El retrato del número dos • Marisol Correia
Capítulo II
Cadena perpetua

Nos dieron cadena perpetua, al uno y a mí, en una calculadora

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—¡Qué bajo he caído! —dijo el número dos para llamar la atención de Laura.

—¿A qué te refieres? —preguntó la niña.

—¿Te parece poco que esté en un cuaderno de caligrafía después de haber estado en libros de música, de lógica, de física, de química y hasta de filosofía y astrología? Soy un número con mucha experiencia. No merezco esta humillación.

—¿Qué es experiencia? —inquirió boquiabierta.

—Bueno. Es lo que has vivido hasta ahora: los estudios, trabajos y viajes que has realizado.

Al oír esto, Laura sintió una necesidad urgente de no quedar mal con el número dos.

—¡Yo también tengo mucha experiencia y no merezco la humillación de no haber entrado aún al colegio! —Laura estaba a la defensiva—. Fíjate. He realizado estudios del número uno y hasta hice un trabajo en donde lo repetí —la niña tomó aire para enfatizar esto— ¡cinco veces! Además viajo constantemente al parque y a casa de mis abuelos —culminó Laura de exponer su curriculum vitae.

Al número dos no le parecía gran cosa la experiencia de Laura; pero como sabía que era una niña pequeña, decidió ser cortés con ella.

—¡Vaya! A eso se le llama tener mucha experiencia, si me lo preguntas.

Por primera vez, Laura rió ampliamente, sin temor a mostrar que le faltaba un dientecito. Sin embargo, había algo que aguijoneaba su curiosidad.

—¿Cómo fue que caíste tan bajo?

—La verdad es que todo empezó porque hice una trampa.

—¿En serio? —ahora sí es cierto que la curiosidad le picaba como un enjambre de abejas completico.

—En todos los libros —prosiguió el dos— siempre he estado en la segunda página y el número uno en la primera. Un día se nos ocurrió cambiarnos de página. Así, el libro comenzaba por la página dos y luego le seguía la página uno.

—La página dos, la uno... ¿Y después? —interrumpió Laura quien sólo conocía los números hasta el dos.

—Pues... la tres, la cuatro, la cinco, la seis, etcétera.

A Laura le llamó la atención la palabra “etcétera”. Se imaginaba que era un número que nunca antes había escuchado. Se lo imaginaba muy chistoso porque su nombre le provocaba cosquillas en el estómago.

—Los jueces de los números —dijo el dos en voz alta para recobrar la atención de Laura— nos descubrieron en el acto. Nos dieron cadena perpetua, al uno y a mí, en una calculadora. El orden de los números es muy importante. Nunca lo olvides.

—¿Y es muy malo estar dentro de una calculadora?

—Imagínate. Es lo peor. Primero, te encierran en un cuarto oscuro con los demás prisioneros y no sales hasta que te hacen saltar a una pantallita. Luego, te suman y te restan y te multiplican y te dividen. Nunca dejan de hacerlo. Es realmente desagradable. Una vez me sumaron con uno de mis gemelos y nos metieron dentro del número cuatro. Estábamos muy apretados allí dentro. Cuando por fin salimos, nos sumaron y nos multiplicaron tantas veces que nos metieron en el número mil. No te imaginas las veces que nos tuvieron que restar y dividir para sacarnos de ahí.

Laura no pronunció palabra, ya que ella no sabía cuál número era el mil. Ni siquiera sabía si era mayor o menor que veinte. Para ella, el veinte era el número más grande de todos. Una vez, su papá le dio veinte caramelos y eran muchísimos más que dos caramelos.

—Apenas me sacaron del número mil —continuó el número dos— me escapé. Ahora me escondo en este cuaderno de caligrafía.

—¿Por qué no te escondes en un libro más grande y más importante?

—Porque los cuadernos de caligrafía no levantan sospechas. Además, los niños nunca delatan a sus amigos.

Laura se sentía muy mal. Recordó que había delatado a su amiga Teresa quien robó una galleta de la caja de galletas.

—Yo nunca, nunca, nunquísima te delataré —prometió Laura con la intención de remediar su falta de lealtad con Teresa.