El poder, triste ropaje de la criatura • Octavio Santana Suárez
VI
¿Bellaco o diestro navegante en el océano de las cloacas del alma?
Comparte este contenido con tus amigos

¿Bellaco o diestro navegante en el océano de las cloacas del alma?

—¿De qué circunstancias surgió tu mando?

—Del desorden, ¡o la anarquía o la camisa de fuerza! Paradójicamente, los demás descuidaron la ley; después de que la trasgredí, la estimaron más.

—¿Con qué línea maestra conformas tu grupo?

—Aglutino a la gente a modo de tribu en cuyo seno no cuentan más que el parentesco, la adulación y las enemistades. Respetan la falacia de las facilidades iguales que, en realidad, son distintas.

—¿De qué clientela te rodeas?

—La capacidad de distribuir prebendas lleva de la mano al potencial con el que se amplía el séquito del profundo coro anhelante de la sociedad humana, que se esparce por el mundo invocando el orden que les favorece: eruditos, guerreros, traidores, héroes, artistas, artesanos, infiltrados con la misión de disgregar, oportunistas, tibios, camuflados, estafadores, asociables, degenerados, dementes, pervertidos sexuales. ¡Caramba, no lo concebí de antemano en los hombres que con un libro se dedican al ascetismo, a la mendicidad o a la predicación!: los presagiadores y curanderos psicópatas, chamanes, eremitas, faquires, yoguis, monjes, lamas y toda la pasta hedionda de aventureros fracasados, miserables, muertos de hambre, desertores, bulliciosos y vocingleros. Adoran ser condecorados y compran una mención al elevado precio de una genuflexión, ¿por qué les cautiva tanto, aun a costa de su felicidad, tal prestigio de tuertos?, pero... ¡si son sólo servidores!

—¿Con qué guía tratas a tus inmediatos?

—El temperamento que les muestro oscila del despotismo a la negligencia. En los momentos en que los principales no acatan rápidamente mis decisiones, restituyo lo visceral en el carácter, traigo del recuerdo las reglas dejadas en desuso por mi benevolencia y, o bien profiero amenazas en una danza de furia, o lloro —las lágrimas ablandan la actitud rebelde. De cualquier forma, ya que la autoridad declina por las querellas en la cúpula, no distraigo el lenguaje democratizador —descubrí que resulta una magnífica máscara— y, de veras, aparento un estilo más familiar. ¡Ay de la mayoría!, ¡qué magia engañosa la de las palabras!, intento disimular la formidable oposición entre el derecho que la asiste y el abuso que se comete con ella.

—¿Cómo retrasas la insurgencia?

—Promuevo a los más obligados, alcanzan puestos importantes si juzgo adecuados sus puntos de vista; entiendo que del débil, del sinverguenza y del falto fabrico obediencias; no lo dudo, son elementos fieles que procuro fortalecer. Neutralizo a los reformadores, cerco con peligros a los vehementes, reprimo con dureza a los moderados y en el endemoniado baile de la corrupción desorganizo la inquietud.

—Al insinuarse la disidencia, ¿qué cosas practicas?

—Acaricio la esperanza de persuadir a los disconformes de que sus conflictos planteados son vías equivocadas —en pura objetividad, no aspiro a destruir el progreso sino a suavizarlo. Impongo comprender lo ineludible de mi jerarquía por la advertencia o intimidando, y si no lo consigo, compongo el castigo: caigo sobre los descarados y liquido sus insolencias, aniquilándolos.

—¿Y si te vencen?, ¿qué harías?

—Es cuestión de acomodar una especie de abdicación creadora, con la que negocio alejarme y a la vez permanecer de una manera sugerente. Mezclo con sagacidad la segregación y la cooperación y nadie, absolutamente nadie discute mi presencia.

—¿Y si triunfas?

—Al reconquistar el andamiaje, cargo sólidamente en los hombros de los seguidores de la celada la suma del peso de mi voluntad con el fardo de las pérdidas.

—A los pobres diablos, ¿qué les ocurre?

—Agitan el aire con su gritos y alborotos; obviamente, no suponen nada en las soluciones, ¡y eso que normalmente se duelen de sus efectos! Ni siquiera los dioses por morar demasiado lejos llegan a oír sus quejas. ¿Quién va entonces a ocuparse de reconciliarles con sus incertidumbres? No los abandono, tampoco me anexo sus infortunios; opto por inducirles a creer que los protejo.

—Sé que desanimas las embestidas de terceros jefes, ¿con qué ardid te granjeas sus condescendencias?

—Argumento que nos mejora una solidaridad en torno a la necesidad de defender el común e inmenso pacto que suelda a los sometidos con nuestros intereses —los juramentos de adhesión abaten las trazas de osadía. Les convenzo de que es preferible recurrir al compromiso más vergonzoso antes de que la estructura malgaste su vigor por las intrigas.

—¿Y a la inteligencia con qué método la controlas?

—Conquisto a la persona de lógica clara con el viejo truco de los acuerdos sin concreción; le inoculo sospecha en sus sentimientos de amistad, con lo que lo abismo en un hueco de humus abierto a las mentiras y al odio —en tremendo agujero, mino su reputación e influencia. Por su parte, uno u otro paso en pro de la consecución de una mentalidad independiente lo considero un adelanto en la dirección de la conclusión que auguro fatal a mis manejos: la concusión genial del pensador auténtico. Le daría mi voto a título de sirviente acrítico —inspira confianza por sus fines restringidos—, nunca en el papel de consejero —olvidaría más temprano que tarde su deber de dócil.

—¿Y si las mieles no enjugan su ánimo?, ¿arrepentido, no probará a redimirse?

—Un individuo que elige insertarse en el circuito del culo, donde cada cual sigue con el olfato a su padrino, aguantará hasta desfallecer en el círculo del olor fétido. El maldito movimiento redondo impide a los que participan adivinar la infernal perspectiva —únicamente, la divisan los de afuera.

—¿De qué lugar proviene tu riqueza?

—Aliento la confusión en la frontera de la propiedad por el lado de mi autoridad, lástima que el provecho lo reduzca la limitación del tiempo que dispongo. Innegablemente, el beneficio es la sustancia del poder, ¿no lo imaginas también el medio idóneo con que ejercerlo?

—¿Te encuentras más a gusto durante la evolución o en la revolución?

—Se suceden ininterrumpidamente las tensiones y las liberaciones; en ambos períodos, la dinámica la accionan las verdades evidentes porque son convenientes a los perpetuos ganadores; en la evolución, examino y consolido mis privilegios, mientras que en la revolución, reformulo y anudo mi prepotencia. El desarrollo en paz no demanda justificación; por contra, la violencia precisa que se la disfrace revistiéndola con el nombre hipócrita de civilización.

—¡Ummm...!, me rasco la cabeza y no atino a pescar la razón del éxito de tu ambición.

—¿Qué quieres, que te explique los porqués?, ni yo mismo los conozco; en cambio, de lo que estoy plenamente seguro es de que lo que tú miras desde el ángulo del estudio, para mí constituye una excelente herramienta con la que conservo mi posición por encima de los que doblan su proceder y se agachan tras mis ansias.