Merced de umbral • Wilfredo Carrizales
XXXV

La golondrina se congració con el filósofo para que la enseñara a penetrar en los espacios de una manera poco convencional. El filósofo taladraba las nubes y cuando de ellas salía la viscosidad original, la tomaba entre sus manos y se impregnaba el rostro. Luego, la golondrina volaba hasta su hombro. Los dos se sentían compenetrados por un numen exquisito.

De frac vistió la golondrina y comenzó a construir su nido en la cortina pintada de fuego. Comió sus copos de avena como quien ve nevar. Después fue precaria su situación y huyó al mar. En una isla barrera copió los vuelos de otras aves. Ahora no sabe ni cómo se llama ni por qué está allí.