Merced de umbral • Wilfredo Carrizales
L

Cayó la ganzúa y la mascota aulló entre plañidera y mordaz. La reja no era garante de paz. Quien husmeaba al amparo de las sombras parecía tener mal olfato.

A hurtadillas arrebataban las yemas de la vid. Por ese camino el zumo nunca llegaría a las sedientas bocas.

Era necesario zurrar al malhechor. Cualquier postergación implicaría una deformación del viejo sentido de la tolerancia.

Cayó de nuevo la ganzúa, pero esta vez dentro de un hoyo, junto con su manipulador. Los majaron. Sobraron los cabestros para el atajo.

Después de tanto julepe el lagar alcanzó la emoción que embriaga.