El poder, triste ropaje de la criatura • Octavio Santana Suárez
III
La muerte agria, padre, te ahorró otras desilusiones amargas
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La muerte agria, padre, te ahorró otras desilusiones amargas

Comenzó una nueva era de la que esperé una regeneración esencial, pero —lo admito— no me queda más remedio que proceder trabajosamente en el empeño por imaginarla, porque no alcanzo a descubrir el resquicio donde disfrutar la época anhelada. A no importa qué precio, la apatía quiere emparentarse con la prudencia y se esgrime, apenas con rubor, la armadura de la desfachatez del “¿y qué?” —triste recurso con el que perpetuar las regalías cobradas. ¿A qué viene esta conducta?, ¿cuál es su propósito?, las expectativas quebrantadas generan mala fama —la merecen— a los que alentaron las ilusiones y metamorfosearon sus objetivos de creación por los de reducirse a la prepotencia. Comprendo sobradamente que el tiempo curado por los años en los sótanos del olvido se arquea elástico, ¿tendré por ello que traer a la memoria de unos cuantos que a Judas su tragedia le impidió escribir la Pasión? ¿Estamos definitivamente atados por temperamento a ir detrás de los directores de la opinión?, ¿cada vez que muden el antojo ha de practicarlo forzosamente el resto?, ¿y a los escasos discrepantes, no los sigue nadie? Tomó plaza el aborrecible viento del chaqueterismo y pronto disipó el buen olor de la lealtad a los grandes proyectos —se pasó del diálogo al lenguaje de los insultos por la espalda, y a la verborrea del engaño tras engaño. La mayoría aprendieron a manipular diestramente el sistema y la moneda de cambio fue, desde aquellos momentos, el egoísmo del “suba quien pueda” ¿no propinó el individualismo el camino fácil? El superior se convierte así en el símbolo del de más abajo, ¿acierta el inferior con que es la savia nutricia del de más arriba? En la lucha encarnizada por ascender a través de la jerarquía, no existe más que el presente. La adulación saluda a los que ordenan a la sazón, y trata de institucionalizar la fugaz satisfacción viscosa de los que triunfaron sobre el confuso espíritu demolido por el fracaso. En la hora actual que la pelea redacta, ninguno se lastima de los que sufren la derrota. No gusta contemplar los rostros descompuestos por la fatiga —se figuran que el descalabro es la madre en que fermenta la pausa cruzada— ¿no mantuvo el mando en su seno calladas las adhesiones pagadas?; los cuerdos de viejo probablemente supongan que el alejamiento ayudará a recomponer las facciones de los frustrados y los dejan solos en la periferia de la refriega. ¡Qué fuertes son los colores naturales en los que reposan estos sentimientos!, en verdad, descorazona interpretar la secuencia repetida del relevo en los papeles entre ganadores y perdedores. Se descendió a un grado tal de envilecimiento por el ambiente de amiguismo, arribismo y corrupción que cualquier demanda, al margen de su valor, humilla; es preciso dar por terminada la etapa pestilente de las dilaciones motivadas por la intención torcida; resulta urgente hallar otra vía con la mira de que el gobierno no se centre excesivamente en la camarilla que lo detenta. ¿Encierra algún significado conquistar la independencia intelectual para luego observar la forma desgraciada en que se ahoga la libertad en la marea del cinismo?, ¿faltan quienes se percaten de cómo obrar al caer rotas las cadenas? Indudablemente, la soberanía se orientó a todos, ¿dónde se extraviaron los sueños, principios y perspectivas que empujaron a un elevado número de personajes, jóvenes casi ayer? Me resisto a aceptar que las tesis pronunciadas entonces constituyeran simplemente una celada con el fin de timar a los confiados y asegurar el acceso al poder a tanto embustero. ¿Qué ansía la reciente oligarquía?, ¿trasformar de un plumazo a la ciudadanía en sus criados? Por un amplio sentido de la belleza posible, no estimo plausible negar lo que es innegable: la perversidad que carga consigo esta mugre, su bestial injusticia escorada y la execrable iniquidad provocan el desconcierto de la razón y la descreencia en la coherencia moral. El rencor por la versada construcción ajena coge de la mano al envidioso que campea por sus respetos en la cosa pública y desautoriza, sin ambages, el quehacer serio no alineado con sus conveniencias, ¿no aligeraría su dolencia si procurase entender el denuedo honesto? El hombre obsesivamente ensimismado que mora complacido en su cosmos íntimo de particulares creencias es retado y atormentado hasta el furor. No le permiten constituirse en el monarca del reino de sus metas; lo requieren gregario; ¡no a los términos medios!: o vence su singularidad, o en la fatalidad chocará con su desconsuelo permanente —en los modos de la mucha mentira volante, se enreda la voluntad más noble. Los mediocres abundan y animan a la imitación peor —acallan las dudas al poner el énfasis en el desafío a la incredulidad—, en la lisonja reconocen menos la farsa y más la verdadera sustancia que los sostiene —en la ópera bufa se encuentran como en su casa. ¿Pretenden sus acólitos percibir en esas maneras un murmullo de fe?, ¡hatajo de ignorantes!, los argumentos del silencio exigido constantemente repugnaron a la explicación. ¿No captan los fieles que la elaboración mental exigua es un pésimo límite?, ¿qué harán al escuchar que demasiado esfuerzo es pernicioso?, ¿el colapso emocional a causa del montón de información acaso obstruye el discurrir?, la culpa es del tedio que precipita a funcionar reiterativamente con idénticos sumarios. Las triquiñuelas ocurrentes son propias de pandillas revueltas en el fango. ¿Saben en realidad lo que piensan?, ¿incluso antes de oír lo que dicen?, ¡afásicos!; de sus historias únicamente recuerdo la inmundicia muda de la oblicuidad huidiza —principal residuo pegado a sus osamentas. Hablo de especímenes en los que notamos una actividad cerebral próxima al mínimo de las oportunidades humanas. No consigo evitarlo: experimento fastidiosa la descomunal caricatura que chapotea en el barro de la ambigua analogía soltada del interior de la metáfora; confieso además que la paradoja me saca de quicio cuando enseña su dentadura sucia de ironía, y la hipérbole misma disloca el ritmo extravagante de la agonía. En los tiempos de hoy se vive con el culo de cara a los ideales y la frente guiada por los intereses; ¿quiénes los aprecian gigantescos?, ¿quizá la gentuza que los considera de rodillas? Siempre germinó penosamente el identificar los vientos de la emancipación serena con la vorágine de la rebelión; es una sospecha que lleva dentro la semilla del anquilosamiento de la estructura y, más que una impresión traspapelada, parece un cálculo errado. Aguardo impaciente una inédita alternativa, imbuida de la virtud unitaria con el apoyo de una clase instruida y progresista, ¿cabría ser éste el aliento renovador que torne respirable el aire vuelto ahora sofocante?