“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones
que a
los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse
los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre;
por la libertad así como por la honra se
puede y debe aventurar la vida,
y, por el contrario, el cautiverio
es el mayor
mal que puede venir a los hombres”.
Don Quijote, parte II, cap. LVIII
En el colegio nos recalcaron que El ingenioso
hidalgo don Quijote de La Mancha representaba la victoria de la realidad
contra lo fantasioso, el realismo que aniquiló aquellas obras de caballeros
andantes, hechiceros y animales mitológicos. Sin embargo, es la convivencia
entre estos dos planteamientos cognitivos, la realidad y la ficción, que siglos
después terminarían mezclándose en manos de Alejo Carpentier y Gabriel
García Márquez, lo que parece signar a Don Quijote. Dicha convivencia
está presente en la elaboración de toda utopía y se expresa en el anhelo del
amplio concepto de la libertad humana.
El triste caballero don Quijote, personalidad
lúdica del sosegado Alonso Quijano, reacciona frente al convencionalismo de su
época. Así como el Dr. Jekyll toma un brebaje para convertirse en el terrible
Mr. Hyde, saliendo de manera brusca de su monotonía; don Quijote, ante los
límites que le impone la sociedad de su tiempo, escapa gracias a esa extraña
locura, locura cuerda, como cuando expone su discurso acerca de las armas y las
letras, en la primera parte de la novela. La libertad tiene muchas expresiones,
el amor sublimado en la figura de Dulcinea, pero también es la utopía social,
en donde el hombre se confunde con el todo. Sentimientos individual y colectivo
que tienden a la frustración, pues ambos se apoyan en la noción de la
justicia.
Miguel de Cervantes, frustrado viajero hacia
Cartagena de Indias, entre otros destinos de América, sigue considerando el
traslado al Nuevo Mundo como una de las alternativas de los españoles para
buscar el progreso. Las posibilidades para hidalgos sin cuna noble, quizás se
redujeran a tres, el ejército, la universidad o el clero y las Indias, como lo
cuenta un personaje cautivo: “...el mío era seguir el ejercicio de las armas,
sirviendo en él a Dios y a mi rey. El segundo hermano hizo los mesmos
ofrecimientos y escogió el irse a las Indias, llevando empleada la hacienda que
le cupiese. El menor, y a lo que yo creo el más discreto, dijo que quería
seguir la Iglesia o irse a acabar sus comenzados estudios a Salamanca”.
Capítulo XXXIX (primera parte).
Cervantes resumía a los tres hermanos, había
ensayado la primera opción (las armas), que lo dejó lisiado, intentando la
segunda sin éxito. Sin oportunidades para ejercer la tercera, crea una cuarta
vía, la de las letras, que en vida alcanzó a darle felicidad. Desde aquella
época, no son pocos los que tratan no sólo de ganarse la vida, sino ganar la
inmortalidad, con un oficio que muchos no consideran profesión, el de escribir.
Don Quijote tiene varios episodios relacionados
con la utopía. La imagen que parece resumir y que ha trascendido el
conocimiento de los eruditos, pues hace parte del imaginario popular, es la
lucha de don Quijote contra los molinos de viento, el hombre que se enfrenta
contra todo un sistema, armado sólo con una lanza y un empeño sin límite,
características de todo revolucionario. Este famoso episodio ocurre en la
primera parte de El Quiote, el que precisamente celebramos en su cuarto
centenario. Pero, en mi concepto, las mejores muestras del ideal utópico de
Cervantes, las ofrece en la segunda parte de su genial obra, publicada en 1615.
En varios de los setenta y cuatro capítulos de este
apartado, no sólo se desarrolla la historia de la gobernación de Sancho Panza
en la imaginaria Barataria, pieza central de la propuesta utópica cervantina.
Se pueden encontrar también otros interesantes episodios, como por ejemplo en
el capítulo XXIII, la visión que habría tenido don Quijote al caer
accidentalmente en la cueva de Montesinos.
“Ofrecióseme luego a la vista un real y suntuoso
palacio o alcázar, cuyos muros y paredes parecían de transparente y claro
cristal fabricados; del cual abriéndose dos grandes puertas, vi que por ellas
salía y hacia mí se venía un venerable anciano, vestido con un capuz de
bayeta morada que por el suelo le arrastraba... Llegóse a mí, y lo primero que
hizo fue abrazarme estrechamente, y luego decirme: ‘Luengos tiempos ha,
valeroso caballero don Quijote de la Mancha, que los que estamos en estas
soledades encantados esperamos verte, para que des noticia al mundo de lo que
encierra y cubre la profunda cueva por donde has entrado, llamada la cueva de
Montesinos: hazaña sólo guardada para ser acometida de tu invencible corazón
y de tu ánimo estupendo. Ven conmigo, señor clarísimo, que te quiero mostrar
las maravillas que este transparente alcázar solapa, de quien yo soy alcaide y
guarda mayor perpetua, porque soy el mismo Montesinos, de quien la cueva toma
nombre’ ”.
En este caso, la utopía está enterrada, se
encuentra en el subsuelo, sólo puede accederse a través de una cueva y de
manera accidental. Pero no es el lugar de los miedos antiguos que sólo podían
imaginar en el fondo de la tierra, la entrada al inframundo, bañado con las
aguas del río Estigia, por donde el paciente Caronte transportaba a los
visitantes en recorrido turístico al reino de Hades. En este caso, se llega a
un paraje de indescriptible belleza, “ameno y deleitoso prado”. Es probable
que el gran Julio Verne, otro autor conmemorado por estos días, se inspirara en
este pasaje para describir un mundo perdido en su delicioso Viaje al centro
de la Tierra (1864).
Se trataba de la utopía personal de don Quijote, un
reino encantado por las artes de un tal Merlín, en donde caballeros quedaban en
suspensión, sin saber si estaban vivos o muertos, un limbo fantástico, sobre
el cual Sancho Panza manifiesta dudas razonables, pues aunque el escudero cree
en la palabra de su señor sobre esos maravillosos parajes, le es difícil
pensar que sea producto de la magia, tal vez el ardid de alguien que desea
engañarlo.
Sancho no concibe su ideal como una construcción
fantástica, su utopía personal tiene que ver con oportunidades concretas. Las
cuales nunca ha disfrutado en la vida real: la posibilidad del progreso
socioeconómico, obtener respeto y riquezas. Aquello que la sociedad de su
tiempo, de todos los tiempos, le ha enseñado a los humildes, son las únicas
formas de la felicidad humana, aunque cuando intentan conseguirlas por vías
alternas a las complicadas y excluyentes maneras normales, son castigados con la
cárcel o la muerte. De esta manera, aparece Barataria por fin, la concreción
del sueño del buen Sancho o Cervantes, si se quiere, quien utilizando la
parodia, aprovecha para presentar como comedia su tragedia personal de no haber
sido un funcionario poderoso, el frustrado Cervantes Gobernador.
Las figuras dell Quijote y Sancho se han convertido
en personajes emblemáticos, con perfiles claramente identificables. Un Quijote
símbolo de lo lúdico, de la imaginación erudita, mientras Sancho se convierte
en significante de la prudencia, de la sabiduría popular que, aunque
susceptible de lo mágico, se tiende a rendir frente a la dureza de la vida
real. Sin embargo, los dos personajes son tan ricos en matices, que en ocasiones
don Quijote es arrebatado por la lucidez más melancólica, mientras Sancho vive
su propia ilusión exacerbada, cuando es nombrado gobernador de la Ínsula
Barataria, máxima expresión de la utopía cervantina en este maravilloso
libro.
El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, en una
conferencia titulada “El señor de los tristes”, traza un claro panorama de
lo que era España durante aquellos años en que los extremos parecían tocarse,
la grandeza de un imperio en ciernes con los defectos provinciales. El ambiente
en que seguramente Miguel de Cervantes no encajaba.
“Por los pueblos de la España de los mendigos
ingeniosos, los frailes andariegos, los hidalgos pobres y los nobles altivos e
indiferentes, anda Cervantes de burócrata oscuro, el brazo seco como un
sarmiento. Investido de autoridad real requisa aceite y trigo con el mandamiento
de comisario de abastos, un oficio que sólo atrae pendencias y enemistades, y
del que hay que rendir cuentas cabales para no caer en la desgracia de las
sospechas. En un país plagado de marrullas y cohechos, robarle a la hacienda
pública sus bastimentos no causa asombro, pero sí desdichas. Pleitea con los
remisos, mete en la cárcel a quienes se niega a entregar lo requerido, él
mismo amenazado con prisión por los poderosos a quienes intima; y cuando toca
los bienes de la iglesia es excomulgado por el obispo de Sevilla. Dos veces
excomulgado”.
En este desigual y maltrecho mundo, por acto de
encantamiento o de literatura, que viene siendo lo mismo, el tema inmortal de
las letras y armas vuelve a aparecer cuando el Duque le ofrece a Sancho la
Gobernación de la ínsula.
“Vos, Sancho, iréis vestido parte de letrado y
parte de capitán, porque en la ínsula que os doy tanto son menester las armas
como las letras, y las letras como las armas.
—Letras —respondió Sancho—, pocas tengo,
porque aún no sé el abecé, pero bástame tener el Christus en la
memoria para ser buen gobernador. De las armas manejaré las que me dieren,
hasta caer, y Dios delante.
—Con tan buena memoria —dijo el duque—, no
podrá Sancho errar en nada”.
La memoria de Panza es la del gobernado, la de quien
ha aprendido a obedecer, y padecer en no pocas ocasiones, las decisiones de los
gobernantes. De esta manera, con la experiencia como subordinado, pretende ser
un buen gobernador, aunque no aclara si para evitar repetir injusticias o para
buscar su felicidad individual independientemente del bien común. Una de las
más sublimes y preciosas muestras de la sabiduría de Alonso Quijano hace
aparición cuando le brinda a su escudero serenos consejos sobre la
administración pública, las virtudes que debe poseer todo gobernante.
“Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y
no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te
corres, ninguno se pondrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso
que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han
subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera
traer tantos ejemplos, que te cansaran.
”Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te
precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que
padres y agüelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la
virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale...
”Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho,
serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu
felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos
y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos
pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y
cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos”.
La virtud que le recuerda permanentemente don
Quijote a Sancho es la de la justicia. “No te ciegue la pasión propia en la
causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin
remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda”.
Proverbial recomendación que muchos deberían escuchar hoy con los dos oídos
bien abiertos.
Aunque Sancho tiene sus propios intereses y
ambiciones, como los confiesa en la carta que le remite a su esposa Teresa, el
episodio relatado en el Capítulo XLV, sobre el ganadero y la mujer que le acusa
de abusar de ella, demuestra su sentido equitativo. Ramírez manifiesta que este
apartado de la obra de Cervantes se centra en el poder, desde diversas
perspectivas, incluso desde la risa.
“La concesión del gobierno de la ínsula de
Barataria a Sancho es un acto bufo, y lo es su ejercicio del poder en ese breve
plazo. Pero es el único momento en todo El Quijote que el poder
político se ejerce de manera real por uno de sus dos personajes protagonistas,
y no sólo se discute sobre él”.
Sin embargo, surge una pregunta necesaria, ¿la
realización de la utopía personal debe coincidir con la colectiva? ¿La
ambición personal no choca con los ideales de justicia social y redistribución
de los recursos? Cervantes, como lo manifiesta Ramírez, buscaba una oportunidad
en el Nuevo Mundo, oportunidad que significaba poder, es muy posible que
cualquier ideal de justicia, por lo menos de justicia común, quedara relegado
frente a la libertad individual de conseguir su propio beneficio a costa de los
demás.
En todo caso, más allá que en cualquiera de las
encrucijadas de la existencia personal, en donde nosotros, personajes de nuestra
propia novela, debemos escoger entre el interés particular y el comunitario, un
elemento primordial de cualquier utopía, individual o colectiva, sale a flote
en El Quijote, la idea de libertad. Este sentido libertario en la novela
de Cervantes, lo destaca otro don de la literatura, Mario Vargas Llosa,
argumento que ha esgrimido tanto en el prólogo de la reciente edición
promovida por la Real Academia Española, titulado “Una novela para el siglo
XXI” como en el artículo de prensa “Don Quijote: himno de libertad”.
“¿Qué idea de la libertad se hace don Quijote?
La misma que, a partir del siglo XVIII, se harán en Europa los llamados
liberales: la libertad es la soberanía de un individuo para decidir su vida sin
presiones ni condicionamientos, en exclusiva función de su inteligencia y
voluntad. Es decir, lo que varios siglos más tarde, un Isaías Berlin
definiría como ‘libertad negativa’, la de estar libre de interferencias y
coacciones para pensar, expresarse y actuar. Lo que anida en el corazón de esta
idea de la libertad es una desconfianza profunda de la autoridad, de los
desafueros que puede cometer el poder, todo poder”.
Pero aparte de conceptos trascendentales como la
justicia, la libertad, el bienestar, deseo enfatizar en la importancia del
humor, del buen humor. Este sentido, que debería agregarse a los cinco
conocidos, también se convierte en pretensión utópica, siempre vigente, en un
mundo con una vocación tan marcada para lo trágico, que va desde la seriedad
acartonada, pasando por el sollozo a grito entero, hasta la triste melancolía.
La gracia que exhibe don Quijote es un rasgo subversivo, contra las estructuras
rígidas, quizás el mejor camino para hallar ese país tan escondido y ansiado,
el país de la utopía.
El humor unido a la poesía de vez en cuando
contribuye a dar frutos como Don Quijote o Cien años de soledad.
Es propicio recordar las palabras de Gabriel García Márquez al recibir el
premio Nobel de literatura, en un discurso conocido como “La soledad de
América Latina. Brindis por la poesía”. García Márquez es posiblemente el
autor más leído en idioma español después de Cervantes, podría decirse que
el autor colombiano es heredero directo del legado del genio español. No es
extraño que, del territorio que tantos europeos, incluyendo al mismo Cervantes,
identificaran como el sitio ideal para la utopía, surgiera una pluma que
recogiera sueños foráneos y anhelos propios. El gran escritor lo explica mucho
mejor.
“Un día como el de hoy, mi maestro William
Faullkner dijo en este lugar: ‘Me niego a admitir el fin del hombre’. No me
sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia
plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre
colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una
simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través
de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de
fábulas, que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía
no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una
nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta
la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad,
y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para
siempre una segunda oportunidad sobre la tierra (...).
”En cada línea que escribo trato siempre, con
mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato
de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de
adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la
muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la
consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que
invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas,
Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la
existencia del hombre: la poesía”.
La poesía, ese recurso natural latinoamericano que
brota en las palabras y obras de hombres cultivados y cultivadores, llamados
erróneamente incultos. Esos dos hombres que cabalgan desde hace cuatrocientos
años, uno al lado del otro, intercambiando discursos elaborados y refranes
populares, filosofía pura que ha permitido que usted, amable lector, y yo,
modesto escriba, podamos entendernos. La poesía encarnación de la utopía.
Abril de 2005.