El poder, triste ropaje de la criatura • Octavio Santana Suárez
XVI
Mercachifles de la voluntad popular. Patología
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Mercachifles de la voluntad popular. Patología

Apenas salta de la cama esa dichosa tropa pone en marcha su particular Tedéum, que se acalla exclusivamente al apagar la luz, ¿no entienden que la tremenda pesadilla de sus desafueros agota a los que optan por la misa de diario y en voz baja? Continuamente intentan llamar la atención, ¡qué rastreros en tanto no lo consiguen!, ¿no los observé implacables con cualquier protagonismo ajeno?, ¡caramba!, no encuentran gusto a nada si no colocan su yo en todo y por encima de todos, ¡vanidosos! A sus altanerías majaderas no las acompañan gestos de valor, ¿cabe calificarlas siquiera de insolentes y ridículas?, ¿ostenta alguna nobleza el defenderse con insectos infectos? Al parecer nunca les importó la verdad, sino las chácharas de bares, el turbio manejo de la opinión, las comidillas de pasillos y los chismes de despachos. Ciertamente, la visceralidad de aquellos que perdieron el sano tino cobra habilidades que la imaginación de los más avezados no había soñado.

Hablan con cortesía a éste y al otro adversario, pero cuando los tienen bien agarrados les aplican los preceptos propios de la venganza. Los más fieros enemigos de la raza del hombre saben que el combate abierto deja hondas secuelas de animosidad y por ello prefieren halagar, prometer, corromper, ¿no los vi contraer inesperados compromisos con sus presas?, simplemente, querían ganar confianza con el fin de masticar. Nadie logra engañarlos: incluso en la cercanía de los indignos intereses que provocan las refriegas más acaloradas operan con una calma odiosa, o identifican sus propuestas con las ofertas de sus cómplices o pactan con los antagonistas —el tamaño del desprecio es tal que la única cuestión consiste en parar unos cuantos pies, da igual a quiénes. Bilis en lugar de sangre riega sus cerebros depravados, ¿acaso no se nota en el modo de razonar que los caracteriza?

Los pérfidos mercachifles de la voluntad popular discriminan según las pautas del reino animal, ¿no dividen a las víctimas del género humano que les corresponde en opositores y aliados?; atajan los vientos contrarios con la superioridad que les otorgan sus amigos del poder; ni uno sólo entretiene el tiempo en los argumentos de los que consideran culpables, aguantan la ofensa o fingen no sentirla de acuerdo con sus incumbencias, no exterminan a los intérpretes del drama, ¿de quiénes recaudarían los tributos que les permiten mantenerlos a raya?, la astucia redacta la fuente del triunfo bastardo. Como al envidioso más reacio les resulta más familiar cortar piernas que crecer. Gracias a una alquimia infernal engullen y estercolan segundo a segundo... los conjuro peores que las malas bestias —matan, matan la buena fe por diversión.

Las carcomas de huesos mecen las horas refocilando sus deplorables instintos en un cosmos grotesco donde levantan tronos de cartón piedra, porque perciben que la amplitud de sus emociones no va más allá del insignificante vuelo de una fantasía con alas rotas. Hijos de circunstancias, ¡respeten de una vez a las madres de sus acciones! Cagarrutas, ¿qué conocen del individuo hecho a sí mismo? Invertidos sin agallas, ¿pretenden que coticen las rivalidades perezosas y no una fibra recia? Palanganeros, ¿cómo detener las putadas que les sirven para joder? Cadáveres fuera de sus sepulturas, ¡apestan, coño! ¡Ah, cabrones!, al lado de ustedes el jefe de los demonios semeja un colegial. ¿Comprenden ahora, señores, por qué tarda en aparecer la horma de sus zapatos?, ¡tranquilos, que a ningún cerdo le escamotean su San Martín!