El poder, triste ropaje de la criatura • Octavio Santana Suárez
XXII
A un Leviatán moderno con careta de demócrata
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A un Leviatán moderno con careta de demócrata

¡Endiablado temple!, usas de la propaganda que el charlatán urde en la venta de sus remedios; engañas a muchos con tu carrera: sales solo o te acompañan cojos o impides andares diferentes con estorbos en sus tobillos; ¿no te compensaría salvar el naufragio con cuerdos leídos de opinión adulta?... ¡por Dios!, ¿a los mediocres de ayer, hoy y mañana les tiene que caer encima por decreto del demonio un mediocre más cargante?

¿A qué sabe tu chiringuito?, a un puñado de principiantes intentando trinchar al pícaro de más veteranía y a un idiota enfurecido cometiendo las mismas idioteces de siempre. Entre tú y los tuyos no hay más que una solidaridad vergonzosa, ¿no te acuerdas?, por donde entraban aquellos que te pedían ayuda mandaste levantar puertas pequeñas, ¿no obligabas así a que doblaran el espinazo y arrastraran sus rodillas?

Amenazas con la marea de ignorantes funcionales, pueriles, proletarios de la indecencia y dementes, ¡qué curioso ejército compuesto por soldados ciegos y alféreces incapaces!, con semejante obediencia guardan tus desastrosas filas únicamente culos siniestros. ¿Por qué los torpes entregarán su espíritu a juegos sumamente difíciles con lo complicado que resulta seguir las costumbres del vicio?

¿Prosperan cabezas a tu alrededor?, cierto que aún cuentas con unas cuantas, y también que no aciertas con un cerebro... adviertes que despunta alguien y maquinas cómo precipitar su triunfo durante el crepúsculo; ¿cuántas?, ¿calculas el número de bellas voluntades que abortas?, sudas crimen y asco... irritas con constantes urticarias domésticas o con continuas molestias.

¿Que en qué trabajan tus babuinos colegiados?, aunque parezcan cumplir con tus solicitudes lo hacen a su pesar, obstruyen el menor atisbo que signifique tu recuperación, ¿al divisar la luz del final no alargan innecesariamente la mina?; por temor cortan cuellos o fijan en la nuca bombas a tiempo fijo: despiertan en mis olvidos a la hiedra que arruina el muro al que se pega.

¿Tus airosas habilidades?, lisonjear e importunar, mentir sin descanso: persigues destruir la autoridad moral de los que te rodean. ¡Cacho bandolero!, no callaré más el cruel misterio de tu éxito furtivo: robas por doquier con tu odioso discurso de soborno y coacción —tus manos llegan lejos... pero no tus ideas.

¿Tus dos malditas estrategias?, un repetitivo error judicial que culpa a inocentes y declara inocentes a culpables, y un insistente fracaso social que favorece al que desprecia y adula a despreciables, ¿extraña que en tus proximidades nadie distinga en nadie una pobre cara limpia?

Tu ruindad deshonró y la chulería barriobajera de tus monólogos estropeó y marchitó los escasos brotes de exquisita lógica que florecieron en modales más pulidos, ¿te quejas de que no engendraras más que monstruos?, ¿no pasaste los años rebajando a los demás?, ¿conoces un apelativo más adecuado que identifique a hombres de hombros abajo?

¡Ah, cabrón!, dejaste a un lado la equidad apenas te sentiste fuerte; pones el pie sobre la barriga de cualquiera y señalas su alma territorio propio, ¿escribiremos tu escondida historia los condenados ahora exiliados?, hasta la fecha no pueden sino con su peso. Con tal de conseguir mayoría, tu funesto proceder atiende preferentemente a quincallas humanas.

¡Bribón!, porque te preocupa estar seguro de la gente más que mantener un concierto democrático organizas la paz con miras a la guerra... nunca te vieron ordenar la guerra con miras a la paz. ¿Tu vocación secreta?, la del piojo, ¿no picas la calva de quienes chupas?: si piensas apresar a un despistado, primero lo beneficias con atrevidos arranques de benevolencia, ¿y luego?, no sueles más que difundir nepotismo y clientelismo.

Déspota atemperado por cobardes, tu conducta detalla una fría explotación, ¿a qué viene apostar con escrúpulos?; ¡ay por tu miserable felicidad negra!, quemas como un grano de pimienta, y, al igual que las moscas, gozas cuando te posas en llagas. Te imaginas león por el miedo que siembras, ¿gatito, no notas que exclusivamente tiembla tu cortejo de ratones?; tu vanidad es tanta que no te bastan aplausos, y tan descarada que ni nombrándola sufre afrenta.

¿Dónde unos pocos percibimos tu medianía?, en que jamás reconociste la idoneidad de otros: los mejores hablan de tu afán por subvertir con razonamientos enfermos el lugar que debe ocupar la inteligencia en estructuras coherentes desde su origen. Créeme, comprendo que quieras matar al toro para que de una vez consideren tu morro de cabra. Ya muerto, la fangosa camarilla bromea con tus despojos mientras los embalsama, el resto respira al quedar sepultada la grotesca pesadilla. ¿Y tu misión en el mundo?, estética; revives la plástica de los ladrones junto al mártir de la cruz.