Marius Paleologus1

Tractatus de Teslae formicus
(Tratado de las hormigas de Tesla)

"Time past and time present
are both perhaps contained in time future...".

T. S. Eliot.


Index

  1. De las hormigas como género. Donde se trata de la índole de las hormigas en general

  2. Del lugar de las hormigas en la Creación. Donde se las distingue de otras animalias

  3. De las diferencias entre las hormigas. Donde se discute si las hormigas conocen diversidad de especies, o se trata de una, mimetizada

  4. De una hipótesis sobre la existencia en el reino natural de una hormiga hasta hoy no conocida ni descrita por los filósofos

  5. De si esa variante, caso de existir como tal, hubo de salvarse en el arca con Noé necesariamente

  6. De cómo sobrevivió esa hormiga al diluvio. Donde se discute si, al entrar al arca, se ocultó en la pelambre de otras bestias e criaturas

  7. De cómo llegaron dichas hormigas hasta tiempos recientes, salvando incontables peligros

  8. De cómo Maese Nicola Tesla entró en conocimiento de tales hormigas

  9. De si Maese Nicola Tesla enseñó a tales hormigas a alimentarse con su ingenio mecánico o corriente alterna, o se limitó a descubrir que ese ingenio era desde el principio su única y absoluta vianda que se procuraban por algún secreto modo, toda vez que no se suele encontrar en la naturaleza

  10. De cómo el sabio Micer Benjamin Franklin dirimió la disputa entre Micer Edison y Maese Tesla, con ayuda del físico Micer Nero de Dresden y haciendo uso de las extrañas criaturas antes descritas, y lo que sucedió con las hormigas

  11. De cómo han llegado hasta nuestra edad estos prodigios


Caput I: De las hormigas como género. Donde se trata de la índole de las hormigas en general

La bestia o criatura llamada hormiga suele cavar túneles en la tierra, a los que transporta su comida para proveerse de ella durante las escaseces invernales. En esos túneles existen hormigas mayores que aquellas que trabajan como siervas, por lo cual se ha dado en llamarlas reinas. Su laboriosidad y previsión ha hecho que la Sagrada Escritura la elija, por boca del rey Salomón, como ejemplo cuando en los Proverbios (30, 24-25) se dice: "Cuatro cosas son de las más pequeñas de la tierra, y son más sabias que los sabios: las hormigas, pueblo no fuerte, y en el verano preparan su comida", donde se ve que el Autor diferencia entre la sabiduría de las hormigas y la astucia de la serpiente, sinónimo de las artes con las que el Maligno indujo al pecado a los primeros padres del género humano, y corrompió así a sus descendientes, que engañados por la impostura y la falacia de Satán, buscan en múltiples vías la salvación de sus almas y olvidan así su verdadera levadura de hombres pecadores e imperfectos y sus heces adámicas.

Aliméntanse las hormigas de hojas y frutos, de los que extraen un elíxir de propiedades desconocidas, que al secarse y dejarse añejar durante mucho tiempo, produce la piedra ámbar según algunos antiguos, aunque según otras autoridades sólo se trata de una piedra común que posee las especies del ámbar, dada su similitud de color, de brillo y lisa superficie.

Al igual que el león, no pueden recular, y ésa es la causa de que hagan las veces de certera guía a hombres y animalias por caminos tortuosos y desconocidos, sirviendo así como adelantadas después del diluvio, del cual fueron salvadas por Noé junto a las restantes criaturas, como más adelante se tratará.


Caput II: Del lugar de las hormigas en la Creación. Donde se las distingue de otras animalias

Ciertos Padres de la Iglesia han referido que las hormigas y las abejas son seres idénticos, es decir, que han sido creadas el mismo día como una y la misma especie, pero en contra de esa opinión hay algunos otros que aducen notables hechos, a saber, que las abejas vuelan en busca del néctar de las flores y producen un zumbido inconfundible, mientras que las hormigas son mudas y carecen de alas. Se une a ésto el que las abejas fabrican panales, de celdas exagonales y perfectísimas, donde almacenan la sustancia melífera. Las hormigas en cambio se adentran en el mundo subterráneo, y dado su escaso tamaño y menguadas fuerzas, que sin duda suplen con tenaz empeño, se ignora de qué modo construyen túneles y grutas, en forma de laberintos, que conducen al recinto donde ocultan la llamada piedra ámbar, difícil de hallar y de comprender, de color de miel sin serlo, por lo cual se cree que gustan del polvo, en el cual se refugian y sin duda se refocilan, dado que suelen vivir en lugares oscuros, húmedos y polvorientos, de modo tal que al aumentar la humedad o desbordarse algún manantial o riachuelo hasta inundar sus madrigueras, sufren la muerte por agua, así como el fuego las espanta y ahuyenta. Únese a ello el don guerrero de las abejas, que atacan ferozmente cuando se creen amenazadas y mueren poco después de enterrar su ponzoña. Las hormigas producen a veces cierto escozor en la piel de aquél sobre el cual caminan inadvertidamente, pero no mueren, porque no tienen aguijón que clavar ni la furia altera sus humores. Son en cambio de naturaleza guerrera, pero no feroz, sino sólo por la debida obediencia a sus reinas, que les imponen el deber de conquistar tierras y dominios o defender sus posesiones, y se cuenta que suelen enfrentarse ejércitos de hormigas en singulares y cruentas batallas, de lo cual proviene gran matanza y duelo entre ellas.

Es razonable pensar que las hormigas han sido previstas en el plan del universo por la infinita sabiduría del Creador para dar ejemplo de laboriosidad organizada, por lo cual son citadas por la Escritura. Pero el argumento más poderoso a favor de la diferencia entre hormigas y abejas es la distinción del nombre de las criaturas vivientes, que proviene de nuestro padre Adam. Pues dice elSalmo (147, 4) que el Creador "cuenta el número de las estrellas; a todas éstas llama por sus nombre", y más tarde agrega la Escritura (Génesis, 2, 19) que formó a todas las animalias "y las trajo a Adam para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adam llamó a los animales vivientes, ése es su nombre", por lo que no se las conocería por dos denominaciones, si de uno y el mismo ser se tratara. Pero ciertas autoridades aducen en contra que no todo animal fue nombrado por Adam, puesto que los peces no se incluyen entre los que enumera el pasaje de la Escritura, pero se les ha respondido que, de no haber sido nombrados por Adam, no hubiera sido dicho a los primeros padres: "Señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra" (Génesis, 1, 28). De modo tal que el Altísimo hubo de presentar a Adam por algún medio también a los peces y monstruos marinos para que los nombrase. Pues mediante el Verbo creó Dios el universo, que ante él se inclina, y por el don de la palabra recibió Adam la potestad de señorear sobre los demás seres vivos, semejantes en ésto a él, pero inferiores porque carecen del alma inmortal.


Caput III: De las diferencias entre las hormigas. Donde se discute si las hormigas conocen diversidad de especies, o se trata de una sola, mimetizada

Las hormigas parecen diferenciarse sólo por el color y el tamaño del cuerpo que, con todo, siempre es pequeño, lo cual hace pensar que en el género no hay más que una especie, cuyos individuos poseen a veces señales, al modo de las familias, en las cuales es usual que se hereden ciertas marcas, como el cabello rojo o la estatura. Pero en contra de ésto hay autores que dicen conocer criaturas curiosas semejantes a la hormiga común: una de ellas es un pez, escasamente visto en los lagos de Francia, que habita en las profundidades y se asoma a la superficie raras veces, y algunos dicen que también tiene morada en los abismos de los mares, donde se oculta del hombre, aunque de ésto no hay referencia fidedigna alguna. Este pez, según quienes lo han visto, tiene en la cabeza dos largas protuberancias a modo de cuernos, donde van los ojos, su cuerpo es curvado como el caparazón de los cangrejos y lleva sus presas en la boca hasta su guarida. Se dice que la hembra deja sus huevos en la orilla, razón por la cual emerge una vez al año y en la noche; esos huevos están envueltos en una fina malla entretejida de hilos brillantes que se mueven como tentáculos. Los autores que han descrito a este monstruo creen que se trata de una gigantesca hormiga de agua.

Otra es la que llaman hormiga-león, ya mencionada en la Escritura por Elifás, rey de los Temanitas (Job, 4, 11) y que el Fisiólogo describe del modo que sigue: "tiene los miembros delanteros de un león y las partes traseras de hormiga. Su padre es carnívoro, pero su madre es herbívora. Cuando engendran a la hormiga-león, ésta nace con dos atributos, pues no puede comer carne, ya que ello se opone a la naturaleza de su madre, ni puede alimentarse de plantas, puesto que ello va contra la de su padre: así muere por falta de alimento". Pero hay quien cree que no se trata de una verdadera hormiga, pues ésta avanza siempre en una sola dirección y camino, y a la descrita criatura podría aplicarse la lección que el Fisiólogo extrae del caso: "¡Ay del corazón doble, y del pecador que va por dos caminos!"2.


Caput IV: De una hipótesis sobre la existencia en el reino natural de una hormiga hasta hoy no conocida ni descrita por los filósofos

En la infinita variedad de la Creación, existe una hormiga cuyas extrañas costumbres han logrado atraer hacia ellas la atención del autor, y puede suponerse que se trata de un tipo de individuo de especie diferente dentro del género, aunque ésto no pasa de ser una hipótesis, puesto que no se encuentra referencia alguna a ella en las autoridades como Aristóteles, Dioscórides y Plinio, inter alia, la cual a continuación será descrita por si pudiese resultar de alguna utilidad a los estudiosos.

Esta hormiga, más pequeña que el resto de su género y de color rojizo, se caracteriza por una conducta singular y maravillosa, que más parecería cosa mágica o demoníaca, de no decirse en el Salmo 148 que todas las criaturas, hasta los monstruos marinos, alaban al Altísimo, lo cual supone cierta luz natural o raciocinio elemental, pues reconocer la existencia del Creador y alabarlo exige de la criatura en cuestión alguna capacidad intelectiva. Pero es mejor hacer abstención de juicio y describir lo que de tan extraño ser se ha observado:

Hay quien asegura que la llamada piedra ámbar, elaborada por las hormigas, pierde su brillo pasado algún tiempo, lo cual advierte esta suerte de hormigas, que la recubren de nuevo néctar, hasta parecer renovada y brillante. Entonces se reúnen todas alrededor de la piedra y se deleitan viéndose reflejadas en ella. Tal es su regocijo que suelen acercarse a la piedra y rozarla, por lo que algunas quedan atrapadas en la sustancia viscosa. Es por ésto por lo que la piedra ámbar presenta a veces puntos negros en su superficie, y líneas diversas a modo de abigarrados diseños, ya sean curvas que llegan a evocar paisajes, pájaros en vuelo, o monstruos mitológicos como el dragón, o ríos y montañas, y son los cuerpos de las hormigas fundidos con ella.

Cuéntase también en la Didascalia de Teodoro, que al llegar el verano aparecen, en cuevas abandonadas que pertenecieron a las hormigas, bolas de hierbas envueltas en una sustancia viscosa, dentro de la cual se advierten los cuerpos petrificados de numerosas hormigas, y las tales bolas yacen alrededor de la piedra ámbar. Hemos visto con nuestros propios ojos la existencia de tales despojos, pero además, parece ser que durante el invierno presérvanse de las heladas formando las mencionadas bolas, con las cuales rodean primero la piedra ámbar y las hacen rodar juntas, de modo tal que atraen y envuelven múltiples cuerpos de hormigas, para llevarla hasta el centro del túnel, o grupo de túneles en forma de laberinto. La piedra ámbar queda así limpia y resguardada del frío, hasta que en el verano se abre, del mismo modo como las nubes oscuras se separan para dar paso al sol o astro rey.

Cuenta un discípulo de Casiodoro que al amanecer las tales hormigas se congregaban en la superficie, atraídas por los rayos solares, acarreando la piedra ámbar, y formaban en torno a ella una masa compacta de color entre dorado y rojizo, que observada desde arriba, parecía una copia del sol naciente, lo cual hizo pensar a algunos —más tarde reprobados como heréticos— en un rito de adoración al astro, cuya forma imitaban al reunirse en apretada multitud. Lo que se cuenta como cierto es que sacaban de sus grutas subterráneas la piedra ámbar a la salida del sol para exponerla a sus rayos, cosa que no hacían en ningún otro momento. Agrega el autor que mientras ésto ocurría, circunvalaban con gran excitación la piedra en una especie de remolino, de tal modo que el reflejo solar las hacía parecer una espiral de múltiples volutas que reflejaba al sol celeste, y que del movimiento se desprendía un sonido que sorprendió a quienes aseguran haberlo escuchado, porque se les antojó parecido a música y creen por ello que la piedra es la quintaesencia de cada sustancia de la naturaleza, separada y extraída de la tierra impura, que la tenía presa y como estrangulada. Al liberarse de la prisión constituida por la materia, esta quintaesencia se presenta ora sólida ora volátil. Pues cuéntase también que la multitud de estas hormigas reunidas en torno a la piedra ámbar, cuando el calor del sol es más fuerte, hace que sus emanaciones quiebren la piedra, y de su interior salga una hormiga blanca y provista de alas, que se deja admirar y agasajar por sus siervas hasta la noche, antes de emprender el vuelo en busca de las mismas flores que utilizan las abejas para elaborar el manjar melifluo. Parece que el néctar así recogido por la hormiga blanca realiza con las restantes una función desconocida, pues aguardan expectantes hasta el amanecer por el retorno de la hormiga blanca, cuyo vuelo ha de ser forzosamente nocturno, ya que nunca vuelve a tocar la tierra, y al llegar al punto de origen, los rayos del sol le producen la muerte por disolución en los elementos, de modo que sólo vive una noche y un día.


Caput V: De si esa variante, caso de existir como tal, hubo de salvarse en el arca con Noé necesariamente

En la misma Didascalia de Teodoro demuéstrase que toda suerte de hormiga fue creada por el Altísimo en el quinto día, pues la Escritura dice "E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno" (Génesis, I, 25), donde se ve que la distinción entre géneros y especies proviene del mismo Creador, y se refiere en especial a las animalias que se arrastran sobre la tierra, cualidad propia de la hormiga y que comparte con gusanos, quelonios y pequeños dragos, y para la que, como se ve, es indiferente el poseer o carecer de extremidades.

Esto se explica porque, en el caso de poseerlas, no serían lo bastante fuertes para sostener el cuerpo de la bestia o bestezuela y debe arrastrar el vientre o caparazón del vientre por el polvo, como, según lo establecido en el Génesis (I, 25), ocurre con las tortugas y otros quelonios, y dice Plinio que también sucede con los cocodrilos del Nilo.

Desto se deduce que todo viviente incluido en el género hormiga fue creado con el universo, porque los seres que se arrastran por la tierra surgieron de la divina mano según su especie, y así se ve que la extraña variante de hormiga antes descrita hubo de salvarse en el arca con Noé, pues en el caso contrario nunca hubiésemos sabido de ella, porque ni siquiera habría existido.

Cuéntase en una imitación tardía del tratado de Cicerón De natura Deorum (imitación que algunos atribuyen a Casio o Pseudo Longinos, aunque con poca o ninguna certidumbre) que todas las criaturas primigenias, incluyendo a las hormigas, tenían un solo ojo y que sólo los primeros padres Adam y Eva tenían dos, de acuerdo con la Escritura, que dice, al referirse al pecado original: "Entonces fueron abiertos los ojos de ambos".

Continúa el autor afirmando que, por tener un solo ojo, todos los animales avanzaban en una sola dirección sin vacilación alguna, pero que, después de la caída, en muchas criaturas se creó un segundo ojo, a causa de la dualidad entre el bien y el mal esparcidos por la Creación, por lo cual muchas empezaron a extraviar su camino, al ser capaces de tomar por dos direcciones diferentes, según el ojo con que observaran una u otra. Pero no es sin razón ni por azar que Dios concede a los hombres y a las bestias dos ojos y dos orejas, lo cual indica que toda bestia ha de aprender por medio de la vista y el oído dobles: uno externo y otro interno. En la escala de la Creación el grado superior corresponde al hombre, que es doble en sí mismo al poseer cuerpo animal y cuerpo espiritual, como el Apóstol Pablo escribe en su primera epístola a los Corintios. El cuerpo espiritual es volátil e invisible, y el cuerpo animal padece la corrupción, por lo cual San Marcos lo llama en su Santo Evangelio la víctima.

Sin embargo, a Aristóteles se suele remitir la negación, o al menos la duda de que los animales tengan verdaderos ojos; opiniones éstas no confirmadas por los Padres de la Iglesia, pero tampoco negadas, por lo cual es lo mejor no emitir juicio alguno al respecto en espera de que las auctoritates resuelvan sobre el asunto.

Dicho autor cree que, por ese motivo, las hormigas se dividieron en dos categorías: las que poseían dos protuberancias cefálicas o tentáculos, que se cree eran ojos, y las que tenían una sola, por lo cual esta suerte de hormiga fue llamada la hormiga cíclope, ser gigantesco en su especie, que además se distinguía de la primera variedad por su color ámbar, tan brillante que parecía un espejo en el cual se reflejaban las criaturas propinquas hasta confundirse con ella.

Muchos autores creen que tales tentáculos son prolongaciones de los sesos, que adoptan forma de cuerno en las bestias ligadas al Maligno, por lo que debe aclararse que estas hormigas no poseen cuerno alguno, dado que sus protuberancias son frágiles y suaves y se dirigen siempre hacia la luz, por lo que más parecen ser ojos, con los cuales se orientan y de donde viene la denominación antes referida, mientras que todo ser o entidad ligado al Malo huye de la luz, porque ésta es contraria a su condición de hijo de las tinieblas. Ello explica que tuvieron que salvarse necesariamente en el arca con Noé, por cuanto el Altísimo dispuso la salvación de todos los vivientes por Él creados, y entraron en el arca en distinto número, según fuesen puros o impuros, mientras que perecieron cuantos alentaban el pecado sobre la tierra o se habían entregado enteramente a él, como lo explica la Escritura (Génesis, 6, 13): "Y dijo Dios a Noé: he decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra".

Hay empero quien sostiene que este argumento carece de valor, por cuanto los animales marinos se salvaron todos sin necesidad de entrar al arca, sucediendo que entre ellos los hay puros y mansos, como los peces a los que predicó el santo Antonio de Padua, y monstruosos y temibles, como el Leviathan, pero carecemos de autoridad para pronunciarnos al respecto.


Caput VI: De cómo sobrevivió esa hormiga al diluvio. Donde se discute si, al entrar al arca, se ocultó en la pelambre de otras bestias e criaturas

Hay gran dificultad en saber de qué modo y en qué número entraron al arca las hormigas para sobrevivir al diluvio, pues enseña la Escritura que "de los animales limpios, y de los animales que no eran limpios, y de las aves, y de todo lo que se arrastra sobre la tierra, de dos en dos entraron con Noé en el arca; macho y hembra, como mandó Dios a Noé" (Génesis, 7, 8-9).

Pero no se ve claramente en este pasaje si la hormiga era o no un animal impuro, y tampoco queda claro en el libro tercero de Moisés, llamado Levítico, porque en éste (11, 20-25) se habla de insectos alados que andan en cuatro patas, o que pueden saltar y se declara inmundos a los primeros y limpios a los segundos. Ocurre que el pequeño tamaño de la hormiga no permite saber si tiene cuatro patas o un número diferente, y alas posee sólo la hormiga blanca que vive como dormida en el interior de la piedra ámbar, en espera del rayo solar que la llamaría al mundo exterior. Por lo que no puede decirse que sea un animal alado, pues las alas vienen a un solo individuo per accidens. Hay una tercera dificultad y es que resulta imposible determinar cuándo una hormiga es macho o hembra, y por ello, entender que Noé las hiciera entrar por parejas en el arca, como a las otras animalias.

Las razones citadas han creado gran controversia entre las autoridades, a favor y en contra de la entrada de las hormigas al arca de idéntica forma a las restantes bestias, pues muchos se basan en que la Escritura no hace distinción de modos, y sus oponentes alegan que tampoco hace mención de los insectos en el pasaje del diluvio. Aún la Santa Madre Iglesia no se ha pronunciado definitivamente, por lo cual es lícito referir una hipótesis curiosa sobre el tema, contenida en la mencionada Didascalia: antes de entrar al arca, Noé, sabiendo que las aguas anegarían la tierra, tomó un gran puñado de polvo que guardó en el arca en memoria del Padre Adam, que por sus pecados murió y fue convertido en polvo, y cuidó de que en esa porción de tierra se alojasen hormigas, caracoles, gusanos y alimañas semejantes, y de esta forma entraron las hormigas al arca, en gran copia y no en pareja.

El Pseudo Casiano Lombardo afirma en su Tratado sobre el Génesis que, durante su estancia en el arca, las hormigas se ocultaron en la pelambre de animales mayores, como el asna, el león o el camello, a causa de la natural inclinación del género de habitar bajo tierra y de forma resguardada, pero esta opinión no goza de aprobación ni de crédito, por cuanto se sabe, a través de Avicena, quien dejó constancia en un escrito dictado a sus discípulos y transmitido por ellos, que buscaron refugio verdadero en las orejas de las bestias, atraídas por el calor y la oscuridad del interior. Se prueba ésto mediante la analogía que existe entre los laberintos y túneles que suelen cavar las hormigas para habitar en ellos, y el laberinto que forma la prolongación de la oreja cuando se adentra en la cabeza hacia el cerebro, descrito por el propio Avicena, quien lo aprendió de Galeno. Hay quienes aducen en contra de ésto que en sus obras sobre los animales, el Filósofo estableció que el oído no es un pasaje hacia el cerebro, sino hacia el cielo de la boca para conectar el tubo Eustaquiano con el habla, que es el eco de lo que se escucha. Pero debe tenerse en cuenta la grande autoridad que en la ciencia médica alcanzó Avicena, que por ella es llamado el príncipe de los sabios, y por esa razón es aquí citado.

De modo que las hormigas creyeron haber llegado a una de sus cuevas al entrar más profundamente en las orejas de las bestias, y allí tomaron residencia y se sintieron en su verdadera morada. Dice el autor que al continuar su viaje por dentro de los sesos del animal, las hormigas encontraron el modo de asomarse a la luz por las ventanas de los ojos, y se sintieron satisfechas, por cuanto la natural tendencia hacia lo alto de toda criatura las hace buscar la luz del sol, que para los seres irracionales es la cosa más elevada y verdadera, y hasta para el hombre es un anuncio de la suprema Luz Divina que contemplarán los justos en el Paraíso. También refiere que las hormigas que se atarean en formar y alimentar la piedra ámbar lograron continuar con su costumbre en esta suerte de vida que llevaron en el arca, porque al entrar hasta lo profundo de los sesos del animal hasta poder asomarse a la luz por sus ojos, encontraron la pequeña protuberancia que segrega el licor ámbar, que es el más precioso de los humores del cuerpo, y de él se alimentaron y con él formaron la piedra ámbar al endurecerse, y en la cabeza de las bestias hicieron rodar la piedra hasta lo más hondo en busca del calor o fuego natural de los humores.

Opinan algunos comentaristas que la bestia elegida por las hormigas con preferencia a las demás para anidar en sus orejas dentro del arca fue el unicornio, animal rebelde y huidizo que ciertos viajeros dicen haber encontrado aún en los confines del reino del Cathay, o al menos haber escuchado testimonios fidedignos sobre ésto de los sabios y ancianos del lugar, quienes lo llaman vaca velox3.

Esto se debió a que del unicornio emana un especial aroma que exhalan los humores que al secarse conforman su cuerno, el cual las hormigas parecen haber confundido con la piedra ámbar y el olor a miel que de ella se desprende. Este aroma se hace más fuerte en la fina vellosidad que cubre sus orejas, tan grandes y traslúcidas que han sido tomadas a veces por alas, pero el Pseudo Casiano Lombardo refuta ésto cuando alega con razón que yerran tales testigos al tomar al unicornio, animal de fuego, por el caballo griego Pegaso, hijo del aire.


Caput VII: De cómo llegaron dichas hormigas hasta tiempos recientes, salvando incontables peligros

El Pseudo Casiano Lombardo añade que, al descender las aguas y regresar la paloma con una rama de olivo en el pico y dar el Creador a su siervo Noé la señal para abandonar el arca, todos los animales retornaron a la tierra y al aire, salvo los peces que permanecieron en las aguas, confinadas ya a los mares y ríos. Pero las hormigas regresaron sólo en menor copia de las que habían entrado al arca en el polvo de la tierra que recogió Noé para recordar al padre Adam. Y la razón fue que muchas de ellas se extraviaron en el laberinto encontrado por ellas en la cabeza de las bestias y allí murieron sin hallar la salida. El autor cree que algunas lograron salir guiadas por la atracción de la luz, mientras que otras quedaron rezagadas y perdieron el camino que seguían sus compañeras, por lo cual nunca emergieron hacia la luz, absortas en la nueva piedra ámbar producida por el humor interno de la bestia, antes descrito, aunque el autor cree que no se trataba de la misma piedra ámbar, sino de una semejante.

Agrega que Noé quiso devolver a la tierra, ya seca, el puñado de polvo que había tomado de ella para llevar consigo en el arca y cobijar en él a las criaturas que se arrastran por la tierra y cavan túneles en ella, para cumplir el mandato según el cual el polvo ha de regresar al polvo. Pero al hacerlo, ya no encontró en éste a las hormigas, que se habían refugiado en el nuevo laberinto semejante al que solían fabricar según la memoria de su antiguo modo de vivir.

Tales cuestiones han llevado al autor a preguntarse si no habría otra oculta razón por la cual las hormigas, una vez en el arca, se cobijaron en las orejas de las bestias, por cuyos pasadizos arribaron al cerebro. Y concluye que la causa verdadera de ésto fue la restitución del orden natural que durante el diluvio se produjo en el interior del arca, en la cual ocurrió como profetizaba la Escritura antes de la venida de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo: "Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará" (Isaías, 11, 6), pues que ésto ocurría en el Paraíso antes de la tentación y caída de los primeros padres, hasta que el pecado que manchó al género humano fue también la causa de que surgiera grande enemistad entre otras criaturas.

La mencionada restitución del orden natural parece entonces apuntar a la época anterior al pecado original, en la cual bestias de todo género convivían gozosas, como ocurrió en el arca, y de acuerdo con ésto, las hormigas procuraron asentarse en el cerebro de las bestias, semejante al Edén, por cuanto está constituido y atrapado dentro de las membranas circundantes, a manera de una serpiente que se recoge sobre sí misma para dormir. Se afirma que el Paraíso es el hombre, pero sólo la cabeza, que apunta hacia el cielo, y el río que fluye del Edén, es decir, el cerebro, se divide en cuatro principios, según consta en el Génesis: el nombre del primero es Fisón, igual al ojo; el segundo es Geón, que corresponde al oído, que es una cosa laberíntica; el tercero, Tigris, es el olfato, porque al inspirar el aire, se aspira un pneuma más rápido y fuerte, que anima a la criatura; el cuarto es el Eufrates o la boca, a través de la cual entra el alimento que alegra, nutre y da figura, y en el caso del hombre, por él sale la palabra, que es el mayor don de Dios, y las bestias imitan con sonidos diversos. Aunque todo ésto, por referirse a las hormigas, debe ser entendido con respecto a las solas animalias, por cuyas orejas entraron hasta llegar al cerebro y asomarse por los ojos, imitando al modo de la criatura irracional las disposiciones del Altísimo, que únicamente el hombre, hecho a Su Imagen y Semejanza, cumple en grado sumo, por lo cual su alma recibe tras la muerte, y aun en vida, como muchos ejemplos extraídos de la Escritura y de las vidas de Santos muestran, la recompensa o el castigo merecidos por su conducta terrenal, conforme a las leyes de la Justicia Divina.

Sobre ésto dice el Salmista (22, 21) que la Eterna Misericordia puede librar de la boca del león y del cuerno del unicornio, de naturaleza ígnea, el cual atrajo con mayor fuerza que a otras bestias a las hormigas que buscaron la piedra ámbar en los laberintos de sus sesos.

Dícese que a cambio de ese don las hormigas prestan al unicornio un gran servicio, que consiste en congregarse en torno a éste mientras duerme formando dos círculos concéntricos en derredor, que se mueven velozmente en sentidos contrarios, de forma tal que su color rojizo crea la ilusión de una llama perpetua y viva, que hace invisible al unicornio que sueña en su interior. De este curioso modo velan su sueño muy celosamente para evitar que reptiles e impuras sabandijas lo contaminen aprovechándose de su indefensión y roben sus poderes y virtudes. Poseen la astucia de percibir desde lejos el peligro que acecha y se disponen al ataque como ejército bien organizado.

Pues que el unicornio sueña muy a menudo, como escribe el Filósofo en su Parva Naturalia, al soñar abrió las puertas de los sus sentidos de modo que permitió a las hormigas el acceso al túnel de luz que es por dentro su cuerno. Y al final de aquél estaba la piedra ámbar, formada por el licor caliente que sus sesos segregaban y alimentada por la luz del cuerno, y que se enfriaba con el aire exterior que penetraba por sus orejas, narices y demás sentidos, abiertos durante el sueño, sobre todo en invierno —cuando se produce la mayor concentración de ambrosía—, mientras se guarecía de las nieves en grutas secretas. La piedra le proporcionaba grande fuerza y fiereza, que las hormigas procuraban también aprovechar. Esto se explica porque también el Salmista dice (92, 10): "Aumentarás mis fuerzas como las del unicornio; seré ungido con aceite fresco", y Piconio Egeo el Filólogo, discípulo del Areopagita, cree que este aceite provenía del interior de la cabeza del unicornio y era segregado por sus sesos como una suerte de ambrosía.

De lo anterior se concluye que las hormigas conservaron la memoria del primigenio estado, en el cual aprendieron a excavar sus moradas como laberintos, y por eso buscaron perpetuarlas en el Arca, y aun más tarde, como enseguida se dirá.


Caput VIII: De cómo Micer Nicola Tesla entró en conocimiento de tales hormigas

Refiérese en la Misceláneadel citado Piconio Egeo que Micer Nicola Tesla, varón de preclaro ingenio y profundísima ciencia, conoció los trabajos e faenas de las hormigas con la piedra ámbar y fue ésto del modo siguiente: acostumbraba el sapientísimo señor a caminar a diario largo rato por los bosques, donde encontraba el necesario solaz y recogimiento para meditar en los libros de las autoridades antiguas y desentrañar sus difíciles significados.

Prefería las horas crepusculares, tanto matutinas como vespertinas, porque en ellas sol y luna suelen unirse, y como resultado de su cópula aparecen en el cielo colores como el del lapislázuli, imposibles de verse en otros momentos del día.

En uno de sus deambulares vespertinos esperaba la oscuridad para buscar una hierba que reluce en la noche, llamada nyctegretox o nyctilops, porque desde lejos se la ve irradiar una fosforescencia de un verde intenso semejante al musgo que crece en los ojos de agua, en las paredes y troncos de árboles, o en el pan putrefacto, pero muchas cosas se dicen de oídas sin poder nadie asegurar haberlas visto. De modo que el sabio varón se proponía confirmar o desmentir definitivamente esa noticia. Así discurría, cuando sintió que sus pies avanzaban entre humedades, lo cual llamó su atención pues que en dicho paraje no se conocía arroyo ni fuente alguna. Y mirando al suelo halló un hilo de agua que iba a dar a una peña sobre la cual apoyaba su cabeza y cuerno un unicornio que dormitaba, lo cual causó su asombro y espanto en tal medida que hubo de detenerse y cerrar sus ojos para hacer copia de fuerzas, porque sólo en las descripciones de Plinio y en las Etimologiae de San Isidoro había conocido a dicha criatura. Y una vez que hubo salido de su grande espanto y miró de nuevo al lugar, el unicornio había desaparecido y sólo estaba la peña, a la cual el docto varón se acercó. Vio entonces que de la piedra donde había reposado la cabeza de la bestia emanaban cuatro hilos de agua que salían de una misma corriente, como el río que fluye del Edén se divide en cuatro principios, y seguían la dirección de las partes que componen la cabeza: el primero la del ojo; el segundo la del oído; el tercero la del olfato, es decir, la del cuerno que sobre las narices se alza, y el cuarto la de la boca, todo ello de la manera descrita en el capítulo precedente, similares a los cuatro ríos del Paraíso.

Creyendo Micer Nicola Tesla que se trataba de los naturales humores que exhala el unicornio mientras duerme, tan apreciados por los médicos y por la farmacopea, tomó un poco de cada fluido en unas redomas que solía llevar consigo para tales usos. Pero al recogerlos sintió un aroma dulce, como a miel y un rumor desconocido, y vio entre las grietas destellos de tono ámbar y hormigas de raro color rojizo, más pequeñas de lo usual, y el eminente sabio recordó que eran las descritas en la Didascalia de Teodoro, que fabricaban y custodiaban la piedra ámbar, y según algunos también la piedra imán, que atrae a unos cuerpos y rechaza otros, según el grado de simpatía o espíritu común —o de antipatía o espíritus antagónicos— que entre ésta y aquellos exista.

Maese Tesla se ocupaba entonces de las propiedades de las piedras y de los metales groseros y nobles, y las energías de los cuatro elementos que en ellos se contienen, y su mayor afán consistía en obtener la piedra milagrosa que se extrae de la cabeza del drago mientras duerme, descrita por Plinio el Viejo, de color negro brillante y forma piramidal, semejante a la piedra de Abisinia, también conocida como espejo mágico de Abisinia, que sirve a los nigromantes para sus abominables prácticas e sortilegios. Son útiles también a los astrólogos, porque creen que el dragón terreno es simulacrum de un cierto dragón celeste en cuya existencia creen, y ese dragón celeste inspira sus profecías, que muchos aseguran ser ciertas aunque los Santos Padres previenen de seguirlas y aun de escucharlas porque las consideran y juzgan como artes demoníacas, de las que se vale el Maligno para desviarnos de la Senda del Bien con falsas promesas, confundiendo la humana concupiscencia con emblemas, alegorías y poderes engañosos asociados a las supersticiones paganas.

Sépase sin embargo que estos usos nefastos o cuando menos dudosos e reprochables, y más aun las artes maléficas son cosas muy ajenas al honrado y piadoso Micer Nicola Tesla, quien procuró volver al día siguiente con las vasijas e instrumentos adecuados para recoger tan curiosas materias. Hecho lo cual guardó cada una en un vaso y se durmió, vencido por la mucha fatiga, sin advertir que había olvidado poner en cada uno un rótulo que recordase de qué ángulo de la piedra había sido tomado.

Esa noche Maese Tesla soñó con un ave que al abrir su cola mostraba una especie de abanico polícromo, cuyas plumas ondeaban como mecidas por el viento, de modo que de su cola irradiaban destellos. Esta ave parecía correr a gran velocidad pero al mismo tiempo dormir, aunque su ojo lo miraba fijamente. Al despertar, Maese Tesla quedó confundido, y no sólo porque no podía identificar el fluido contenido en cada vaso, sino porque durante su sueño, todos habían adquirido tonalidades diferentes: uno de un azul celeste, otro de un verde esmeralda, el tercero de color naranja, y el último dorado como el oro. Maese Tesla, quien también cultivaba el noble arte alquímico, decidió probar en su laboratorio hermético los cuatro fluidos para averiguar su naturaleza y sus propiedades y virtudes, pues el sueño de poco antes parecióle signo de buen presagio.

Comenzó por el último, porque el color del oro le recordaba al del incorruptible lapis philosophorum que se obtiene al culminar el opus y que es simbolizado por el Rey coronado. Y en lugar de verter en la retorta el elíxir, decidió probar unas gotas, lo cual hizo con gran valentía, no sin antes encomendarse —como varón piadoso— a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima Madre, y al Santo Arcángel Miguel, que rige en el día domingo, consagrado al sol que tiene poder sobre la creación del oro filosofal. Y al ingerir el elíxir, sintió su aposento llenarse de presencias angélicas de naturaleza ígnea, con las que comenzó a hablar en lenguas no conocidas por mortal alguno, y que resplandecían como el mismo sol y cambiaban de forma una y otra vez, como seres alados y fulgurantes que se dirigían a él de un modo inefable, en el cual también Maese Tesla respondía. Largo rato duraron estas metamorfosis hasta que al fin adquirieron la figura de un unicornio, similar a aquel del bosque, que contempló a Maese Tesla y lo instó a probar los elíxires contenidos en las restantes redomas, tras lo cual se convirtió en una estela luminosa que atravesó la pared y desapareció.

Micer Tesla fue probando entonces los cuatro elíxires y comprobó en sí mismo que cada uno de ellos estaba asociado a uno de los sentidos, que se asientan en las distintas partes de la cabeza. Pues uno abrió sus oídos a la música de las esferas, el otro su olfato a los aromas de los cuatro elementos y de los tres principios, y el último sus ojos de tal modo que pudo comprobar cómo todas las cosas en la Creación estaban animadas con el Espíritu de Dios. Así abiertos sus sentidos corporales a las regiones terrenas y celestes que al hombre común permanecen ocultas, comprendió que faltaba todavía un quinto, llamado sentido común por Aristóteles, y que debía forzosamente estar asociado a la piedra ámbar. Quiso entonces probar también la resina del ámbar, pero al mirarla más de cerca, observó que en su superficie se aposentaban las hormigas pequeñas y de color rojizo que ya había visto en el bosque, en las grietas de la peña donde había apoyado su cabeza el durmiente unicornio. Pasó por su mente la idea de mezclar los cuatro elíxires y probar también el resultado, pero se abstuvo de ello al recordar que los Maestros de la Obra Alquímica desaprueban tal práctica y la consideran muy peligrosa, porque la mezcla de elementos diversos pudiera generar el caos, sin virtud germinativa, de mortales efectos para quien se atreviese a probarlo en sí mismo.

Y pues que por efectos del elíxir color oro había adquirido el don de lenguas, pudo entender el lenguaje de las hormigas y supo cómo fabricaban y custodiaban la piedra ámbar, según en los capítulos anteriores se ha contado, y consideró entonces la posibilidad de emplear las fuerzas y poderes de estas animalias en el mejor funcionamiento de su notable y celebrado ingenio mecánico, productor de luz, como en el próximo capítulo se verá.


Caput IX: De si Maese Nicola Tesla enseñó a tales hormigas a alimentarse con su ingenio mecánico o corriente alterna, o se limitó a descubrir que ese ingenio era desde el principio su única y absoluta vianda que se procuraban por algún secreto modo, toda vez que no se suele encontrar en la naturaleza

Dícese que Maese Tesla quiso encontrar una explicación de tan curiosos fenómenos como los antes descritos, y ésto no le pareció difícil, porque era varón versado en la alquimia y en la elaboración de los metales, dado a desentrañar secretos profundísimos de todo tipo de sustancias.

Entre otros, logró aprender a evitar la sublimación perniciosa, detectable por la presencia de cuerpos extraños e inmundicias que flotaban en la superficie de la vasija en la cual se mezclan los elementos y forman una coagulación llamada floris lactis o nata, que al corromperse se transforma en una suerte de limo. También consiguió esquivar la temible rojez prematura, en la cual aparecen en dicha mezcla partículas que se precipitan al fondo del vaso, para formar una masa viscosa y densa que adquiere el color de la sangre, del mismo modo como la Tierra se abrió para recibir la sangre de Abel el Justo, derramada por el infame Caín, por todo lo cual la presencia de esta rojez prematura se considera una pésima señal en el Opus sacrum.

Hay quien afirma que Maese Tesla fue uno de los primeros en obtener la piedra filosofal o lapis philosophorum después de largos años de experimentación con sustancias terrenales, y que gracias al gran poder e fuerza que de la piedra emana, compuso su celebrado ingenio conocido como corriente alterna, consistente en un fuerte desprendimiento de fuerza luminosa que se logra por la cercanía de dos o más gigantescas piedras imanes, tan descomunal que puede mover hasta molinos y mecanismos diversos. El contacto con la piedra bendita llenó a Maese Nicola Tesla de vigor regenerante y quedó preso de inmenso entusiasmo, gracias al restablecimiento del humor vivificante, perdido y consumido por la larga duración de la obra alquímica, dejando atrás lo que los filósofos llaman sequedad astral o abismo sin eco, resultante de los humores superfluos y corruptores que provocan la melancolía y sumen el alma en el más oscuro abandono.

Hay quien cuenta sin embargo que Maese Tesla no inventó el ingenio denominado corriente alterna, sino que lo encontró del misterioso modo a continuación descrito:

Al regresar a donde primero encontró al unicornio, al anochecer, Maese Tesla halló en su lugar un pequeño grifo de color bermejo, que tenía cara de niño y estaba lamiendo la piedra sobre la cual se había recostado el unicornio. Al terminar, se desprendió de sus lomos la piel, como algunas criaturas suelen mudarla, y dicha piel cayó en la hierba. Maese Tesla la tomó en sus manos, y su contacto provocó en ellas un raro estremecimiento, como el de un fluido que las sacudiera, hasta que se desintegró al ser bañada por el rocío de los arbustos. Maese Tesla miró hacia el bosque por donde había desaparecido el niño grifo y vio dos ojitos fulgurantes. Miró de nuevo a la piedra donde estuvo el animal, y encontró sobre ésta a las ya conocidas hormigas, hecho sumamente raro, por cuanto dichas animalias no suelen salir de sus madrigueras por las noches. Levantó entonces la piedra y encontró, cavado en la roca, un diseño como de laberinto, lleno de hormigas, y en el centro, la piedra ámbar que irradiaba luz propia. La dejó al sereno nocturno junto con una piedra lunar en un recipiente que empleaba para esos casos, y durante la noche hubo una tormenta que descargó sus rayos sobre las piedras, y al otro día encontró que ambas piedras juntas producían la descarga luminosa que llamó corriente alterna. Se sabe que las hormigas se alimentan de ella, pero no ha sido posible hasta hoy saber si fue Maese Nicola Tesla quien las enseñó a hacerlo, al mostrarle las virtudes nutricias de dicho fluido, o fue el propio Noé quien descubrió en el Arca la cuidadosa vela de la piedra ámbar por parte de las hormigas, y les señaló la fuerza y poder emanados de ella como único alimento durante el diluvio, de modo que, una vez adquirida la costumbre, continuaron en lo adelante y para siempre sustentándose de la corriente alterna como única vianda.

Sea como fuere, la notable invención de Maese Tesla arriba descrita no ha dejado de suscitar envidias y competencias de todo tipo en otros sabios y artífices, que no han perdido ocasión para desacreditarlo. Entre ellos se ha destacado el docto Micer Thomas Edison, quien se había considerado hasta entonces el más relevante creador de ingenios mecánicos, y llegó a construir un aparato por él llamado generador de corriente, que por vías desconocidas llegaba a iluminar pequeños entornos sin ayuda de vela o bujía alguna. No faltó quien dijera que se trataba de un hábil engaño, y que Micer Edison se valía de insectos semejantes a las luciérnagas, ocultos en ciertos puntos de su escenario, toda vez que la luz supuestamente generada era débil e insuficiente para describir minuciosamente los detalles de los objetos, pero de ésto se hablará en el siguiente capítulo.

El caso es que el ingenio de Maese Tesla parece sobrepasar con creces el poder y alcance del anterior, cosa que no puede atestiguar quien ésto escribe porque no ha tenido ocasión de observarlo con sus propios ojos, y debe atenerse a los testimonios de quienes lo han visto. Hubo de pasar más tarde por una durísima prueba al ser denunciado al Santo Oficio por sospecha de practicar las artes demoníacas, y dícese que el denunciante fue Micer Edison. Maese Tesla fue de este modo digerido, cocido y fundido en el fuego de la tribulación, al punto de llegar a tal desesperación que imploró el socorro de la Gracia y la Misericordia divinas. Y ocurrió que su buena fama de probo y discreto varón, devoto y del todo conforme con lo que manda la Santa Madre Iglesia, propició que algunas personas benevolentes hiciesen llegar su invento hasta el Papa, quien entusiasmado con éste, comenzó a emplearlo en sus propios palacios de Roma, y declaró a Maese Tesla protegido suyo, con lo cual fueron silenciadas las acusaciones y cerrado el proceso inquisitorial, con lo cual se confirma que la Providencia nunca abandona a su suerte al hombre justo.


Caput X: De cómo el sabio Micer Benjamin Franklin dirimió la disputa entre Micer Edison y Maese Tesla, con ayuda del físico Micer Nero de Dresden y haciendo uso de las extrañas criaturas antes descritas, y lo que sucedió con las hormigas

Tras hacerse evidente la envidiosa animadversión que Micer Edison sentía hacia Maese Tesla, dio mucho que hablar el hecho de que los partidarios de uno y otro sabio adujeron el mismo argumento para atacar al contrincante, ésto es, que podía haber empleado también una extraña sabandija luminosa llamada cocuyo, según ellos descrita en un libro compuesto por el adelantado hispano Gonzalo de Oviedo e intitulado Historia natural de las Indias, en cuyo capítulo XV se da testimonio sobre esta criatura del aire, abundante en ciertas islas allende el mar hasta ahora desconocidas, y no descritas en Orbis Terrarumalguno, lo cual ha hecho considerar este dato como absurdo y fantasioso. Dícese que el susodicho insecto posee dos alas firmes y duras, y bajo éstas, otras dos más finas y frágiles que se desprenden durante el invierno. Sus ojos fulguran como candelas y emiten un destello intermitente, de modo que por donde pasan, irradian tal claridad que puede verse como a la luz del día. Es por ésto por lo que se ha acusado a Micer Edison de haber empleado gran copia de estas criaturas, encerradas en su aparato, para alumbrar las estancias. Pero no parece razonable esta imputación, por cuanto la existencia misma de dicha sabandija no está demostrada.

Dícese también sobre estas alimañas que son capaces de inducir el sueño, pues muchas de ellas, encerradas en una vasija, emiten un zumbido que adormece a animales o a hombres que se encuentren cerca, por lo cual el apócrifo autor advierte que no se deben emplear lámparas formadas por los susodichos cocuyos cuando es necesario permanecer atento durante la noche, como sucede con los Maestros alquimistas, que han de velar el atanor y el proceso de cocción en el fuego blanco y el fuego rojo, hasta aparecer el abrazo del fuego doble, o con los Santos monjes que sacrifican el sueño para dedicarse a la oración. Pues uno y otro pretenden por diversas vías la Redención de la materia manchada por el pecado, de acuerdo con el pasaje de la Escritura (Isaías, 1, 18), que reza: "si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana".

Entonces Maese Tesla, abrumado por tantos embrollos, calumnias y maquinaciones, cayó en un estado de profunda melancolía a causa de la confusión de la bilis negra con los restantes humores, y atacado por la fiebre, comenzó a delirar. Así pasó dos noches, y en el delirio se le escapaban confusas frases sobre unas máquinas que podrían controlar todo el trabajo humano con sólo accionar unos fuelles o teclas que, ayudados por la corriente alterna, harían en unos instantes el trabajo de mil copistas, contadores y amanuenses. Sus alarmados servidores no lograron con brebaje alguno sacarlo de tan delicado estado, y a causa de la extrema debilidad del enfermo, no se atrevieron a solicitar una sangría del barbero del pueblo. Temiéndose ya por la vida de Maese Tesla, se hizo venir a Micer Nero de Dresden, físico sobresaliente y profundo conocedor de Avicena, de Galeno y las autoridades médicas, y viejo amigo de Maese Tesla.

Micer Nero acudió a toda prisa a la cabecera del enfermo, y tras observar los síntomas, preparó una pócima compuesta por granadas mondadas mezcladas con pimienta y heces de ratón. Puso todo ésto a cocer durante varias horas hasta que adquirió el color de la herrumbre y comenzó a exhalar un fuerte olor a azufre. Destiló el líquido obtenido, y procedió a bañar con éste a Maese Tesla, ayudado por uno de los sirvientes, mientras pronunciaba en voz alta el siguiente conjuro: "Sublata causa, dollitur effectus". Hecho lo cual sentóse junto al amigo enfermo a esperar por el resultado de su tratamiento.

Maese Tesla tuvo fuertes sudoraciones, tras las que comenzó a salir de su estado febril. Para calmarlo y hacer que durmiese, Micer Nero de Dresden tomó entre las suyas la mano del enfermo y comenzó a contarle interesantes noticias que había leído en un manuscrito recientemente comprado a un mercader proveniente del Cathay, entre las cuales descollaba la referente a ciertos árboles que dan un fruto envuelto en sus hojas que, al caer al agua en tiempo oportuno, cobra vida y se convierte en un pájaro al que llaman ave de árbol, pero se malogra si cae al suelo4. Todo ello agradó a Maese Tesla quien, sosegado por la conversación, cayó en un sueño profundo y reparador. Soñó entonces que yacía en su lecho y el niño grifo encontrado en el bosque le lamía las manos para atraer su atención y lo invitaba a seguirlo. Se adentraban ambos por un frondoso bosque, en uno de cuyos claros estaba un pelícano que irradiaba fuego blanco de grande resplandor, y hundía el pico en su propio pecho. Y de la herida brotaba un surtidor de un líquido dorado y transparente que se bifurcaba, y cada uno de los chorros así surgidos se dividía a su vez en dos hasta que los hubo en gran número; y debajo se colocaban los polluelos del pelícano, que abrían sus picos para alimentarse con los chorros. Hasta que el pelícano fue totalmente consumido por el fuego, y entonces acudieron las hormigas rojas en busca de las cenizas, y las transportaron poco a poco y con grandes esfuerzos hacia el laberinto donde guardaban la piedra ámbar.

Una vez repuesto y en condiciones de reanudar su vida normal, Micer Nero le ordenó llevar consigo durante largo tiempo una bolsa de alcanfor, cuya propiedad consiste en ahuyentar los espíritus oscuros atraídos por la bilis negra. También le recomendó ciertas abluciones, capaces de blanquear al cuervo, resultante de la extrema negrura con que la bilis de Saturno se insinúa en la materia, y de transmutar al Saturno lánguido o melancólico en el Júpiter jovial, removiendo así las heces de la pasión inútil o pensamiento derivado de la bestia, morbosamente fijados en el atanor interno del hombre, que no puede ser limpiado con lejía. De tal modo, la oración dulcificaría lo amargo para no permitir a los pequeños cuervos retornar a sus nidos, una vez purificados por el rocío de los filósofos.

Micer Nero de Dresden indagó por el número de noches empleadas por Maese Tesla en vigilar, en compañía de las hormigas, la cocción en los fuegos blanco y rojo. Pues la fusión de ambos engendraba una suerte de rosa blanquísima, de efímera vida y belleza inefable, que adquiría diferentes tonos, desde el caléndula hasta el amaranto para diluirse finalmente en los éteres, como humo que se difunde en el viento. Y supo que el excesivo velar, los repetidos ayunos y la desazón producida por las acusaciones de Micer Edison eran la causa del desequilibrio de la bilis negra y la consiguiente melancolía de Maese Tesla, por lo cual se propuso remediarlo e hizo venir para ello al prodigioso alquimista anglosajón Micer Benjamin Franklin.

Advertido por el físico, Micer Franklin acudió bien provisto de criaturas luminosas, dicen algunos que los extraños cocuyos antes mencionados —aunque de ésto no hay prueba alguna— y un bastón de metal que empleaba como bordón en sus peregrinaciones, aunque muchos decían que tenía usos mágicos. Al entrevistarse con Maese Tesla, procuró enterarse discretamente de los pormenores de su disputa con Micer Thomas Edison, hecho lo cual envió mensajeros en busca de los más eminentes sabios de Oxford, París y Bolonia, y convocó a una sesión en la cual se mostraría públicamente la eficacia del ingenio creado por Maese Tesla.

En la fecha fijada para la asamblea de sabios, ansiosos de esclarecer la verdad, Micer Nero de Dresden y Micer Benjamin Franklin, quienes actuaban como jueces en compañía del monje Roger Bacon, autor también de múltiples artefactos ingeniosos, colocaron en dos habitaciones diferentes a los contendientes y aguardaron todos la caída de la noche para comenzar la prueba. Tocó el primer lugar a Micer Edison, quien dispuso su invención, la cual comenzó a alumbrar. Entonces, Micer Franklin puso en libertad a los insectos que traía consigo, quienes se posaron en la vara de metal y enseguida, con extraños zumbidos, se comunicaron con sus congéneres, de modo que éstos comenzaron a luchar furiosamente por salir del aparato cuya luz provocaban, para reunirse con los restantes, y el engaño quedó al descubierto, con gran estupor de los allí reunidos.

Los sabios de Oxford pusieron a prueba entonces la capacidad del invento de Maese Tesla para alumbrar en la oscuridad. Fueron colocados frente a frente los imanes, y en el centro la piedra ámbar rodeada de las hormigas, y todos los doctos varones allí congregados pudieron presenciar cómo, con la sola ayuda de los imanes y la piedra, se llenaba de luz la estancia, cuyas ventanas habían sido cubiertas con espesos cortinajes, hasta el punto de poderse leer con poca dificultad las letras pequeñas, ya desgastadas, de un antiguo manuscrito, por lo cual Maese Tesla fue aclamado por tan insigne asamblea, cuyo mayor asombro provino de observar que las hormigas, alineadas como ejércitos en torno a los imanes y la piedra, comenzaban a moverse en círculo todo el tiempo que duró la prueba y hasta su final, tras lo cual volvieron a colocarse alrededor de la piedra ámbar.

No queriendo los amigos de Maese Tesla concluir con la infamante vergüenza de Micer Edison y considerando que había sido suficientemente escarmentado, anunciaron la exhibición de un nuevo prodigio, aprovechando que la noche se anunciaba tormentosa. Micer Franklin abrió las ventanas y colocó bajo éstas su bastón de metal, cuyo extremo inferior introdujo en un candil. Al comenzar la lluvia, se escuchó un fuerte trueno, y el relámpago entró por la ventana hasta la vara de Micer Franklin, aterrando a algunos de los presentes que, creyéndose amenazados, intentaron huir entre alaridos de pánico. Pero fue mayor el estupor cuando la luz, atraída por el bastón de metal, encendió el candil y desapareció para dar paso a una suave llama.

El hecho fue consignado en los anales de las abadías y universidades de las cuales provenían los doctos varones allí congregados, y dícese que nunca más Micer Edison ni ningún otro envidioso se atrevió a molestar nuevamente a Maese Tesla, quien salió por completo de su estado de melancolía y dio gracias a sus buenos amigos Micer Nero de Dresden y Micer Benjamin Franklin por el auxilio inestimable que le habían brindado.


Caput XI: De cómo han llegado hasta nuestra edad estos prodigios

Se ha visto en nuestra edad que las hormigas rojas, que custodian la piedra ámbar, buscan cobijo y amparo en el interior de los ingenios hoy llamados eléctricos que funcionan al modo inventado por Maese Tesla o corriente alterna, que tiene como base la piedra imán, hija de la piedra ámbar. Dícese que los discípulos de Maese Tesla —inspirados también en los tratados de Maese Blas Pascal y Micer Gottfried Wilhelm Leibniz, amigos y colaboradores de Maese Tesla— buscaron facilitar mediante este ingenio los complicados cálculos de los astrólogos y las cuentas interminables de los tesoreros reales, para lo cual construyeron un laberinto de metal compuesto de minúsculas celdas, en las cuales colocaron pequeños trozos de piedra imán y de piedra ámbar, rodeados por las hormigas. Dicho laberinto fue colocado en una caja cuadrada sobre la cual se dispuso una lámina de vidrio o cristal, en cuya superficie aparecían signos luminosos. Los sabios interesados en calcular debían pulsar unos pequeños botones fijos a unos pedúnculos, y en el cristal aparecían las cifras a sumar o restar y los resultados bien ordenados de las cantidades computadas, por lo cual se convino en bautizar a estos ingenios como ordenadores o computadoras. Lograron también utilizarlos para recopilar y guardar citas de autoridades y sabios, colecciones de aforismos y sentencias, y toda suerte de conocimientos, con grandísimo provecho, pues con sólo oprimir dichos botones podían traer a mano cuestiones cuya búsqueda por los medios ordinarios hubiera sido extremadamente fatigosa.

Al comprobar los grandes beneficios proporcionados por tal dispositivo, todos los sabios de las más diversas regiones se apresuraron a emplearlo en sus estudios y faenas. No han faltado quienes, celosos ante cualquier innovación, auguren terribles castigos y plagas a quienes hagan uso de tan insólitos instrumentos. Cuéntase que a fines del pasado siglo, nigromantes, charlatanes y agoreros vaticinaron el fin del mundo, destruido por la parálisis de los mencionados ingenios, también llamados computadoras u ordenadores. Tanto revuelo e inquietud causaron, que los más eminentes teólogos, convocados por el Papa, discutieron largamente los pro y los contra de tales predicciones y del empleo de los aparatos. Y en medio de las discusiones llegó la fecha prevista sin que se manifestara contratiempo alguno ni se cumplieran las profecías del Apocalipsis, con lo cual los autores del escándalo cayeron en descrédito y fueron duramente castigados por los señores feudales a los cuales servían, y fuertemente amonestados y corregidos con durísimas penitencias por Obispos y Legados del Papa. Hay quien dice que Micer Edison, incorregible en su envidia hacia Maese Tesla, estuvo detrás de toda la intriga como su cerebro maquinador, pero no se han encontrado suficientes indicios para inculparlo, aunque las pesquisas continúan.

Vueltos de este modo al orden, los ingenios eléctricos de múltiples configuraciones y usos continúan funcionando con ayuda de las hormigas que en su interior custodian la piedra ámbar, y también la piedra imán, hija de la anterior, sin reclamar otro alimento que la propia corriente alterna. He aquí por qué todos los razonamientos expuestos explican que tales criaturas figuren en los bestiarios como Formicae Teslae, donde se pone fin a este tratado para honra y adelantamiento del desocupado lector, quien sabrá sacar provecho de este saber, jurando el auctor que nada hay en éste que contradiga lo dicho, enseñado y establecido en la Escriptura y por la Santa Madre Iglesia y las autoridades admitidas por ella e basadas en el Filósofo.


Notas

  1. Pseudónimo tras el cual se cree que se ocultan el alquimista Mario Palou y su Soror Mistica Lourdes Rensoli-Laliga (S. XX-XXI D.C.). Regresar.

  2. Bestiario medieval. Madrid:Siruela, 1996, p. 172. Regresar.

  3. Cfr.: Athanasius Kircher: China Ilustrata. Amsterdam, 1667, p. 258b; del mismo: Mundus Subterraneus. Amsterdam, 1665, cap. VIII. Regresar.

  4. Bestiario medieval, ed. cit., p. 145. Regresar.