El retrato del número dos • Marisol Correia
Capítulo III
Mejor no tener cabeza

Deberían inventar un paraguas para protegernos de tanta lluvia de ironías

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—¿Por qué no dejas que te escriba? Dime. ¿Tienes miedo de que los jueces de los números vean tu retrato, sepan que estás aquí y te lleven de nuevo preso a la calculadora? —Laura preguntó después de haber meditado por largos minutos.

—No. No es eso —el dos hizo una pausa para pensar—. Te lo diré. Pero no te vayas a ofender. Lo que pasa es que tú aún no sabes escribir bien. Si me retratas feo, el número uno se burlará de mí.

—Pero es que al número uno lo empecé dibujando feo hasta que aprendí a retratarlo bonito. Tú eres muy bello. Si yo te escribo mal, no es algo que sea tu culpa, mucho menos... la mía.

—¿Y de quién es?

—Es obvio que todo es culpa de mi mano. Yo soy inteligente en extremo; pero la mensa de mi mano no entiende cómo debe retratarte —puntualizó Laura de manera radical.

—Pero si un día me muero y sólo quedan los retratos feos que hiciste de mí, la gente me recordará como tal. Nunca sabrán lo bello que fui. ¡Triste muerte espera a aquél cuya imagen ha sido distorsionada por la mano necia de un pintor inteligente! —argumentó el dos con voz solemne y melancólica.

—No te preocupes por eso. Tú nunca morirás. Los números no pueden morirse, aunque así lo quisieran —Laura no tenía dudas de lo que decía.

—¿Cómo es que tú sabes eso y yo no lo sé?

—Porque yo sí tengo cabeza para pensar.

—¿Y tú, morirás?

—Sí. Pero cuando esté muy, pero muy, pero más que muy viejita. Más o menos cuando tenga veinte años.

—¡Qué ironía! Tú tienes cabeza para pensar y morirás. Yo no tengo cabeza para pensar y viviré por siempre. Es mejor no tener cabeza.

—Claro, para ti es así, porque, a pesar de todo, tú piensas.

—¡Caramba! Gracias por el cumplido.

—Pero... ¿Cómo puedes pensar si no tienes cabeza? —esto le preocupaba mucho a Laura.

—De la misma manera en que muchos tienen cabeza y no piensan —acotó el dos de forma triunfante.

—Pero tú le debes todo a las cabezas de las personas que te inventaron. Si no fuera por ellas, tú nunca hubieses existido. Y eso... es peor que morirse —acotó Laura de manera aun más triunfante.

—¡Vaya! ¡Hoy llueven las ironías! ¿Es decir, que yo soy una creación eterna de un creador temporal? —no había dudas de que el dos aprovechó muy bien sus años de estadía en libros de filosofía.

Laura no entendía absolutamente nada. Pero como su orgullo le impedía reconocerlo, optó por seguirle la corriente al dos:

—¡Así es! ¡Qué lluvia de ironías! ¿No? Deberían inventar un paraguas para protegernos de tanta lluvia de ironías. ¿Verdad? Porque podría alguien resfriarse de ironías y tendría que tomar un jarabe para la tos de ironía y, si es muy grave, tendría que inyectarse con anti/ironía. ¿No es así? Además, la pulmonía de ironía sería una enfermedad muy fea y contagiosa. Y tendrían que hacer una cuarentena de ironía ¿Verdad que sí? ¡Caramba! Tienes razón, es mejor no tener cabeza —finalizó Laura con su intento de parecer una experta en el tema.

—Sí, sí, claro —dijo el dos con tono de seguridad. Aunque ahora era él quién no entendía nada... pero nada... pero nadita de nadita... de naditica.