Salmos compulsivos por la ciudad • José Carlos De Nóbrega
Ilustración: Corbis.comBonus track

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Pastiche de aforismos sobre poética (Serie 1)

“El propósito de las palabras es transmitir ideas.
Cuando las ideas se han comprendido, las palabras se olvidan”.

Chuang Tzu.

  1. La poesía es arte que se manifiesta por la palabra, como la música es arte que se manifiesta por los sonidos, y la pintura arte que se manifiesta por los colores y las líneas, Johannes Pfeiffer. Pese a su óptica e influjo fenomenológicos, tal concepto es pertinente en su transparencia y simplicidad. La Poesía, sin duda, constituye la afortunada fusión de la palabra, la musicalidad y la imagen en la aproximación paradójica al mundo que seduce tanto al poeta como al lector devoto. Es la más grande y omnipresente de las artes, pues ennoblece la lengua de los hombres, como dice Jorge Luis Borges. Además, no puede circunscribirse al estrecho y mezquino espacio del término “literatura”, o —peor aun— de la infame categoría “género literario”. Ha forjado desde sus inicios —lo cual desborda la mismísima invención de la escritura— un metalenguaje propio que abarca e impregna al mundo y sus objetos. Las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira suponen el vínculo habido entre filosofía y poesía: el asombro contenido en la mítica visión del universo que se ha plasmado en tan ásperas y primigenias paredes.
  2. Un poema no se baña dos veces en el mismo río, Efrén Barazarte. En este caso, antes del comento, es obligatorio aclarar que el poeta lo manifestó en el último tercio de una faena presocrática, blandiendo la toledana frente al escurridizo miura. El aforismo apunta a la multiplicidad de lecturas que el texto poético sugiere. Asunto que aparenta ser obvio, pero de difícil asimilación: pues una ramplona y presuntuosa hermenéutica del poema sólo conduce a un callejón sin salida, llámese análisis estructural o lectura transdisciplinaria del texto literario, o mútese en la estúpida costumbre de asirlo por vía de la consideración biográfica y anecdótica del poeta. La lectura y el lúdico goce del poema estriban en el sacro y delicuescente instante en que nuestros ojos topan —de improviso— con la revelación portentosa: las abejas bullen en la colmena, ebrias de miel, tendiendo un puente pleno de emociones.
  3. La Naturaleza ama esconderse, Heráclito. La Poesía es una apología de tal aforismo. Es un suplicio de Tántalo o un extenuante afán de Sísifo determinar qué verdad subyace en el poema. Los versos no forman parte de decálogo moral alguno, ni mucho menos de la inútil preceptiva de tratadistas que utilitariamente buscan hallar la comprensión de lo incomprensible. El paisaje interiorizado se oculta tras la geografía y la aprehensión topográfica fundada en la biografía del poeta. Es comparable a los cervatillos traviesos, candorosos, febriles y juguetones que recorren la mística campiña que es el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz.
  4. Sin mentir, no decir toda la verdad que es un desangrar del corazón, Baltasar Gracián. Si tomamos en cuenta el aforismo anterior y lo contrastamos con una consideración cursi y kitch del poema, el comento de este aserto descansa entonces en el silencio de los espacios en blanco con el que nos premia la Poesía. ¿Cómo describir el imperceptible sonido de los pétalos de los tulipanes estrellándose deliciosamente en el piso?
  5. Porque no el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir y gustar las cosas internamente, San Ignacio de Loyola. Más allá de ver y experimentar con la imaginación de los sentidos “la longitud, anchura y profundidad del infierno”, no es posible la Poesía apelando solamente a los artilugios del intelecto y la retórica. En muchos afortunados casos, el poema comienza a moverse en el vislumbre de una imagen aparentemente salida de no se sabe dónde. Como bien lo comenta Octavio Paz, en ello consiste el salto al vacío. Sin embargo, la imagen fue sentida, acariciada y soñada en la imprecisión del momento, en el estremecimiento de las vísceras. Entonces, la preocupación gramatical pasa a un segundo plano o, mejor aun, queda de lado y a la vera del juego del lenguaje.
  6. Un poema es absurdo: a los ojos, a los oídos, a la inteligencia. No al estómago donde residen las emociones, dice Aquilino, Reynaldo Pérez Só. El poema es una experiencia única e irrepetible, tanto en su escritura como en su generosa y sentida lectura. Su existencia no radica ni se justifica en el acercamiento escolástico de parte de despistados críticos y amargados profesores. Es texto que afecta maravillosa y terriblemente a otros libros vivos, los hombres, como bien lo dice Gracián en El confesionario. Por eso el poeta nos recuerda que “La palabra es muy posterior en la construcción de un poema”, ello en una vindicación a la primera de sus instancias: el Poema-Vida que apunta a la transparencia de la expresión y no, mil veces no, a la construcción fútil de fachadas barrocas y abstrusas que tan sólo esconden ruinas y objetos estériles.
  7. El Mal introduce la sorpresa, la innovación en este mundo rutinario. Sin él, llegaríamos a la uniformidad, sucumbiríamos en la idiotez, José Antonio Ramos Sucre. ¿Acaso la Poesía tiene color? ¿Es moral o amoral? ¿Es blanca o negra? ¿La Poesía salva o extravía al hombre? De lo que sí se puede estar seguro, en la precariedad de la lengua y el habla, es de su actitud escurridiza ante la discusión y la polémica estériles. No presta su voz a homilías moralistas desde oxidados púlpitos, ni a discursos consolatorios que provengan de socialistas utópicos u organizaciones de caridad. Parafraseando a Eliot, cuando se aproximaba a la obra de Baudelaire, la poesía puede transformarse en una blasfemia u oración invertida que cante a la vida en las sucias calles pletóricas de prostitutas chupando en los rincones, cadáveres acuchillados y borrachos de cráneos aplastados por los caballos. Se detiene en la dulce orgía que se adueña de la belleza de los objetos en el mundo, sin importar su consistencia o tenor. Es oportuno un comentario de la poeta portuguesa Sophia de Mello Breyner Andresen: “La moral del poema no depende de ningún código, de ninguna ley, de ningún programa que le sea exterior, pero, porque es una realidad vivida, se integra en el tiempo vivido”. De ahí su intemporalidad, así simule ser un objeto apremiado por la entropía o la depreciación del tiempo histórico.
  8. En el poema el cuerpo es el espacio / y es el lastre, El Gallo Enrique Mujica. El aforismo sugiere que el poema es la contemplación y la autopsia de un cadáver exquisito, por supuesto, más allá de la escritura automática, bien sea la descubierta por André Breton o la vivenciada hasta los tuétanos por un tipo llamado Antonin Artaud.
  9. Quien no ve el mundo para perturbar, no merece respeto ni paciencia, René Char. El poema no es una insípida fotografía del entorno. Por el contrario, nos puede conmover en la plácida transparencia de un haiku o por medio de la increpación en la simulación de un código del escándalo, a la manera de las crudas letrillas satíricas de Quevedo. Antes que transformar el mundo, la Poesía procura una mirada sesgada e inédita de él. Fundada, eso sí, en la capacidad de asombro del hombre, atrofiada por el ruido y la prisa pecuniaria y consumista.
  10. La belleza del ánfora de barro pálido es tan evidente, tan cierta, que no puede ser descrita. Pero yo sé que la palabra belleza no es nada, sé que la belleza no existe en sí pero es apenas el rostro, la forma, la señal de una verdad de la cual ella no puede ser separada. No hablo de una belleza estética pero sí de una belleza poética. Sophia de Mello Breyner Andresen.