El poder, triste ropaje de la criatura • Octavio Santana Suárez
XIII
España duele
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España duele

En mi mocedad —anteayer— contemplé a los campeones de toda razón en las afueras de la sociedad: o en la cárcel, o sufriendo el destierro; después que rebasé los treinta, los encontré en las cumbres de los asuntos públicos, luego observé cómo poco a poco fueron alejados del centro, y en la actualidad la moda parece consistir en que las manos más torpes y sucias metan a los protagonistas del pensar por su cuenta dentro de los lúgubres sótanos del desprestigio. ¡Demontre círculo de ambición con que un grupo de jóvenes ayer —desilusionados hoy— recuperan de épocas supuestamente vencidas unas formas despreciables y viejas! Gracias al voto pervirtieron la democracia en su fundamento apenas subieron al carro; probablemente, hallaron excitante el punto de la pegajosa jerga del poder, bastante reducida además de insinuante. La vanagloria los condujo al abierto despotismo, crisparon al país hasta límites inaguantables; de veras, temo que esa comitiva de retrasados continúe manteniendo encendida su monstruosa mecha. Que nos expongan sus argumentos como quieran: acostados, sentados o levantados no lograrán disimular sus comportamientos entregados al vértigo del corto plazo, arrodillados.

Comprenden la dignidad de sus mayorías en la métrica del canje. Esclavos del tanto que se esfuma al instante comercian con cualquier decisión; domeñan la conciencia postrada de demasiados —sus juicios no atinan con la independencia que ansían los hombres rectos. Cometieron el disparate de elevar el pragmatismo —astucia de una lógica— a la categoría de moral. No por incurrir en una arbitrariedad el pueblo los califica de sinvergüenzas, sino por sus permanentes desvíos de los bienes del dominio común a sus parcelas particulares. En lo que conocen algo más que el resto usan de la propaganda, y en lo que reconocen su inferioridad inflan las arterias con audacia roja y corren al lado de la suerte; ¿quiénes aplauden sus majaderías?, exhiben sobrada ramplonería y sus seguidores no pasan de canallas. Los pintaría cornudos, ¿saben del roñoso papel que desempeñan engañando con la mucha pantomima?, en momentos delicados oí que iban a rezar y sólo profirieron blasfemias. Por lo visto creían mentir con impunidad por disponer de la ligereza del ciervo, pero al caer ahora en la zanja probaron con el salto su parentesco natural con los asnos. Viven igual que el gusano intestinal, rodeado de excrementos.

Constantemente violan la ponderación; en sus promesas distinguí intenciones laterales que impurifican el aire, hacen impracticable la paz. En lugar de poner letreros en las puertas de los despachos con el nombre del profesional, deberían haber escrito “en el interior reposa fulano de tal”. ¿Me concederán los dioses el privilegio de brindar cuando muera este jodido sistema de cosas en mitad de las ruinas humanas que exaltó?, empalaga la abundancia de abusos superfluos a diestro y siniestro. Su trágica mediocridad justifica la obtusa aversión a buscar un entendimiento con los demás, y es que la nomenclatura soñó con la libertad enferma que da una autoridad ilimitada. ¡Coño!, ¿únicamente existe la dicotomía entre las posibilidades de cantar a dúo o concertar un duelo? ¿Apostarán porque sus impertinencias de encefalograma plano constituyan el primer tomo del derecho de costumbres?