En nuestro país (Venezuela) tuvimos un presidente, de cuyo
nombre no quiero acordarme, que en sus alocuciones oficiales y entrevistas
resolvía todo a fuerza de refranes y frases hechas. Su aspecto regordete y su
cara de cerdo picarón enseguida nos recordaban a Sancho Panza. Quijotes hay en
todas partes. Muchas personas, las cuales no se han leído la novela de
Cervantes, se etiquetan a sí mismas como quijotescas por el simple hecho de ser
obtusas y obstinadas.
Nuestros políticos de guardarropa, con una cultura
elemental y apasionados lectores de la Gaceta Hípica, citan aquella
máxima: “Si los perros ladran, significa que avanzamos”. Quizá la han
escuchado por azar en algún ladilloso acto cultural y cuando sus adversarios
sacan a la luz pública los trapos sucios de sus trapacerías políticas y
financieras con prontitud la utilizan en los medios sin empacho alguno y con ese
caradurismo ágrafo de siempre. O sea, que el Quijote impregna la vida de los
hispanohablantes de manera sesgada, resumida y en muchos casos hasta deformada.
Nuestra alma se ha empapado de la periferia de la novela de Cervantes; nos
aguijonea el cotilleo, el mito, la crítica laudatoria que envuelve al caballero
de la triste figura, pero el libro como tal, como lectura necesaria y urgente,
parece no haber sucedido. No sin razón el pensador y escritor español Fernando
Savater reconoce que de Don Quijote personaje se habla mucho, se le utiliza como
metáfora, receta retórica y hasta como advertencia y que la mejor forma de
olvidar el Quijote es leerlo.
En lo personal he leído el Quijote de manera
anárquica y durante varios años consecutivos. Hice muy joven una lectura del
libro saltándome todas las noveletas e historias que Cervantes deja colar en la
historia principal. Luego me leí la novela sólo rastreando la vida de Sancho.
Luego lo leí leyendo sólo los capítulos impares. También me he leído el
Quijote de Avellaneda. Luego he seguido leyendo el libro a través de otros
escritores.
He leído textos de Borges, Groussac, Savater,
Azorín, Torrente Ballester, Thomas Mann, Ortega y Gasset, Kenneth Rexroth. De
todos esos escritores que han comentado la novela sobresale Vladimir Nabokov. El
escritor ruso (algo cascarrabias y minucioso lector) fue, sin lugar a dudas, el
más equilibrado, certero y pasional de sus lectores.
Fredson Bowers escribe que Nabokov llegó a Estados
Unidos en 1940. Con el plan preconcebido de trabajar como profesor de literatura
en alguna universidad, el escritor ruso ya había preparado algún material
sobre literatura europea. Las lecciones sobre el Quijote, recopiladas
póstumamente en un libro titulado Curso sobre el Quijote, fueron
escritas cuando ya tenía un puesto fijo en la Universidad Cornell. Para
preparar el material de su curso eligió la traducción realizada por Samuel
Putnam, publicada en 1949 por la editorial Viking Press.
La lectura que hace Nabokov de la novela de
Cervantes es soberbia por su profundidad de análisis, por su humor y sus
ecuánimes puntos de vista. Nabokov no realiza un estudio achacoso del libro,
sino que trata desentrañar para sus alumnos esas magias parciales de las que
habló Borges y no lo hace desde el pulpito crítico, sino a ras de página como
un acucioso, sistemático y contestatario lector.
El curso sobre la novela de Cervantes se inicia
delineando lo real y lo ficticio. Trata de establecer los parámetros entre el
mundo de las novelas y el mundo real. Por esa razón escribe: “Vamos a hacer
todo lo posible por no caer en el fatídico error de buscar en las novelas la
llamada vida real. Vamos a no tratar de conciliar la ficción de los hechos de
la ficción”. Para el autor de Lolita, las novelas eran sólo cuentos
de hadas excelsos.
Contenían mundos originales en sí mismas muy
distantes/distintos del mundo real del lector. De allí que remate así su punto
de vista: “Pensemos en el dolor físico o mental, o en cosas como la bondad,
la misericordia, la justicia, o en la locura: pensemos en estos elementos
generales de la vida humana, y estaremos de acuerdo en que sería provechoso
estudiar de qué manera los maestros de la narrativa lo trasmutan gen obra de
arte”.
A Nabokov le interesaba el Quijote como expresión
estética con sus defectos, o sus aciertos artísticos, y no como mito
intelectualizado, como apología humanista, ni revelación siquiátrica y moral.
No estaba interesado en perderse en esa palabrería rebuscada de críticos que
colocaban la novela en un altar lleno de mistificaciones tan disparatadas como
el personaje principal de la historia.
En torno al Quijote se desarrolla un choque de
opiniones, a decir del mismo Nabokov, que algunas tienen el timbre de la mente
firme pero pedestre de Sancho y otras recuerdan la furia de don Quijote contra
los molinos. Existe toda una comparsa gazmoña y erudita que busca ahogar las
pretensiones sencillas de su autor como fue la de contar una historia
entretenida con un personaje fuera de serie. A este respecto el escritor ruso
escribe: “Se ha dicho del Quijote que es la mejor novela de todos los tiempos.
Esto es una tontería, por supuesto. La realidad es que no es ni siquiera una de
las mejores novelas del mundo, pero su protagonista, cuya personalidad es una
invención genial de Cervantes, se cierne de tal modo sobre el horizonte de la
literatura, coloso flaco sobre un jamelgo enteco, que el libro vive y vivirá
gracias a la auténtica vitalidad que Cervantes ha insuflado en el personaje
central de una historia muy deshilvanada y chapucera, que sólo se tiene en pie
porque la maravillosa intuición artística de su creador hace entrar en acción
a don Quijote en los momentos oportunos del relato”.
Así mismo le atraía el libro como novelista,
trataba de encontrar los mecanismos estilísticos y no esa periferia que rodeaba
a la novela de Cervantes, atiborrada de apologías y críticas laudatorias
pomposas. Le importaba una higa lo poco que se conocía de la vida de Cervantes
y por esa razón le dice a sus alumnos: “...sólo puedo echar una mirada de
reojo a su vida, que ustedes, sin embargo, encontraran fácilmente en diversas
introducciones a su obra. Aquí lo que nos interesa son los libros, no las
personas. Lo de la mano tullida de Cervantes no lo sabrán por mí...”. Las
comparaciones que hacen los eruditos y críticos especializados entre Cervantes
y Shakespeare son inevitables. Ambos escritores murieron en 1616. (Aunque por
Nabokov se entera uno que murieron bajo diferentes calendarios y existe por lo
tanto una diferencia de diez días). La influencia intelectual de ambos fue (y
es) inmensa. Muchos críticos equiparan la inteligencia, la imaginación y el
humor de dramaturgo inglés con el sentido de humor desplegado por Cervantes, su
imaginación desbocada y su capacidad intelectiva. Debido a esta exageración
Nabokov dice: “No, por favor: aunque redujéramos a Shakespeare sólo a sus
comedias, Cervantes seguiría yendo a la zaga en todas esas cosas. Del Rey Lear,
el Quijote sólo puede ser escudero”.
En un libro reciente, Cómo leer y por qué, Harold
Bloom repite los lugares comunes en torno a Shakespeare y Cervantes: “Si se me
permite ser totalmente secular, a mí Cervantes me parece el único rival
posible de Shakespeare en la literatura imaginativa de los últimos cuatro
siglos...”. Para mí que el señor Bloom tampoco ha leído el Quijote. Se ha
quedado en su periferia y repite como loro lo leído hace mucho tiempo. Nabokov
escribe: “No nos engañemos. Cervantes no es un topógrafo. El bamboleante
telón de fondo del Quijote es de ficción, y de una ficción, además, bastante
deficiente. Con esas ventas absurdas llenas de personajes trasnochados de los
libros de cuentos italianos y esos montes absurdos infestados de poetastros
dolientes de amor y disfrazados de pastores de la Arcadia, el cuadro que
Cervantes pinta del país viene a ser tan representativo y típico de la España
del siglo XVII como Santas Claus es representativo y típico del Polo Norte. Si
Cervantes se salva a la larga es únicamente porque pudo más el artista que
llevaba dentro”.
Imagino cómo un lector acucioso, como Nabokov,
leerá el Quijote en el futuro digitalizado: aparece en la pantalla un mapa de
la época para ubicar el tiempo real del libro. Reseña del autor. Una voz
explica todo al tiempo que el texto se dibuja en la pantalla. Luego aparece el
texto. Una voz va señalando las notas a pie de página y descifrando los usos
del lenguaje de la época. Quizá el Quijote se lea como curiosidad
lingüística, pero un lector atento descubrirá la magia del caballero andante
y su singular escudero. Lo escrito por Nabokov valdrá para este tiempo y muchos
otros: “Estamos ante un fenómeno interesante: un héroe literario que poco a
poco va perdiendo contacto con el libro que lo hizo nacer; que abandona su
patria, que abandona el escritorio de su creador y vaga por los espacios
después de vagar por España. Fruto de ello es que don Quijote sea hoy más
grande de lo que era en el seno de Cervantes. Lleva trescientos cincuenta años
cabalgando por las junglas y las tundras del pensamiento humano, y ha crecido en
vitalidad y estatura. Ya no nos reímos de él. Su escudo es la compasión, su
estandarte es la belleza. Representa todo lo amable, lo perdido, lo puro, lo
generoso y lo gallardo. La parodia se ha hecho parangón”.