Quisieron ofrendar carne a los dioses moribundos, sin percatarse de la existencia de ocultos testigos. Actuaron como señores carentes de previsión y lo pagaron a alto costo.
La madre estaba enferma de obrar mal. Numerosas trastadas tenía en su haber. Su práctica habitual desembocaba en el tráfico de lenguas, maldecires y conjuros de pacotilla.
La casa ardió con espontáneo fuego. Todos los habitantes dormían y soñaban al mismo tiempo con llamaradas. No pudieron abrir los ojos. En su lugar se aposentaron tizones humeantes, viáticos para encontrar tinieblas.