Dixon Moya

El siglo de las siglas

En muy poco tiempo, este texto será un producto del milenio pasado, incluso nosotros mismos nos miraremos al espejo sintiéndonos reflejo de una era lejana. Quizás los factibles hijos que engendremos a partir del año 2000 nos vean con una mezcla de curiosidad patética, por nuestra antigüedad, cobrando mayor sentido el llamado "choque generacional". La ética y moral, es decir, el conjunto de comportamientos y hábitos cotidianos de los hombres, seguirán siendo afectados por el cambio científico. Nuestro actual siglo será un montón de datos acumulados en un libro o un disco compacto, que los historiadores futuros catalogarán con algún apelativo de fácil recordación. Por mi parte, propongo que este siglo veinte, cambalachero y próximo a ser un largo recuerdo, se conozca como el "Siglo de las Siglas".

Así como al siglo dieciocho se le identifica como el "Siglo de las Luces", por la profusión de ideas y acciones revolucionarias, y existe un "Siglo de Oro de la literatura española", un buen apellido para el actual podría ser "de las siglas", teniendo en cuenta que la abreviación es una característica que se ha venido multiplicando en lo corrido de estos años, a todo nivel. Si bien el abreviar no es algo nuevo, sobre todo en el trato entre personas "de origen noble" (Don), o en la correspondencia a Su Divina Majestad (S.D.M.), y otras aristocráticas presencias, se ha visto su popularización en las diversas esferas de la vida social. El hombre nunca antes necesitó de condensar expresiones y nombres, Adán se limitó a denominar objetos y animales, pero alguien empezó con una moda, que trascendió lo efímero para ser una constante de nuestra comunicación actual. La verdad, jamás se había avanzado tanto en un lapso tan corto, ni se había convivido de forma tan agitada y cambiante; es, tal vez, sólo la premisa de lo que nos espera a la vuelta de la esquina milenaria. Conceptos como Estado, sociedad, gobierno, comunicación, moneda y religión pueden cambiar, modificarse o incluso desaparecer. Pero como no es posible anticiparse, lo único factible es hablar sobre lo actual, mientras se convierte en pasado.

Esta centuria ha producido más información que la acumulada en todas las épocas de la humanidad, y cada día transcurrido significa un atraso intelectual constante y progresivo de las personas que habitamos este planeta. De allí la necesidad de simplificar, de abreviar los nombres y mensajes; es un síntoma y manifestación de nuestra complejidad técnica y social, proyectada e interpretada en el lenguaje. Porque si algún curioso científico social desea entender este siglo, debe manejar esas pocas letras, que sin su soporte informativo no tendrían ningún significado, pero que casi todos los ciudadanos del mundo entendemos, y que por la importancia que le damos a su sentido las signamos con mayúsculas como ADN, ONU, AA, USA, URSS, OLP, IBM, VHS, NASA, SIDA, CIA, FBI, CNN, COI, FIFA, NBA, GMT, BBC, UNICEF, IRA, ETA, TNT, DDT, FIAT, etc. Incluso situaciones no comprobadas, sólo supuestas, tienen su propia sigla (OVNI), así como nuestra doble y dudosa moralidad ha calificado lo relacionado con el sexo con una letra repetida (XXX). No falta recordar que uno de los sonidos más escuchados en el mundo entero, durante los últimos meses, ha sido NATO (OTAN). En Colombia, mi país, hemos tenido la experiencia con otras siglas dolorosas como FARC y ELN, de las cuales esperamos su compromiso para alcanzar otra palabra corta de inmensa significación, paz.

Todo esto para concluir que los presentes cien años han sido pródigos y sorprendentes. Un período tan exuberante, voluptuoso y generoso en recursos y transformaciones, que ninguna abreviatura puede simplificarlo, ni siquiera la más conocida, S. XX.