El poder, triste ropaje de la criatura • Octavio Santana Suárez
XXVIII
Una dignidad en medio de las aguas sucias de una indignidad
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Una dignidad en medio de las aguas sucias de una indignidad

—Fiero, ¿crees que tu pluralidad de intereses te enriquece en lugar de disiparte?

—Manso, me desquicia tu carácter profundo, clarividente, apasionado, conmovedor.

—¿Qué despierta en ti mi dulzura no carente de firmeza, mi generosidad y mi gusto por la amistad?

—Una crueldad que envenena los vientos, que profana el augusto nombre de la paz.

—¿Y mi integridad exenta de pedantería?

—Una añeja vocación destructora que aprovecha treguas hipócritas preñadas de rencor y edificada sobre iniquidades.

—Después de haberte pavoneado ¿me rechazas como a unos calcetines viejos?

—Pagas por unos, quizá más sospechosos, que saltaron mi malla electrificada.

—Mueca del Absurdo y de la Ofuscación ¿no oyes que dejo escapar un acento amargo de cuando en cuando?

—Clamo venganza, porque sorprendo en tu hilo de queja una llamada a la esperanza.

—Lunático, ¿qué te empuja a acorralarme?

—Observo el peligro que acarrea tu estilo independiente, tu lucidez insobornable, tu originalidad en ambientes donde palpita la irritación de los rebeldes.

—¡Tonto!, no adivino con qué llenas tu cabeza; ciertamente, a unos más listos que tú les descubrí tonterías semejantes. ¿Por qué te encanta de tal modo dominarme?

—Porque no lo logro por completo: aprendiste a sublevarte, a criticar mi estupidez, mi intolerancia y mi ignorancia.

—¿A qué viene imponer tus imposturas por la fuerza en tus supremos desatinos?

—Insulto a insulto, atropello a atropello, procuro volver beligerantes a quienes patrocinan la caridad.

—¿De qué vale tu agudeza de alcance?, ¿acaso afina tus costumbres?

—Sé que no cabe encontrar algo más deshonroso y abominable que la conciencia depravada de uno que sabe.

—¿Qué consigues con enredar tus entrañas con la violencia?

—Me complace sacar a la luz una pequeña flaqueza apenas disimulada. Mi agrio jugo encefálico parece un flujo catarral de vejez prematura.

—Enemigo público, ¿nadie te dijo que incluso los más idiotas progresan rápido en tamañas fechorías?

—En la podredumbre que siembro ni uno solo replica.

—¿No pasan por buenas tus apuestas?

—No, porque las bellas artes emparentan con la creación y no con la demolición.

—Abandonado a los sentidos ¿cualquier cadena de impulsos no seca y endurece el corazón?

—Evidentemente, disuelve la fe en los demás y deserta la misericordia, el egoísmo termina por instalar su altanera barbarie en el alma que prefiere las regiones reservadas a lo material.

—¿Qué entiendes por despotismo?

—Una terrible fiebre del espíritu que empeora con muchas cosas y a muy pocas remedia.

—Loco, por conducir a lo loco, aparte de ocuparnos de las víctimas que descuidas en el asfalto ¿también corresponde a los cuerdos quitarte del volante?

—Mi papel de verdugo y de perro encaja a la perfección con los ciclos de crimen y represión. Por lo general, los pseudorredentores arriesgamos vidas ajenas sin el mínimo derecho.

—¿No fue volar la idea primera?, ¿por qué ahora todo descansa a ras del suelo?

—A pesar de que consideres mi triunfo, más pronto que tarde caeré en desgracia —brindo por los osarios que acaban por mezclar a unos y a otros en una misma suerte podrida.

—Los fardos gravados agravan los porrazos. ¿En qué clase de infierno te precipitas?

—Corro en pos de espejismos, sucumbo engañado, desalentado.

—¿Qué opinas del mundo?

—Una trampa siniestra en la que los diestros naufragan, un mercado embustero donde la forma sustituye al fondo.

—¡Triste marioneta en manos del furor!, ¿dónde forjas tus puñales?

—En el yunque de la avaricia.

—Tú, que rehusaste sufrir por Dios, ¿no te convertiste en mártir del diablo?

—Inspiro confusión babélica; enfermo a los sanos en vez de sanar a los enfermos.

—¿Qué temes?

—Que llegue a la madurez, que estime al individuo estimado, que anhele lo que importa, que abrace la virtud, que gane afectos, que solicite el comprender, que ande con ojos demasido abiertos por los variados caminos de la cultura, que me percate de los extravíos, que advierta la vanidad de esto y aquello.

—Mira a tu bando victorioso, ¿no te rodeas más que de embrutecimiento, caos, tretas y miedo?

—La historia muestra sus efectos y no quiero escuchar sus lecciones.

—Del lado que calificas de contrario ¿no suma civilización, ley, prosperidad, sinceridad y confianza?

—Niego unos hechos que confirmarían lo que niego.

—¿Por qué no buscas el aplauso en la razón, en el ingenio, en el consejo, en la virtud?

—Porque no tienen nada en común con los hombres con que trato.

—Si no vence tu arrojo, ¿en qué consiste tu gloria?

—En arrasar, matar ilusiones y desolar.

—¿No te convendría aplicar una pizca de justicia?

—Me inclino por la calma falsa y el desorden.

—Esputo de sangre torpemente curado ¿no distingues entre cerebros capaces y repletos?

—Ni me llamo Montaigne, ni Erasmo, ni Vives. Me comporto de manera intempestiva para defender mi soberbia corruptora tras las tinieblas de un proceder impredecible.

—¿Con qué colmas tus horas?

—Con la mentirosa emulación emboto ansias jóvenes con datos superfluos y desecho adultos mal estructurados, escasos de criterio, débiles y obstinados.

—¿Conoces el ailanto?

—Un gran árbol cuya madera no ofrece ningún uso.

—Bufón erudito, ¿no reparas en mi grito de insurrecto?

—Excita mi negro reír de escéptico.

—¿Dónde tomaré asiento en tu presencia?

—En la diana del campo de tiro hacia la que dirijo tus flechas —ya que no doy ni una, lo imagino el sitio más seguro.

—¿Debo protegerme con el casco?

—A lo mejor cambio de estrategia y recibes una bofetada.

—¿No resulta patético un combate así?

—Tanto más en cuanto he de preguntar al de enfrente si cuenta con las armas necesarias.

—¿Cómo reconociste mi nobleza?

—Odiabas los dogmatismos, suplicabas a tus compañeros que apreciaran tus palabras por su contenido de verdad, no por salir de ti.

—Inteligencia que habita un cadáver hediondo ¿qué fastidia más a la bestia dañina, a casi un demonio?

—Me molesta tu respeto por las personas, tu solidaridad, tus ayudas, tu amor por la concordia.

—¿Qué te propones?

—Continuar con el solfeo de una doctrina de hoy, de ayer y de anteayer.