El retrato del número dos • Marisol Correia
Capítulo IV
Una pose disléxica
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—¡Déjame dibujarte! ¡Porfa! ¡Porfa! ¡Porfa! ¡Por favorcito! —Laura sabía cómo ser insistente—. Te prometo que nadie verá los retratos feos. Primero, te dibujaré en páginas de prueba. Si sales deslucido, horroroso o defectuoso; las quemaré hasta que no quede evidencia. Si sales agraciado, perfecto y precioso, tal como eres, te copiaré en el cuaderno de caligrafía. ¡Lo prometo por el diente que me falta! Y, si no cumplo, que el ratón no me traiga nada.

El número dos había quedado sin argumentos.

—Está bien —suspiró derrotado—. ¿Qué pose quieres? ¿Quieres que pose de frente, de perfil, de medio lado, al revés, parado o sentado?

—Pues... probemos al revés —dijo la pequeña entre risas.

El dos se volteó y esperó a que Laura terminara de retratarlo. Esto fue muy difícil. El dos se empezó a quejar de mareos. Laura se empezó a quejar porque el dos se movía mucho. Pero, al final lo lograron.

—¡Diantre! No lo has hecho nada mal. Eres una verdadera artista.

El dos estaba realmente impresionado. De verdad que retratarlo al revés es muy difícil. Todos los niños lo saben.

Laura estaba muy orgullosa de su trabajo. Así que decidió enseñárselo a sus padres.

—Mami, papi, miren lo que he hecho.

Laura esperaba que su mamá y su papá se pusieran tan contentos que estaba segura que ahora sí la inscribirían en el colegio.

El dos se volteó y esperó a que Laura terminara de retratarlo

—¡Pero... si está al revés! —dijo su mamá en tono árido—. Hay que ver que nunca pones atención a lo que haces.

La niña tenía muchas ganas de llorar. No obstante, esperó que su papá —como de costumbre— la defendiera.

—Mi amor —dirigiéndose a su esposa—, no seas ignorante. Recuerda que la niña tiene dislexia. Por eso, no ha entrado, ni entrará, al colegio hasta que reciba ayuda especializada.

Laura estaba asustada. Ella no sabía qué era dislexia. Pensó que era una enfermedad espantosa. Pensó que, si iba al colegio, se la contagiaría a todos. Empezó a gritar, a llorar y a patalear como si la estuvieran electrocutando.

—¡No me quiero morir! ¡No me quiero morir! ¡No me quiero morir! —Laura estaba fuera de control.

—¿Ves lo que has hecho? —reclamó el papá a la mamá—. Cálmate, mi Toti —así le decía de cariño—. Estoy seguro de que tienes una razón válida para haber escrito al dos al revés.

Laura estaba indignada. Pensó:

—Me estoy muriendo de una enfermedad, de una cochina, marrana enfermedad y me preguntan por qué escribí el dos al revés.

—¿Qué pasó? —prosiguió su papá con compasiva mirada—. Fue que no pudiste ver bien el número dos, ¿verdad?

Laura ya no estaba triste ni asustada, más bien estaba ofendida. Echaba truenos por los ojos y lava hirviente por la boca. Su cabello rizado estaba tan tenso que se volvió liso.

—¿Acaso yo estoy ciega? —le reprochó—. Yo sí lo vi muy bien. Lo que pasa es que yo le pedí que posara al revés por dos razones: primero, por que es más divertido y segundo, porque es más difícil. Además, yo no tengo la culpa. Ustedes no me dijeron en qué pose lo querían. ¿Acaso yo soy adivina? —las pecas de Laura parecía que se iban a disparar de su cara.

—¡Qué falta de educación! —espetó su mamá—. ¿Ves lo que logras con tanta consentidera? —le reclamó al papá.

El papá miró a la mamá con recriminación. Y estaba a punto de responder al ataque. Laura sabía que sus padres no eran capaces de resolver una situación de manera adulta y razonable. Así que decidió intervenir.

—Disculpen mi falta de respeto —se apresuró a decir—. Lo único que quisiera saber es cuál pose quieren que tome el dos. Por favor, que sea una pose fácil porque si no, se cansa y se mueve a cada rato.

—Pues, queremos que lo escribas al derecho. Es lo lógico —alardeó su mamá.

—Sí, mi Toti. Y hazlo lo mejor que puedas. No te vayas a esforzar mucho —completó su papá.

El humor de Laura cambió de repente. Estaba tan contenta al pensar que de nuevo conversaría con el número dos, que se le olvidó lo de la dislexia. Mientras se alejaba a su habitación, escuchó que su papá le decía entre dientes a su mamá: “¿Quieres traumatizar a la niña?”.