El poder, triste ropaje de la criatura • Octavio Santana Suárez
XIV
Por desechar las brújulas ayer, hoy todos a la deriva
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Por desechar las brújulas ayer, hoy todos a la deriva

En cuanto los más osados descubren que existen múltiples ruedas de la fortuna en lugar de una, actúan según el papel del saltimbanqui: contorsionan el sentido de las grandes palabras y sus criterios individuales parecen de goma auténtica; ¿el honor?, probablemente lo consideren un aturdimiento incurable, ¿la picardía?, acaso signifique en sus planteamientos más íntimos un fugaz relámpago de lucidez. Les da igual ennegrecer el marfil que blanquear el ébano, ¿lo verdaderamente importante?, ¡el poder joder!, ¿no? Conciben que el derecho a discrepar equivale al de un pasajero que decide tirarse de la cubierta en alta mar. Nunca otorgan la oportunidad de ganar por méritos un puesto, porque basan su autoridad en el temor que inspiran los desmanes; así únicamente alcanzan a llegar los reptiles, ¿no comprenden que con los años a partir de una raíz torcida no crece más que el odio? Afirman proteger a los más necesitados, y en cambio proceden idénticamente a las moscas, ¿no se sienten más a gusto en llagas ajenas? ¿Qué es todo eso?, ¿un drama representado por una compañía de aficionados?, ¿un inmenso hospital redondo del tamaño de la Tierra?, ¿la realización en el tiempo de una Idea Primordial enloquecida? En lo personal, creo que con sus argumentos de taberna y sus remedos palaciegos ofenden en exceso a la paciencia humana —imitan bastante bien al predicador callejero. ¿Dónde el centro de gravedad de un sistema de tal naturaleza?, justo en el agujero negro del culo.

¿El juego refinado que practica la ruin cáfila depredadora?, mantener a los demás en un constante estado de emergencia que les impida discurrir con la imprescindible serenidad. La mayor fatalidad que puede suceder a un honrado semejante mío es que logren acobardarlo; desespero de los obstáculos que ponen a la razón —yo mismo padezco ya de un crónico pesimismo antropológico. Ni por casualidad tocan una sola nota original, ¡qué manos tan terriblemente guarras y tan espantosamente artríticas!; lo malo es que desaparecerán demasiado tarde para como llenaron sus años de mandato. ¡Que quede claro!, entre ustedes y los ciudadanos mide la diferencia que media entre un asesino y el hombre educado que aprendió a usar las armas. Defienden lo indefendible ora por la fuerza del número que juntaron con la falacia de una extraña aritmética de votos —propios y alquilados—, ora por la farsa fácil del caos que dicen traería consigo el gobierno de los contrarios... Quizá sea cierto que en el Cónclave Vaticano nadie elige, sino que particularmente revelan la opción divina —por desgracia, los sencillos de a pie no vestimos el púrpura cardenalicio. Les duele la cabeza por el último revés, ¿y las incontables trampas que organizaron a lo largo y ancho de sus inacabables legislaturas? ¡Cuidado con que “el escándalo aún tiene poco fondo”!, ¿no aprovecha la espuma el que las olas acuerden morir en la orilla? No compone una buena costumbre el abandonar los barcos a causa de vientos adversos... pero a este pobre no le restan ahora ni siquiera las arboladuras.