=========================================================================== Editorial Letralia * http://www.letralia.com/ed_let =========================================================================== EL ABOGADO Alberto Torchinsky, torchins@indiana.edu Argentina =========================================================================== "Diga, don...". Estaba reclinado en un banco del parque con las manos en los bolsillos y la mirada en blanco; la pelota se acercaba en su dirección picando suavemente. La tomó con las manos y se la tiró a un pibe mugriento de polvo y de sudor. De repente, un flashback: el regalo de cumpleaños que habrían de darle sus padres al día siguiente, una número 5 marrón (no como esta, de gajos multicolores), rodando en la oscuridad, las gotas de lluvia repiqueteando en las ventanas. Ultimamente, una parte de su persona armonizaba la trama del momento con escenas con las que sentía una conexión, como un asunto no resuelto. *** quiero correr detrás de la pe ta lo no treinta sino cinco finalmente cinco rabia -conmigo mismo quiero patearla pero no puedo... *** Un gato blanco peludo se revuelca en el pasto. Una voz plañidera pregunta una y otra vez "¿Por qué..?". Sentado en cuclillas, con la cara hundida en las manos, un chico lloriquea. Intenta confortarlo; le pone sus brazos alrededor de los hombros y le susurra: "No te preocupes, yo te protejo. Nadie podrá lastimarte...". Pero no sirve de nada. A lo lejos se escuchan pasos pesados y el chico, inconsolable, llora. *** La traición de la memoria, que lo sorprendió con la furia de un blitzkrieg, sin darle tiempo para prepararse. El percatarse de que, cuando el dolor viene de adentro, no hay dónde esconderse. *** Pese a que no confiaba en su analista (a menudo fantaseaba que mandaba un robot a las sesiones en su lugar), estaba de acuerdo en que ese sueño recurrente representaba una memoria reprimida que pugnaba por manifestarse, ya que si bien era capaz de crear en su imaginación alguien de acuerdo a sus especificaciones, era incapaz de dotarlo de emociones. Ese era su problema: la caparazón que su mente analítica había erigido para esconder su cuerpo, y ese pequeño guijarro resonando adentro que era su alma. Pero ahora que esos sucesos convergían a su vida cotidiana, debía retornar para reconocer las circunstancias. Para fortalecerse -el hombre poderoso de hoy extendiendo su mano al niño indefenso de ayer. No a ese chico travieso de cuatro años que esperaba a que sus padres regresaran de los interminables mitines gremiales y recién entonces se dormía, ya entrada la noche, en el sofá que se abría en cama en el comedor, sino al chico huraño de cinco años que vivía con unos abuelos doblados y gastados. Los viejecitos nunca hablaban de sus padres, ni de su lucha por la causa, y la voluntad popular y los valores humanos eran temas tabú en su casa. No pudo sino creer que solamente él estaba dispuesto a enfrentar los demonios de un mundo endurecido y cínico, y decidió que él sería el paladín de la justicia social: sería abogado. En un rincón de su pieza apilaba las cajas que traía de la tienda de sus abuelos. En una de zapatos, herméticamente cerrada, guardaba las pesadillas. Los problemas pequeños cabían adentro de otras, pero los grandes no cabían en ninguna. En una sin tapa, entremezclado con bolitas y figuritas, guardaba un cortaplumas, siempre abierto en la hoja más filosa. La caja más linda, una de cigarros, contenía una flor seca. A los once años había jugado a las escondidas en una fiesta de cumpleaños, y una chica lo había llevado de la mano a un lugar apartado donde se habían escondido de los otros, que trataban de besuquearla; más tarde la chica le había dado la flor que guardaba en la caja. Desde ese día había evitado hablarle, no había encontrado las palabras adecuadas para explicarle que ese contacto suave le había dado escalofríos. Con los pantalones largos pudo esconder de los demás las rodillas, siempre cubiertas de costras. Mantenía esas cicatrices visibles para convencerse a sí mismo de que el dolor que sentía era real, y cuando las pelaba lo nocivo rezumaba de su cuerpo con la sangre espesa. También se mordía las manos y los brazos y se rasguñaba el cuerpo; a veces se pinchaba con agujas. La primera foto del álbum de la familia, a los siete años, conservaba el reproche de su abuela por haber mojado ese día, como muchos otros, la cama. Las fotos de adolescente le producían una tensión en el pecho y la espalda. En una se veía incómodo en su saco holgado; sus abuelos se los compraban grandes para que le duren más de un año. En otra, con el saco abierto flotando al viento, tenía una expresión ida; esa foto lo alteraba. Se preguntaba cuán real era todo; ese joven que ya no lo era, y que tampoco ahora sonreía. *** imágenes blanquinegras me llevan de la mano un caudal de sangre caliente (bienaventurado lubricante) entre los dedos *** El adolescente lleva puesto una campera negra de cuero y pantalones cortos blancos. La hoja del cortaplumas refulge en un rayo de luz. Está, y no está, allí. Con deliberación, primero araña y después corta la piel blanda sobre la rodilla. Después otro corte. Y otro. Fascinado, mira y admira su obra. El sigue las trazas que dejan las gotas de sangre sobre las alfombras, y el títere que lleva en sus manos repite "Jo'eputa...". *** La sangría terapéutica, el flujo de la vena abierta que entumece el dolor del alma. Cortarse de la garganta a la pelvis y pelar la piel, para así liberar al yo real. *** Esa sesión, pese a que estaba agitado, exhibía una imagen calmada; el torbellino era interno. Le explicó a su analista que estaba poseído por algo tan absorbente que le resultaba difícil aun imaginar el rayo de luz que le indicaría la salida de ese pozo negro. Su analista lo animó a proyectar los sueños en otros escenarios. Súbitamente, en un flash, lo vio todo. Es de noche pero no está ni claro ni oscuro. El murmullo sordo de la luz de la luna se filtra por entre las nubes, exhaustas de lluvia. El aire inmóvil, no es ni cálido ni fresco; todos los atributos naturales están suspendidos en ese espacio. Los extraños los llevan a los empujones al coche verde, y su padre clama por el abogado del sindicato. Por qué misterio, por qué designio, todo era ahora tan familiar, tan fiel. El retornar finalmente a ese lugar todavía sin nombre donde pasarían un tiempo que no se puede medir en unidades temporales. No quería, ya no necesitaba, recordar. Todo dolía; quería, más que nada, desaparecer de la faz de la Tierra. Además, nadie podría ayudarlo; aun rodeado de gente, estaba solo. No siempre había sido así. Caminando por Florida había encontrado un cuaderno. Interesado en la letra, atrevida y segura, había leido unas notas que discutían el perfil del torturador. Sin pensarlo había agregado, con una intensidad que lo había sorprendido, unos comentarios. Algunas palabras nunca podría escribir, por ejemplo, sol--dado, siempre le salía sombra--dado. Había llamado a la chica -su nombre estaba escrito en el interior de la tapa- y después de varias conversaciones, cada vez más intensas, se habían encontrado en un restaurant céntrico. Entonces la chica le había tomado la mano entre las suyas para mostrarle una toma de karate, que ella practicaba asiduamente. Pese a que había sido un contacto ligero que había roto la electricidad que había circulado entre ellos desde el instante que se habían encontrado, lo había afectado muchísimo, y más tarde no había podido tomarle la mano, que ella había abandonado invitándolo a que lo hiciera. Pese a que cuando hablaban por teléfono intuía que el cariño de ella estaba floreciendo en algo magnífico, desconectaba sus sistemas emocionales. Muchas noches, al acompañarla a su casa, se escapaba corriendo apenas se cerraba la puerta detrás de ella. Después de una serie de salidas desarticuladas, la chica, que insistía que el amor no es solamente una ocupación intelectual, lo había llevado a un hotel. Aunque diferían acerca de lo que acarrea una relación -ella le había hablado de la necesidad de acercamiento y de un sentimiento de plenitud, y él no creía que fuese posible sustituir la intimidad por el sexo-, pasaron tres horas de exploración y de placentero contacto físico. Aprendió entonces que todos los besos son distintos, algunos muestran afecto y otros son un preludio. Habían vuelto al hotel cada miércoles, cuando se suponía que él, un abogado adulto que todavía le explicaba a su abuela cómo pasaba las noches, debía prepararse para un caso importante al día siguiente. A veces había gozado del acto del amor y otras, en medio de la escaramuza, comenzaba a temblar, sudaba y sentía escalofríos al mismo tiempo. Leía entonces el desencanto en los ojos de su compañera, y también (pese a que ella lo negaba) enfado. Sabía que él mismo era su peor enemigo, pero no podía hacer nada; angustiado, en ese momento quería más que nada congelarse en invisibilidad. Esa noche habían ido al cine; en la película un hombre, perseguido por asesinos, encuentra refugio en un sótano húmedo y frío. Su angustia había sido tan aparente que la chica había decidido que pasaran la noche juntos. En el hotel les habían dado la habitación de siempre y mientras ella se desvestía tarareando, él se había cubierto con la sábana en un intento de congeniar con su cuerpo, que pronto habría de cederle a ella. De repente, miles de aletas pegajosas le toqueteaban el cuerpo. Algo grande y liso se expandió en su boca; no pudo respirar. Era como si la garganta y la boca estuviesen separadas del resto de la cabeza. Uno por uno todos sus orificios fueron llenados, cada vez más violentamente, por objetos suaves y grandes; pedazos de su cuerpo se desprendían y él no podía prevenirlo. El flashback lo transportó a otro cuarto oscuro con sus padres rodeados por s-o-l-dados, estaba seguro que habían sido s-o-l-dados. había rescatado otro pedazo de su niñez. Preocupada, ella le había pedido que le contara de una vez por todas lo ocurrido, pero él no quería desencadenar otra angustia. Ella era paciente con él, le había dicho, porque él estaba tratando de resolver sus cosas, pero ya estaba cansada. En esos momentos él la percibía como a una agresora, como la persona más temible del mundo. Ella decía que lo quería, pero también le había sujetado los brazos contra la cama y lo había abusado. El le había explicado que ya no sentía nada cuando estaba adentro de ella, que era como si sus nervios estuviesen muertos. Y había gritado "¡No! ¡No!" cuando ella lo había acariciado, y en un acto que no había sido suyo la había rechazado, empujándola con violencia, y la había amenazado con la hoja del cortaplumas. Después, cuando el cortaplumas yacía tirado en el piso con la hoja plegada como el ala de un pájaro muerto, ella había llorado y ya calmados ella le había dicho que no quería sufrir más por cosas que jamás comprendería. Todo entre ellos había terminado. Y él, que tenía tantas cosas que decirle, no pudo abrir la boca. Y cuando ella había cerrado la puerta del cuarto suavemente al salir, él, devastado y aliviado, se había duchado con agua caliente, tan caliente que le había quemado la piel donde ella lo había tocado, purificándolo. *** llueve todavía las paredes de mi celda son finas (transparentes) de mera piel cadena perpetua sin posibilidad de indulto *** El chiquilín no quiere ir a la cama, no bien lo acuestan se escapa. Corre; no va lejos porque no sabe a dónde ir. Pasos pesados se escuchan cada vez más cerca; unas manos velludas lo sujetan. El es abogado y ha prometido protegerlo; increpa a los perseguidores, que se desintegran frente a sus ojos. En su lugar aparece un adolescente con un cuchillo en la mano y le demanda una gota de sangre al chiquilín. Después se torna hacia él y desde las sombras, con movimientos precisos, con el cuchillo ahora chorreante de sangre, le talla el alma. *** La fuga de su prisión lo lleva a la prisión que otros han erigido para él. Cansado y sólo lleva en su corazón todas las heridas, una fresca, otras a través de la distancia. *** Pese a que no era su día habitual, había ido a lo de su analista; en la sala de espera, guiado por la imaginería de la música suave en el fondo, había creado una atmósfera de conciencia. Estaba entumecido, había tanto rondando por su mente que no podía enfocarse. Su compañera lo había dejado; él no había podido satisfacer las necesidades de ella, de todas maneras las suyas eran más urgentes. Su analista le comentó con excitación que había estado esperando por algo como lo ocurrido en el hotel. "Su cuerpo finalmente ha adquirido una memoria propia", le dijo. "Por mucho tiempo no supe si lo suyo habían sido pesadillas o flashbacks; ahora todo está validado". Si, pudieron haber sido pesadillas, pero no tenían la textura adecuada. Los recuerdos eran vívidos, tan claros como si los eventos hubiesen ocurrido el día anterior, los resquicios abarrotados con trazas de terror; siempre había considerado esos incidentes como algo propio. Y ahora la desesperación ejercía sobre él una atracción macabra, algo casi agradable, como una experiencia fuera de su cuerpo ligada a la muerte. Y envolvía también al alma, porque cuando iba allí de la mano de esa experiencia, no encontraba nada. No se iba a suicidar, pero si el suicidio del cuerpo es el no definitivo a la esperanza, el del espíritu es el recogimiento de los sentimientos. Por primera vez se forzó a reconstruir una memoria para su analista y resultó ser una versión tridimensional de una pesadilla que había tenido unos días atrás. Los uniformes y las caras, haciéndoles cosas. Se estremeció de pies a cabeza. Después se sentó y respiró hondo; había aclarado mucho y estaba agotado. *** sesión de terapia fácil (disociado) me esfumo en mí mismo visito al chico sin control sobre su vida el adolescente apartado del dolor se corta *** El chico se acerca a la línea con trepidación; una serpiente, una cadena atada al brazo izquierdo, lo sujeta a la cama. Cuando nadie lo mira, baila; roza la línea con las puntas de los dedos de los pies, pero no la cruza. El carcelero le trae una cebolla para que llore; con el cuchillo que le pasa un adolescente corta unas rodajas y se las introduce en los oídos para así acallar los gemidos que piden agua. El dolor es cada vez más opaco. El le acaricia el pelo largo y enmarañado al chico, pero no puede hacer nada. *** La reafirmación de que está solo para siempre. El amor es la debilidad que no se atreve a dar la cara. Pérdida de Memoria = Protección. Caer en un agujero negro y nunca más sentir el ascenso de los recuerdos. *** Paulatinamente se había puesto en contacto con lo acumulado en su cuerpo; le resultaba imposible pensar en otra cosa. No tenía recuerdos precisos de las distintas ocurrencias, pero sabía que había sido más de una, muchas. De noche siempre cerraba la puerta de su cuarto con llave. De pibe dormía despatarrado boca abajo, pero ahora lo hacía con la espalda pegada a la cama, con las piernas apretadas. Intentaba dormir con los ojos abiertos (durante ese otro tiempo había visto todo a través de ojos cerrados), y era como si estuviese observando los sueños de otro. Con tinta roja se trazó una línea de puntos en las muñecas, desafiándose a cortarse. Además, sentía que había alguien parado al pie de la cama, tocándolo; estaba en el aquí ahora, en la compañía de fantasmas. Un instante antes de adormecerse, se tranquilizaba: no podrían ya hacerle daño, era abogado. Unas veces se sentía afectado por todo lo que ocurría alrededor suyo, otras por nada. Su analista le había advertido que las emociones descontroladas causan regresión, no progreso, y que además está el riesgo de quedarse empantanado en el pasado. La depresión era asfixiante, el dolor quemaba, pero la ira era una brisa renovadora que se sentía bien -después de jugar al tenis destrozaba la raqueta en mil pedazos. No sabía cómo confrontar a la sociedad con la noción de que los que lo habían cicatrizado andaban sueltos, listos a actuar nuevamente. Los veía todos los días, prepotentes, dueños de las calles, en mil caras de bulldogs en los parques, marchando en desfiles. Y ahora que había llegado el momento de enfrentarlos, no podía compartirlo con nadie. No con su abuela, frágil, ni con su compañera, que lo había abandonado. Tampoco podía contar con el apoyo de extraños, porque entonces los expondría a esa terrible realidad: la verdadera fundación de los gobiernos a través de la historia había sido el abuso, la agresión y el sadismo. El ruido de rotas cadenas no había provenido de las suyas. Su analista le explicó que el tratamiento representaba un ascenso a lo largo de una espiral, no un recorrer de círculos cerrados. Si bien él enfrentaba situaciones semejantes a las de meses atrás, éstas ocurrían en otra rama de la espiral. De acuerdo a su analista, había adquirido la destreza que le permitiría hacerles frente cada vez más fuerte; a la larga las memorias que lo sofocaban se desprenderían de su cuerpo en las circunvoluciones de la espiral. Y de repente su vida se había acelerado en direcciones inesperadas, la incertidumbre de adónde las memorias lo abandonarían se había tornado insostenible y, en un remolino furioso, se sintió arrojado al espacio sin compasión. *** Cisma. Fractura. Voces al unísono, cada uno con su identidad. Nos ponemos al día conversando; discutimos, y no siempre nos llevamos bien. Comprendemos el lenguaje de los niños, de los adolescentes, de los adultos. Pasamos algunos días juntos, otros compartimos sólo unos instantes. Distribuimos las responsabilidades, así la carga no es demasiado pesada para ninguno. Tenemos una personalidad amplia pero no profunda, rellena de angustia. Nuestro analista hurga lo que escondemos de todos. Tratamos de recordar, pero no demasiado. Queremos neutralizar el pasado, no abandonarlo. Estamos cansados de los sueños, de los flashbacks. De ese olor acre de paredes sudorosas, que quedó impregnado en nuestras narices. De ese chirrido como el de hojas secas arrastrándose en el parque. Al principio nos sentimos extraviados en un laberinto de huesos y órganos que no pudimos reconocer. Nos negamos a aceptarnos en un mismo cuerpo. Nos dio miedo, ese cuerpo no se sentía correcto, no se veía bien. Avergonzados, lo tocamos y lo tocamos, tratando de conocerlo, pero no se sentía como nosotros. Uno de nosotros transforma el dolor emocional en algo físico, manejable; se corta y nos sumerge en un estado agradable. Otro sabe que es mejor que no hable; su único aliado es el miedo. El otro es poderoso, como una roca de cristal que irradia un aura de calma y gruñidos de odio. Está a cargo de esa cosa negra lisa metálica que nos atraviesa desde el estómago al pecho. No debe permitir que se expanda, atorándonos. En el fondo, voces sin nombre. Es excitante saber que otros solamente existen, parloteando incesantemente, sin demandar nada. Compartimos con ellos una fuente común de memorias que nos delinea. Estamos intentando crear a uno fuerte que enfrente al mundo, así todos podremos sobrevivir. Prendemos velas en nuestros aniversarios; nos fundimos en la cera, todos para/en uno. La gente nos asigna rótulos. Abogado, lo aceptamos. Víctima, iracundo, a esos los rechazamos. El chico es un sobreviviente; alcanzamos lo que nunca pudimos aceptar como propio. Con el adolescente damos los primeros pasos hacia un pasado no tan irrevocable como el presente. El proceso es tortuoso, pero estamos satisfechos. Resignados. *** con los brazos inmovilizados a los lados no podemos movernos no podemos llamar por ayuda no podemos respirar atrapados estamos atrapados vienen en silencio con la noche nos han quitado algo nuestro para siempre pero no sabemos bien qué es cada vez hacen más de ellos nuestro momento somos una masa de tensión dolorosa nos pegan con tanto cuidado que no dejan marcas siempre fuimos independientes pero nunca libres vivimos en una confusión permanente a la vez realidad e ilusión nadando en aguas barrosas lóbregas en círculos cerrados *** Las cadenas subyugan el cuerpo y liberan el espíritu. Una mirada en un espejo a través de la sala repleta, el goce del secreto compartido. La Santísima Trinidad: el jurista, la víctima, el victimario. =========================================================================== La edición electrónica de este libro se terminó en mayo de 1997 y está disponible en http://www.letralia.com/ed_let/abogado =========================================================================== (C) 1997, Alberto Torchinsky. Editado por la Editorial Letralia. Internet, mayo de 1997. La Editorial Letralia es un espacio en Internet patrocinado por la revista Letralia, Tierra de Letras y difundido a todo el mundo desde la ciudad de Cagua, estado Aragua, Venezuela. Contáctenos por correo electrónico escribiendo a editorial@letralia.com. Editor: Jorge Gómez Jiménez (info@letralia.com).