Merced de umbral • Wilfredo Carrizales
XXXVIII

Ganaron el oficio de comilones con disimulado esfuerzo y fueron favorecidos con galones de seda. Desde entonces las tenias se alojaron en sus destinos.

Las comidas corrían por cuentas que levantaban flujos. Chorros de licor rodeaban las mesas en alarde de disipación.

Repletos los estómagos reposaban a la luz de los calderos. En sueños resolvían las ecuaciones digestivas y, al despertar, nuevos axiomas de la gula y las magníficas viandas engrosaban los manuales del hartazgo.

Los enormes apetitos encontraron las marmitas a su acomodo.