Los yernos zumbaban alrededor de la tinaja. Se burlaban del suegro que escondido estaba dentro de ella. Él gritaba, gangoso, que lo dejasen conservar sus verduras. La tinaja comenzaba a rajarse, pero nadie entendía las grietas.
Cantó el gallo una madrugada y un vórtice atmosférico atrapó al suegro. La tinaja giró varias veces hasta que volcó. El suegro no quería huir; parecía un tornillo sin fin. Se torció las muñecas y se sintió un alucinado.
Cuando los yernos apercibieron el desastre, el suegro ya estaba comido por los gusanos. Sólo se escuchaba una resonancia visceral.