una grieta. La gruesa capa calcárea había tomado una coloración rosada, y el huevo entero parecía palpitar. Me acerqué más: latía como un corazón. El ritmo se aceleró vertiginosamente, alguien gritó "¡Cuidado!" y por fin se partió en dos longitudinalmente con un crujido; cada mitad se deslizó hacia su costado y quedó apoyada en la tierra en equilibrio inestable, pero nadie les prestaba atención: todas las miradas convergían en el centro. Y en el centro había otro huevo. Enorme, blanco, inmóvil. Un huevo adentro de otro huevo. Un huevo que da a luz un huevo.

Un "Uh" decepcionado se levantó de la platea, mientras los científicos observaban sin perder detalle. Los periodistas daban vueltas alrededor del nuevo engendro, en busca de otra grieta, pero no había nada: era un hermoso, gallardo y perfectamente oval huevo recién nacido.

Hubo una reunión. El arquitecto jefe pedía a gritos que se llevaran el huevo de allí de una vez por todas; un ecólogo tartamudo le respondió que trasladarlo sería cometer un ovicidio, si es que existía esa figura legal, pero que en todo caso no era aconsejable por la seguridad del huevo. La matrona de la Liga aplaudió de pie. El jefe amenazó con desalojar el huevo y todos sus parásitos humanos por usurpación de propiedad privada. Apelaría al ejército si era necesario —dijo. La sociedad dueña del futuro hotel estaba apretando el torniquete: les parecía muy curioso todo el episodio pero las obras se retrasaban, y ganar dinero después significa perder dinero. ("Que la Ciencia del Hombre avance lejos de mi hotel", había dicho el señor Wilkins, apuntando con su habano la inmensidad cósmica).

Finalmente el arquitecto jefe concedió un plazo de gracia, aplacado por la promesa de que el nuevo huevo se partiría en menos de cuatro días, según los dudosos cálculos de los científicos, que hubieran ofrecido construir una gallina gigante de ser necesario. Pura desesperación. (Un biólogo dijo, en medio del fragor de la discusión: "Usted parece no darse cuenta de que este huevo no ha sido creado por la mano del hombre", y cuando en el silencio subsiguiente todos lo miramos con curiosidad se ruborizó. "Quiero decir... que no es terrestre, que no viene... las gallinas... bueno, supongo que me entienden").

 
 

Al segundo día el huevo palpitó, se sonrosó y finalmente se abrió con un crujido, dejando ver en su interior otro huevo. Creo que, en el fondo, nadie se sorprendió demasiado. Quedaba muy poca gente, así es que el "Uh" fue muy débil esta vez.

Y tres días después ocurrió. No me explico por qué razón algo como aquello necesitaba tanta protección calcárea, pero tampoco es la única cosa de la naturaleza que ignoro.

De los huevos anteriores no quedaban ni rastros: se habían disuelto rápidamente en una fina capa blanca (de la que se tomaron muestras, que desaparecían con idéntica velocidad de las cajitas de los indignados científicos), para terminar desapareciendo también en la tierra marrón. El caso es que cuando escuché, muy temprano por la mañana, un sonido extraño y pregunté qué era eso, el peón que se había quedado sin aliento la primera vez me dijo "Debe ser que vamos a ser tíos de otro huevo, patrón", y siguió arrastrando un cable. Me acerqué sin mayor entusiasmo. Detrás de las vallas había unos pocos curiosos, y adelante periodistas, hombres de ciencia y el huevo. Otro crujido. Los latidos. Y nos quedamos helados. Todos. Por entre las mitades del huevo resquebrajado se veían claramente dos pequeños ojos, y un largo pico. Los ojos estaban cerrados y pegados por una sustancia gelatinosa. No podíamos quitar la vista de allí, paralizados, salvo los de la Guardia Nacional, que tomaron posición y apuntaron con sus armas al centro del huevo (los militares tienen muy arraigada esa sabia máxima paleolítica que dice "Si es desconocido debe tener veneno, y hay que acabar con él preventivamente"). Al fin el huevo se partió con un ruido infernal, dejando ver al engendro que llevaba adentro. Pueden creerme o no, no invento nada. Han visto su imagen por televisión. Su fotografía en los diarios. Lo que salió de allí adentro era, diría, un pequeño hombrecito de largo pico. Abrió los ojos y puso un pie en el suelo. Tenía zapatos marrones y uniforme verde. Y un casquete del mismo color. Miró a la gente sin curiosidad, se volvió y sacó un objeto cuadrado del interior del huevo, que comenzaba a disolverse. Realmente tenía un aspecto muy simpático, una especie de Pájaro Loco con uniforme verde. El objeto cuadrado resultó ser una vulgar mesa plegable, con un banquito adentro. Apoyó una minúscula valija sobre la mesa, la abrió y retiró de su interior dos trozos de una sustancia similar al pan, como de veinte centímetros de largo. Luego tres láminas de algo verde, que colocó entre los dos trozos. Un sandwich. Se sentó en el banquito y se puso a comer, de espaldas a la gente. En la parte posterior de su chaqueta podía leerse, en letras rojas, ACME Uranian. Comía distraídamente, y cada tanto se volvía y miraba a la gente sin dejar de masticar. Una vez que el sandwich hubo desaparecido se limpió el pico con un trozo de tela de la valija, la cerró, apoyó un codo sobre la mesa y la cabeza sobre la mano. No estuvo más de dos minutos en esa posición. Volvió a abrir la valija, rebuscó adentro, se volvió, miró otra vez a los curiosos y finalmente extrajo algo similar a dos mangas de repostería, dos potes y dos cucharas de madera. Trabajó activamente durante unos quince minutos sobre la mesa; cada tanto giraba la cabeza para mirarnos a todos. Tomó los dos potes y volcó su contenido sobre la tierra. Levantó nuevamente la tapa de la valija, sacó una caja diminuta con una placa metálica sobre la superficie y cuatro patas orientables. Puso la caja en el suelo, con una especie de ojo de buey apuntando a la mezcla, y orientó la placa hacia el sol. De inmediato una cremosa espuma comenzó a levantarse del suelo, mientras el homúnculo esperaba, sentado en su banquito. Finalmente, y en cuestión de minutos apenas, estuvo formado un enorme huevo. Idéntico al huevo primigenio. El pájaro loco miró a la gente, guardó sus utensilios en la valija, plegó mesa y banquito. Miró por última vez y desapareció dentro del huevo, atravesando su masa aún gelatinosa. Todos estábamos demasiado asombrados para decir nada. Con la boca abierta, nos quedamos aguardando que ocurriera algo. Algo ocurrió: dos minutos después apareció la cabeza con el casquete, miró a la gente, escupió en el suelo y volvió a desaparecer. Apareció nuevamente con la tela en la mano, limpió lo que había escupido y volvió a esconderse. Inmediatamente el huevo comenzó a hundirse como si la tierra fuese jalea. Y cuando desapareció, allí no quedaba nada: sólo la infértil tierra marrón.

 
 

Naturalmente hubo excavaciones, pero no encontraron nada. Ni rastros del huevo. Y teorías y conjeturas y programas especiales de TV. Y hebillas, pantuflas, cuadernos y mil objetos más comercializados con la imagen del pajarraco. Pero eso no explica nada ni ayuda en lo más mínimo. Por mi parte, les dejo las explicaciones a los científicos. El hotel está terminado, y si debajo de él hay un enorme huevo o no lo hay, me da lo mismo. A mí no me pagan para explicar huevos.


Osvaldo está desorientado y sin saber qué trole hay que tomar

Si no hubiera venido herido por tres whiskys seguro que al tipo no le doy ni cinco de bola; pero con el primero se me pianta la desconfianza generalizada, con el segundo ya quiero a todo el mundo y después del tercero me puedo dejar crucificar por la humanidad como el Señor. Y además lo único que tengo en el mundo que es la Gorda seguro que me estaba buscando para matarme, porque ese viernes había salido del laburo con el sobre del sueldo en el bolsillo convencido de que la vida es una herida absurda, y me había metido en un boliche y me había tomado tres whiskys. Y ahí fue que la llamé y le dije: "¿Gorda? Aquí tu concubino, y escuchame bien lo que te voy a decir: me voy a hacer cagar el sueldo hasta quedar tirado debajo de una mesa hablando pavadas, y si me queda algo me voy a buscar mañana alguna reventada para pasar la noche, y si no me lo curra todo, el domingo me voy a Palermo y le pido a Guitarrita alguna fija, para que los chuchos me pelen hasta la última chirola, ¿me oís? Me volví soltero y voy a vivir, Gorda, qué Marilú, Gor-da: ya me chupé la licuadora y ahora me pienso chupar la cuota de la heladera. Y si querés, buscame; te doy un dato: no pienso salir de Latinoamérica. Chau". Y corté cuando la Gorda empezaba a reaccionar, y salí del boliche contento como un chico. Y ahí me tropecé con el tipo. Tenía un impermeable con sombrero a lo Humphrey Bogart y me llevó por delante. En lugar de acomodarle una piña como hubiera hecho en otro momento, porque soy medio revirado para esas cosas, le dije:

—Por qué no te fijás por dónde caminás, pipiolo.

Pero inmediatamente le vi la cara y me arrepentí. Demacrada, lampiña y de color verde. Pero verde verde. "A la flauta —pensé— éste tiene la papa".

—Mi... disculparme —dijo, y trató de seguir, pero yo lo tenía agarrado. Qué cuerpo flaquito, parecía una lombriz con ropa de fajina.

—Pará, hermano. A vos te pasa algo —dije, y me arrepentí: otra vez el Zurdo, medio en curda, al rescate de un ser humano. El tipo sacudió la cabeza.

—Yo hombre... ahora... suicidiarme. Por favor...

Quería suicidarse el extranjero. Con ese cuerpo esperaba dos días más y no iba a tener que tomarse el laburo.

—Pero no seás pavote, cómo te vas a amasijar. A ver, contame qué te pasó. ¿Te curró tu socio? —yo sabía que no, sabía que me iba a tirar encima el drama de su enfermedad y me iba a deprimir por una semana y dos noches, pero para qué están los amigos. Me miró con dos ojos negros y hundidos.

—Rosita... Rosita no estar ningún lado.

Se le quebró la voz. Chupate esa mandarina. Una mina. Pero miralo vos al vegetal enamorado. "Qué poco estaño", pensé. "Otro que no fue a la Universidad de la Vida: se le pianta la paica del cotorro y ya quiere reventarse. Y dicen que el tango está muerto".

—Y vos la querías a la Rosita.

—Amor... yo amor Rosita. Pero no estar Rosita... —bajó la mirada hasta el suelo. Lo agarré del brazo.

—A vos te hace falta un gomía como yo, hermano, alguien que te abra un poco los ojos. Vení, vamos al boliche. Vas a ver que con dos whiskys Rosita y las demás minas te van a importar tres belines. Yo invito. Pero vení, no te quedés ahí parado como un idiota.

 
 

Cuando entramos al Maracaibo ya le había dado un curso intensivo sobre cómo tenía que manejarse con las mujeres, tema que no tiene secretos para mí, pero me dio la impresión de que no me daba mucha bola. Tenía la mirada perdida y parecía que cualquier cosa le daba igual. Nos sentamos en la mesa del fondo.

—¿Vos sos chorro? —le dije de golpe. Me miró sin entender.

—No, te digo porque todos los ladrones están enamorados de Rosita. Olvidate, es una joda.

En ese momento se acercó Mariel, revoleando el traste y con una mano en la cintura.

—Pirá, loca —le dije—, éste no es un cliente, es un amigo. Es mi amigo... —me di vuelta y lo miré—, ¿cómo es que te llamás?

—Baal —me dijo, y me le quedé mirando. Entonces escribió B-A-A-L con un dedo en la mugre de la mesa.

—Ah, no, salame, así no se escribe. Se escribe así —y dibujé con el dedo O-S-V-A-L-D-O—. Mi amigo Osvaldo —le dije a Mariel.

—Ya veo —dijo, despectiva—. Tuberculoso. Y borracho como vos.

—Pero tomátelas, reventada. Quién sos, Lilí Marlene, en este cabaret de cuarta. Para que sepas —tuve que levantar la voz porque se estaba yendo—, de noche soy esta piltrafa que ves, pero de día me convierto en gerente de la Shell —lo miré a Osvaldo—. Es joda, de día también soy una piltrafa. Pero, decime, ¿dónde la conociste a Rosita?

Mi amigo suspiró. Miré distraídamente cómo nos servían dos whiskys.

—Yo bajar... desperfecto... golpear puerta. Necesitar inyector y metano. Dónde haber. Abrir Rosita y yo enamorar... yo... esta forma. No asustar. Rosita así... tetas. Mujeres Aldebarán no... tetas. Gustar todo grande así... oh, complicado.

Clavado. El punto se queda con el auto, golpea una puerta para mangar alguna cosa, sale Rosita que debe tener un par de tetas descomunales y el señorito que se enamora a primera vista. ¿Por qué? Porque en su país las mujeres son más bien lisas de frente. Puse cara de conocedor.

—Pero no, papá, vos no te podés enamorar de un par de tetas. Una cosa es el amor y otra la catrera. Decime, si querés, que el cuerpo para el crimen de Rosita te... excitó y bueno, a cualquiera le pasa. Pero cómo te vas a cazar este metejón de órdago sin haber...

—¡Aldebarán yo amor todo mujer rápido siempre! —aporreaba la mesa con el puño. Le puse una mano en el hombro.

—Bueno, pará, no te calentés. Después de todo, quién soy yo para decir dónde está el amor o dónde no está. ¿Y hace mucho de esto?

—Dos drogs... seis meses yo amor. Rosita principio decir... extraño tú. Después yo hacer... voltura Aldebarán. Y ella enamorar. Decir: "No poder vivir sin Baal". Decir: "A veces parecer hombre mi vida y a veces verde pepino". Cosas hermosas decir. Enseñar hablar. Dar ropa. Todo voltura. Después... ella decir amor con afecto verdad. ¿Entender?

—Parecés un sioux pero sí, te entiendo. ¿Y después qué pasó?

Estaba todo claro: la mina primero entra por el verso, pobre tipo, con la caripela que tiene no puede ganar mucho con la facha. Y pensándolo bien, mucho verso no podía tener. Misterio. Pero parece que después la señorita le descubre alguna virtud enterrada y ahí se mete hasta las patas. Hizo un gesto vago.

—Rosita presentar mamá decir traer bombones quedar bien sí sí bien yo living. Yo no inyector y metano, yo Rosita. Ella beso cuando pero yo no sentir, ella sí y decir hermoso. Yo decir Rosita querer unión total voltura y ella decir no preparada. Eso ser. ¡Yo Rosita acá! —se golpeaba el pecho.

—Claro —dije yo, pero no estaba nada claro. ¿Le hicieron la rosca entre Rosita y la vieja? ¿Querían casarlo al moribundo éste las dos delirantes? ¿Qué es una unión total voltura? Le pregunté.

—Ser... Aldebarán ella venir mí y hacer unión voltura. Fundir. Separar y descansar. Fundir otra vez. Así. Feliz. Graznidos amor. ¡Yo amor! ¡Yo Rosita acá! —se golpeaba el corazón— Yo hacer dinero. Mucho dinero. Comprar bombones y cosas, inyector no metano no. Quedar.

Claro, pobre tipo, después de seis meses de hacerle el novio se la quiere voltear y la mina que nones. La vieja le debe haber dicho "usté nena me cruza las piernas, porque en cuanto me afloje un tranco de pollo este filón de oro se nos toma el Conte Rosso" y la Rosita, flor de guacha, le debe haber hecho la tórtola enamorada pero minga de catre. Y mientras tanto le curraban la guita. ¿La guita dije? ¿Y de dónde sacaba la guita el coso éste? Un extranjero sin papeles. Lo miré.

—¿Y de dónde sacabas la guita, Osvaldo? —no me entendió.

—La plata. La mosca, la tela. El dinero, Osvaldo. Dijiste que hacías mucho dinero.

—Sí, sí, mucho dinero. Primero Rosita decir no servir. Después lindo. Igual. Todos pedir papelitos Baal. Baal hacer papelitos y dar. Rosita hablar así: "Estar loco Baal" y yo agradecer. Y Rosita decir: "Ser loco no bueno" y yo no agradecer más y no dar. Tu gente gustarle mucho papelitos Baal. Hacer muchos papelitos para Rosita. Dinero para Rosita. Mirar.

Sacó un toco de billetes que cortaba la respiración. Mamita querida, un imprentero. Yo, el Zurdo, el corazón del barrio, el hijo de doña Cata, mezclado con la mafia internacional. Me puse nervioso.

—Guardá, guardá eso, melón, que vamos a ir en cana. Pero mírenlo al señorito: uno se pasa media vida tratando de inventar un curro que funcione para piantar de la noria, y usté, un extranjero verde y flaco que habla en jerigonza es capaz de zafar en seis meses. No hay Dios, no hay. ¿Y dónde tenés la máquina, Osvaldito, amigo querido?

—¿Máquina? Bosque. Tapar árboles. Yo desperfecto. Inyector...

—Sí, ya sé, ya me contaste, pero vos estás muy loco, hermano. ¿Cómo se te ocurre falsificar guita al aire libre? ¿Y ahora qué? ¿Se te rompió la máquina? ¿Pero no era el coche...? —estaba algo confundido yo.

—No, no. No coche Baal. Papelitos.

—Bueno, dejalo así. Pero decime un poco: ¿cómo los hacés?

Se entusiasmó.

—Ah, igual cuerpo. Y cara. Yo hacer cuerpo Baal. Yo asustar. Baal no así. Baal lluvia luz. Papelitos igual. Dinero.

Me dio la impresión de que el tercer whisky estaba haciendo estragos en el pobre. ¿Qué me quería decir con esa sopa de letras? ¿Dijo o no dijo que hacía cuerpos, o algo así? De golpe se me pararon los pelos de la nuca, cuando me di cuenta de un detalle terrible: cada vez que le venía el ataque de amor y decía "yo Rosita acá" golpeándose el pecho, no se golpeaba el pecho. Se pegaba más abajo. En el estómago. ¿Pero de dónde venía el coso éste?

—Che, animal, vos no te habrás comido a la Rosita, ¿no?

Se puso triste y se quedó callado, el caníbal.

—No —dijo después— Baal yo no comida. Comida bueno no. Yo provisión bosque. Amigo no entender. Rosita no estar más, Baal hacer este cuerpo y unión voltura y Rosita abandonar. Yo mostrar amigo cuerpo Baal. Mirar.

Miré atentamente para ver si entendía alguna fruta de la ensalada ésa, pero justo en ese momento hubo un cortocircuito en algún lugar detrás de él, o adelante, y en lugar de Osvaldo había una lluvia de chispas multicolores y una nube blanca, y me pegué un terrible jabón, y antes de que pudiera gritar "incendio" y salir de raje, se apagó solo y otra vez lo vi a Osvaldo. No estaba carbonizado.

—Ahora amigo ver. Saber —dijo, melancólicamente.

—La verdad, no, justo hubo...

—Baal así —me interrumpió. No me escuchaba—. Y cuando Rosita decir sí unión total voltura Baal yo feliz. Y envolver Rosita y Rosita puf. Desaparecer. No separar ni descansar. Puf. ¡Yo Rosita acá! —se golpeó otra vez—. Yo suicidiar cuerpo Baal.

Bueno, por lo menos no se la había comido el muy bestia. La piba debía haber juntado un paquete de tela y antes de borrarse le había hecho la ofrenda. Y Osvaldo pateando el empedrado, buscando el tiro del final. Pero qué historia repetida, hermano, ¿el mundo no iba a cambiar nunca? ¿Todo era la podrida rutina, las mismas cosas todos los días? Me dieron ganas de llorar por Osvaldo, el whisky, el folklore, por mí. ¿Por qué se me quemó el zorzal en Medellín?

—Mirá, hermano —le dije—, hoy te han amurado en el teatro éste y vos querés regar las tripas sobre el escenario. Pero creeme, no todas las minas son como Rosita. Olvidate de lo que te dije del rigor, del cachetazo a tiempo. A las minas hay que quererlas y mimarlas, si son lo más grande. ¿O no tenés vieja vos? Hay que tirar para adelante y meterse las cicatrices en el culo, papá. A este pipiolo que aquí ves le han dado tantos chuzazos en el bobo, hermano, y mirame, aquí me ves, creyendo en el amor como una colegiala. Yo te voy a decir lo que vamos a hacer: vamos a garpar, nos vamos a levantar y si no nos desmayamos nos vamos a ir a mi casa, cantando abrazados Allá en el Rancho Grande por la calle. Y vas a dormir en el living. Te aviso lo que te vas a encontrar: te vas a encontrar una gorda que putea en castellano, vos la gambeteás como te salga y te me abrazás al sillón grande, y de ahí no te sacan ni con banda de música. Cuando la gorda se te va al humo para echarte a patadas, yo como un wing habilidoso arrastro la marca para el lado del dormitorio y me encierro con la gorda hasta que se olvide de vos. Yo me arreglo, ya sé cómo calmarla. Y mañana será otro día. Yo sé lo que te digo, vas a ver que el sol viene con corte de manga incluido para los dramas de la noche. Pero ahora dejame que te cuente la historia de la turra de Esther, esa sí que era una yarará, hermano, reíte de Rosita. Si te digo que en tres meses me fundió el mercadito, el puestito de la feria, la ganchera y el mostrador ni siquiera estoy empezando a hablar, ponele la firma. A esta podrida la conocí en el casino de Mar del Plata, yo estaba ganando un paquete de guita con una cábala inmortal que me pasó el Alemán y ella se me arrimó y me preguntó si creía en el amor a primera vista. Yo iba recién por el segundo whisky, le eché un june de coté y me acuerdo que pensé "la maté con mi fina estampa", porque uno nunca termina de aprender, y le contesté que sí, y ahí nomás sobre el pucho...

Debo de haber estado hablando como dos horas, no lo podría decir. Ni siquiera sé de qué. Sospecho que hice un racconto de mi vida amorosa porque Osvaldo se reía como un loco, aunque no sé, porque él también estaba mamado por fallo unánime. Al final, con el sombrero echado sobre la nuca y los ojos vidriosos, me dijo "vos no sabés cómo yo querer, hermano", la lengua toda enredada (más, si era posible). Y que se volvía a su país, y después ya se me nubla tanto todo que no sé si me agradecía que le hubiera devuelto la fe en la vida o me estaba mangueando para el colectivo.

 
 

Me desperté porque me estaban sacudiendo el hombro. Un cana. Tenía la cabeza apoyada sobre los brazos y arriba de la mesa. Un hilo de baba había formado un charquito al lado de mi boca, y cuando abrí los ojos... ay mamita cuando despegué los ojos. No lo podía creer. Un montón de curiosos me miraban y apuntaban con el dedo. Había un cana, periodistas, la televisión. El de la TV me arrimó enseguida un micrófono.

—Para Nuevediario, señor: ¿qué era esa cosa luminosa que estaba con usted?

La cabeza me daba vueltas y se me partía en cuatro.

—Señor...

—Qué... qué sé yo... cortocircuito —me sacaron una foto—. ¡Largá! —grité—. ¡Decile al chasirete que se borre, che, que la gorda juna el decorado y me va a venir a buscar con el trabuco! —me despejé de golpe—. ¿Pero qué les pasa a todos ustedes, están colifas? —me levanté para irme, un petisito de anteojos me cerró el paso. Obstrucción —pensé—. Indirecto para allá.

—Señor, de Clarín...

—Pero salí, gurrumín, desde cuándo un curda es noticia —movía los brazos en molinete mientras avanzaba—. ¿Me dieron el Nóbel a la Resaca mientras dormía? Aflojen, vamos.

El policía hizo un gesto como para detenerme. Yo quería dar una imagen de varón seguro de sí mismo, pero tenía un cagazo padre. Manotié el bolsillo buscando los fasos y me quedé helado. Mis dedos habían tocado un bulto que no necesitaba ver para saber qué era. La guita falsa. El reventado de Osvaldo se había tomado el buque y, con generosidad de mamado, me metió los billetes en el bolsillo. Listo. Chau. Arrésteme sargento y póngame cadenas. Aquí parte el Zurdo rumbo a la gayola. El corazón del barrio, el hijo de doña Cata. Yo no fui, comisario, de dónde va a sacar un seco como yo un original para copiarlo. No quiero cantarle Cambalache a un jarro de plástico después del horario de visitas. No quiero. Me agarró el pánico y atropellé contra la gente, tiré a la mierda al paralítico que me pedía a gritos que lo curara y llegué a la calle pisoteando congéneres. No estaba como para elegir puntos cardinales, así es que me mandé para cualquier lado y corrí. Corrí como Bargosi hasta que el bobo me dijo un metro más y te hago sol do.

 
 

Estoy a tres cuadras de casa, más calmado. Tranquilo, Zurdo, que nadie lo sigue. Asustado, lo que se dice asustado nunca estuve, pero reconozco que llegué a preocuparme un poco, viste. Rocambole. El Petiso Orejudo. Sacudo el bocho para despejarlo. La gente tiene el color que corresponde. Doña Clementina está barriendo la vereda y me saluda. "Cómo le va, Romualdo". "Como el culo, doña Clementina", le digo con una sonrisa, total es sorda y a mí me va como el culo. Gorda, pero qué digo, Marilú, Marilú de mi vida, mi única concubina, no pegués, escuchame: aquí vuelve tu Zurdo con su bigote anchoita. Pero no, amor de mi vida, cómo me voy a reventar el sueldo, corazón, vos sabés lo jodón que soy, tomá este paco y no me preguntés nada. Cuatro años de sueldo hay ahí. Te dije que no me preguntés nada. No, Marilú, nena, es legal; che, cuánto hace que dejé la joda, hoy soy un hombre honesto, vos me conocés bien. Pero che, no afané ningún banco, lo que pasa es que si te digo no me vas a creer. Bueno, está bien: me lo regaló un caníbal verde que estaba en cortocircuito y empilchaba como Humphrey Bo... ves, ves que no me ibas a... Marilú, cielo, veo una furia asesina en tus ojos... no, si no largás la escoba no salgo de atrás del sillón, Gorda, mi vida...