“Cristiano y amoroso caballero
parla como un arroyo cristalino.
¡Así le admiro y quiero,
viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser divino!”.
R. Darío, Un soneto a Cervantes
Nota preliminar
El presente estudio intenta abordar la comprensión
del texto de Cervantes desde el mayor número de ángulos posible, eso sí, sin
renunciar a poner el acento en determinados rasgos considerados, bajo un
criterio estrictamente personal, de especial interés. Su extensión limitada
hará necesario el omitir el análisis de determinados elementos que para otros
quizás fueran más merecedores de ser tratados. Sólo desearé, pues, haber
logrado un equilibrio óptimo entre la captación del conjunto y de lo concreto.
1. Introducción
Aunque nos pese, mucho me temo que el encuentro con
maese Pedro resulta una de aquellas ocasiones en las que al lector se le
despierta cierto sentimiento de vergüenza ajena. Son ya muchos los caminos y
capítulos andados junto a este “centauro” llamado don Quijote y Sancho
Panza, y uno ha tomado un genuino afecto a los caminantes, se siente amigo, y
por tanto no puede dejar de experimentar aquella sensación de bochorno
(mezclada, como tantas otras veces, con la inevitable sonrisa) que aflora cuando
se ve al compañero querido meter la pata hasta la ingle.
Aun así, a estas alturas vemos a un don Quijote que
deja traslucir ciertos atisbos de cordura. Por vez primera y para gusto de
Sancho, llegan a una venta que nuestro ilustre loco juzga venta. También
demuestra un sentido de la responsabilidad que no aflora en otras ocasiones. La
enfermedad, la locura, es excusa perfecta para no hacerse cargo de los propios
actos, si no que se lo digan al ventero Palomeque (capítulo XVII de la 1ª
parte), que ha de ver cómo un individuo esperpéntico se le va de la venta sin
soltar un maravedí, para desgracia final, sin embargo, del manteado Sancho.
El loco puede romper y desbaratar porque el pobre
está loco. En otras ocasiones es también, junto al bufón, el único que puede
decir las verdades a la cara de un rey sin que ruede su cabeza. Aquí, bueno, es
la cabeza del mismísimo emperador de Francia la que termina en dos partes, pero
nuestro caballero, por muchos encantadores que lo hayan encantado, acata la ley
y paga lo debido.
2. Localización y argumento
Encontramos el material del relato en la segunda
parte de la obra, la aventura se ubica en la tercera salida de don Quijote,
capítulos XXV a XXVII.
Don Quijote y Sancho llegan a una venta para pasar
la noche. A la misma llega un titiritero con su espectáculo ambulante, maese
Pedro, acompañado de un muchacho, el trujamán. Ofrecen un doble espectáculo:
por un lado, el titiritero muestra a un mono con la supuesta facultad de conocer
los hechos pasados y presentes; por otro, un teatro de títeres portátil.
Maese Pedro suele conseguir hacer creíble la
ficción del mono informándose previamente sobre las personas de cada lugar al
que llega. Es capaz de sorprender a don Quijote reconociéndole porque, en
realidad, el titiritero no es otro que el galeote Ginés de Pasamonte, liberado
por el hidalgo en la primera parte de la historia. Después de esto pasan a la
representación de títeres, que escenifica el romance medieval de don Gaiferos
y Melisendra; su motivo principal es el rescate de la doncella a manos del
caballero.
No habiendo terminado la representación, don
Quijote sufre un momento de delirio que lo lleva a destrozar el retablo y sus
figuras. Tras el arrebato, ya en sí, asume el daño y paga los desperfectos,
aduciendo que ha sido víctima de una ilusión creada por los encantadores.
3. Temas y motivos
En primer término tenemos, claro, el tema de la
locura, que es columna vertebral de la obra entera, bajo la imagen del loco que
pretende cambiar al mundo y sucumbe ante él y que, queriendo arreglar las
cosas, causa el estropicio. En segundo lugar, el amor. Omnipresentes son los
trances amorosos a lo largo de toda la novela. En este caso utilízanse dos
clisés propios del amor cortés caballeresco: caballero rescatador de dama
(Gaiferos a Melisendra) y caballero protector de amantes (don Quijote como “protector”,
con los resultados ya sabidos).
Algo que se nota como peculiar (y que acentúa, a mi
parecer, la jocosidad del episodio) es que el apasionado amante de Melisendra
pasa años sin pensar en el amor de su vida, hasta que su imperial suegro lo
azuza encarecidamente para que mueva un músculo.
Como temas menores que salpican el relato podemos
citar el del mundo adivinatorio, al parecer no muy grato a los ojos de
Cervantes. Se nos habla de un mono adivino y ante tal fenómeno sospechará el
caballero que es fruto de pacto con el diablo. Mencionemos también la crítica
que don Quijote se permite sobre astrólogos y adivinadores en general, a los
que tacha de embaucadores (2ª parte, capítulo XXV).
Lo azaroso, o los “caprichos de la Fortuna”, es
un tema también muy querido por Cervantes. En la obra abundan los personajes
que se encuentran por casualidad en las ventas y aquí tenemos en maese Pedro un
viejo conocido de don Quijote y Sancho, cuya circunstancia comentaré mejor unas
líneas más adelante.
El motivo del prófugo disfrazado es también digno
de anotar, así como uno más extraño aun, aquel del jinete al que, dormido
sobre su montura, se le sustrae ésta. El propio narrador se encarga de poner en
nuestro conocimiento su antecedente literario (proveniente de la novela
caballeresca, por supuesto): “Ginés le hurtó estando sobre él durmiendo
Sancho Panza, usando de la traza y modo que usó Brunelo cuando, estando
Sacrispante sobre Albraca, le sacó el caballo de entre las piernas”.
3.1. ¿Victoria o derrota?
La calificación de los distintos episodios bajo
este criterio proporciona, a mi juicio, una interesante visión de la historia
que puede aportar nitidez a la captación del conjunto, y he juzgado útil aquí
el hacer algún comentario al respecto. Siguiendo, pues, dicho criterio, ¿qué
consideración podemos dar al desenlace del episodio? Depende, claro, del punto
de vista de que nos sirvamos. Se puede imaginar lo que diría un hipotético
Sancho erigido en crítico. ¿Victoria o derrota? Mucho me temo que éste,
maestro de la prudencia, quizás calificase el encuentro como “victorrota...”,
o “derrotoria...”. Estamos en uno de esos casos en que nuestro ilustre loco
actúa, dicho está, como protector de amantes. En el contexto fantástico que
genera el retablo tenemos una rotunda derrota, los integrantes de la historia
terminan francamente mal; en el nivel “terreno” también, el estropicio es
espantoso; pero en el plano de las ideas vemos otra cosa: don Quijote resulta
mostrar un exquisito sentido de la moral, aflora el “hombre bueno”, que deja
perplejos a los propios asistentes por su gran liberalidad. Ha de asumir su
error y lo asume pagando con moneda contante y sonante los desperfectos.
Por otro lado, podríamos pensar que Cervantes
proporciona al caballero una suerte de “desquite”, ya que maese Pedro, que
roba el querido rucio de Sancho en Sierra Morena, recibe un nada despreciable
revés de la Fortuna, que ha ido a ponerlo en las manos del hidalgo.
4. Los narradores
Algo que, a mi juicio, resulta muy atractivo en el
Quijote es la multiplicidad de voces que construyen la acción. El lector
que quiera caminar despacio, o como suele decirse “acariciando el detalle”,
se encontrará, probablemente no sin sorpresa, con estas:
-
El narrador omnisciente. Que posee pleno conocimiento de lo
que sucede, tanto en el pensamiento de los personajes como en su espacio
externo.
Ej.: “Don Quijote no estaba muy contento con las adivinanzas del mono, por
parecerle no ser a propósito que un mono adivinase...”.
-
Lo que podríamos llamar, para el caso concreto del episodio
del retablo, un segundo narrador omnisciente. Éste es el joven trujamán,
que pone voz a lo acaecido en la representación teatral.
-
Otros autores de la historia de Gaiferos: “le quiere dar
con el ceptro media docena de coscorrones, y aun hay autores que dicen que
se los dio”.
-
El resto de los personajes presentes en la venta. Sus propias
acciones y palabras son definidoras de la trama. Tal es, por ejemplo, la
acción del ventero.
-
El traductor del Quijote.
-
El cronista (o narrador ficticio y alter ego de Cervantes)
Cide Hamete Benengeli. Sabe en parte sobre lo que sucede y se permite
también expresar opiniones personales. Cervantes utiliza un juego como de
“cajas chinas”, en el que el primer narrador omnisciente nos hablará de
que el traductor opina sobre un comentario hecho por este narrador ficticio.
Así: “Juro como católico cristiano...”; a lo que su traductor dice que
el jurar Cide Hamete...”.
-
Los impresores. Incluso éstos “meten mano en el puchero”
de la acción para hacerla aun más compleja; pero en este caso, definen por
omisión. En el capítulo XXVII se nos cuenta un nuevo detalle, el robo del
rucio de Sancho a manos del galeote, detalle que no había aparecido hasta
ahora ¡por un descuido de imprenta!
-
Como colofón y más allá del Quijote, el propio
Ginés de Pasamonte será autor de un gran volumen en el que contará sus
bellaquerías y delitos.
5. Maese Pedro
El protagonista del episodio es descrito de forma
indirecta por los narradores omnisciente y ficticio, de forma directa por lo que
él mismo hace y dice, también a través de lo que don Quijote, Sancho y sobre
todo el ventero dicen de él.
El narrador omnisciente nos da la descripción
física: “entró en la venta un hombre todo vestido de camuza, medias,
greguescos y jubón... cubierto el ojo izquierdo y casi medio carrillo con un
parche de tafetán verde...”.
El ventero la psicológica: “es hombre galante,
como dicen Italia, y bon compaño...”.
Cide Hamete se encarga de narrar la espléndida
anagnórisis del bandido. Maravillado, le brota del corazón un juramento “como
católico cristiano...” por temor a que el lector no lo tome por mentiroso
ante una casualidad tan insólita.
Resulta muy curioso también que Cervantes, al igual
que hace con don Quijote, dota a este personaje de múltiples nombres. Lo llama
Ginés de Pasamonte, pero también Ginesillo de Parapilla y maese Pedro. ¿Para
qué? Si puede indicar esto alguna afinidad entre el ladrón y el hidalgo o se
trata solamente de un juego estilístico no he conseguido discernirlo. Por el
momento, nos resignaremos a dejar el interrogante abierto.
6. La pieza teatral
El retablo es un teatro de marionetas portátil, muy
parecido a los teatros italianos pupi, en los que solían figurar temas
carolingios, muy populares en el siglo XVI.
El romance de Gaiferos y Melisendra era representado
con frecuencia en los teatros de entonces. Se trata una historia caballeresca en
boga. Gaiferos es sobrino del emperador Carlomagno. Estando a punto de casarse
con Melisendra, la hija del caudillo, ésta es raptada en Francia por un grupo
de moros y llevada a la ciudad de Sansueña (Zaragoza). Curiosamente, Gaiferos
se despreocupa de ella durante siete años, hasta que un día Carlomagno le
recrimina su pasividad. Esto despierta el espíritu del caballero, que, tomando
caballo y espada del mismísimo Roldán, quien gustoso se presta a dejárselo,
llega a Sansueña. Allá la reconoce en la ventana del palacio del rey musulmán
y la rescata. Por último, en la huida son alcanzados por un grupo de moros
perseguidores. Gaiferos los vence él solo y regresa triunfante a la corte de
Francia.
El relato se estructura sobre un solo acto. Durante
la representación un narrador/presentador (el trujamán) va contando la
historia conforme al movimiento de los títeres. Para captar intensamente la
atención del espectador cuenta los sucesos en tiempo presente, de este modo se
intensifica la ficción de que eso está sucediendo en el preciso instante en
que el público lo ve. También por lo mismo recurre a frecuentes llamadas al
espectador: “Vuelvan vuestras mercedes los ojos a aquella torre...”, “Miren
también de nuevo...”, “Miren también cómo aquel grave moro...”.
Recordemos que el público ha de soltar al final las monedas de su bolsillo.
Comenta José Ortega y Gasset en sus Meditaciones
del Quijote, a propósito del sentido del escenario, que hacia dentro el
retablo constriñe un “orbe fantástico”, es el ámbito de la aventura, de
la imaginación, del mito. Hacia fuera se hace lugar a un aposento cotidiano,
con hombres “de estos que vemos a todas horas ocupados en el pobre afán de
vivir”. Los dos espacios interaccionan entre sí en una relación de “ósmosis
y endósmosis”, esto es, podría decirse que los separa apenas una membrana
imaginaria, que, por cierto, termina totalmente desgarrada. No podemos dejar de
notar que ese “orbe fantástico” queda arrasado, como inundado por el mundo
vulgar (y tampoco dejar de notar que éste, a su vez, forma parte de otro “submundo”
que es la novela misma).
La representación teatral opera también como una
especie de resorte disparador de la demencia de don Quijote, el cual ostenta su
furia en un grado de intensidad no visto hasta el momento, y resulta curioso que
el hidalgo se ocupa en destruir justamente el espacio fantástico. Aun antes,
durante la representación, interrumpe varias veces al trujamán con comentarios
juiciosos y atinados. Con su movimiento parece que ha de integrarse en la
fantasía pero en el fondo deviene fatal brazo ejecutor de lo “terreno”.
A título personal, podría interpretar que se trata
de una reacción muy lógica para el loco al mostrarse en un espejo su insanía.
Esos personajes no son más que títeres, esto es, individuos que en el fondo
son una mentira y, por supuesto, que no tienen dominio de sí. Aunque, recalco,
precepto del autor no tengo.
7. Algunas consideraciones sobre el estilo
7.1. Formas del discurso
Rasgo básico en la obra es el empleo de una enorme
multiplicidad de recursos narrativos. En el caso de las formas del discurso esto
no es diferente. Veamos, pues, desde qué ángulos se articula el mismo:
-
El relato. Operado por el narrador, que habla en tercera
persona. Con esto, sobre todo, se potencia ante el lector la sensación de
objetividad.
-
La descripción. En el caso de los personajes es física y
psicológica.
-
El discurso retórico. Valga como ejemplo el parlamento que
don Quijote profiere criticando a los astrólogos y adivinadores.
-
El tono imperativo. Ej.: “Niño, niño..., seguid vuestra
historia línea recta...”. La exhortación directa suele dirigirla un
personaje a otro, pero muy fácilmente podría sentirse también aludido el
mismo lector.
-
El estilo directo. Dota a la narración de un ritmo ágil y
contribuye también a que el que lee se sienta cerca de la acción.
7.2. Los Versos intercalados
En el capítulo XXVI se funden, de hecho, los tres
géneros fundamentales de la literatura —prosa, lírica y drama—, pero
véase el efecto de la intercalación del verso:
Los fragmentos poéticos constan de uno a tres
versos. Durante la representación del teatrillo se insertan incisos que van del
verso único a la estrofa de dos versos, los cuales forman parte de poemas
populares bien conocidos en la época. Ej.: “Harto os he dicho: miradlo”
(romances de Gaiferos). Estas intercalaciones producen pequeñas pausas que
amenizan la narración dosificando el fluir de las acciones, amén de llamar la
atención sobre determinadas imágenes y ponerlas de relieve.
La última intercalación, que es además la de más
peso (consta de tres versos) está fuera de la representación teatral, en boca
no ya del joven trujamán sino de maese Pedro. Nos da el llanto de don Rodrigo,
último rey godo, ante la pérdida de España. Estos versos aportan un golpe
humorístico que devendrá clímax de la acción:
“Ayer fui señor de España,
y hoy no tengo una almena
que pueda decir que es mía”.
7.3. Pluralidades
Una de las tendencias estilísticas de mayor
relevancia en toda la prosa de los siglos XVI y XVII, así como en el propio Quijote,
se encuentra, según palabras de Dámaso Alonso, en los fenómenos
relacionados con la “pluralidad sintáctica”; esto es, la disposición del
discurso bajo estructuras de tipo correlativo y paralelístico.
Veamos el caso de la llamada bimembración
renacentista, que consiste en disponer una correlación de sintagmas en forma
binaria. Ejemplos aquí:
a) De tipo tautológico:
“No ha media hora, ni aun un mediano
momento, que me vi señor de reyes y de
A1
A2
B1
emperadores... desolado y abatido,
pobre y mendigo...”.
B2
C1
C2 D1
D2
Frecuentemente en este tipo los dos miembros son
sinónimos. Si se quiere buscar un antecedente medieval podemos observar ya el
fenómeno en el Cantar de Mío Cid: “Et pregarlas et clavarlas”.
b) Sobre la base de diferencias conceptuales entre
los dos términos:
Este tipo de estructuras predominan en
prácticamente todo el periodo áureo español y puede observarse
abundantísimamente en los prosistas de la época (Baltasar Gracián y Mateo
Alemán, por citar algunos nombres relevantes).