El poder, triste ropaje de la criatura • Octavio Santana Suárez
IV
A mis opresores con ternura
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A mis opresores con ternura

¡Lo juro!, prefiero seguir a los genios que nunca existieron que a los jefes de jauría, ¿no se probó por desgracia que gozaron por aquello que no ejercitaron y por lo que sí consumaron? Las omisiones más que las acciones señalan el perfil de nuestra conducta: numerosos trozos de las primeras escapan al control del consciente —revelan en lugar de esconder—, y las que son deliberadas quisieran echar mano del viejo truco del despiste —no aciertan con el atenuante. No cabe dudarlo: los dos aspectos se condicionan —me recuerda cómo define el estilo diario de obrar a la actitud en la hora efímera. Probablemente, el latigazo sufrido en el pecho, al soltarse una rama doblada al paso del de delante, sugirió la idea de elasticidad, ¿ocurrió en modo semejante el hallazgo de la secuela que produce la necesidad en el ánimo?, fija, en quien la padece, flexibilidad en sus criterios; el aprendizaje se relaciona directamente con la trascendencia, por ello, debemos evitar la aparición de su desdichada desviación, la podredumbre. ¿Qué sucedió con la ética?, su extravío impuso la obligación de brotarla de nuevo. Al principio, el quebranto apenas se adivina, incluso apunto que imprime una innegable ligereza en la costumbre, ¿no anima acaso la atmósfera cargada con la áspera responsabilidad? Después: el empeño por destruir al enemigo —casi anteayer amigo— aniquila a todos, los esfuerzos implacables se rebelan contra sus protagonistas, el ambiente se vuelve irrespirable y la corriente se torna insostenible. El que no se arriesgue a razonar así es, o está a punto de ordenarse, esclavo.

Le dije al rival que trató alocadamente de amordazar mis ansias: ambos nos veremos por detrás del final. Para ti la vida habrá sido corta; opuestamente, a mí me pareció abundante —no perdí el tiempo y por tal motivo no me faltó. Lo deduzco, te entretuvo la horizontal; entretanto, me dediqué obstinadamente a bucear hondo y vencí una a una las decepciones. Tu altura es enana: a la estatura la reduce el peso de los rencores, ¡y te complaces de tantos! Los obstáculos que preparaste al objeto de frenar mi marcha, antes que llegar a impedirla, me exhortaron a realizar lo que me propuse; ¿supusiste de veras que codiciaba superarte?, ¡pero hombre, únicamente me interesó sobreponerme a mí mismo! ¿Recuerdas el jadeo al toparse tu cuerpo con las sensaciones?, creíste que precisabas agotarlas, ¿en amplitud?, malogran pronto el aroma cuando se dilapidan las energías en los parajes de la diversidad. ¿Percibes que eres ciertamente un detalle?, si te tengo en cuenta, lo adeudas a tu papel de destacar el talento de un gigante —sinceramente, cumples a rajatabla. Tu faz cínica ofrece una imagen carroñera del corazón torcido —invencible al olvido— que constantemente retuvo la mugre de una inteligencia averiada; yo, en cambio, por huir de esa basura rescaté la vastedad que se mantuvo oculta desde que nací. Este tipo inacabado despedaza sobre mí sus frustraciones, el duelo con su mentira duele más —hiere y no enjuga las lágrimas—, y a pesar de su calvario, no logra, ni por asomo, sacar sus pies del estiércol. Absorto en el reflejo del infinito contemplo quietas a las fechas, es su ego desierto el que envejece. ¿Qué brújula puede orientar a una criatura sana en el mar de los andrajos? ¡Comediante!, la norma de tus embustes forzosamente constituirá tu término dramático. Efectivamente, te considero mal educado —ni respetas a tus adversarios ni aprecias a los que son diferentes a tu horma de pensar. Y por favor, no te pongas jamás en mi sitio, seguro que acabarás expulsándome de él. ¿Quizá intentes que te comprendan un poco más? ¡Caramba!, ¡qué difícil lo dispones!

Como desespero de los dioses, llevé a cabo sólo la locura del milagro: conquisté la inocencia a despecho de los desechos que circundan nuestras cabezas, hurté siglos a mis ojos y distinguí otra vez lo hermoso que inadvertí al gastar la niñez. ¿Que cuál es mi edad?, no implico a los años, muero y revivo en cada momento: siempre que me escupen la negación en el rostro estiro el cuello y dejo mirar mi original afirmación. Obviamente, mortifican las carnes abultadas por los golpes, aunque la aventura del alma que recupera la tersura amortigua las molestias. Y esta belleza descubierta trajo del brazo, con un acento propio, la esperanza que cultivo a partir de entonces. Me atreví a invitar a la posibilidad de emprender cualquier cosa con el ardor característico de aquellos que tejen poesías. Creé intensidad donde la nada urdió la teoría del vacío y saltó en pedazos el silencio de los poemas sin voz. Me avine con las palabras a que hablasen de la fantasía prendida en el susurro de las hojas y me admiré de los sueños que costuro con el viento —ecos de la armonía del universo—; ¿poseo algo más?, ¿además de mis anhelos? La ambigüedad del aire la sentí fértil, en la luz que lo cruza reconocí la fragilidad de la naturaleza y comencé a validar la sospecha que en absoluto osé expresar con anterioridad; lo que indefectiblemente me subyuga es el sigilo con que la levedad se moldea perenne. Vino a sentarse junto a la libertad entera la magia antigua y el canto no lo oí más a la manera de llanto, ¿por fortuna no aprovecha el sonido la hechura de las íntimas resonancias? ¿No fue porque no me gustó el mundo que opté no por imitarlo, sino por construir uno inédito y habitar en él?, encontré mayor verdad por el lado de la soledad que del costado de los variantes prejuicios del bullicio humano —música terrenal—; por ese caso viajé de la periferia al centro, allí la rotación es reposo y el chirrido del giro en las afueras se repite mudo. Noté la causa atada al extremo del magnífico encanto de la plástica práctica del perdurar quedo —su lenguaje es común por allá de las formas. Frecuento cauto la eterna pregunta —¡inabordable!— y también visito el compás de los atardeceres —resuelven la incógnita—; la sabiduría resulta ser la definición que encierra la maduración de la bondad. ¿Es estrictamente ineludible que arda completamente?, ¿igual que el incienso?, convertido en humo, perfumo la denuncia del desconcierto. ¿Tras la raya del total, qué ayer y futuro contiene la pasión si su presente es una eternidad abreviada?