El retrato del número dos • Marisol Correia
Capítulo IX
Mirada musical
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—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó el dos un poco aburrido.

—Mi mamá dice que puedo retratarte como yo quiera —comentó Laura a manera de sugerencia.

—Espero que no sea otro de sus juegos locos —rió el dos con fuerza.

—Bueno. En algo tenías razón. Mi papá es escorpio y mi mamá es virgo. Así que no te extrañe que sea una de sus exigencias pistillosas —reventó Laura de la risa.

—Se dice quisquillosa... —el dos no pudo seguir hablando. El pobrecito explotó en carcajadas. Ya no parecía un número. Mas bien, parecía un resorte loco, desatado y desenfrenado.

—Por favor, no sigas —rogó su menuda gran amiga—. Si me río un poco más, voy a tener que comprarme una cara nueva.

—OK —acordó el dos—. ¿En qué estábamos? —logró preguntar después de cansarse de tanta risa.

—Iba a retratarte como yo quería.

—Está bien. ¿Qué pose se te antoja en este momento?

—Ninguna. Sé tú mismo. Me gustas tal cual eres.

Ciertamente, el dos se veía mucho más guapo cuando no adoptaba poses. También se veía mucho más feliz. Laura no demoró mucho en escribirlo, debido a que su mano había practicado bastante.

—¡Bellísimo! —el dos estaba muy contento—, es hora de que me escribas en el cuaderno de caligrafía —anunció ceremoniosamente.

—Lo sé —dijo Laura con seguridad—, pero quisiera que fueras tan feliz como yo lo soy ahora. Me gustaría hablar con los jueces de los números y convencerlos de que te den libertad condicional en un libro más importante. Confío en que ellos me escucharán porque soy una niña que irá a la escuela el año entrante.

—Ya no quiero estar en un libro más importante.

—Pero si tienes mucha experiencia.

—Así es. Y la experiencia me ha enseñado que las personas que leen esos libros nunca te toman en cuenta. Ni siquiera se preocupan por conocerte.

—No te creo —Laura estaba atónita.

—Créeme. Ellos sólo te analizan. No hablan contigo, teorizan sobre ti. No son capaces de amarte, sólo te estudian. En vez de abrazarte cuando tienes frío, se ponen a explicarte los cambios climáticos. Nunca los verás llorar o reír con un poema, siempre los encontrarás contándole las sílabas y buscándole los recursos literarios —el dos hablaba muy en serio.

—Pero eso no puede ser verdad —insistió Laura aun más aturdida.

—Eso no es todo. Si los ves a los ojos, te darás cuenta de que están secos, áridos. Carecen de luz propia. Son rígidos como la inclemencia, fríos como la apatía. Ni siquiera tienen música.

—¿Música? —preguntó la chiquilla con gran expectación.

—Sí. Me gusta este cuaderno de caligrafía porque desde aquí puedo escuchar la música de tus ojos.

—¿Mis ojos tienen música? —el corazón de Laura latía dulcemente.

—Seguro. Me extraña que no hayas logrado escucharla con esas orejotas tuyas —bromeó el dos.

—¿Y cómo es la música de mis ojos? —Laura se sentía en el cielo.

—Bueno. Eso depende. Si estás triste, es suave y fría como la neblina. Cuando estás molesta es como el rock pesado. Mientras estás alegre es escandalosa y pegajosa y te provoca bailarla hasta torcerte como el número ocho. En ocasiones, cuando duermes, la música de tus ojos se apaga. Pero, casi siempre, sigue prendida y me acuna.

Me gusta este cuaderno de caligrafía porque desde aquí puedo escuchar la música de tus ojos

—¿Y qué música tocan mis ojos ahora? —la pequeña se sentía gigante.

—Pues, es una música cálida y apacible —expresó con exquisito acento.

—Es verdad. Ya puedo escucharla —expresó conmocionada.

—Tu voz también es especial —declaró el dos con ansias de dialogar sobre ello.

—¿Mi voz? Todos dicen que mi voz es chillona y siempre me mandan a callar.

—Están todos sordos. No les hagas caso. Tu voz es muy buena amiga mía. Cuando estoy triste, me hace cosquillas para animarme. Y si ella está triste, entonces, le cuento los chistes que tú me enseñaste.

—¿Y ella se ríe?

—¿Acaso no lo sabes?

—Sí. Sí sé. Muy a menudo se ríe, pero, a veces, está tan triste que no puede. No me había dado cuenta de que le contabas chistes a mi voz. La próxima vez, ya podré reírme con ella.

—¿Sabes qué? —preguntó para crear un clima de suspenso.

—¿Qué? —a la chiquilla le parecía que el mundo estaba todo en el número dos.

—Creo que ahora sí estaría dispuesto, si fuese necesario, a partirme en dos por ti.

—Y yo por ti, me tragaría un tarro de alcohol y gasolina con cien agujas puyudas y mil clavos oxidados. Y además, lo haría con gusto y sin rezongueras.

—Siempre tienes que ganar, ¿no? —declaró pícaramente el dos.

La respuesta fue una sonrisa rubí transparente, un guiño violeta claro y un suspiro azul rey...