=========================================================================== Editorial Letralia * http://www.letralia.com/ed_let =========================================================================== EL ÁNGEL Y LAS CUCARACHAS Apuntes para una biografía imaginaria de Perón y Evita Ricardo Iribarren, iribcita@favanet.com.ar Argentina =========================================================================== Sólo a mí me matarán. Volveré y seré millones. TUPAC CATARÍ =========================================================================== La levedad del General Aquella mañana de julio de 1948, el General Juan Domingo Perón convocó a los miembros de la producción en el salón principal de la Unión Industrial Argentina. Los mozos de la confitería "El Molino" sirvieron un delicioso refrigerio con canapés agridulces; el Jefe de Estado insistió en acompañarlos con mate en vez del clásico champaña que sugiriera la Comisión de Protocolo Presidencial. Los representantes de la industria escucharon con atención su charla amena y tranquila, mientras el sol de invierno entraba por el ventanal que daba al sur de la ciudad. Desde el rincón norte del cuarto, el equipo de "Sucesos Argentinos" filmaba la histórica reunión utilizando spots a queroseno. El Líder explicó a los presentes el trato que merecían los obreros: los patrones debían frecuentar las modestas viviendas de sus empleados, acariciar y besar a sus hijos y visitar castamente a sus esposas, durante las ausencias diarias de los trabajadores. En fechas claves como el 1º de Mayo o el 17 de Octubre, los agasajarían con ricos asados, y con palmadas en la espalda, aprovechando para frotar con disimulo los puntos de sumisión que estableciera un viejo médico chino radicado en Buenos Aires. Asimismo, los industriales, de tanto en tanto, besarían con unción las mejillas de sus obreros, noblemente traspiradas por el trabajo honesto. De pronto, el General, sin dejar sus palabras despreocupadas y su sonrisa plácida, flotó a pocos centímetros de su silla y siguió elevándose. El director de cámaras de "Sucesos Argentinos" dio órdenes febriles al operador para que continúe rodando las escenas. En tanto, el Presidente seguía explicando la importancia de mantener las mejores relaciones con los asalariados; desarrollaba la teoría por la cual los gremios eran la columna vertebral del peronismo y los obreros la médula. Ya en el aire, por encima de la mesa, cruzó una pierna sobre la otra. Después del primer momento de estupor, los representantes de la industria del vidrio y de la madera lo tomaron de los tobillos e intentaron tirar hacia abajo, pero era tal la fuerza con que el líder ascendía que los arrastró consigo. A su vez, los representantes de las industrias químicas y metalúrgicas tomaron a sus colegas, pero fueron levantados por la fuerza de Perón que seguía hablando con voz pausada, mientras, de tanto en tanto, acariciaba las cabezas de quienes estaban cerca suyo. Algunos técnicos de "Sucesos Argentinos" intentaron ayudar, pero fueron severamente amonestados por su director que procuraba una perfecta filmación de lo que ocurría. En tanto, al ver aquello, el amanuense se comunicó a la quinta de Olivos y llamo a la compañera Evita, quien no tardó en llegar al salón llevada por el veloz automóvil presidencial. En tanto, el General había llegado al techo y rebotaba contra el cielo raso como un globo de helio. Las cámaras de "Sucesos Argentinos" se volvieron hacia la Abanderada de los Humildes y tomaron un primer plano de su hermoso rostro; ella, al ver a su águila flotando, pasó del asombro al fastidio y a la furia. Su voz resonó en medio de los industriales. "¡Juan! ¿Qué carajo estás haciendo ahí arriba con esos señores? ¡Hacéme el favor de bajar!". El General Perón al escuchar la voz de su compañera, se interrumpió y su cuerpo bajó varios centímetros. "¡Te digo que bajes de una vez...!". Obedeciendo la voz firme de su amada, el presidente cayó de golpe sobre la mesa, y quienes seguían abrazados a sus tobillos sufrieron lesiones importantes en sus cabezas y en sus miembros. La compañera Eva llamó a su cuerpo de enfermería privado y cantando con su voz dulce los curó uno por uno. Después se volvió hacia Perón y dijo sus memorables palabras: "Recuerda bien este momento, Juan. Recuerda que cuando un hombre vuela demasiado, la mujer siempre lo hace bajar, ya sea suave o súbitamente. El águila siempre necesita un ancla, si no su afán de elevarse puede llevarla a perderse entre las nubes. Y recuerda también que 'mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar'. El vuelo te lleva a decir y prometer; es necesario estar en el llano, en la tierra para ejercitar la escultura del hacer y del realizar". =========================================================================== La virilidad del Coronel Cuando el Coronel Perón refulgía desde la Secretaría de Trabajo, las prostitutas de Buenos Aires le pidieron una reunión. Él accedió con la condición de que el encuentro fuera clandestino, a fin de evitar protestas de las Fuerzas Vivas (o los "Vivos de las Fuerzas", como dijera alguna vez el propio Líder), en especial de la Iglesia. Como lugar de reunión se eligió el sótano de la Catedral de Buenos Aires. Las prostitutas debían llegar en grupos de no más de tres a la puerta de la calle lateral. Un custodio las guiaba por una escalera iluminada con antorchas que daba a las catacumbas de la iglesia. Allí, en épocas pasadas, el Estado conservador y clerical había torturado y asesinado a anarquistas y comunistas. Ahora estaba convertido en un salón de fiestas, con vistosas luces, mesas y sillas. Las prostitutas tardaron una hora en llegar. Los custodios controlaban que todo se desarrollara con normalidad y en la más absoluta discreción, ya que en la parte superior de la Catedral los obispos participaban de un sínodo con el Cardenal Primado. Desfilaron las estolas, los vestidos de raso, los zapatos de tacón, las mejillas cubiertas de colorete y los tapados de astracán. Una vez adentro, las mujeres se quitaron sus abrigos y lucieron sus ropas: faldas cortas y escotes profundos. Cada una de ellas competía con las otras en las artes de la seducción: se trataba de ganar el favor del Líder de los Argentinos. El salón estaba iluminado por luces mortecinas intermitentes. Completaban el cuadro una estera roja, veladores ubicados estratégicamente y un piano frente al cual el Maestro tocaba melódicos tangos. Redondas mesas congregaron a las chicas, quienes conversaron animadamente, mientras un servicio de comidas europeo distribuía, por primera vez en la historia, piezas de repostería erótica: cañones en forma de pene, tortas como vulvas, masas que reproducían una fellatio... Las prostituttas, maravilladas, bebieron el té y comieron aquellas exquisiteces, mientras esperaban al líder de los trabajadores. Grupos adictos a Perón, como "Los Nocheros Justicialistas" y los "Seibós de la Patria", hicieron sus presentaciones, ejecutando desde movidos "fox-trots" hasta melancólicas zambas. De pronto entró el Coronel Perón. Lo hizo solo, sin custodia, con las mangas de la camisa recogidas y la sonrisa perenne en su rostro. Debía contener sus brazos para que no se levantaran en el saludo típico. "Chicas, pebetas, grelas", dijo. "Hoy es un día más que peronista, ya que las artesanas del amor me hacen el honor de aceptar mi convite". Un aplauso cerrado enmarcó sus palabras. "Ustedes se preguntarán para que las llamó el Coronel Perón... bien, para darles un beneficio, una mejora: antes que nada sabrán que cuando yo sea gobierno, ninguna de ustedes sufrirá persecución; yo seré el Gran Arquitecto de un régimen que garantice antes que nada la felicidad a la prostituta y al niño. Para sellar mis palabras, tomaré a una de ustedes y aquí mismo, frente a la concurrencia, la dejaré embarazada de quien será el redentor peronista de las prostitutas...". Las mujeres volvieron a aplaudir estrepitosamente, con entusiasmo y el personal de protocolo intervino para que se contenga, ya que arriba, en la cripta de la catedral, después del sínodo, el Cardenal Primado recibía al presidente Farrel y su comitiva. El Coronel Perón, en la cima de su virilidad, eligió a una de las chicas: Patricia Muller, de 16 años, descendiente de alemanes. Su padre, admirador de Hitler, la había expulsado de su hogar por haber tenido un hijo de soltera. "Percanta", dijo Perón, "vos te acostaste con muchos minos, pero eso no quiere decir nada. Para mí seguís siendo virgen y te daré un hijo". Dicho esto, el Coronel la tomó en sus brazos y le quitó su camisola de pana. Los ojos de la chica lo miraron esperanzados y asombrados: no podía creer que el hombre más viril de la Republica se hubiera fijado en ella. Perón la desnudó, descubriendo sus pechos, sus pezones anchos. En tanto, el personal de protocolo y las restantes prostitutas, acomodaron varias mesas para improvisar un tálamo nupcial. El Coronel tomó con sus gruesas manos la cintura desnuda de Patricia Muller, apoyó sus nalgas contra la mesa y la besó a lo largo del cuerpo. Dos miembros de ceremonial, ataviados con vestidos que representaban el escudo justicialista, taparon la boca de la chica para evitar sus gritos de placer (arriba, Farrel besaba el anillo del Cardenal Primado y se inclinaba para apoyar los labios en su calzado repujado en oro). Perón penetró con tres cabalísticos golpes el cuerpo pequeño de Patricia Muller. La levantó con su miembro, y haciendo equilibrio con ella se subió a una de las mesas y zapateó una mezcla de flamenco y malambo, aplastando un flan con forma de senos. La gente de protocolo organizó un discreto aplauso en el que todos golpearon los dedos produciendo un rumor inaudible, pero entusiasta. Tuvieron que atender a algunas de las prostitutas, que al ver aquello desmayaron de placer. Después del primer orgasmo, el Coronel seguía en erección; su miembro, con extrañas estrías, penetró a la chica desde atrás realizando sobre la mesa una exótica danza cimbreante que aún recuerdan sus simpatizantes cuando se mueven rítmicamente al compás del célebre bombo. En fin, el Coronel terminó dos veces más en medio de las ovaciones. Luego a Farrel le informaron que un grupo de estudiantes secundarios se había presentado a vivar a Perón y a pedir su autógrafo. Nueve meses después, Patricia Muller dio a luz, cuando Perón con Evita estaba prófugo en El Tigre. Luego de sus primeras contracciones, asomó un bonete cónico, agudo, negro, con lunas y estrellas dibujadas: había nacido el mago Zepol Arreghi, que aunque fuera hijo del Líder, y lo apoyara en todo, lo combatiría con saña en el mundo de lo sutil, de tal modo que los proyectos en que intervenía fracasaban sin excepción. En cuanto a las prostitutas, organizó fuerzas parapoliciales que las persiguieron por todo Buenos Aires, matándolas a medida que las encontraban. Quienes son peronistas consumados, dicen que Zepol Arreghi ha muerto, pero que aún vive en los sueños de los hombres... =========================================================================== La desnudez del General Entre sus propiedades, el General Perón tenía un piso con terraza en la zona de Retiro; aquel día se asomó por la ventana y aspiró el aire de una ciudad aún sin polución. Buscó con la mirada la cercana estación de trenes, a la que llegaban felices trabajadores de las provincias del norte a laborar en la populosa Buenos Aires. El sol, intenso, enorme, brillaba en el gran mediodía despejado. El general volvió a su cuarto y miró a su alrededor: el mobiliario era de fines del siglo pasado; un empledo rengo y silencioso seguía lustrando la caoba que ya brillaba como diamante. De pronto, encima de una suntuosa cómoda, Perón advirtió algo blanco que se movía; al principio le pareció un insecto extraño, pero al mirarlo con atención se vio a sí mismo en una versión de pocas pulgadas, vestido con su uniforme de General. Aunque el Líder de los Trabajadores no temía al peligro, al ver aquello se sintió inquieto y retrocedió. Estuvo tentado de avisar a Asdrúbal, el mucamo, quien en ese momento le daba la espalda pasando "Brasso" a una estatua de bronce, pero sintió que debía afrontar aquello, ya que no debía desmerecer su fama de hombre más viril de la República. "Asdrúbal, haga el favor de retirarse que debo meditar", pidió con tono amable, y el criado se retiró rapidamente sin advertir la presencia del extraño ser. Perón se acercó a él y el enano lo detuvo con un gesto. "No hay nada que temer, Juan Domingo. Soy tú mismo, y no te harías daño a ti mismo. Ademas, considerando mi estatura, para deshacerte de mí te bastaría aplastarme con una presión de tu pulgar y todo seguiría como está". El general sintió curiosidad. "¿A qué has venido?", preguntó. "Vine a recordarte días pasados, años anteriores. ¿Recuerdas cuando estuviste en Italia; aquella noche en que paseaste abrazado con Benito por las riberas del Po? Llegando al Coliseo se detuvieron a ver el amanecer y luego Benito te invitó a su casa...". Perón lo detuvó con un gesto de fastidio. "No es conveniente que eso se haga público", dijo. "Los enemigos del Justicialismo pueden usarlo en mi contra...". La figura lo interrumpió con un ademán castrense. "Si te dije que soy tú mismo, con eso es suficiente: es sólo ilusión si estás pensando que hablas con alguien separado de ti. A lo que quiero llegar es al momento en que tú y Benito estaban solos en su departamento con vista a la Via Rimini. Él se quitó lentamente la ropa y quedó desnudo. Con un gesto te invitó a hacer lo mismo y tú obedeciste. ¿Recuerdas entonces la plenitud con que mostraste tu cuerpo? ¿Recuerdas la mirada de admiración de Benito al ver tu torso atlético, tu cintura estrecha? Bien, Juan Domingo: ahora te lo ordeno; deberás salir desnudo afuera y expresar tu grito de guerra, no sólo con tu voz, sino con tu cuerpo. Ahora mismo te quitarás toda la ropa frente a mí que soy tú mismo, y luego saldrás a la terraza. Los habitantes de Buenos Aires y tus Cabecitas Negras comprenderán tu gesto. Ellos te apreciarán más y quedarás en la historia como el presidente y el militar que se animó a exhibir su desnudez...". El Líder de los Trabajadores se quitó entonces su ropa de paisano y cuando llegó a los calzoncillos y dejó su sexo al descubierto, la pequeña réplica de sí mismo desapareció. Entonces el General salió a la terraza, en medio del asombro de los vecinos de las casas cercanas, y lanzó su grito de guerra: "VIVA PERÓN, CARAJO...". =========================================================================== Estratósfera y cáncer El General Perón y la compañera Evita protagonizaron el primer viaje de la humanidad al espacio. En la llamada "Nueva Argentina", y como parte de un secreto plan, se creó la primera nave espacial. Inútilmente las autoridades de "Sucesos Argentinos" intentaron apostar sus cámaras para filmar el evento. Debieron intervenir funcionarios policiales para persuadirlos a retirarse. Los científicos no sólo ofrecieron al presidente y a la Primera Dama viajar en la nave, sino formar una pareja de gemelos exactamente iguales; un Perón y una Evita que fueron presentados unos a otros. La noche anterior al viaje participaron en una cena y cada uno de los líderes simpatizó con sus respectivas réplicas. Al terminar la comida fueron a sus habitaciones privadas, y allí ocurrieron hechos que nadie conoce; que ni sus más íntimos colaboradores atreverían a imaginar. A la mañana siguiente subieron a la nave que arrancó sin dificultades. Todo fue muy bien, hasta que alguien logró filtrar la información sobre los dobles. Entonces surgió una pregunta que no pudieron contestar: los que ahora saludaban desde el balcón como siempre, ¿eran los verdaderos o los falsos Perón y Evita? ¿A quiénes se había enviado a la estratósfera? A fin de aclarar la cuestión, no servía recurrir a señas particulares de los líderes, ya que los sosías eran réplicas exactas hasta el último centímetro de su piel. Grupos populares se reunieron en las esquinas y protagonizaron acaloradas discusiones; la policía debió recordarles que entre peronistas no debían llegar a antagonismos irreconciliables. Fue inútil que la CGT lanzara comunicados de prensa intentando calmar la situación. Fue inútil que Timoteo Vandor pronunciara un inflamado discurso acerca de las múltiples identidades de los supremos líderes argentinos. Fueron inútiles los anuncios de voceros de la casa de gobierno acerca de que se continuaría con el Plan Quinquenal. En el exterior, la noticia aportaba intranquilidad, y el Canciller debió contratar a tres secretarios para que evacuaran las consultas de los gobiernos extranjeros. El resultado fue que cuando la misión volvió con éxito del espacio exterior, se encontraron en la Nueva Argentina dos Perón y dos Evitas como resultados de una misteriosa conjunción entre los designios cósmicos y los abusos de la ciencia. Una noche el General convocó a sus Cabecitas Negras a la gran Plaza de Mayo; allí fueron miles de personas y el líder habló con expresión sentida: "Cabecitas míos, pebetes, grelas, minas, minos, les diré que esta noche misteriosa, noche en la que se tocan el cielo con la tierra, el peine con la crencha engrasada, y la rosa con el rostro de la bacana, haremos una unidad sagrada entre los cuatro líderes que hemos quedado como resultado de nuestro viaje espacial". Aquella noche, en efecto, hubo una unión íntima entre los líderes y sus gemelos y de ellos salieron un Perón y una Evita gigantescos en el pleno sentido de la palabra: eran tan altos, tan inmensos, que todos a su alrededor parecían enanos. Aranda debió trabajar tres días y tres noches en las enormes cabezas para preparar sendos y suntuosos peinados ceremoniales. Muchas veces Perón se reunía con sus amigos y les decía: "Allá en el espacio hay cosas que son feten-feten, pipi-cucu: las estrellas no son estrellas: son mariposas que uno puede agarrar entre los dedos y aplastarlas; gritan como mujeres y cuando uno termina, tiene los dedos manchados de sangre de tanto apretar mariposas-estrellas o estrellas-mariposas". En los tres cabalísticos meses que duraron los cuatro gobernantes, también se desarrolló el proyecto peronista sobre la usina nuclear en las proximidades de lo que hoy es Bariloche, en la provincia de Neuquén. Cuando estuvo listo el protorreactor, los Super Líderes exigieron asistir personalmente a su inauguración. Una noche de junio, un enorme avión negro llevó a la gigantesca y célebre pareja hacia el lejano sur. En medio de las soledades heladas, las luces de la base en las que se levantaba el protorreactor brillaban intensamente. A pesar de lo inhóspito de la región y de la falta de lugares habitados, se había dispuesto una división del ejército para impedir la presencia de personas sin la correspondiente autorización. Perón y Evita subieron a un gigantesco palco con un telón a sus espaldas en el que estaba dibujado el escudo peronista con pintura fluo. Frente a ellos el reactor nuclear levantaba su cúpula redonda que terminaba en un grueso pistón negro. Sonaron los compases del Himno Nacional; todos se pusieron de pie, lo entonaron con unción y cuando estaba terminando los interrumpió un sonido agudo. Varias figuras cubiertas con extrañas máscaras irrumpieron en el lugar. Los custodios personales de la célebre pareja se acercaron al palco: "Señores: hay una fuga de energía y puede ser peligroso...". La alarma seguía tañendo con más y más fuerza y frente a ellos el protorreactor aumentó de tamaño. Un núcleo brillante y rojizo en su centro creció sin cesar. Llegaron carros de asalto, autobombas y ejércitos de hombres con caretas contra la radiación. Perón y Evita recibieron sus respectivos equipos, y al avión que los había llevado se le dio la orden de regresar de inmediato. Una vez en la Capital, la sagrada pareja fue sometida a sucesivos exámenes. Médicos del hospital "Presidente Perón" les efectuaron estudios con medicina nuclear y, al cumplirse un mes del accidente del reactor, detectaron en el General un cáncer en su próstata y en la compañera Evita, células cancerosas en su útero. Los científicos más conspicuos de Argentina se reunieron con sus pares de Estados Unidos y Europa para tratar el caso. Después de tres días, salieron de su profundo retiro con una conclusión: "Hay que separar a los verdaderos Perón y Evita de los falsos; las células malignas pasarán a los clones y todo estará arreglado". Se dispuso todo para la operación. La célebre pareja se internó en la misma pieza, en camas separadas. Aquella noche, Evita tomó la mano de Perón y lo miró a punto de llorar. "Juan, siento que me quitan algo íntimo. Sé que morirá una parte de mí, una amante de mí que soy yo misma y que había reencontrado después de aquella noche en que nos unimos tan íntimamente, en que fuimos uno. Siento que a ti te ocurre lo mismo. Ya no veré en tus ojos los ojos de tu doble...". Evita se interrumpió ahogada por las lágrimas. Perón la miró fijamente y apretó su mano antes de hablar. "Las águilas somos sólidas. Sabemos que el pueblo necesita de nosotros. Seré el hombre más fuerte del mundo y el más solitario. Alguna vez diré que 'los griegos son los padres de la revolución' y que 'para un argentino no hay nada mejor que otro argentino'. Y esas frases surgirán del sufrimiento del león acosado. Alguna vez pasearé solemne, gigantesco, por una Buenos Aires incendiada, y como Nerón cantaré sobre ella mi música silenciosa, acostumbrado al hedor de la sangre clandestina, a los gritos en sordina de los torturados. Alguna vez brillarán en Ezeiza en pleno día cráneos agujereados de peronistas fieles, de infieles peronistas...". Al otro día, a primera hora se produjo la operación y fueron separados ambos cuerpos. Quedaron los cuatro en la sala de recuperación. El primero en recobrar el sentido fue el General. Se incorporó en la cama y miró fijamente a su doble hasta que abrió los ojos. "Mi expresión es fría, es dura", dijo. "Separarme de vos es doloroso. Es arrancar la mitad de mi cuerpo, pero el pueblo lo necesita...". Lo interrumpió un llanto. Un poco más allá el doble de Evita había despertado. "¡Tengo el cáncer en mi cuerpo!", exclamó. "Lo siento en lo profundo de mi útero. Ustedes me dieron la vida y ahora no quiero morir...". Evita, que también se había despertado, abrazó tiernamente a su sosías. "Yo debo vivir, pero dejá que beba tus lágrimas". La Abanderada de los Humildes sorbió las gotas que manaban de sus ojos y en ellas tres cabalísticas células cancerosas se filtraron por su saliva, llegaron a su sangre y se instalaron en su vientre. Allí quedaron, como brotes de flores oscuras. En los días siguientes, la Primera Dama se recuperó y, pletórica de vida, salió al balcón para saludar a sus Cabecitas. =========================================================================== El resplandor de la víctima En la época de Perón hubo en las calles de Buenos Aires un feroz asesino de mujeres. Se dedicaba a matar prostitutas y en aquel momento, por su saña y ferocidad, se lo comparaba con Jack el Destripador. La "Asociación de Mujeres Peronistas", formada por Evita, le pidió a la Abanderada de los Humildes que intervenga personalmente en la aprehensión del asesino. Ella, luego de profundas y serenas reflexiones, decidió vestirse de prostituta a fin de atraparlo. Estrenó un vestido laminado que ajustaba su precioso cuerpo, generando una sensualidad sin límites. Siempre a través de contactos secretos de sus hombres de confianza, Evita trazó una calle para ella, en la que se ofrecía haciendo asomar su hermosa pierna por el tajo de su falda. Para disimular su identidad usó una hermosa peluca negra y rizada. El resultado fue devastador. De los cien barrios porteños llegaron bigotitos de catorce líneas, sobretodos de catorce ojales, polainas, patillas peinadas con fijador "Glostora" y guantes patito... Evita se ingeniaba para rechazarlos, ya sea porque les pedía un precio excesivo o porque simplemente se negaba. Ella estaba esperando al asesino, segura de reconocerlo apenas lo viera. Cuando estaba por llegar el alba, y ya todos se habían retirado, llegó él: alto, moreno; originario de Santiago del Estero. A pesar del verano vestía un sobretodo negro que le daba un aspecto siniestro. "Sé quién eres, percanta", dijo a Evita. Ella lo miró un momento a los ojos y luego bajó a sus manos: las vio enormes, gigantescas en relación a su cuerpo, y por ellas advirtió que se trataba del asesino. "¿Quién soy? Tú me dirás", preguntó a su vez. "Eres la Abanderada de los Humildes, la Reina de los Cabecitas Negras, la dulce Evita. Ahora vendrás conmigo y yo derramaré tu sangre en la tierra. De allí brotarán las ciudades del futuro". Evita lo miró durante unos segundos. Estaba más hermosa que nunca, y una luz muy tenue rodeó todo su cuerpo. "Bien, deberemos ir. Supongo que escucharás a la tierra clamar por mi sangre". El asesino la tomó del brazo con su mano enorme y caminaron por la zona de Pompeya. en aquel entonces no estaba el cordón industrial, sino que aún se extendían los terrenos negados cantados por Homero Manzi. Llegaron a un descampado donde la tierra se abría redonda a la noche de verano. "Este es el lugar de mi sacrificio", dijo Evita mientras se desabotonaba el vestido laminado y lo dejaba caer, quedando desnuda a merced del asesino. "He sabido de tus crímenes. Sé que te destacas por los detalles macabros. Sé que mutilas a tus víctimas. Que al cuerpo de una de ellas lo convertiste en una enorme cara usando sus pezones como ojos. Ahora podrás hacer lo mismo conmigo. Nadie en el país podrá decir que la Abanderada de los Humildes se ha negado al deseo de uno de sus hijos". El hombre, por primera vez en su carrera de asesino, vaciló ante la mirada firme de Evita. Tomó su cuchillo de hoja cavada y se acercó a ella: empezaría abriendo su delicado vientre y seguiría hacia arriba hasta destrozar su esternón y su pecho. Acercó la hoja que brilló bajo la luz de la luna de verano, y en ese momento se detuvo: el mango del facón ardía en su mano. Intentó sostenerlo con la otra, pero el calor era insoportable y debió tirar el arma. Del cuerpo desnudo de Evita surgieron rayos pequeños e intensos que la hicieron parecer una virgen o una iluminada. El asesino sintió un temor reverencial y cayó de rodillas a sus pies. La Abanderada de los Humildes acarició su cabeza. "En el fondo tú también eres un Cabecita Negra, mi Cabecita Negra. Ahora vete. No matarás más mujeres y recordarás dos cosas: irás todos los días de casa al trabajo y del trabajo a casa y sabrás que Perón cumple y Evita dignifica". =========================================================================== La espina en el riñón El 25 de mayo de 1946, Juan Domingo Perón y su compañera Evita asistieron a los festejos de la Fiesta Patria. Se levantó un enorme palco popular en la avenida "9 de Julio". Gente del pueblo trabajó en su construcción día y noche: el palco era tan grande que había lugar de sobra para las delegaciones de todo el mundo. Llegó la fecha esperada: Evita estaba más hermosa que nunca, con su sonrisa resplandeciente. "Mis descamisados", dijo a la multitud que la vivaba, "tengo un pecho enorme para guardar en él a ustedes y a toda la Patria...". Después de los discursos se presentaron carrozas seguidas por conjuntos folklóricos de las diversas regiones del país, que cantaban y bailaban danzas nativas dedicadas al Líder. Perón, con su camisa al viento, sus brazos levantados y su sonrisa carismática, saludaba a la multitud que no cesaba de vivarlo. Una de las carrozas, la de la provincia de Lafquenche, estaba encantada. Su frente era un enorme mascarón de proa reproduciendo una Gorgona; al pasar frente al gigantesco palco presidencial, se volvió hacia Perón y Evita y abrió sus grandes ojos. Apenas lo hizo, la Sagrada y Argentina Pareja se convirtió en un par de estatuas. Del enorme mascarón de proa, de la boca de la Gorgona, alguien agitó una bandera roja con la hoz y el martillo grabados en blanco. Como represalia, un grupo de la Alianza Libertadora Nacionalista que estaba frente al Partido Comunista rompió los ventanales del edificio, violó a las mujeres y mató a los hombres que estaban en su interior. Por su parte, la carroza encantada se convirtió en una fiera gigantesca que requirió esfuerzos de patrullas policiales y de cuerpos de bomberos para detenerla, hasta que de pronto se transformó en una rata que se perdió por las alcantarillas de la ciudad. En tanto, los médicos más conspicuos fueron convocados para examinar a Perón y Evita: eran dos estatuas sonrientes, de cal muy fina; apenas las tocaban se desmenuzaban, por lo que una empresa conocida donó grandes cantidades de celofán con que los envolvieron. Los periodistas de "Crónica" y de "La Prensa" tomaron fotos de la pareja convertida en piedra caliza; las radios, desesperadas, trasmitieron la noticia, que también fue de boca en boca, por los suburbios. Desde los mendigos que dormían bajo los puentes hasta los más ricos industriales, todos, con lágrimas en los ojos, aguardaban atentos el desarrollo de los hechos. Caía la noche cuando el jefe médico del Hospital de Buenos Aires, anunció que la ciencia no podía hacer nada. En tanto, milicias populares recorrían las alcantarillas buscando entre las ratas aquella que había sido la carroza hechizada por el Comunismo Internacional, cuyo influjo convirtiera en mineral a Perón y Evita. La noticia siguió su curso, salió a los campos, llegó a las viviendas humildes de los peones, a quienes Perón desde la Secretaría de Trabajo había ayudado con su Estatuto. Lloraron al saber que sus líderes se habían convertido en piedra caliza. La noticia siguió su curso, se extendió a todos los puntos del país y llegó finalmente a la cueva de doña Financia en la provincia de La Rioja. Era una mujer muy vieja, conocida por sus poderes. En su juventud, había obtenido su fuerza de una salamandra encantada que al mirar producía el mismo efecto de la Gorgona del mascarón de proa. Doña Financia sintió pena por Perón y Evita, y apenas le dijeron lo que había ocurrido fue al campo, buscó raíces, plantas, excrementos de ratas, orina de perro y otros elementos y se puso en camino a Buenos Aires. Había avanzado un par de kilómetros, cuando descubrió una planta mágica a la que arrancó del suelo: con ella pudo volar hasta la estratósfera y en pocos segundos se encontró con la noche porteña, llena de luces. En la avenida "9 de Julio", ya hacía 24 horas que Perón y Evita seguían convertidos en piedra. La vieja doña Financia aterrizó al pie del palco: los obreros y el pueblo mantenían su vigilia. Los alumbraban velas "El sueño del Pibe" mientras esperaban que algún milagro devolviera la vida a sus líderes. La guardia personal detuvo a la vieja cuando intentó subir. "¡Déjenme!", dijo ella. "Yo vengo a traír el rimedio al General y a la señora Evita...". La vieja mostró dos morrales en los que portaba sus ingredientes. "Acá traigo el ungüento: unto las vergüenzas de los dos y quedan como nuevos...". El pueblo se levantó y elevó las velas, iluminando la noche y los perfiles rocosos y calizos de Perón y Evita. "¡Que la dejen! ¡Que la dejen..!", gritó a coro la multitud; la policía y los gremialistas permitieron a la vieja llegar a las estatuas. El Cardenal Primado fue despertado en la madrugada, y cuando supo que los líderes debían exhibir sus sexos, aconsejó utilizar una sábana consagrada para cubrirlos. Comandos especiales de la UES ocultaron los bajovientres del presidente y la primera dama, mientras la vieja revolvía su puchero cantando un himno incomprensible. En tanto, gente de confianza, entre ellos dos sacerdotes, dejaron al descubierto la hermosa y fina vagina de Evita y el imponente miembro de Perón. La vieja los untó con grasa parduzca y al terminar, las estatuas se disolvieron quedando en el palco dos montañas de polvo. Al ver aquello un bramido impresionante se escuchó en la multitud que tomó a la vieja y la descuartizó. Apenas terminaron de hacerlo, y bajo la débil luz del amanecer, de ambos montículos de polvo surgieron Perón y Evita, más jóvenes y sanos que nunca. Sin sentir vergüenza por su desnudez, saludaron al pueblo. "Ahora somos más que descamisados...", bromeó Perón mientras el Colegio Cardenalicio procuraba a toda costa colocarle un taparrabos confeccionado con hojas de parra importadas del Medio Oriente. Mientras ambos se vestían entre los gritos alborozados del pueblo, se escuchó una voz tonante que pareció llegar desde el sol que recién asomaba: "Han matado a la vieja Doña Financia. Desde ahora la provincia de La Rioja será una espina en el riñón justicialista". =========================================================================== El gorrión anuncia... En 1951 se celebró el Día del Petróleo y Perón y Evita saludaron a las distintas delegaciones que llegaban de los puntos más lejanos del país. Una multitud se reunió en la Plaza de Mayo. Obreros traspirados, que llegaban presididos por sus queridos líderes gremiales. Entre los metalúrgicos, había un muchacho humilde y trabajador: Antonio. Era muy joven y siendo niño había admirado al Coronel Perón, quien, desde la Secretaría de Trabajo, repartía sus bendiciones a las masas. Antonio había forjado en su fábrica el mástil de una bandera celeste y blanca con una varilla de acero, larga y brillante que terminaba en una punta aguda y filosa. Cantó con la multitud la marcha peronista, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y su vista se clavaba en Perón y Evita, que, desde el ahora legendario balcón, saludaban a la multitud. En el colmo del entusiasmo, Antonio arrojó hacia arriba la bandera, cuya asta fue a clavarse en el corazón de un gorrión que en ese momento sobrevolaba la plaza. El ave cayó muerta. Los obreros que estaban junto a Antonio dejaron de cantar y se apartaron: mientras una mancha roja cada vez más grande iba cubriendo su pecho ceniciento. Un líder metalúrgico conocido como "El Gran Lorenzo", se acercó a Antonio y lo tomó de las solapas. "¿Sabes lo que hiciste, mocoso? Acabas de matar la paz, la serenidad que debe llenarnos a todos los peronistas. Con tu gesto has liquidado la sencillez de los diarieros, de los tranviarios, de los carboneros y de los portuarios. Con esta muerte has dejado las alpargatas por los libros. Ahora mismo te voy a llevar con los compañeros Perón y Evita para que castiguen tu acto...". Antonio intentó protestar: quiso explicar que era un accidente, que él era un muchacho trabajador; que obedecía al General, yendo diariamente de su casa al trabajo y del trabajo a su casa, pero todo fue inútil. La masa, enloquecida de furia, lo llevó tomándolo de los brazos, mientras algunos enarbolaban el cuerpo del ave y gritaban sin cesar "¡Leña! ¡Leña..!". Detuvieron a Antonio y lo alojaron en las mazmorras de la Casa Rosada. Durante la noche lo torturó el fantasma del gorrión. Se presentaba como un ave enorme, acercaba su pico a él pero no lo tocaba, y se limitaba a mirarlo con sus ojos llenos de tristeza. Al amanecer los guardias le avisaron que Perón y la Abanderada de los Humildes lo recibirían en su despacho. Allí fue conducido. El General estaba de pie, mirando frente a sí con ojos graves, y Evita estaba blanca, hermosa, sentada en una silla. Antonio pensó que parecía una reina, bella y terrible, y tembló al ver en la mesa frente a ella el cadáver del gorrión con la bandera argentina clavada en su pecho. "Pasa, descamisado mío", dijo Evita con una voz tan dulce que varios pájaros que volaban sobre la Casa Rosada se detuvieron. "Pasa y siéntate. Detrás mío verás al águila. Él abre sus garras y destroza a sus enemigos. Ahora te pregunto, si Perón es el águila, ¿qué ave soy yo?". Antonio, que había leído "La razón de mi vida", bajó la cabeza antes de contestar: "Usted, Señora, es... el gorrión". Evita asintió: "En efecto, mi querido Cabecita Negra, mi muchacho peronista. Lo hemos conversado toda la noche, y tu gesto al arrojar la bandera y clavarla en el ave no ha sido matar la paz y la sencillez, como dicen los gremialistas. Tú, que eres un profeta surgido de las filas del pueblo, te has limitado a anunciar mi fin. Yo, que soy el gorrión, seré alcanzada por la flecha del destino, del destino celeste y blanco que es la base de mi ser". Al escuchar esto, Antonio se echó a llorar. "No quiero que muera, señora; nosotros, el pueblo, la necesitamos, como el sediento necesita del agua, como el moribundo la Eucaristía...". Antonio cayó de rodillas sosteniéndose la cara con las manos, mientras el General Perón seguía callado, con sus facciones duras, acostumbrado al dolor. Evita se levantó: alta, hermosa; llevaba un vestido ajustado hasta la cintura y largo hasta los tobillos. Se acercó al muchacho y puso sus manos blancas encima de su cabeza. "Me ves bella; sé que lo soy, pero muerta voy a ser más bella. Debo morir joven para dejar tras de mí un hermoso cadáver por el cual los argentinos reñirán y se dividirán. Viva he conquistado al mejor hombre del mundo. Muerta, los hombres me amarán y me odiarán aun más a causa de mi belleza. Las multitudes rodearán de flores mi cuerpo y sabrán que la muerte tiene una belleza que aún no ha sido descubierta por la humanidad...". Evita se inclinó hacia el obrero, lo tomó de las axilas y lo obligó a incorporarse. "Esto lo has predicho con la muerte del ave. Ahora depositaré sobre tus labios uno de los besos castos que tengo reservados para los descamisados, y él te dará paz por el resto de tu vida...". Evita tomó la cabeza de Antonio y lo besó profundamente. Enjugó las lágrimas con su lengua, y luego le alcanzó el cadáver del gorrión. "Sé que eres soltero. Te pido que permanezcas célibe. Enviaré a un taxidermista para que conserve en tu hogar esta ave, que te dará calor y consuelo en las noches de invierno. Con ella nunca te sentirás solo. El Justicialismo será una masa caliente y luminosa que te acompañará todos los días de tu vida...". =========================================================================== La ceguera de Asdrúbal En las primeras horas de la muerte de la compañera Evita, cuando el pueblo clamaba su pena en la Plaza de Mayo, el General pidió que lo dejaran solo con el cadáver. En sus memorias, el servidor del General, Asdrúbal Pinzón, afirma haberlo espiado por una ranura que había en el marco de la puerta de su habitación. El Líder dio tres vueltas alrededor de la cama, donde el cuerpo de su compañera yacía cubierto por una sábana. A medida que Perón caminaba, se iba quitando ropas: la casaca, la camisa, el pantalón... El servidor observaba la escena, impresionado por lo que veía, hasta que en la tercera vuelta, Perón retiró de pronto la sábana que cubría el cuerpo. A pesar de que no debían escucharlo, Asdrúbal lanzó una exclamación: la belleza de Evita era perfecta. Una suave luz irisada corría a lo largo de su cuerpo. El resplandor fue creciendo hasta que se transformó en un viento imparable; el servidor, que estaba trepado en una pequeña escalera, cayó de allí rodando por el piso. El impacto lo dejó inconsciente. Lo despertó una voz: "¡Asdrúbal! ¡Asdrúbal..!". Al abrir los ojos sintió miedo: junto a él, en el piso, había un ser de pocos centímetros. Advirtió que era el propio general Perón en una réplica diminuta que lo miraba severamente. Con un gesto interrumpió a Asdrúbal, que ya lanzaba un bramido de terror. "No temas, Asdrúbal, no te muevas...", advirtió el enano. "Lo que acabas de presenciar es la explosión luminosa de la muerte. Has visto algo prohibido; algo que el general Perón, que soy yo mismo, es capaz de soportar porque es un hombre elegido, pero tú, Asdrúbal, al no ser elegido, permanecerás ciego durante tres cabalísticos días. Te has asomado a la intimidad de la muerte de Eva Perón. Has visto la desnucez de su cadáver sin estar preparado, y eso constituye un atentado a la patria... No te preocupes. Sé que fuiste inconsciente de los alcances de tu conducta, y a cambio deberás escribirlo alguna vez. El pueblo conoce el maravilloso brillo que oculta la muerte, y en particular la colosal muerte de Eva Perón. Tú se lo contarás a todo el que pueda leerlo...". La pequeña réplica del General levantó su mano y la pasó delante de la vista del sirviente. En ese momento, Asdrúbal Pinzón dejó de ver, y como le había sido anunciado, su ceguera duró tres días, mientras el pueblo adoraba a la Sagrada Muerta, bajo la lluvia de aquel lejano Buenos Aires. =========================================================================== Espectro en San Telmo Con la muerte de la Abanderada de los Humildes, se cerraba una etapa en la historia de lo que dio en llamarse alguna vez la República Argentina. Las calles de Buenos Aires, hasta el momento llenas de detalles coloridos durante los días e iluminadas durante las noches, se convirtieron en reductos grises. Muchos comerciantes se descuidaron y dejaron que las ratas invadieran sus locales, de modo que la ciudad se llenó de roedores, que produjeron una epidemia de fiebre amarilla, la segunda en su historia. No sólo el pueblo lloraba, sino el propio General Perón también lo hacía en su soledad. Había dejado los asuntos de Estado con el consiguiente peligro, ya que los militares estaban al acecho y la burocracia que los rodeaba esperaba obtener un trozo de poder, una partícula de influencia. En una tarde gris y triste en que caía una lluvia fina y gris y la muerte reciente estaba tras el cartón del cielo, el General, asomado a la ventana de su pisito de soltero de Gaona y Callao, escuchó que alguien pronunciaba su nombre. "¡Juan Domingo... Juan Domingo!". Se acercó a una cómoda y allí vio a su doble: el enano de pocos centímetros, vestido con su uniforme de general. Advirtió, a pesar de su pequeñez, que su mirada era clara y no tenía los rasgos del sufrimiento que le devolvía el espejo en los últimos días. "Juan Domingo, veo que estás sufriendo". Perón suspiró. "¿Te parece que puedo estar riendo desde que murió quien fuera la compañera de mi vida?". El enano negó con la cabeza. "Riendo no, pero al menos haciendo esfuerzos para lograr lo que quieres: tenerla contigo aunque más no sea que unos minutos, un puñado de segundos. Poder oírla nuevamante; hasta tocar su piel y sentir su aliento suave en tu rostro". El General quedó pensativo y miró fijamente a su doble; se detuvo para asomarse otra vez a la ventana: afuera la llovizna no dejaba de caer. "Eso es imposible, pibe. La muerte es un país desconocido del que nunca se puede volver...". Perón se interrumpió: el enano había desaparecido y en su lugar quedó una tarjeta. El General la recogió: "Mazapana Arcena - bruja, necromante y otras yerbas". Al pie estaba su dirección: una calle de San Telmo. El Líder pensó en enviar a alguien de su confianza a llamar a aquella mujer, pero decidió ir él mismo. Fue así que salió de su pisito con un sobretodo de anchas solapas para no ser reconocido y caminó hasta San Telmo. Buscó la calle de la necromante: la dirección correspondía a un viejo conventillo. Protegido por sus solapas, Perón entró a un patio común con una bomba de agua, rodeada de niños sucios, borrachos dormidos en el suelo y embarazadas tristes. Una niña sin piernas se arrastraba y alrededor suyo varios borrachos reían sin parar. El General anotó mentalmente aquellas escenas: no era posible que en la Argentina de Perón hubiera ciudadanos que sufrieran. Preguntó a una anciana por la necromante, y la mujer señaló una pieza al fondo, formando un túmulo de piedra que parecía crecer como un cáncer debajo de las glicinas. El General se detuvo junto a él y golpeó una puerta de madera. Alguien le dijo que entre y abrió. En medio de un olor a excrementos y a traspiración, a cama con sábanas sucias; alrededor de un roñoso balde que recogía una gotera desde el techo, vio a una mujer joven y hermosa, limpia y de piel excesivamente blanca. Estaba sentada en la cama. "Pasa, Juan Domingo. Habrás notado que en la Argentina de Perón sigue habiendo pobres, y yo estoy entre ellos. En alguna época fui una oligarca, y ahora soy una admiradora de Eva Perón". El General estaba asombrado. "Me dijeron que podías ayudarme, piba. Me dijeron que podías hacer que Evita apareciera un puñado de segundos para que yo la salude, la acaricie, la escuche y le dé el adiós definitivo...". La mujer se incorporó: vestía un trajecito idéntico a uno de los que luciera la compañera Evita. Se acercó a un calentador a alcohol sobre el que hervía una pava. "La solución es simple. Cuando alguien muere, no sólo su cuerpo se disuelve, sino que su alma, su psique, vuelve a la comunidad que la cobijó. En el caso de la compañera Evita, su psique está fuertemente asentada en el pueblo...". Mientras hablaba, la mujer había tomado la pava llena de agua hirviente, volcándola sobre un mate que estaba preparado, pero en vez de echarla en la boca del recipiente, la iba arrojando sobre su dedo. El General la miró asombrado, fascinado por la quemazón de la carne. "Cuando hablo de mis dotes de necromante me refiero al medio por el cual puedo hipnotizarte y reunir los restos psíquicos de la Abanderada de los Humildes. Ese sería su espectro, que además de mostrarse también podría hablar. Como está presente en su pueblo, en sus Cabecitas Negras, en sus descamisados; como está presente en tu corazón de águila, sus restos tendrán la suficiente fuerza para refractar la luz del día y mostrarla como cuando estaba viva". En ese momento la mujer se arrojó a la cara el contenido de la pava. El General no pudo evitar un grito: su rostro se descarnó mostrando partes del hueso, pero de inmediato pareció rehacerse tomando su aspecto anterior. "Juan Domingo, insensiblemente has caído en la trampa. Tú, el hombre fuerte, el poderoso, en este rincón inmundo de la Nueva Argentina, estás bajo la sugestión de mi mente. Esa es la condición para que veas a tu compañera del alma". El General iba a decir algo, pero se detuvo: una voz pareció surgir desde el piso de la habitación. "Juan...". Se volvió: frente a él, cerca de la cama, se formó un túmulo de luz que lentamente fue adquiriendo forma humana. "¡Juan..!". La voz era lúgubre. "Evita. ¿Sos vos, Evita?". Lentamente, Eva Perón había tomado forma: llevaba uno de sus vestidos blancos, que dejaba ver parte de su escote, y en su costado izquierdo lucía un broche con el escudo peronista. De él caían dos cintas celestes y blancas que llegaban hasta el piso. "Juan... ¿por qué me llamaste?". Perón se acercó tímidamente. "Quería verte, negrita, quería acariciarte una vez más... No puedo creer que estés acá. Acabo de ver tu cuerpo despedido por el pueblo, por los muchachos de la CGT...". El espectro levantó una mano. "No te acerques, Juan. La muerte no es tan terrible. Aquí hay luces, presencias... veo las caras sufridas de mi pueblo desfilar junto a mi tumba. La muerte es un viaje, Juan, un largo viaje hacia la tierra; hacia las estrellas que se guardan en la tierra. Yo extenderé mi mano y tú la tocarás. Es todo lo que puedo hacer por ti. Es lo más que puedo hacer para mitigar en parte tu dolor". Perón asintió y se mantuvo separado de su amada. Pasaron algunos minutos. Evita extendió su mano: blanca, casi trasparente. Perón se apresuró a extender la suya, pero ella lo detuvo. "Espera, Juan; yo llevaré mi mano donde está la tuya. Y recuerda: sólo a mí me han matado, pero volveré y mi nombre se convertirá en millones. El pueblo devorará mi cadáver y cada trozo de mi carne se convertirá en una partícula de luz dentro de los corazones argentinos". El espectro levantó su mano y buscó la del General en un movimiento muy lento que pareció durar horas. Sus carnes parecían estirarse a medida que la tarde se iba poniendo y el sol de San Telmo iluminaba el cuarto desde distintos ángulos. "Ahora extiende tu mano, Juan...". La voz se escuchó lejana. El General obedeció y el espectro lo rozó con sus dedos. En ese momento algo se abrió debajo de sus pies, y se sintió rodar a un precipicio, cayendo desde los cielos que estaban debajo de San Telmo. De pronto se detuvo. Levantó con miedo la cabeza y se descubrió en su piso de Gaona y Callao. Extrañamente estaba más tranquilo; se incorporó, se asomó por la ventana y comprobó que había dejado de llover. =========================================================================== Los cordones de Aramburu El General Pedro Eugenio Aramburu había perdido la compostura de sus primeros días de cuativerio. Miraba frente a sí, reflejando en sus ojeras y en sus arrugas la vejez que se había acumulado sobre él. -Usted parece buena mujer -dijo a su custodia, que lo miraba fijamente en silencio. Afuera, en el campo, un grito lejano se filtró por los complicados caños de comunicación y llegó hasta el refugio subterráneo-. Me dijo que era maestra. -Antes que nada soy militante peronista. Cumplo órdenes del General. -Usted no sabe por qué me odia el General; el "Viejo", como le dicen ustedes. No sabe por qué mandó matarme. -Desde ya que lo sé. Usted asesinó a militantes peronistas. Ahora, nosotros, desde el Tribunal Popular, soldados y jueces de la clase obrera y el pueblo trabajador, lo hemos condenado a muerte. Aramburu se inclinó hacia adelante. La mujer estaba armada con una "Itaca"; la apoyó en su antebrazo. -No tenga miedo, Norma. No haré nada para escapar -Aramburu sonrió con tristeza-. Los años y la proximidad de la muerte me han dado cierta sabiduría. Puedo ver en sus ojos y en los de sus compañeros la decisión de acabar conmigo. Sé que por mí han muerto muchos. Algunas noches suelo sentir la sangre que clama desde los basurales de José León Suárez y de todo el territorio de la Patria. Norma, creo que la proximidad de la muerte me permite conocer el lenguaje de la sangre... Interrumpieron al General cuatro golpes sobre la madera que daba al otro cuarto. -Es Mario -Norma Arróstito se levantó y caminó hacia la puerta. -Norma... Se detuvo y se volvió hacia Aramburu. -Ahora mismo veo una gran mancha de su sangre contra una de las paredes de Buenos Aires. Ella me dice que los titulares de los diarios hablarán de un enfrentamiento con el ejército... La mujer le dio la espalda, abrió la puerta y salió. Allí estaba Mario Firmenich, también armado con una Itaca. -Llegó él -anunció con tono ansioso. -¿Él? -Él. -Pero... -Es el General quien lo envía. Trae una autorización de su delegado personal. Quiere presenciar la ejecución. Norma Arróstito lo miró desconcertada. -¿Cuál es el próximo paso? -Dentro de unos minutos entraremos donde está Aramburu y le preguntaremos cuál es su última voluntad. A partir de allí él querrá ver todo. -¿Dónde será la ejecución? -En la pieza de al lado. -¿Aquí mismo? ¿En el refugio? -Es el lugar más seguro: hay suficiente cemento para amortiguar el sonido del disparo. Mario Firmenich y Norma Arróstito se miraron. En la comisura del hombre, bajo su nariz, había un leve temblor. Miró su reloj. -Ya es la hora -se volvió hacia la puerta que daba a un salón más grande, y habló poniendo la mano en la boca para ahogar los sonidos-. Almirante, puede pasar. El hombre entró vestido con su uniforme: era bajo de estatura y sacaba pecho. Llevaba debajo de su brazo una carpeta azul y sus manos estaban enguantadas en negro. -Almirante Rojas, está todo preparado. -Procedamos, entonces. Los tres pasaron a la pieza. -Isaac... en el fondo te esperaba; sabía que ibas a venir. -General Aramburu: es usted un prisionero de guerra. Debiera conservar su dignidad y un trato respetuoso. -¿Conservar para qué? Se acerca la hora de mi ejecución. Ya sé el nombre de mis verdugos. El Almirante Rojas siguió inmóvil frente a Aramburu. No lo miraba a él; sus ojos se perdían en un punto detrás del prisionero. -Vengo a otorgarle su última voluntad. Necesito saber cuál es. Aramburu dejó de sonreír. -Vos sabés, Isaac; no necesitás preguntárme por mi última voluntad. -No hay nada que pueda suponer de antemano y repito la pregunta: cuál es su última voluntad. Debe decidirlo y expresarlo con claridad. Hubo un momento de silencio. Norma Arróstito y Mario Firmenich se habían puesto uno a cada lado de la puerta del cuarto. Hacía calor: estaban bajo tierra y la ventilación era mínima. Isaac Rojas tenía la cara cubierta de traspiración. -Repito, General: ¿cuál es su última voluntad? Aramburu bajó los ojos con un gesto de cansancio. -Mi última voluntad es pasar otra noche con ella. -Explíquese, General. ¿Quién es ella? ¿Su esposa? -Cuando digo "ella" me refiero a Eva Perón. A su hermoso cadáver que me acompañara en estos últimos años y que aún está en mi pisito de Gaona y Callao. Norma Arróstito miró a Aramburu con asombro e indignación; Mario Firmenich permanecía con una sonrisa burlona, sosteniendo flojamente su "Itaca". -General, sabe que eso es imposible -repuso el Almirante-. La inteligencia a mi servicio se ha encargado de sustraerla y llevarla a mi departamento de Olivos, donde descansa esperando mi regreso de esta misión. Aramburu pareció desplomarse. Su rostro se deformó de dolor. -Debía haber pensado que se trataba de eso. La guerra de Troya se desarrolló por una mujer viva. Ahora mi muerte, que hundirá al país bajo torrentes de sangre, será por el cadáver de una mujer.... -Se trata de un cadáver especial. -Si lo sabré... Conviví con él diez años. Es un cadáver que tiene vida propia. Que trasmite mensajes desde su inmovilidad. -Perón cree que teniéndolo yo pasará a él. Nuestra oposición política es ficticia. Pertenecimos a la misma logia militar, recibimos la misma iniciación y compartimos iguales secretos. En el 40 él era Venerable Maestro y yo Secretario de Actas. Me negaré a darle a Eva. Quedará a mi lado. Creo que merezco tener esta felicidad en mi madurez. Rojas puso sobre la mesa la carpeta azul: los bordes de varias fotos asomaban por los costados. -¿Qué es esto? -preguntó Aramburu. -Puede abrirlo y disponer de él por el tiempo que le asignemos. El General tomó la carpeta y la abrió: su corazón latió aceleradamente y sintió la boca seca. Frente a él había varias fotos tomadas recientemente. En la primera, el cadáver de Evita estaba desnudo, boca arriba, con sus cabellos sueltos, mostrando sus pequeños senos y el vello de su pubis cuidadosamente delineado por Aranda. En la siguiente, estaba boca abajo, con los brazos hacia arriba, y el cabello recogido con una hebilla que representaba el escudo peronista. Se apreciaba la textura de sus nalgas, blancas y redondas, llenas de sustancias extrañas para darles consistencia; después desfilaron imágenes del cuerpo de perfil, acostado, con la cabeza hacia atrás, sus pechos en primer plano; sus ojos abiertos, como mirando un punto indefinido. En la última de las fotografías apareció el Almirante Rojas, con su uniforme de gala, abrazando el cuerpo; su mano derecha se apoyaba en el pezón izquierdo de Evita. -Estas fotografías son lo único que podemos ofrecerle. Traer hasta aquí el cadáver es demasiado complicado; además, tenga en cuenta que al pertenecerme, en la logia que compartiéramos con Perón se han celebrado mis nupcias con la muerta en un rito que se remonta al maestro Hiram. Lo que podemos hacer es retirarnos y darle exactamente veinte minutos para que se masturbe con las imágenes. Aramburu bajó la cabeza. Norma Arróstito se acercó, le desató las manos y le alcanzó una jofaina y una toalla. -En el otro extremo del cuarto tiene una piletita para lavarse cuando termine. El Almirante Rojas, seguido por los militantes peronistas, salieron de la habitación. -He notado que el General está descalzo -dijo Rojas a Firmenich. -Por razones de comodidad le permitimos permanecer en medias. -Bien: cuando se ponga los zapatos, no permita que se los abroche. Al levantarse y caminar tres pasos, usted pisará uno de sus cordones, de modo que caiga al pisar por cuarta vez. Cuando esté en el suelo lo ejecutará. Deberá utilizar la pistola "Lugger" que le mandara personalmente el General Perón. El disparo será efectuado siguiendo una línea transversal y la bala deberá alojarse detrás de la oreja izquierda. Nuestro ejército, formado en la más pura tradición prusiana, sabe los lugares de la cabeza donde las balas matan en forma más inmediata y sin dolor. -¿Hay alguna razón por la que deba dispararle en el piso? -Hay varias razones. La primera es que, al caer hacia adelante, usted tendrá libre la parte de su cabeza en la que deberá alojarse la bala. La segunda es que lo matará sin mirarlo a los ojos; usted es patriota y debe saber que esa es una de las formas argentinas de matar. El rostro de Firmenich volvió a tensarse. La parte superior de su labio se contrajo otra vez, ahora frenéticamente. -Y en cuanto a la versión de lo que pasó aquí... quiero decir, lo que contaremos a la posteridad... -Cuando termine todo volveremos a ser enemigos. La historia del país es un complejo entramado de alianzas y odios. Piénselo bien: ni a ustedes ni a mí nos va a convenir que sepan de la presencia de uno y de otro en este lugar. La gente, el pueblo, es estúpido. Puede consumir mil historias contradictorias y darles una absoluta credibilidad. También esta es una característica de nuestra historia... -Ya pasaron varios minutos -intervino Norma Arróstito. Los tres entraron a la celda. En la mesa las fotografías estaban desordenadas y Aramburu se terminaba de secar las manos. Al volverse hacia ellos advirtieron que tenía el cinto suelto y el pantalón abierto. -General, debe ponerse los zapatos, arreglarse y peinarse -dijo Firmenich-. Es el momento de su ejecución. Aramburu los miró con el rostro inexpresivo. Firmenich se acercó a él y lo vio calzarse: el General no se preocupó en atarse los cordones. -¿Está listo? -preguntó el Almirante. -Sí, aunque quisiera otra cosa antes de morir. -Usted dirá. -Quisiera que sea usted el que dispare, Almirante. Me repugna ser muerto por un vulgar civil. -El señor Firmenich no es un vulgar civil. Él colabora activamente con los servicios de inteligencia nacionales y extranjeros... Mientras hablaba, Norma Arróstito volvió a atarle las manos. -Camine, General -ordenó el Almirante. Aramburu dio dos pasos. Firmenich se acercó a él y cuando volvió a apoyar su pie, pisó uno de sus cordones. En el cuarto paso, Aramburu perdió el equilibrio y Norma Arróstito lo empujó hacia adelante. El General cayó golpeándose la frente contra una saliente del cemento. Firmenich se adelantó y disparó detrás de su oreja. Nunca supo que el prisionero había muerto de inmediato con el primer golpe. =========================================================================== Chateo con Evita (A Néstor Perlongher, In Memoriam) NOW TALKING IN #ESPANOL Users: @Aurora @Bigmancia @Estroncio ...lo que pasa, Estroncio, es que no eres capaz. *Bigmancia* dice que en la República Dominicana son las 7:45 pm Tu bronca, Aurora, es amor :-))) Una mierda de amor. No te conozco, eres mayor... *Bigmancia* dice que haya paz \/\/\/ Hay mucho silencio. Sería cuestión de que hablaras. ¿Qué puedo decir...? Hoy una paloma cagó sobre el enano de yeso de mi jardín. Podríamos bailar un tema de moda ((((((((((((((((((((((((((((( )))))))))))))))))))))))))))) (((((((((((((((((((((((( Eso no es un baile. ¿Y esto? - | | | | ------| |------ | | | | | | | | |--------| Creo que es una grosería o algo así... (Nuevo usuario: @Evita) Hi, Evita. ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? Estás chateando en el cyberespacio. ¿Qué crees? ¿Dónde está mi pueblo..? Si no lo sabes tú... ¿De dónde eres? De Argentina. Soy la Abanderada de los Humildes. ¡Argentina! ¡Maradona! ¡Argentina! ¡Che Guevara! ¿Dónde está la Plaza de Mayo? ¿Dónde la multitud reunida aclamando mi nombre? Supongo que esa plaza está en Argentina. Allí cantaron los Bee-Gees. ¿Qué haces en Argentina, Evita? Argentina es una idea, un sentimiento, al que busco desde hace siglos. Hablas en difícil. Esto no me gusta nada. Argentina es un sueño que construimos en la paz de Perón. Argentina es un ámbito en el que cada habitante ocupaba un lugar en mi corazón. Yo podía ayudarlos porque los reconocía al verlos: porque ellos ya estaban dentro de mí... zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz En lo que dices no hay nada que podamos entender. Estás hablando de cosas de otra época. ¿Argentina, dijiste? Allá estaba Perón... Sí: Perón, mi águila. ¿Lo conoces? ¿Lo has visto? ¿Dónde puedo llamarlo para que venga a buscarme? Contéstenme, por favor. Hace mucho que huyo por los espacios y he venido a dar entre ustedes. Perón ha muerto hace mucho. Soy portorriqueña, pero recibo diarios argentinos... ¡Mi águila muerta! no es posible. Él me juró que era inmortal. Él, el Faraón... ¿Te gusta la música moderna? ¿Escuchaste a Queens? ¿Qué es esto? Yo fui la que dije: "Sólo a mí me matarán. Volveré y seré millones...". Hay millones circulando en el cyberespacio. (Aurora pide una entrevista por separado. Evita accede.) ¿Realmente eres Evita Perón? Soy la líder de los argentinos. La madre de todos los Cabecitas Negras. ¿Dónde te encuentras ahora? No sé bien... hay mucha oscuridad. La luz llega y se va. Ansío una paz que no puedo encontrar... Yo estoy en el mismo lugar. Anhelo el sol de la Plaza de Mayo. Anhelo llorar y reír con mi pueblo. Es mi mismo anhelo. ???????????????? Debo decirte la verdad, Evita. ????????????? ...Yo soy Perón. Soy el General. El águila de acero que ha llegado desde la muerte a buscarte. Juan... no me engañes, ¿eres tú? Soy yo y no otro, Evita. Para que lo veas cambiaré mi nombre por el verdadero... Now Aurora is Perón Evita: no sólo anhelo la presencia de mi pueblo. Quiero tu carne, tu piel, acariciarte como lo hacíamos. Síiiiii. ¿Recuerdas una tarde en la Argentina, cuando los arrieros andaban por la avenida 9 de Julio? ¿Los arrieros? Cuando llovía y los bandeirantes se reunían en la plaza y los indios con sus plumas montaban en sus caballos... ???????? ...entonces hacíamos el amor junto a la ventana, para estar más cerca de la calle. Evita, te voy a acariciar... ¡No! ¿Qué te pasa? No eres Perón. No eres un hombre. Eres una mujer. Te estoy viendo. Eres una mujer negra. Soy una mulata... ¿cómo puedes saberlo? Estoy viendo tus manos, acercándose a mí. Estoy sintiendo tu perfume... Evita, no sé quién eres. Yo te confieso: soy una mujer a quien le gustan las mujeres. No puedo decirte nada. Eres una cabecita negra. Eres una de mis hijas. No puedo juzgarte. Estoy más allá o más acá de cualquier juicio... Now Perón is Aurora ¿Eres quien dices ser? ¿Eres la Evita que filmó Madonna? Puedes besarme, tan sólo besarme. No sé dónde está mi hombre, pero sólo me reservo para él. Inclínate y podrás besarme. .................................................... ¡Qué es esto! Sentí el calor de tus labios. ¿Cómo lo hiciste? Simplemente besé tu boca. No. Tienes que tener un procesador especial. Dime cuál es. Lo que tengo es el poder con sus botones de harmalina: el poder que no da para trepar. Evita.. quiero irme, pero los mandos no responden. No puedo apagar el ordenador... Yo tampoco puedo irme. Te basta con llevar la flecha al extremo izquierdo, "clickear" en el recuadro y elegir la opción "Cerrar"... No hay recuadros. No hay espacio: sólo tripas de bicicletas en manubrio cilicio de cilindro al "interior del país"... Sólo hay como espacio la Plaza de Mayo, la de mi recuerdo. Mi máquina no funciona. Usurpaste el nombre del águila. Eso estuvo mal, pero si pudiste hacerlo es porque en tus venas corre sangre peronista aunque no seas argentina. No puedo salir SALIR :-((((((((( Aunque escalen el Monte Athos con romilar; aunque con ácido depilen mi bozo de cristal, en el cisco del cáncer, la sangre de los tranviarios sirve para trasportar mi vida, mientras mi cadáver es abrazado lúbricamente por los generales. :-0 Es abrazado lúbricamente por los oligarcas... Entonces estás muerta... ¿Muerta...? Soy el Cadáver de la Nación. Antes de morir me inyectaban dolorosos bálsamos, ardientes mirras y yo pedía a Aranda que me haga los rulos con la delicadeza de una onda cetrina nívea... Evita: ¿Eres tú la que no me deja salir? ¿Eres tú la que me amarra al visor como a una tumba? ...también pedí que en cuanto me muera me quiten el rojo de las uñas y me las dejen con brillo natural... Te doy una flor si me liberas @---------(------ ...también le dije a Aranda que me haga los rulos y que disimule las hebillas entre los tropos del cabello para que a quien las encuentre se les disuelvan en las yemas... Evita POR FAVOR No grites, mi peronea, mi Cabecita Negra. No grites que este espacio no es el de la plaza, no es el espacio amasado por el sol, las palomas, los árboles y el césped... POR FAVOR, EVITA, NO ME LLEVES CONTIGO... Toda mi vida he escuchado lo contrario. Miles y miles de manos se tendían hacia mí pidiendo que las lleve conmigo, pero Eva Perón no niega la libertad a la paloma que la pide. ¿Me dejarás ir, entonces? Eres libre para irte, pero deberás escuchar todo el poder de mi nombre. Todo el poder de la mirada u ojo de Dios, aunque no alcance para cortar, menguar el flujo de la potencia hedionda. Mi nombre es sí la verdadera bandera. La bandera oculta. La bandera escarlata, nylon Revlon, flecos kanekalón. La bandera que sólo conocen aquellos que se acercaron a mi corazón. Mi nombre es el poder que no da para trepar (ya desgarrando) los pliegues o sayales de mí, la santa, de mí, zombi escarlata, pequeño cadáver trashumante, de mí que a pesar de mi insignificancia, aquellos que puedan tomar mi nombre lo llevarán a la victoria... aunque hoy he descubierto que la victoria puede ser igual a la derrota: tripas de bicicletas en manubrio cilicio de cilindro. Y es así que no hay victoria ni derrota en este ámbito gris, pálido, oscuro, sombrío y sólo queda la lucha. La lucha por ser. Por seguir siendo. *Aurora* ha vuelto y ahora saluda a todos. Les contará una experiencia increíble después de regresar del mundo de los muertos... =========================================================================== La edición electrónica de este libro se terminó en enero de 1999 y está disponible en http://www.letralia.com/ed_let/angel =========================================================================== (C) 1999 by Ricardo Iribarren Editado por la Editorial Letralia. Internet, enero de 1999 La Editorial Letralia es un espacio en Internet patrocinado por la revista Letralia, Tierra de Letras y difundido a todo el mundo desde la ciudad de Cagua, estado Aragua, Venezuela. Contáctenos por correo electrónico escribiendo a editorial@letralia.com. Editor: Jorge Gómez Jiménez (info@letralia.com).