Merced de umbral • Wilfredo Carrizales
XXXII

Hincados en la acequia los tajadores le ajustaban las cuentas a los avellanos. (Un sendero levantado en medio de los campos constituía el linde entre el enojo y la paciencia.) Las hachas querían actuar por su cuenta sin medir el riesgo.

La madera dura ingresaba por las puertas siempre abiertas. Luego eran travesaños y las casas se empequeñecían en el encierro. La oscuridad resultaba minuciosa o más advertida.

Un golpe de lluvia le sacaba delantera al soplo del viento. Entonces, la privilegiada porción de terreno se regalaba un herbazal exuberante, pero los grillos desfiguraban esa verdad.