El retrato del número dos • Marisol Correia
Capítulo VIII
El premio mayor
Comparte este contenido con tus amigos

—¿Qué pasó? —preguntó el dos esperando escuchar malas noticias.

—¡Ganamos! —gritó Laura efusivamente—. Si supieras... Todo era un juego para ver quién aguantaba más. Nos pedían que hiciéramos esas cosas tan locas para ver si nos rendíamos primero. Pero ¡qué va! Mi mamá se rindió más rápido que naguará. Y hasta me dio un premio.

—¿En serio? —el número dos estaba enormemente asombrado.

—Sí. Al principio, yo pensé que era un abrazo; pero los abrazos son gratis y todas las veces que uno quiera. Entonces, no era un abrazo. Pero, de todas formas, mi mamá me estrujó suavecito. Yo me sentí muy feliz porque uno no se entera todos los días de que tiene el derecho natural a ser amapuchado. Además...

—Excúseme —interrumpió el dos—. Lamento interferir con su cautivante relato, pero me parece que aún no me ha dicho lo que le dieron de recompensa.

—¡Ah, sí! —exclamó Laura—. Pues, déjame decirte que estás hablando con una niña que entrará al colegio el próximo año.

—¿Ese es el premio? —el dos estaba un poco confundido.

—¡Sí! —gritó la chiquilla con mucha alegría.

—¡Vaya! Para muchos niños, eso sería un castigo. Pero, si a ti te gusta, entonces, te felicito. Te congratulo doblemente: porque vas a la escuela y porque quieres ir a la escuela.

—¡Gracias mil!

—Por cierto, ¿Y mi premio? Estarás de acuerdo en que fui yo quien sufrió más con este jueguito...

Laura se dio cuenta de que no había premio para el dos. Así que decidió improvisar uno.

—Tu recompensa es muy fácil. Es algo muy interesante. Es algo invisible, es decir, que no lo puedes tocar.

—No lo puedo ver —corrigió el dos.

—Bueno. Tampoco lo puedes tocar. Pero es algo muy súper. Algo que todos quieren tener. Es algo que no tiene tamaño ni tiempo de vencimiento. Si no te gusta, te lo cambio por otra cosa.

—Déjate de rodeos y dime qué me gané.

—Ya te lo dije. ¿No te acuerdas? —Laura trataba de ganar tiempo, ya que todavía no sabía lo que diría.

—¿Qué cosa? ¿Eso que es invisible, no se puede tocar, no tiene tamaño ni tiempo de vencimiento y que puedo cambiar por otra cosa si no me gusta?

—Exactamente. Se nota que me has estado prestando mucha atención —dijo la niña con una sonrisa forzada.

—Ajá. ¿Y para qué sirve?

—¡Qué bueno que me lo preguntas! ¡No veía la hora en que lo hicieras! Eso sirve para... bueno... para... tú sabes ¿no?... ¡Ah! —a Laura se le ocurrió una idea—. Eso te sirve para lo que tú quieras que te sirva.

—¡Vamos! No inventes. Ya sé que no hay gratificación para mí. Imagínate. No existe una cosa con tales características y que, de paso, te sirva para lo que tú quieras.

—¡Claro que sí! Esa cosa es mi amistad eterna y entera —Laura sabía cómo salir triunfante de cualquier situación embarazosa.

—Entonces creo que me llevé el premio mayor —puntualizó el dos.

Es algo muy súper. Algo que todos quieren tener. Es algo que no tiene tamaño ni tiempo de vencimiento