Q. En un lugar de las letras • Varios autores
El Quijote
de Indias
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Varias obras maestras del Siglo de Oro dan mayor fruto si se leen con una “orientación” indiana, aunque hayan sido escritas en España, por españoles, y su tema parezca versar sobre la península solamente y no sobre el resto de lo que entonces era el imperio hispano. El primero en demostrarlo fue John Beverley, con las Soledades de Luis de Góngora, cuyo protagonista redescubre el Nuevo Mundo como ámbito de la rapacidad imperialista.

Los versos de la primera Soledad (1613), “Piloto hoy la cudicia, no de errantes árboles, mas de selvas inconstantes”, que aluden a las tres carabelas de Colón y a la codicia desatada por su llegada, son un tema que se reelabora en la Soledad II, al mencionar los efectos de la explotación en los virreinatos mexicano y peruano, los polos del “reino de Neptuno”. Beverley abrió los siglos de Oro, XVI y XVII, hacia lo que yo llamo la “escritura indianista”, de España y América, la cual debe incluir al Quijote por la abundancia y complejidad de sus alusiones a las Indias. También destacan de esa república de letras los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega, escritos en España, y la Grandeza mexicana del poeta criollo Bernardo de Balbuena, escrita y publicada en México —ambos vivían España para las fechas del Quijote I (1605).

La idea no surgió con Beverley, sin embargo, aunque sí fue él quien la desarrolló. Hace medio siglo, Ángel del Río llamaba “literatura de Indias” a la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y a otras relaciones de hechos, con lo que ponía al hispanismo sobre la pista correcta, a mi criterio. Esta pista es la de la escritura indianista. Es la pista que nos conduce a los hispanistas, en el tercer milenio de nuestra lengua, hacia un horizonte donde podamos albergar a los escritos de ambos lados del “charco” oceánico en conjunto y en interconexión activa. Por la investigadora Ernestina Salcedo Pizani hemos aprendido que el venezolano Tulio Febres Cordero fue el pionero del tema, ya en 1905 con su Don Quijote en América, una década antes de que Francisco Astrana Marín diera sus famosas conferencias.

La idea ha resurgido en nuestro siglo entre hispanistas de toda procedencia. Michael K. Schussler opina que el “descubrimiento” de América dio inicio a un proceso sincrético, el cual llevó a que se creara un corpus de escritos diferenciado de sus “progenitores” europeos. Por su parte, Roberto González Echevarría, profesor de Yale, presenta, en Mito y Archivo, a la literatura latinoamericana como expresión de la confluencia de escritos literarios y documentos históricos que conllevó el Encuentro entre dos mundos. Diana De Armas-Wilson, en el libro que le publicó la editorial universitaria Oxford sobre el nacimiento de la novela como género novomundista (The Quijote, the Rise of the Novel and the New World), sondea el impacto de la exploración de las Indias sobre la epistemología europea. Asevera que la novela nació precisamente en medio de la hibridez biológica y cultural del Imperio español, la cual Cervantes integró a sus obras de varias formas, p.e., haciendo que sus personajes subalternos (gitanos, rufianes, indianos, sirvientas) utilicen un léxico americano, con lo cual apunta hacia la estructura social de su medio. Anne Cruz, profesora de la Universidad de Chicago, y editora de una atinada serie de libros sobre el Siglo de Oro, declara que su propósito es “cambiar la perspectiva sobre el XVII para que, de una era de descubrimiento, pase a ser vista como una de viajes de costa hispana a costa hispana e intercambios culturales, en ambos sentidos”.

La cervantista Mary M.. Gaylord, profesora de Harvard, unió su voz al ya amplio grupo de estudiosos a los que, por falta de mejor término, se les ha calificado de novomundistas. En 2003, en la clausura del curso de doctorado “Cervantes y Europa”, de la Universidad de Oviedo (reportado por el diario madrileño El País), Gaylord afirmó que “la crítica se ha suscrito a una visión del Quijote como una obra nacida de contextos europeos”, pero que tal enfoque pasa por alto otros “posibles modelos genéricos, puntos de referencia o fuentes”, incluidas entre éstas “lecturas americanas e históricas que influyeron en la ‘creación paródica’ del Quijote”. Éste no se inspira sólo, como se ha creído tradicionalmente, en

la dimensión caballeresca del feudalismo medieval y en un juego meta-ficcional que nada tiene que ver con la historiografía seria, [sino que] la conocida transformación cervantina de los principales géneros literarios de su época tiene no una, sino dos bases: la primera, en los textos canónicos del Renacimiento europeo, y la segunda, en obras históricas y poéticas que ponen los mismos modelos al servicio de la representación de la historia nacional y de la experiencia española en América.

Si bien “América” no aparece directamente sino en una obra cervantina, El rufián dichoso, la obra extensa de Cervantes le distingue entre todos los escritores hispanos de los Siglos Áureos por sus abundantes y complejas alusiones a América, y además por su temática de raíz indiana. En volumen y en complejidad de alusiones a Indias, el Manco sobrepasa a sus coetáneos americanos (p.e. Juan Ruiz de Alarcón) y a peninsulares que vivieron en Indias (Tirso de Molina).

El problema con las referencias del Manco a Indias es que detentan una variedad tan sorprendente que se hace difícil distinguir un patrón entre ellas; y no suelen ser alusiones directas. Por dar un ejemplo, en ambas partes del Quijote aparece el tema de los negros —la esclavitud y/o la trata negrera— pero no siempre se lo presenta en los términos avariciosos de Sancho (“¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender, y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título?...” I, 29), sino en los términos de su amo, el liberador de galeotes encadenados (entre los que destaca el autor Ginés de Pasamonte) y de libros condenados a galeras. Don Quijote describe al soldado viejo y pobre como “negro” al servicio de los poderosos (Quijote, II, 16), situación de la que no se exime el de Lepanto, necesitado de mecenas. No se le ocultaba a Cervantes que había que andarse con cuidado de no ofender a algún Grande cuyos títulos y cargos estuvieran indisolublemente ligados a la trata negrera en Canarias y el Mahgreb berberisco y a la propiedad de esclavos negros en Andalucía.

Y éste era el caso, precisamente, del duque de Medina Sidonia, jefe de la Casa de Contratación a cargo del comercio con los virreinatos. Alonso de Guzmán, el Bueno, era el descendiente más conspicuo de una poderosa familia negrera, la de los condes de Niebla, con nexos matrimoniales con las familias que se alternaban en los tronos de Perú y México (Mendoza y Zúñiga). Medina Sidonia dio nombres nuevos, africanos y canarios, a islas del Caribe y a sitios de Sudamérica que ya estaban bautizados con nombre castellano desde el XVI. ¿Qué tendría en mente el de Niebla con estos nuevos nombres? No lo he podido averiguar, pero no me parece forzar mucho la imaginación que era el comercio de la sal y de la esclavitud. A la Península de Araya, en Venezuela, llamó Isla de la Sal de Cabo Verde, Berbería a la isla de Santa Lucía y Fuerteventura a la Martinica (Julio Izquierdo Labrado, “El comercio de esclavos: Gibraleón”; del portal http://www.webislam.com). El ducal monopolio se filtra a la picaresca cervantina y halla trasunto en el “patio de Monipodio” de Rinconete y Cortadillo según el incisivo Carroll Johnson, de UCLA, quien nota que el vocablo “monipodio” era entonces sinónimo de “monopolio” (Parr, On Cervantes, 99). George Mariscal, de UC-San Diego, cervantista laureado, piensa que en los textos del Manco se transparenta una posición imperialista.

¿Representó América una válvula de escape para Cervantes como creador, es decir, la utopía sobre un mundo nuevo y lleno de posibilidades a veces desconcertantes? O, más bien, ¿fue América pretexto para que el de Lepanto manifestara su propio ideario imperialista?, o ¿lo fue, por el contrario, para que criticara el caótico desarrollo del imperio católico e inclusive su malignidad intrínseca? Todas estas interpretaciones me parecen dignas de escrutinio, aunque me inclino a pensar que el Manco observó con atención lo americano y trató de entenderlo como escritor en sus términos propios, que no eran exclusivamente europeos. Lo habría predispuesto su paso por el África bereber como esclavo.

El Relato del Cautivo presenta el architema del libro: el contraste entre don Quijote, el caballero anacrónico y aislado en La Mancha, frente al caballero conectado con la Audiencia mexicana y ducho en arreglos solapados y silenciosos, los cuales son las verdaderas “quimeras caballerescas”.

Pero dejémosle aquí [a don Quijote], que no faltará quien le socorra, o si no, sufra y calle el que se atreve a más de lo que sus fuerzas le prometen, y volvámonos atrás cincuenta pasos, a ver qué fue lo que don Luis respondió al oidor... (I, 44).

El lector es forzado a seguir la escena cada vez más de cerca, a cada paso aguzando el oído, volviendo a leer. Cuando “se prosiguen los inauditos sucesos de la venta”, como dice el epígrafe, uno de ellos es el caso literalmente no-oído que don Luis expone al Oidor por obtener de éste la mano de su hija Clara. La escena baja de tono hacia el susurro.

.. [Don Quijote] hubo de callar y estarse quedo, esperando a ver en qué paraban las diligencias de aquellos [...].

—Sepamos qué es esto de raíz —dijo a este tiempo el oidor.

Pero el hombre, que lo conoció, como vecino de su casa, respondió:

—¿No conoce vuestra merced, señor oidor, a este caballero, que es el hijo de su vecino..?

Miróle entonces el oidor más atentamente y conocióle; y abrazándole dijo:

—¿Qué niñerías son éstas, señor don Luis, o qué causas tan poderosas, que os hayan movido a venir desta manera, y en este traje, que dice tan mal con la calidad vuestra..?

El oidor dijo ... que se sosegasen, que todo se haría bien; y tomando por la mano a don Luis, le apartó a una parte y le preguntó qué venida había sido aquella y en tanto que le hacía ésta y otras preguntas, oyeron grandes voces a la puerta de la venta...

Es éste un suceso in-audito en el sentido literal: a los circunstantes no se les permite que oigan el caso (ni al lector tampoco, de paso). El pasajero de Indias es indispensable en la lectura del Quijote. Es el que sosiega toda voz que pueda crear disonancia. Es técnica típica de Cervantes el recurso a “voces” que sirven de biombo para que discurran las de los personajes de mayor autoridad social. El jaleo en la venta encubre en particular la voz de don Luis, cuyo caso queda velado por la discreción del futuro suegro quien le ha llevado aparte y gentilmente:

.... y el oidor quedó en oírle suspenso, confuso y admirado, así de haber oído el modo y la discreción con que don Luis le había descubierto su pensamiento, como de verse en punto que no sabía el que poder tomar en tan repentino y no esperado negocio; y así no respondió otra cosa sino que se sosegasen por entonces ... porque se tuviese tiempo para considerar lo que mejor a todos estuviese ... el oidor, que, como discreto, ya había conocido cuán bien le estaba a su hija aquel matrimonio; puesto que, si fuera posible, lo quisiera efetuar con voluntad del padre de don Luis, del cual sabía que pretendía hacer de título a su hijo. (I, 44; mi énfasis).

Se incita al público lector del Quijote a que esté “tan atento” al “negocio” como lo está el enrumbado a Indias, quien por su profesión, habrá de escuchar varias versiones de un caso, antes de extraer una conclusión práctica de ellas:

Puestos, pues, ya en sosiego, y hechos amigos todos a persuasión del oidor y del cura ... el oidor comunicó con don Fernando, Cardenio y el cura qué debía hacer en aquel caso, contándoseles con las razones que don Luis le había dicho ... y aun el Oidor, si no estuviera tan pensativo con el negocio de don Luis, ayudara, por su parte, a la burla; pero las veras de lo que pensaba le tenían tan suspenso ...Todo lo apaciguó el Cura, y lo pagó don Fernando, puesto que el Oidor, de muy buena voluntad, había también ofrecido la paga... (I, 45).

En I, 47, el Oidor, que acaba de añadir a su comitiva al prometido de su hija, el vástago de un Grande, se despide del hermano recién rescatado del cautiverio, dejándole que lidie solo para reintegrarse a la implacable sociedad española junto a su futura esposa mora (ya no le acompañará hasta Sevilla, lo cual contraviene el plan previamente acordado).

Estos quijotescos temas —la comunicación solapada, los “negocios” de Indias y los arreglos entre poderosos— le valieron al Manco para señalar que el Imperio español había efectuado, en los albores del XVII, bajo Lerma y el de Niebla, un giro decisivo hacia la empresa indiana filomercantilista. El Privado Lerma, en cuyas manos el rey veinteañero confió los destinos imperiales, abrió paso a un grupo de comerciantes y financieros y a su yerno negrero, para que empuñara el timón en el tráfico España-América. El Manco vivió en el puerto sevillano trece años, hasta comienzos del XVII. Dudo que se le pasara por alto el impacto social y ultramarino de este rotundo cambio. El Quijote requería un lector sagaz que aprendiera a situar el texto en el tablero del juego americano de la Grandeza, para así entender eficazmente su mundo nuevo. El Manco se dispuso a registrar lo que veía: un cambio inaudito, hacia atrás para la mayoría de las gentes, hacia adelante y arriba para un puñado de personajes conectados en España e Indias, a través de los banqueros internacionales de Génova y Holanda, de su especulación y su crédito. La cervantista Shirfa Armon estudia “El dinero como texto” en El celoso extremeño.

En el Relato del Cautivo, “dieron al oidor cuenta del humor extraño de don Quijote, de que no poco gusto recibió” y se irá con ese gusto a América. Es un caballero de escritorio, atento a su negocio, hombre de confianza de los poderosos. Un allana-obstáculos. Recibe favores y los devuelve a quienes aprendan el protocolo de la discreción. Don Quijote calla y observa y queda “captivado” en La Mancha. El Oidor es el nuevo personaje caballeresco, el único viable, a través del cual los habitantes de todo el imperio podían leer el texto del modo en que lo planteó Cervantes en su redacción final: Don Quijote de las Indias y no sólo de esa amanchegada España que a tantos cerraba el paso. Este personaje les servía para muchas de las claves de la lectura.

Y aún nos sirve. ¿Será mucho estirar la imaginación que Cervantes, “hombre que trata negocios ... y que tiene amigos” como le describió su hermana Andrea, residente en la Corte, ducho en tribunales, nieto de un oidor de Grandes, deudo de alcaldes andaluces, contara con algún amigo bien colocado en una Audiencia para asegurarse que su obra se abriera paso con celeridad en Indias? Aunque no se hayan encontrado ejemplares coloniales de la obra maestra de Cervantes, cosa ya de por sí digna de comentario, la gran parte de la primera edición tuvo como destino México, como señala José M. González de Mendoza, mexicano nacido en Málaga.

Para 1590, el Relato del Cautivo circulaba sólo como historia “mora” de amores; pero también hacia esas fechas se dio el segundo memorial de Cervantes, es decir, el último fracaso al intentar pasar a Indias a ocupar uno de los cuatro puestos vacantes, los cuales, a la sazón, eran: gobierno de Soconusco, Guatemala; contaduría del reino de Nueva Granada; contador de las galeras de Cartagena; o corregidor de La Paz. La respuesta vuelve a ser decepcionante: “busque acá en que se le haga merced”. Era un frustrado “viajero de Indias”, como lo llamo en honor de Francisco Herrera Luque, siquiatra y novelista venezolano. Era uno de los muchos “caballeros andantes que vagan por España” (II, 1) para que se les reconocieran sus méritos y sus derechos —como el Inca y como el novohispano Gaspar Pérez de Villagrá, autor de un poema de extraño título Historia de la conquista de la Nueva México. Al cobijo de la sombra imperial prosperaban sólo los Grandes y sus deudos, homogéneamente repartidos por el orbe:

....que esa grandeza aquí o allí se cría:
mas la que hoy la gobierna es sola una,
desde do nace a do se esconde el día...
(Grandeza mexicana)

El Manco habría de atisbar, perplejo, desde el puerto sevillano y la corte vallisoletana, ese tráfico de influencias y vendaval de millones. Humillado por las decisiones de la Inquisición, en la cárcel por un quitamesaspajas de cuentas mal dadas sobre el grano avituallado para la Armada, su palabra de veterano de Lepanto puesta en entredicho por cualquier clérigo avariento de lugar miserable, ponderaría cómo se enriquecían a través de los virreinatos los “caballeros” deudos y amigos de las familias conectadas al comercio indiano. Vería proliferar en torno suyo varias zalameras épicas de tema americano en ecléctico montón, algunas escritas por quienes nunca estuvieron en América. Al irse convenciendo de que sus proyectos, como burócrata o negociante, ya no iban a incluir un pasaje a Indias, congregó su esperanza en hacerse un autor que trascendiera fronteras. Dándose cuenta de que su “extraño caso” mahgrebí no era suficiente para lograr reconocimiento, abrió los oídos de don Quijote a las componendas del Oidor y así abrió el Quijote hacia los virreinatos. Ciertamente había cosas muy grandes que oír.

La década crepuscular que culmina con la muerte del Prudente en 1598, es única y no sólo porque “la peste baja de Castilla y el hambre sube de Andalucía”, como dice el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, sino por lo que viene de Indias: un tesoro que va a depositarse en los bancos ligures cantados por las gongorinas Soledades, bancos que no eran de arena. Cierto que no representa la mayor parte del ingreso de la Corona pero, en tiempos de la acumulación originaria de capital, es un tesoro en metales preciosos cuya magnitud —diez veces mayor de la de comienzos de siglo— representa el ápice de la producción en este renglón de la economía: unos 42 millones de ducados anuales. El grueso de esta ganancia va a parar a los cofres de los Grandes de España: las tres cuartas partes del ingreso durante el primer quinquenio de la década (ver Elliot, Imperial Spain, tabla iv, p. 181). El régimen señorial se asienta en el Imperio, con la connivencia de banqueros y de tratantes de todo tipo de comercio.

Para prevenir este señorial expolio, el Emperador y su hijo habían tenido a raya a los Grandes, excluyéndolos tanto del Concejo de Castilla como del Concejo Real de las Indias. Con el ascenso del joven monarca adepto al teatro y a las comediantas, Felipe III, cambió la situación radicalmente, según J. H. Elliot, Profesor Regius de la universidad de Oxford. El privado del rey, Francisco Sandoval, duque de Lerma, se apresuró a meter a sus familiares en los puestos clave. Un tío de Lerma asciende a Cardenal Primado de Toledo (socorrerá las postrimerías del Manco). Un yerno de Lerma, Juan de Zúñiga y Avellaneda, es ascendido a presidente del Concejo de Castilla. Gaspar de Zúñiga ya era virrey de México desde 1595 y luego lo sería del Perú (1603-1607), y es a un primo de este virrey que Cervantes dedica el Quijote I. El otro yerno de Lerma, Alonso de Guzmán, es erigido en jefe de la Casa de Contratación de Sevilla, a cargo del comercio indiano. Quizá se refiera a él Balbuena cuando dice

De Tobar y Guzmán hecho un injerto
al Sandoval, que hoy sirve de coluna
al gran peso del mundo y su concierto.

Años antes de que se desatara en México, en 1607, un escándalo financiero internacional —entre España y el virreinato novohispano— con el favorito de Lerma, Pedro de la Franqueza, reformador de las finanzas reales, y el oidor Alonso Ramírez de Prado, ex miembro del Concejo de Castilla, Cervantes estaría interesado por lo que se fraguaba en el virreinato (ver Margarita Peña, Literatura entre dos mundos). Algo debió saber sobre estas trapacerías financieras a través de dos amigos: un cronista y un poeta. El cronista real Luis Cabrera de Córdoba, autor de unas Relaciones sobre los sucesos de la Corte (“deben los príncipes no tener mal satisfechos a los historiadores, porque su pluma entierra vivos y desentierra muertos” dice en De Historia, para entenderla y escribirla), pues en el Viaje del Parnaso le dedica unos versos (“es el gran Luis Cabrera, que, pequeño, / todo lo alcanza, pues lo sabe todo; / es de la historia conocido dueño, / y en discursos discretos tan discreto”). El otro es el poeta cortesiano Gabriel Lobo Lasso de la Vega, autor de la Relación puntual de las rentas del Rey de España, que permaneció inédita (como la de Cabrera), y contribuidor de algunos versos de cabo roto que introducen el Quijote I y le aconsejan al Manco que se acoja a la sombra de un mecenas.

En Indias al Manco se le leía. Es más, se le admiraba incluso como poeta, y eso por los versos de La Galatea en loor a los vates americanos, ya que todavía no había publicado su Viaje del Parnaso (1614). Prueba de ello es el Cartapacio poético de Mateo Rosas de Oquendo. En 1612, inmediatamente tras el envenenamiento del fraile-virrey y el correlativo levantamiento de los negros novohispanos, vuelve a Sevilla Oquendo con un cartapacio donde oculta documentos altamente comprometedores, sobre el arresto y embargo de Franqueza y Ramírez del Prado, entre cientos de poemas, incluidos algunos de Cervantes (Peña). Cervantes algo debió saber del asunto, pues en su Viaje del Parnaso, mencionará al gran coleccionista de libros Lorenzo Ramírez del Prado, hijo del oidor antedicho (“Éste que viene es un galán sujeto / de la varia fortuna a los vaivenes / y del mudable tiempo al duro aprieto: / un tiempo rico de caducos bienes...”). Y el Manco toma el tema de El rufián dichoso (1615), de una obra novohispana de F. Agustín Dávila Padilla, afirma su reciente biógrafo Jean Canavaggio.

Era duro enterarse de este tipo de noticias, ya que el Prudente había dado un edicto, en 1574, para controlar la escritura y circulación de relaciones de hechos de Indias, por una parte, y que tampoco permitía que salieran obras modernas sobre los fechos americanos (p.e. la del novohispano Baltasar de Obregón). El control fue grande al punto que no hubo historia oficial de la conquista hasta casi un siglo de ocurrida: en 1601, Juan de la Cuesta imprimió los Hechos de los castellanos del cronista de España e Indias Alonso de Herrera y Tordesillas, el mismo que encargó una relación al Manco y luego la sacó anónima en 1605, año del Quijote (tras años de retener en galeras a la Topographia de Argel, obra que mencionaba el heroico proceder del Manco, por fin fue impresa en 1612, bajo la firma del cronista Herrera y Tordesillas). ¡Con razón don Quijote tiene por ejemplo “moderno” de caballero a Cortés! (II, 8). No es que el manchego sea particularmente anacrónico, pues aun el informado canónigo con quien dialoga al cierre de la parte I, sólo llega en sus ejemplos de caballeros hasta el siglo XV. Era duro enterarse de los sucesos “modernos”. Pero Cervantes estaba informado:

....pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores a quien llaman ciertos los peritos en el arte, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos (El celoso extremeño).

Creo que el Manco depuró la información a través de autores de escritura indianistas: Lobo Lasso de la Vega, poeta del círculo cortesiano España-México; Balbuena; Alemán; el Inca o Rosas de Oquendo; ya fuera leyéndolos, ya hablando con ellos u oyendo hablar de ellos y de sus respectivos pasos y trazas por los virreinatos. Tuvo a mano otras fuentes posibles: los miembros de órdenes religiosas evangelizadoras; o los de la Casa de Contratación y el Real Consejo de las Indias ([¡como si] los señores del Concejo Real ... fueran gente que habían de dejar imprimir tanta mentira junta, y ... tantos encantamentos que quitan el juicio!, Quijote, I, 32); o la editorial Juan de la Cuesta que le publicará el Quijote la cual se distinguió por publicar varias épicas de Indias a vuelta del XVI.

Ante las palabras de don Quijote, que deben aludir a recientes sucesos andinos y mexicanos,

En los reinos y provincias nuevamente conquistados nunca están tan quietos los ánimos de sus naturales, ni tan de parte del nuevo señor, que no se tenga temor de que han de hacer alguna novedad para alterar de nuevo las cosas ... y así, es menester que el nuevo posesor tenga entendimiento... (Quijote, I, 15),

hay que considerar como fuente literaria de Cervantes a los poemas épicos de Indias. Éstos, a diferencia de la crónica, no dejaban de mencionar ni los motines andinos y las incursiones de piratas (Arauco domado, del chileno Pedro de Oña, Armas antárticas, del “criollo” Juan de Miramontes Zuázola, Purén indómito, de Fernando Álvarez de Toledo), ni los hechos heroicos de los indios (Purén indómito) y de los esclavos negros (Espejo de paciencia, o el de Miramontes), o las fabulosas fortunas y los enrevesados asuntos de escribano, “la airosa pluma con sabor voltea”, que complacen a Balbuena en su Grandeza mexicana:

Por todas partes la cudicia a rodo,
que ya cuanto se trata y se pratica
es interés de un modo o de otro modo.
Este es el sol que al mundo vivifica;
quien lo conserva, rige y acrecienta,
lo ampara, lo defiende y fortifica.

El Sol/Febo de España era, según un libro de emblemas del 1600, no el Rey sino su favorito, el duque de Lerma, “comparado al Sol: cuyos efectos son: vivificar, engendrar, resplandecer, y estar en lugar alto y eminente” (cita de Harry Sieber, editor de la Modern Language Notes). Este es el contexto donde se “engendran” obras como la del Ingenioso Hidalgo, y en el que debemos emplazar la increpación jocosa que hace la voz narrativa a Febo/Sol:

¡Oh perpetuo descubridor de los antipodas ... Febo alli, tirador aca ... tu que siempre sales y aunque lo parece nunca te pones! A ti digo, ¡oh sol!, con cuya ayuda el hombre engendra al hombre! a ti digo que me favorezcas, y alumbres la escuridad de mi ingenio, para que pueda discurrir por sus puntos en la narracion del gobierno del gran Sancho Panza; que sin ti, yo me siento tibio, desmazalado y confuso (II, 45).

A un sobrino y yerno de Lerma, el conde de Lemos, presidente del Consejo de Indias, va dedicado el segundo Quijote cervantino. El clamor del ingenioso hidalgo de mente “oscurecida”, también alude al señorial mecenazgo que les estaba funcionando a algunos escritores, particularmente a los poetas de los parnasos de México y Perú, en su loor de las exploraciones virreinales y de las hazañas de los gobernadores. El clamor que elevan a Apolo los poetas épicos australes llega incluso a Argentina, donde Febo Apolo aparece, por obra y gracia de Martín del Barco Centenera, mezclado con referencias a los caníbales australes. En las primeras estrofas de su Argentina conquistada Centenera pide a Apolo que le envíe ayuda para publicar “sin dolo”:

Por descubrir el ser tan olvidado
del argentino reino, ¡gran Apolo!,
envíame del monte consagrado
ayuda con que pueda aquí, sin dolo,
al mundo publicar, en nueva historia,
de cosas admirable la memoria.

No hay por qué creer que Cervantes contemplara con melancolía la desarticulación quijotesca del tiempo, como si creyera que el país todavía era regido desde Castilla. España había cambiado con la muerte del Prudente y seguía cambiando a paso veloz. Cervantes también cambia para adaptarse a la situación. El don Quijote que en I, 8 arremetió contra un escudero que parte a Indias en noble comitiva (“¿Yo no caballero? ¡Mientes!”), al cerrar la obra ya no puede detener al Oidor, ni impedirle que corra a Sevilla a embarcarse. De hecho, ni siquiera lo intenta. Cervantes calla a don Quijote, por atreverse a más de lo que prometían sus fuerzas, le desarma y abandona a su estupor. Mientras, el Oidor parte a Indias. Don Quijote queda varado, en seco y aislado.

....dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados [Don Quijote, en su discurso de las Armas y las Letras, quien comenta] estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es ésta en que ahora vivimos (I, 38; énfasis añadido).

México, canta Balbuena, “como a un sol la tierra se le inclina / y en toda ella parece que preside”. “Volverá el siglo de oro al mismo paso...” dice el fraile con su realismo craso. ¿Hablar Balbuena de que vuelva un siglo de oro en el que él vive inmerso? El “volver” de Balbuena es curiosamente prematuro. Lo que realmente anuncia es que llegó a su fin el primer Siglo de Oro, el de protagonismo peninsular y heroicidades a lo Cortés. El segundo Siglo de Oro es del Dinero y los escritorios, un siglo hispanoamericano. “¡Oh España altiva y fiel, siglos dorados..!” (124). El cultivado anacronismo de Balboa se hace sentir en los términos con que don Quijote cambia la definición de su época, que de Edad de Hierro en el texto de 1605:

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. (Quijote, I, 11; mi énfasis).

se vuelve Edad de Oro, en proceso inverso al clásico grecolatino, en el Quijote de 1615:

Y quiero que sepas, Sancho, que si a los oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, otros siglos correrían, otras edades serían tenidas por más de hierro que la nuestra, que entiendo que de las que ahora se usan es la dorada (Quijote, II, 2; mi énfasis).

y el cambio mucho tiene que ver, creo, con la presencia en la Corte del fraile mexicano. Balbuena dedicará su Bernardo al conde de Lemos también. Con el trasfondo del parnasianismo virreinal, Balbuena cultiva la égloga en su novela sobre la Edad Áurea en las “selvas de Erífile”, insistiendo en un género que se estaba dejando de cultivar en España pero que aún hizo a Cervantes prometer, en el prólogo al Quijote, II, una segunda parte para La Galatea. Lo pastoril y lo caballeresco fueron temas “anacrónicos”, que obsesionaron a Cervantes no menos que a Balbuena, creador del Bernardo, que es según Menéndez y Pelayo la primera epopeya fantástica compuesta en suelo americano. Balbuena se doctora en 1607 por la Universidad de Sigüenza (como el cura del Quijote). A los pocos meses publica su novela pastoril Siglos de Oro en las selvas de Erífile. Es factible trazar las huellas de su obra en el Quijote. Balbuena se refiere a los excesos de la trata negrera en Puerto Rico (“¿debemos censurar [al gobernador Juan Vargas]?”), tan casualmente como Sancho, gobernador de la Ínsula Barataria, o como el cura con sus referencias al reino Micomicón y a Cartagena.

Se inauguraba la nueva, fulgurante y vertiginosa era del reinado de Felipe III (1598-1618), la de realidades de espejismo y arreglos de entretelones. Miguel estaba de nuevo arrinconado y fuera de ritmo con el resto de su sociedad. Intentaba entresacar tiempo de sus temporales oficios a fin de pulir la última redacción del Quijote, ya que el camino hacia el éxito no parecía ser el de los negocios ni el del servicio a Su Majestad. A su entorno, un frenesí de gente iba y venía de la Corte vallisoletana a Sevilla.

Había pasajeros de Indias en el séquito de un gran noble o de un obispo; había curas metidos en negocios indianos de todo tipo; indianos viejos venían cargados de dinero, como Carrizales, a desposarse con apetitosas jóvenes; mujeres libres y desenvueltas volvían a Sevilla, ya maduras, después de haberse trotado solas algún que otro virreinato; había negreros metidos a nobles y nobles metidos a negreros; pululaban por España esclavos o manumisos negros y mulatos, no pocas veces hijos de la nobleza o del clero; por su parte, los moriscos, creadores de mucha de la riqueza real y concreta, de base agropecuaria, intentaban sacar su fortuna de España ante la amenaza que se cernía sobre ellos; en sus palacios, o en academias y tertulias de libreros y coleccionistas, algunos grandes nobles aficionados a las letras reunían en su entorno a los autores impecunios; multitud de poetas con aspiraciones poco poéticas acudían a las casas impresoras de estamperos como Antonio Moreno, quizá para hablar con alguna “cabeza encantada” (II, 62).

Sale por fin a luz el Quijote, tras una veintena de años de elaboración y cambios, con la inclusión del personaje de la Audiencia mexicana, y la apertura del texto hacia Indias. Percibo en la obra cervantina no una postura ideológica clara —salvo una insinuación contra la mentalidad capitalista en sus excesos— sino un interés ante lo que el Nuevo Mundo revela sobre el Viejo (no siéndolo el uno ni el otro). En este hiato de perplejidad de los tiempos que corren, en que nos ofendemos por vocablos viejos y nos creemos las nuevas quimeras caballerescas,

Digo que es un peregrino,
primo suyo y perulero,
de tan soberbio dinero,
que de las Indias nos vino ...
Embustero y perulero ...
¡O levantadas quimeras / en el ayre,
qual yo dixe! (La entretenida),

quiero presentar las contrapuestas opiniones de dos “novomundistas” estadounidenses que han tenido más de un cordial intercambio en público: George S. Mariscal considera a Cervantes “imperialista”, mientras que su colega Diana de Armas Wilson ve en el Manco a un crítico acerbo del imperialismo, sistema al que define de “bárbaro”.

Yo prefiero no meterme a juez de Cervantes. El aceptar al autor en mis términos nos lo revela como hombre pragmático, desde luego, pero no tanto que desaparezca en él la autocrítica. El Manco, que, a diferencia de don Quijote, siente que posee suficientes fuerzas como para que no lo callen del todo, a la vez intuye las áreas oscuras, irresueltas, de su propia visión del mundo. Se hace patente en las mordientes palabras que pone en las fauces de Berganza cuando cuenta los sucesivos hitos de su perruna existencia en el Coloquio de los perros:

No había lobos; menguaba el rebaño; quisiera yo descubrillo; hallábame mudo; todo lo cual me traía lleno de admiración y de congoja ... Cada cosa de éstas que la vieja [bruja Cañizares] me decía en alabanza de la que decía ser mi madre era una lanzada que me atravesaba el corazón, y quisiera arremeter a ella y hacerla pedazos entre los dientes ... Algunos días me estragaron la conciencia las dádivas de la negra [esclava], pareciéndome que sin ellas se me apretarían las ijadas y daría de mastín en galgo; pero, en efeto, llevado de mi buen natural, quise responder a lo que a mi amo debía, pues tiraba sus gajes y comía su pan.

Negros cuya conjunción de sexualidad y humildad intrigan a Cervantes, quien no sabe si acercárseles desencajado de agresividad sexual como Berganza o, perrunamente, como soldado viejo, pobre y negreado; traductores, profetas y rufianes; hidalgos perdidos en la soledad e indianos enriquecidos; esclavas temerarias y oscuras brujas; peruleros y oidores de México; los afortunados y los “desesperados” del Imperio; los insubordinados (“¿Contra tu amo y señor natural te demandas? ¿Con quien te da su pan te atreves [Sancho]?” II, 60). América es refugio y es también el destino final de la jornada histórica, cuando la Historia se hace juego, como resultado de la secularización de los valores, de su relativización, de la animalización del ser humano y su conversión en objeto comercial.

Es el Nuevo Mundo, el de los esclavos negros, los blancos negreados y los indios aperreados en Hispaniola, y Cervantes se trata de ubicar en él como observador, como autor. Se limita a presentar más que a criticar, reservando las frases abiertamente críticas para lo que el común de los habitantes del Imperio denostaba: la sexualidad libre de unas pocas mujeres llegadas de Indias a Sevilla; y la rapacidad financiera de los que proceden con los dineros de la Corona como si fueran propios, la “esponja y polilla” de la venalidad administrativa y el desperdicio, por la que deja resoplar su furor en el Relato del Cautivo. El Quijote tiene una dirección indiana como lo tiene toda la obra literaria del Manco: un autor que destaca entre todos los escritores indianistas del Siglo de Oro, sean peninsulares o americanos, de cualquier etnia y procedencia.

Podemos emprender una lectura amplia del Quijote en el contexto de la “escritura indianista” de Cervantes. América: válvula de escape del Imperio; refugio de la heterodoxia más inquietante; acomodo de los “caballeros” de la pluma; lugar lúdico, de jugueteo erótico, de juegos de palabras, de azares capitalistas, donde la malignidad sustituye al mal menor. Es el mundo negreado del frustrado ciudadano de las Américas.

 

Obras citadas

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La presente monografía es extracto del libro Don Quijote de Indias (2006).