El poder, triste ropaje de la criatura • Octavio Santana Suárez
XXIV
Hijo del ridículo humano, padre de la afrenta del hombre
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Hijo del ridículo humano, padre de la afrenta del hombre

Tus sombríos discursos recuerdan el interés que suscitan las afeminadas peroratas del eunuco en torno al celibato.

No aciertas con la solución del problema más nimio y pretendes contener a los que gustan de dejar resueltas sus cosas; ¡confiesa tu miedo más secreto!, temes más la denuncia de una pluma pública que un montón de advertencias en privado.

Divierte tu solemnidad en las presentaciones de libros —tampoco el prólogo suele escribirlo del autor—; metido en materia nadie aguantaría tu obra por capítulos.

Ni en bromas hablas del futuro, ¿estimas que tus inoportunas horas prolongarán su tiempo indefinidamente?

Ignorar el peligro en tanto mide poco implica no dar con el remedio mientras gana altura; contigo vale aquel disparate de prevenir el frío de Navidades con un abrigo de invierno por San Juan.

Te acuso de que no corriges: ofendes y prefieres ofender ebrio de cólera, no sea que la afrenta vuelva de por sí a su origen.

Ejerces con frecuencia la mofa, ¿entiendes que en absoluto demuestras ingenio sino desabrida habilidad verbal?

No alabas, y cuando adulas, lo haces con el desparpajo que calumnias: aceptarías la elocuencia en un eremita y el pecho de tenor en cantores con los pulmones destrozados por el tabaco.

El osado que consiga desnudar tu mente diabólica comprará rápidamente una larga espada sin vaina.

¡Tengan ojo con este caballerete!, el que despierte llamativa atención en sus celos enfermizos, pronto soportará los sordos latidos de un olvido pueril.

Representas la tenaz disposición a debilitar o destruir a tu igual con los recursos más insospechables.

Vendes palabras carentes de sentido.

Adalid de cualquier astucia de la razón, jamás te escuché la hazaña de una idea; callas descaradamente por guardar las formas, pero a escondidas atropellas una a una sus normas.

A pesar de que intentas disimular con periódicos homenajes a la sensatez, tus descarnados argumentos aprueban los más tristes desatinos; tomas la ley por zapato de Teramene, útil a todo pie, recto o torcido.

Interrumpes la herencia del viejo código romano, ¿te propones estrangular los fundamentos que cuidan de la convivencia humana?

Nunca diriges, siempre empujas.

Apenas hueles a cargo político, fijas la cabeza Dios sabe dónde; te imaginas que el Universo en peso gira en torno tuyo y no pasas de agujero en mitad de la órbita redonda del culo, ¿por qué ocurrirá que cuanto más te empeñas en alzar la cabeza más culo enseñas?

Injurias a la justicia e imposibilitas un mínimo de alivio.

Sitúas tu perspectiva en la defensa estricta del error, quien se atreva a actuar según una lógica equilibrada, ¿no sufrirá de persecución y terminará por acariciar sus cadenas?

Hermanas tintes siniestros con los colores del ridículo.

Alejas la piedad próxima en pro de un fruto mayor —en realidad, una conveniencia mejor.

¡Con cuántas infamias curtiste el éxito!

Practicas las especies más odiosas del odio: menosprecio, desdén, aversión, recelo, envidia, rencor, hostilidad, animadversión.

Por tu indulgencia con determinados estilos de conducta, completas el insano complot contra las saludables maneras.

Desprecias y quiebras el orden que no concuerde con tus apetitos.

Las virtudes tradicionales o te sirven de medio o las arrinconas, ¿no alternas borracho con prostitutas simplonas en lugares concurridos?

Identificas la nobleza con un signo de incapacidad.

Más pendiente de apoyos puntuales que de seguir el rumbo de la prudencia, guías diestro el hacha de los favores mancos con que separas amigos inseparables.

Sobrevives al modo Neanderthal: mera existencia a codazos.

Descargas la violencia de golpe.

Conocedor de que no cabe la componenda de una tercera vía entre derecho y provecho, insultas a la condición de hombre, ¿el llanto a que obligaron tus abusos saciará la sed de los que padecen tus desgracias?

Disparas con excelente puntería, ¿cuentas con que las decisiones puestas en la mira del capricho acostumbran traer las más funestas consecuencias?

Cedes lentamente lo que pertenece a otros.

Por tu familiaridad con la rutina de los campos comprendes que el estiércol cunde más al esparcirlo, y acabas constantemente con la misma queja que intoxica, ¿no ves que aspiras una parte considerable de tu propio veneno?

Lo que en épocas más ingenuas escribí acerca del poder, hoy lo incluirían en la sección de reportajes.

Por si acaso los incrédulos no advierten tu daño a cubierto, deberías llevar como las medicinas una etiqueta que dijera: “fuera del alcance de los niños” y “uso externo, sólo para adultos”.

Te aseguro que de meditar en la bondad adentrarías tu proceder en el que impone la cordura.