=========================================================================== Editorial Letralia * http://www.letralia.com/ed_let =========================================================================== LA CIUDAD ENEMISTADA Felipe Celesia, fcelesia@mdq.com.ar Uruguay =========================================================================== Introducción Mar del Plata está partida. Dos ciudades con rasgos definidos, podrían refundarse en el mismo territorio. En rigor, esto ya existe por más que el catastro oficial se empeñe en formalizar la unión. El proceso no es inédito, por el contrario, se liga a los orígenes de la villa, cuando las mansiones fastuosas convivían con los ranchos de barro y sus propietarios sostenían las primeras disputas. ¿Por qué Mar del Plata repite cíclicamente la escenificación de la enemistad pública y ancestral de sus dos grupos sociales dominantes? Contraste eterno, el balneario luchó contra la ciudad, el puerto pujante con la llanura prometedora, el inmigrante con el criollo, el Centro con el Gran Mar del Plata. Ciento veinte años no bastaron para responder esta inquietud que aún hoy, a la sombra de un crecimiento demográfico que podría haber superado ciertos traumas de pueblo, no encuentra rasero con el cual medirse. La subjetividad fue y es un mal inexorable en quienes intentaron buscar un motivo a la división social in eternum de la "galana costa", como bien describió, con cierta simpatía castiza, Juan de Garay a los reyes españoles en 1581. La partición cultural que acompaña la historia de Mar del Plata obliga a situarse en algún margen del río contemporáneo, nunca en ambos, el eclecticismo es un valor jamás obtenido por los marplatenses. Se era porteño o marplatense (por citar una pose que aún tiene vigencia entre los chauvinistas puertas adentro), se vive dentro del ejido urbano o fuera de él, nunca en medio. La explicación de cómo se llegó a la conurbanización de Mar del Plata, demandaría una puntual descripción sociológica del ser argentino, y marplatense, que se iría del propósito de este ensayo. Pero vale la pena sin embargo apuntar a la médula de la perspectiva social más visible: contraste económico profundo, en principio, y cultural en segundo plano pero en íntima y evidente relación con el primero. =========================================================================== La división consagrada La Capital, jueves 24 de enero de 1907, pág. 1. "Sección amena. Aquí se vive de los desperdicios. Vienen los veraneantes, y como traen mucha moneda, acceden a pagar lo que los codiciosos les piden, y resulta que los que no somos veraneantes, si queremos medio alimentarnos y medio vestirnos, tenemos que pagar al compás de aquellos; mas como tampoco abunda la moneda en nuestros bolsillos, nos vemos constreñidos a vivir de desperdicios o poco menos. Valdría la pena que las autoridades se fijaran en lo que sucede y que tomaran alguna medida, que no sería inoportuna, si se basara en el bien del pueblo". Mar del Plata y sus habitantes sufren de una esquizofrenia que marca las decisiones y destinos de la ciudad como ente individual. El padecimiento se desarrolla en ambas ciudades. Aunque se baile al son de un mismo ritmo social, bajo el mismo contrato, las realidades se modifican en función de sobrevivir en el propio espacio. En los barrios periféricos o en las zonas residenciales, se espera con igual ansiedad la llegada del verano turístico. Aquí, los dos niveles enfrentados que ostenta la ciudad, confluyen y fabrican un punto de intersección, un cruce apto para la identificación y reafirmación social. El interés en el florecimiento ficticio de Mar del Plata durante dos meses, es un bien compartido que si bien interesa a las dos ciudades, también las divide en la esencia misma del conflicto histórico: el Centro no tiene interés estético en el Conurbano, pero necesita de éste en mayor o menor medida. El Conurbano no aprecia al Centro, su odio es íntimo y ancestral, pero éste le provee de actividades. ¿Qué ocurre entonces cuando la cadena de necesidades pierde un eslabón por alguna de las partes? El resultado es conocido, los bandos se retraen a sus espacios y el abismo social se profundiza. La proliferación de instituciones, centros nocturnos, comercios, sociedades, clubes y hasta mitos en el Gran Mar del Plata, adelantan una aún más profunda división de una ciudad que tal vez nunca fue sólo una. Los maquis están en la periferia. Mientras que el Centro, siempre triunfante en las contiendas, se limita a revitalizar sus bastiones antiguos y a inaugurar, con gran pompa, los nuevos, que el lector astuto y conocedor de la geografía local sabrá identificar. La partición también es física. La urbanización, es decir la concentración espacial de la población a partir de unos determinados límites de dimensión y densidad, se delineó en Mar del Plata con un sentido acomodaticio, ligero y tan azaroso que hoy la ciudad bien podría ser un sucedáneo de Las Vegas, Concepción del Uruguay o Marsella. Mar del Plata se urbanizó en la medida de sus posibilidades de improvisación; en rigor, el diseño estuvo sujeto a los caprichos de la alta sociedad porteña, y a las migraciones internas que acompañaron el desarrollo turístico. El mapa urbano marplatense tiene claras divisiones sociales en avenidas y figuras geométricas insertadas. Entendiendo la ciudad como un semicírculo, las avenidas Fortunato de la Plaza (39) y Champagnat, introducen allí los ejes cartesianos que separan el Gran Mar del Plata del resto. En abanico se despliega la periferia que se extiende cada vez más hacia el oeste, norte y noreste. En oposición, hacia el sur, y como único apéndice fértil del Centro, se desarrollan proyectos de residencias privadas y countries, análogos a los que impulsaba a principios de siglo el balneario, en lo que hoy se conoce como barrio Stella Maris, Los Troncos, Cabo Corrientes y Centro. La avenida Champagnat (traza paralela a la costa céntrica) y sus anchísimos carriles y canteros, revela la enemistad ancestral ciudad-ciudad a través de una obra urbana. De la avenida hacia la Pampa Grande, la promesa de cierto avance social para las clases empobrecidas. De la avenida hacia el Mar, el gueto seguro y cálido que otorga a las clases favorecidas las condiciones para desarrollar sus libertades individuales, principal deseo de las sociedades democráticas. La ansiedad general por acceder a un mayor nivel de vida, estimula la introspección social como método de conquista. Los mass media dan cuenta de la vida interna de los barrios en desarrollo, inclusive a través de detalles ínfimos que no hacen al hecho informativo, si es que existe. La prensa escrita funciona en ocasiones como diario íntimo, como confesionario de las vicisitudes de los sectores sociales agrupados en barriadas o instituciones populares. Las editoriales, con relativo apego a la teoría de la libertad de prensa que asegura la posibilidad de publicar abierta a cualquier persona o grupo, operan como reproductores del discurso progresista de los dirigentes vecinales. Esto es, en definitiva, la realidad pública que sobre sí mismos, ofrecen los barrios del Gran Mar del Plata. Y a esa identidad son fieles los vecinos en mayor o menor medida. La lucha política, entendida allí como la posibilidad de una aproximación a las negociaciones por mayor calidad de vida ante los organismos oficiales, se desarrolla en la periferia con pasión y ambiciones. La seducción de este espacio de poder, está asentada sobre la aparente facilidad de acceso: basta con la voluntad y la presencia para integrar una comisión directiva barrial. Sin embargo, las asambleas vecinales tiene cada vez menos asistencia. Salvo que se jueguen intereses muy caros a los vecinos, suele haber en ellas una troupe estable que encuentra allí un grupo de interacción social, más que un cometido institucional. Además, el crecimiento de la infraestructura en servicios, dejó a muchas luchas sin campo de acción. Los servicios básicos están mayormente cubiertos. La batalla ya no requiere de un compromiso total. El vecinalismo se ha frivolizado. Los festejos por cualquier motivo se suceden con mayor frecuencia que las protestas. Los barrios ven pasar las etapas de su vida cómodamente sentados en la butaca preferencial del acto público, que actúan referentes que no eligieron ni rechazaron. La aceptación de los dirigentes es implícita, indiferente, y en muy pocas ocasiones se llega a cuestionar la autoridad establecida, salvo claro está que exista un deseo de autoridad subyacente o una pretensión de función pública o actividad política. La mirada profunda observará que en la periferia la comunicación social es más responsable. Al contrario del Centro (es probable que por una cuestión de apiñamiento poblacional), conocer al interlocutor es una regla que no puede evitarse. Se debe saber a quién se habla y sobre quién se habla. Los datos deben ser precisos y evidenciar un interés cierto, un deseo de interacción. De lo contrario, los fundamentos o informaciones no son validados por la comunidad barrial. Aquellos que no conocen en profundidad el esquema social, son desautorizados por sus pares. En el Centro, los códigos y pasaportes son diferentes. Pero bien ¿cuál es el origen de los barrios populares en Mar del Plata? La Ley de Propiedad Horizontal, sancionada en 1948, cambió la fisonomía del balneario e inició, de hecho, las migraciones de trabajadores y familias hacia una ciudad que aseguraba trabajo durante el verano y una vida apacible, casi pueblerina, durante el resto del año. En 1947, el Censo Nacional decía que General Pueyrredón contaba con 123.811 habitantes; número que se elevaría en 1960 a 224.571, un 80% de crecimiento, mayoría marplatenses adoptivos, aunque el dato es irrelevante para una ciudad satélite de Buenos Aires. La industria local, por aquella etapa, florecía junto al país y la mano de obra era demanda cotidiana. Una gran actividad económica abarcaba a los trabajadores locales y los beneficios eran invertidos en vivienda, comercio, bienes personales, automóviles, ocio. Los marplatenses solían tener dos empleos: el de todo el año y el que se conseguía durante la temporada para hacer la diferencia que permitía el progreso social. El levante económico de los sectores ligados a la pesca fue explosivo. La adquisición de buques de altura y la industrialización de las plantas procesadoras, entregaron un nivel de vida jamás soñado por los descendientes de los italianos pioneros. La pesca produjo una movilización social notoria. Los pescadores ya no tenían que salir al mar para abastecer los hoteles y restaurantes de la burguesía porteña, ahora pescaban para llenar sus barcos, para abarrotar sus envasadoras, para exportar. La prosperidad atrajo marineros espontáneos que luego se radicaron en Mar del Plata. Extrañamente y pese al abrupto florecimiento, la comunidad italiana nunca se desmembró ni canjeó su idiosincrasia. La mayoría siguió viviendo en el barrio Puerto, inclusive respetando la frontera étnica instalada desde los mismos orígenes del barrio: sur para los sicilianos; norte para los napolitanos. Las generaciones actuales de pescadores siguen aferrados a la tradición de sus ancestros, no saben de otra cosa, aunque cada vez son más los que se rinden a la certeza inexorable que la pesca ha vuelto a ser una actividad de supervivencia. En cuanto al turismo, los balnearios y locales gastronómicos produjeron el despegue de un discreto grupo de comerciantes que ahora representaría la clase alta marplatense. Las concesiones de las playas, balnearios, restaurantes y bares, fueron y son explotadas por una refinado grupo de marplatenses de segunda y tercera generación, que juegan golf, practican yatching; veranean en el Caribe y pululan por los paseos coquetos de Alem o Güemes. Paradójicamente, los grupos sociales más beneficiados por la Mar del Plata generosa de mediados de siglo -pescadores y comerciantes-, habitan en sectores vecinos pero sin cohabitar en lo más mínimo. Los sitios públicos son diferentes para ambos bandos y los pocos puntos de contacto son meramente físicos; la interrelación es ínfima, pese a que los intereses de vida son muy similares. Las clases más privilegiadas, en Mar del Plata practican un hedonismo light, casi temeroso, con singular preeminencia de la vida social, el deporte como terapia, la buena cocina, y la discusión de teorías relativas al espíritu y lo religioso, en ese orden. La generación madura se ha despojado de la pesada imposición de un dogma único: ya no más absolutismo heredado, paso a la libre interpretación de los sentimientos y la fe. La new age se entronizó en la sociedad marplatense como un bálsamo para el aburrimiento. En parte por la frustración devenida de un sistema familiar rígido y represor, la mujer suelen ser el vehículo de las novedades espirituales. Como bien señala Lipovetsky, (1) "las convenciones rígidas que enmarcaban las conductas han sido arrasadas por el proceso de personalización que en todas partes tiende a la desreglamentación y la flexibilización de los marcos estrictos". La vuelta al conservadorismo de ciertos países no puede tomarse como tendencia general, por el contrario, la tolerancia y las libertades individuales tienen hoy un valor cardinal, insustituible. =========================================================================== Un lugar para el amparo La Capital, martes 13 de enero de 1976, pág. 16. "Operativos. Nuevos procedimientos antisubversivos realizaron fuerzas militares y de organismos de seguridad, en distintos lugares de nuestra ciudad, según trascendió de fuentes policiales". Mar del Plata recepcionó en la década del '70 una oleada de exiliados internos que huían de las persecuciones militares. La guerra también se sucedía aquí, pero en un tono menor y con mayores posibilidades de paso al costado. De esta forma, migraron hasta el balneario, una camada de jóvenes extirpados de su entorno social que debían construir uno propio. Y así lo hicieron. Sin renunciar a sus convicciones políticas, pero desencantados de la lucha armada, los nuevos marplatenses supieron construir un espacio propio. Muchos de ellos profesionales y cuentapropistas, se acomodaron en la ciudad como quien habita una casa: había que modernizar ciertas áreas, aprovechar otras mejor y por sobretodo hacer de la ciudad un sitio cómodo y prometedor. Esos exiliados son hoy hombres con familia, dirigentes, referentes en definitiva de una sociedad que los aceptó sin prurito, pese a que para ciertos sectores representaban un peligro, o algo similar. El trauma y la frustración de los militantes acogidos por Mar del Plata fue haber sido desgajados por el curso inapelable de la historia de un proyecto político que prometía modificar el mundo y sus vidas. También hubo liviandad y narcisismo en muchos de los individuos que llegaron a Mar del Plata escapando de las cacerías de los servicios paramilitares. Es un hecho que la sociedad juvenil de aquella década sostenía la actividad política como rumbo exclusivo. El status y el prestigio social en el entorno estaba dado por el nivel de compromiso. Muchos aceptaron los sitiales de poder convencidos de estar realizando una empresa mística que les granjearía el máximo respeto de la sociedad revolucionaria. Era también una moda. Como era previsible, los hijos de esos militantes heredaron la esencia de la seducción revolucionaria, involucrándose en asociaciones de derechos humanos y preparándose en carreras humanísticas como filosofía y ciencias políticas, pero con preeminencia de historia. Los jóvenes que ahora tienen la misma edad de sus padres cuando llegaron a la ciudad, alientan una dialéctica dentro de sus grupos que explique y devele qué ocurrió y por qué ocurrió. Ya no veneran a los protagonistas propaladores de las batallas épicas; quieren y buscan un método que los conduzca a la verdad. Las diferencias temporales y políticas, sin embargo, no cambiaron los adversarios. La generación heredera sigue peleando contra la violencia, el despotismo, la desesperanza. Quizás ahora el enemigo no sea tan visible, pero independientemente de ello, los espacios sociales para el desarrollo y puesta en práctica de una ideología basada en la solidaridad, aumentaron en Mar del Plata. Aquí un punto de contacto con el Gran Mar del Plata, de un sector que si bien pertenece al Centro (heredero no legitimado del balneario), se encuentra cerca de la periferia a través de sus principios primordiales. Tal vez en este punto de inflexión se encuentre la bisagra que permita unir, no mezclar, las dos ciudades. La solidaridad como vehículo amistoso, la curiosidad como vínculo saludable. Ambas ciudades pueden mirarse en niveles similares atendiendo a que se enriquecen en forma recíproca. El Centro que observa sus miserias e intenta revertir lo que interpreta como injusto; el Gran Mar del Plata que escapa de su resentimiento y considera una posibilidad de apertura hacia el grupo de enfrente. A través de un reconocimiento sincero de la propia idiosincrasia, es que las dos Mar del Plata podrán entablar una relación saludable y duradera. Más allá de la posibilidad que, insisto, se dará sólo en función de un grupo con inquietudes sociales, todo cambio conlleva una crisis, un replanteo de la circunstancias pasadas y actuales que motivan el cambio. ¿Cuál bando sufrirá más el mea culpa: el Centro por su explotación sistemática del Gran Mar del Plata, o ésta por su vocación marginal y ánimo vengativo? Sin duda, no será fácil, el siglo y cuarto de vida de la ciudad arraigó la disputa con esmero. No hubo treguas, aunque sí es deber reconocer que algunos conflictos se atemperaron a partir de los gobiernos socialistas. La elección de Teodoro Bronzini en 1920 posibilitó que las obra pública se distribuyera con mayor equidad. Se fortalecieron las sociedades de fomento y la comunidad italiana en el Puerto recibió una reivindicación que aún se observa en los monumentos y nombres de las calles. Por primera vez, finales de la década del '30, la ciudad parecía poder torcer la historia. Algunas batallas contra los elegantes porteños se ganaban en un plano de igualdad que en nada apreciaba el establishment del momento. Aquellos inmigrantes y peones que oficiaban de servicio doméstico durante el verano, reclamaban un sitio en Mar del Plata y pugnaban por una participación social y política. El historiador Roberto Cova (2) describió con ejemplos puntuales el momento capital: "...el Bristol (hotel) entraba en su último etapa, el nuevo Casino esta próximo a inaugurarse y Playa Grande desplaza hacia el sur al turismo elegante...". "Comenzó entonces una nueva etapa...". El traslado de los balnearios suntuarios hacia el sur tiene su correlato en la Mar del Plata actual. Los sitios de veraneo más exclusivos comienzan a partir del Faro y se despliegan hasta el corte orográfico agresivo de la Barranca de los Lobos. También como en la primera mitad del siglo, el coto turístico del presente es disfrutado por una elite, ahora empresarial y profesional, de Buenos Aires; una suerte de nueva burguesía que comparte su espacio social sólo con la farándula de turno. Del mismo modo es cierto que los accesos a estos lugares se flexibilizaron en la medida que lo fue exigiendo la economía de mercado. Más allá del prestigio social y el brillo que puede otorgar un cierto grupo, predomina la ganancia y en función de ella es que se humanizan los filtros sociales: no hay otra razón. La tendencia se fue evidenciando en las dos últimos décadas: el poder económico ya no es propiedad exclusiva de los terratenientes, el imperio ganadero pareciera haberse recluido en sus estancias y abandonado su orgullo de casta. El protagonismo de la high-society en los tiempos dorados, en las primeras tres décadas del siglo, ya no existe. De nada vale decir ahora páis en lugar de país. La pragmática semiótica del balneario acabó por transformarse en un lenguaje más llano, ya no se pretende excluir al desconocido mediante una jerga hermética. Las pretensiones intelectuales de la vieja burguesía se transformaron en un menú de opciones que no precisamente incluye las letras inglesas y los salones del Louvre. El manifiesto cultural de la nueva elite, pasa por exigir originalidad y suprema capacidad de absorción en todas las novedades. Lo cultural tiene que ser accesible, breve, digerible. Los postulados del pensamiento contemporáneo de consumo masivo deben ser inteligibles porque de lo contrario son interpretados como meras vanidades. En una sociedad cada vez más alentadora del self-made y el corporativismo, el ejercicio intelectual es admirado desde una óptica romántica pero no práctica. Los referentes de la sociedad marplatense (de las dos sociedades), no son como otrora los humanistas consagrados ni los filántropos temperamentales. ¿A quien escapa acaso que el respeto ancestral por la conquista de nuevos estadios de progreso humano dejó su trono a la seducción materialista, al simple trazo grueso, al impacto y a la sublimación de lo joven y bello? =========================================================================== Doctrina frívola y acción La Capital, 16 de febrero de 1996, pág. 22. "El furor de los pub's beach. Varias playas marplatenses dejaron de ser patrimonio exclusivo de los adoradores del sol para ofrecer atractivas propuestas nocturnas sobre la arena". Salvo pocas excepciones, toda obra de importancia en Mar del Plata, todo cambio radical, se operó de la mano de un visitante, de un foráneo. Inclusive en la vida privada de los marplatenses, los extraños a la ciudad tienen una importancia central. Durante las temporadas, cuando la sangre bulle y el clima acompaña y alienta el deseo de diversión, los marplatenses buscan el toque exótico y desbocado de quien no es de aquí, de quien está viviendo una realidad que no es la suya. Los marplatenses comparten ése espíritu sin saber quizás que después, cuando el juego termine, sobrevendrá la frustración del regreso a lo habitual. El turista vuelve a su realidad cotidiana, fortalecido por la experiencia de haberse metamorfoseado en un individuo liberado, que su entorno no toleraría. El local, si aceptó la máscara que propuso su camarada visitante, tendrá que responder ante su grupo social por lo hecho, por haberse olvidado, en definitiva, de su condición natural de personaje de la ciudad. Este juicio social que se da básicamente con los jóvenes, y que se flexibilizó con la aparición de las tribus urbanas (surfers, skaters, rockeros, bolicheros, etcétera), obliga a éstos a un doble juego, basado en reconocer las limitaciones de la pertenencia a cierto lugar pero también la imperiosa necesidad, casi fisiológica, de no reprimir los deseos de nuevas emociones. En rigor, el malestar no deja de existir por más que el proceso de personalización admita ahora nuevos caminos e instrumentos. La brecha sigue existiendo por más que las elecciones individuales hayan dejado de ser estrictamente controladas por el entorno social. La acción está acompañada de un deseo lúdico, de las ganas de volcar las propias pasiones en un compañero que exista en función de otros objetivos y realidades. La alternativa subsiguiente, no menos elegida que la recién expuesta, es la indiferencia objetiva; ignorar con razonamiento de clan. Ningún desconocido aporta seguridad, no es bueno lo incierto; éstas podrían ser las premisas más evidentes. Con la progresiva caída del absolutismo político (no económico) las imposiciones sociales se suavizaron en ciertos aspectos y se endurecieron en otros. La pertenencia a un grupo determinado ya no es materia de juicio inapelable. Todo es un poco más free, y de hecho muchos jóvenes llevan actualmente una doble vida análoga a la de sus pares de la antigua Mar del Plata. El desembarco de la droga en verano, consumida con ciertos límites en virtud de una preservación física, es un hecho puntual que se desarrolla entre ciertas tribus urbanas con un sentido lógico. Consumir un poco, mantener el contacto con el underground purificador de los males sociales, zafar de los estigmas paternos, pero en paralelo pertenecer al grupo público establecido. No llegar a la marginación absoluta, ni a la adecuación total al entorno. Los bordes de las actitudes -entienden ellos- son divertidos pero también peligrosos. Fuera de la parodia veraniega del Centro, que admite todas las histerias posibles, la periferia controla sus impulsos con una calma criteriosa. El instinto pragmático se agudiza en el Conurbano. No hay tiempo ni ganas de esparcir ambigüedad. Tal vez de allí provenga un cierto desdén callado, no exteriorizado, por las diversiones de los turistas. Y no es que no se las comprenda (en algunos casos hasta se las envidia), lo que infiere es una simple escala de prioridades que no permite estructurar pasatiempos complejos. El ocio nocturno es simple en el Gran Mar del Plata, no difiere en esencia, del que existe en el Centro, pero las connotaciones sociales son extremadamente más numerosas y complejas en la bulliciosa ciudad céntrica que en los apacibles ámbitos del cinturón urbano. Las peleas callejeras tienen como detonador los roces dentro de los bares y discos. Los enfrentamientos ya tienen el membrete de folklóricos y suelen darse entre grupos alterados por el alcohol y la necesidad de respeto del entorno. Las riñas tienen lugar en ambas ciudades, pero en el Centro subyacen motivos diferentes a los de la periferia. En los bares de la zona de Playa Grande -barrio icónico del balneario- los combates son cruentos y significan un desafío para los prolijos chicos de las clases privilegiadas: ganar o perder, dar o recibir; y en las dos variantes se juega el respeto social, la posibilidad de quedar o no en el grupo de los triunfadores. La lucha física es paralela a la profesional: la mayoría de ellos son comerciantes o hijos de. El traslado de las reglas de juego del comercio del libre mercado a casi todos los ámbitos de sus vidas es prácticamente inevitable. ¿Y qué ocurre en la periferia? La expresión justa sería qué no ocurre en la periferia. El esparcimiento en el Conurbano es más acotado y socialista. Al bar de parroquianos con techo de chapa y barra de madera, también van los adolescentes el sábado por la noche; a la bailanta de moda, concurre tanto el padre de familia como el soltero y el bígamo. La diversificación de sitios esta condicionada sin duda por el capital de riesgo que se invierte en el ocio y por la conciencia de grupo, por el espíritu de cuerpo, que reina entre las clases menos favorecidas. Existe de hecho una necesidad de agruparse en el Gran Mar del Plata. En primer lugar, por un sentimiento de pertenencia que no pierden ni siquiera los desterrados y trabajadores golondrinas. Y también porque la realidad en las barriadas está dada en una porción bien delimitada de terreno. El resto, no tiene importancia. =========================================================================== El animal universal La Capital, viernes 5 de julio de 1996, pág. 24. "Los lobos marinos están en la quiebra. Aquéllas que alguna vez fueran las imperceptibles junturas de las estatuas construidas por José Fioravanti hoy son enormes grietas en la postal por excelencia de Mar del Plata. Los lobos necesitan la urgente intervención de la Provincia para recuperar su forma original y no caer hechos pedazos". Es cierto aquello de que "a cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura..." (3) [que representa los problemas del momento], y Mar del Plata tiene una por antonomasia en la naturaleza: el lobo marino. Ya describía el padre Tomás Falkner a mediados del siglo XVIII que sobre la costa local se agrupaban numerosas manadas de lobos. Inclusive, el sitio que actualmente ocupa la ciudad se conoció como "Lobería Chica". Y fueron precisamente estos mamíferos los que por algún tiempo bautizaron la zona en los mapas; Cabo Corrientes figuraba como "Cape Lobos"... Dada la importancia implícita de los lobos en la historia marplatense, vale indagar un tanto más sus características puntuales: Es pesado, poco ágil, desconfiado y de cuero grasiento. Parasita en las lanchas de pesca, jamás se aleja de la costa y vive en manadas de hábitos feudales. Se apiña en las rocas empetroladas del puerto y puede ser agresivo con los humanos. Entonces ¿por qué ese particular apego a un animal escasamente sorprendente y sin carisma? ¿Llevarlo en las postales o colocarlo en pedestales de granito asegura un perfil de ciudad original? ¿O da lo mismo identificarse con cualquier individuo de la naturaleza? Y si es así ¿por qué no encarnar un besugo? ¿Qué tal una nutria? ¿O la exigencia no es que sean seres acuáticos? Definitivamente entiendo que el lobo marino no es un buen animal, por más que aquí se los encontrará en cantidad a principio de siglo. El encanto del lobo puede que esté en su simpleza estoica y su vida cansina. Sobre la escollera Sur, presenta continuamente un particular y nauseabundo espectáculo. Basta verlos pisotearse y mostrarse los colmillos para llegar a la irreprochable conclusión que el lobo marino -a pesar de su altar en la última Rambla- no es figura correcta para una ciudad tan pretendidamente progresista como Mar del Plata. El lobo marino perdió su condición de símbolo de una ciudad en progreso romántico desde la nada absoluta. Pionero de los mares, ícono idealista para los pescadores inmigrantes, el lobo sureño ya es un animal domesticado, vicioso, apegado a la bahía segura del puerto y sus desechos de pescado. Su espíritu salvaje dejó de enfrentar al mar furioso y se refugió en los recovecos marítimos. ¿No le ocurre algo similar a la ciudad? ¿Los marplatenses no se han retraído a sus ámbitos históricos sin atender a las modificaciones sociales? ¿El nivel de debate público no se ha estancado en una retórica manoseada y sin sentido? Los lobos ya no acechan los cardúmenes, Mar del Plata perdió el aprecio por la innovación. Si debemos enfrentarnos a una dirigencia política chata que sólo discute sus intereses particulares, ha llegado el momento de exigir espacios de poder pero a través de una anarquía organizada, si vale la contradicción. Las demandas sólo parecen cobrar sentido, y ganar espacio, cuando tambalea el estado de poder de cierto grupo. El desafío para ambas ciudades está planteado en agudizar el ingenio y derruir así los cimientos de ese dominio constituido que Mar del Plata siempre detestó, pero nunca pudo evitar. La gaviota, como símbolo, podría significar una actitud adecuada para la ciudad sin rumbo. Costumbres austeras, dieta amplia y vuelo inteligente (come lo que sea y aprovecha el viento). No obstante, la gaviota es un animal mezquino, por momentos, pero también mágico y carismático. Su vuelo es majestuoso y no se lo puede dejar de ligar al océano de la aventura, del naufragio épico y de la pesca. Pero bien ¿también la gaviota puede corresponder al devenir del Gran Mar del Plata? Es lógico que este grupo reclame su propio animal; el símbolo de su existencia siempre exigida. Con ánimo de imaginar, podríamos endilgarle al Conurbano un animal tempestuoso, curtido, inclusive carnívoro, un poco despiadado y algo tramposo, pero básicamente sufrido. Los perros cimarrones que deambulaban por los campos de la zona, reúnen estas condiciones. Seguramente, los marplatenses tierra adentro prefieren un perfil paradigmático de su alegoría, y el cimarrón la tiene: no es muy difícil entrever un romanticismo salvaje en estos perros, ya parte de la historia gaucha porque también fueron símbolo y analogía de la existencia errática del resero, del peón, del domador, de todos aquellos habitantes de la llanura que nunca pudieron ganar la historia pública. El perro indómito, que se alimentaba de carroña pero que hipnotizaba con su libertad intransigente, sigue cautivando a el Gran Mar del Plata. Por tanto, no es necesario, ni mínimamente, que la ciudad menos favorecida acepte el símbolo impuesto por extraños a estas tierras que sólo pretendían hacer gala de un folklore barroco. Basta una mirada prolija para descubrir que el lobo marino jamás abandonó el Centro. Puede que la afirmación sea subjetiva (¿acaso no es un ensayo pretendidamente subjetivo?), pero no menos cierto es que la proposición adquiere visos de realidad cuando contraponemos que el perro salvaje siempre estuvo por fuera de la vida cotidiana de la ciudad constituida. Imperativo del balneario, el lobo marino trascendió los límites del Partido de General Pueyrredón como personaje icónico de la Mar del Plata Turística. Seguramente las dos reproducciones en piedra que adornan la salida al mar de la Plazoleta Almirante Brown, se encuentran en varios miles de cuadernos fotográficos familiares. En cierto modo, la comparación entre ambos animales no encuentra asidero más que en una propuesta imaginativa: la idiosincrasia de ambos animales semblantea las personalidades sospechadas de las dos Mar del Plata, pero no las define. Uno, por su destino de mascota boba sin más protagonismo que la presencia inevitable. Otro, por su perfil de sobreviviente, de obstinado, de peleador, de inmoral por obligación, de malvado que se regocija en su condición. Una comparación en principio hueca, puede ser el punto de partida de una reflexión profunda que descubra torturadores y castigados de ambos bandos, en ambas ciudades. Muchos de los traumas vividos en las Mar del Plata aún no tienen explicación. =========================================================================== Arquitectura y sociedad La Capital, domingo 2 de noviembre de 1919, pág. 4. "Incidente en una obra. En la obra en construcción del señor Fragnaud, se ha producido ayer un incidente entre dos delegados. Según parece, el constructor despidió a uno de ellos, y entonces los obreros se declararon en huelga. Esto ocurrió ayer antes del mediodía". El origen arquitectónico de Mar del Plata, se remite en principio a la estancia, entendida como una vivienda de construcción simple, agrupada alrededor de un patio. La estancia surge con el deseo local de comenzar a constituirse en ciudad. El proyecto urbano se consolida a partir de 1886 con la aparición de la arquitectura moderna y el uso del hierro y vidrio como materiales estéticos. Se conoce el art noveau y el uso del hormigón armado es ya, una cuestión cotidiana. En ese momento, se produce el primer gran contraste urbano y división de las ciudades. Paradoja visual agresiva, la casa criolla construida con barro convive junto a la fastuosa mansión estilo inglés o francés. Mar del Plata es todavía una sola pero ya surgen los puntos de conflictos. Comienza a ser altisonante su arquitectura y la disputa pública se traslada a un terreno urbanístico. Están aquellos que no quieren un puerto próspero y aquellos que sí. Cada grupo pugna por priorizar cierto tipo de obra que le beneficia. Surgen así edificios comerciales para el turismo y públicos para los marplatenses; las rambla primitiva y la Pellegrini para unos, y la Usina Eléctrica y la Compañía Telefónica Marplatense para otros. La década del '30 es quizás el período más rico de la arquitectura local; no tanto por la calidad, sino por la cantidad: en seis años -del '32 al '38- la superficie construida aumentó de 24.412 m² en principio a 120.774 m² sobre el final. Una auténtica explosión que explica las desprolijidades y el poco tino urbano que siempre se da con los crecimientos histéricos. En cierta medida, la convivencia a principios de siglo, pareció sobrellevar un período de mutuo respeto entre las dos ciudades, plasmado en el crecimiento edilicio casi paralelo de ambos estados. La diplomacia fue tácita hasta que los intereses del balneario chocaron contra los de la ciudad. Un claro ejemplo fue la negativa de Santiago Luro (hijo del fundador de la ciudad) a que se irguiera un puerto con posibilidades a futuro. De esta lucha, luego encarnizada, surgiría el dilema de un ciudad dividida por sus intereses particulares. Aun teniendo presente que ambos bandos sufrieron consecuencias negativas, ya todos sabemos quiénes, en rigor, perdieron. =========================================================================== Contacto celeste La Capital, jueves 1 de junio de 1995, pág. 11. "Aprendí de la cultura del pobre... la actividad de mi parroquia, a veces, tiene poco que ver con lo religioso y mucho más con lo social. Es mucho más lo que nos une, que lo que nos separa". (padre Luis María Ocampo). Existe un monumento todavía en pie de aquel intento de convivencia en el primer tramo de lo historia marplatense: la Catedral de los Santos Pedro y Cecilia. Aunque su construcción derivó de la iniciativa de un grupo de damas porteñas -cohorte tradicional de la iglesia-, nunca llegó a convertirse en bastión del balneario. En las misas, podía admirarse una heterogeneidad social sorprendente, teniendo en cuenta el conservadorismo de ambos bandos. El laisse faire de la alta sociedad se explica en que la mayoría de ellos divagaba en campos y estancias donde el contacto con los peones tenía algo de divertido y necesario. Aquí ocurría una cuestión similar. Sin embargo, los niveles de interacción se limitaban a la práctica conjunta del culto y algún cruce esporádico en las situaciones personales. La aparición puntual de los llamados curas sociales, contestatarios a ultranza del modelo liberal y defensores de un socialismo progresista; y su trabajo en las parroquias barriales del Gran Mar del Plata, alejó del Centro a los fieles con raíces en la ciudad, que años atrás se mezclaban los domingos en coloquios intimistas, en un puro juego social que hoy ya no tiene lugar. En los asuntos del alma, los creyentes volvieron grupas hacia la seguridad de los espacios propios que, muy astutamente, la iglesia católica supo crear. Si bien no es mentira que la mayor acción social en los barrios la promueve la iglesia, no puede soslayarse que existe una utilización política de la adhesión del Gran Mar del Plata. Extrañamente, o tal vez no tanto, las franjas sociales desprotegidas siempre han sido público cautivo del dogma católico. La influencia sobre el desarrollo de estos sectores, también es claro, pero no logra su pretendido cometido de contención. Quienes se encuentran por fuera de los pactos y convenciones sociales, no encuentran sentido (y por el contrario sí lo encuentran en la agresión y repulsa abierta) a la participación en la fe colectiva. Los chicos en la calle y de la calle, con su sentido práctico inobjetable, utilizan la estructura de las parroquias para continuar su eterna carrera de supervivencia. Como meta existencial, en términos generales, la propuesta católica ya no sirve para el Conurbano; se queda en letra muerta, en ilusión. Las necesidades mínimas no están satisfechas y todo a partir de allí pierde sentido, más aún la propuesta utópica de una vida después de la muerte, lugar común y sortija de las religiones. El concepto mismo de vida se desdibuja y Tanatos cobra fuerza, un poder demoledor y apasionado: "vivir sólo cuesta vida" acusa la cultura del rock, pero cuando se comenzó a gastar la existencia, más vale no dejar restos. La fe de los habitantes del Gran Mar del Plata toma también otros caminos alternativos al catolicismo. Si bien ya no es ningún fenómeno nuevo, los cultos llamados electrónicos por su explotación de los medios, ganaron un espacio significativo en el Conurbano. Mediante una organización sectaria, los cultos lograron un nivel de compromiso que ni la política, ni la práctica ortodoxa del catolicismo, obtuvieron en los barrios de la periferia. De algún modo, los curas sociales -bendecidos y utilizados; amados y odiados por la "iglesia institución"- saltaron el cerco de la función meramente sacerdotal y pasaron a ser paradigmas del Conurbano. La ciudad festeja sus rebeldías y silenciosas confrontaciones con el episcopado, no por un interés en las discusiones teológicas, sino por una inconsciente necesidad de revancha. El Gran Mar del Plata sabe que la iglesia ha expresado siempre un apego natural por el balneario; ocurre que ahora la ciudad de las afueras cobró una importancia si se quiere estratégica por su condición de masa, de conjunto virgen, maniobrable y en ocasiones deliciosamente ingenuo. Pese a todo, la influencia de los cultos en el principio de la vida colectiva del Conurbano, en el alma de la periferia, no puede medirse en función de la existencia de ciertas necesidades más imperiosas, que desdibujan el afecto a una doctrina. En el Centro, la fe se mide por la asistencia a misa y la cronométrica entrega de óbolos; en el Gran Mar del Plata, la espiritualidad se práctica con más fruición, aunque la participación esté acotada por los imperativos materiales. El delincuente menor de edad, cuyos intereses no trascienden los estímulos hedonistas, obtienen en la estructura de la iglesia un punto de contacto con el anhelo general del Mar del Plata dream que el Centro apuntala machacando en todos sus espacios publicitarios. Los chicos se cobijan en los proyectos sociales de los curas de la periferia y comprueban la existencia de una realidad inaccesible desde su posición social. La experiencia vale pero no queda claro cuál es el objetivo: ¿extirpar el elemento de su entorno o que éste, adiestrado, lo transfigure a imagen y semejanza del prototipo cristiano? La duda carcome las mentes devotas preocupadas por el movimiento social. =========================================================================== Bifurcaciones de la historia posible La Capital, domingo 31 de marzo de 1996, pág. 14. "Actitud colectiva y solidaria. Nuestra ciudad puede ser el punto de partida de una actitud colectiva y solidaria, independientemente del sector al que uno pertenezca (...). También es claro que si nos va mal como ciudad, nadie se salva solo, aunque tal vez aquellos que mejor están tarden un poco más en postrarse". (Intendente Elio Aprile). No hay por qué temer los cambios profundos. Una comunicación veloz con la Cabeza de Goliat (4) -axioma sobre el cual alertaba Ezequiel Martínez Estrada- bien puede ser una bendición para una ciudad que eternamente clamó por contención. También otro axioma -esta vez responsabilidad de Juan Domingo Perón-, advierte la posibilidad de acceder al siglo XXI unidos o dominados. La propuesta, es hoy un tanto críptica porque de hecho cambiaron los dominadores a los que hacía referencia Perón. Los tentáculos de la explotación son ahora más sutiles, imperceptibles diríamos si cada tanto no se recordara con acciones diáfanas quién ejerce y ostenta el poder. La individualización corre por cuenta del interesado. Pese a todo, la idea aquí no es resumir y sopesar los males que ya todos conocemos, por el contrario, los análisis del ser y del devenir marplatense deben estar ligados a una acción superadora; desprender de una vez y ya, los males y traumas ajenos que desembarcan cada temporada. El ser marplatense debe cambiar, derivar su rumbo con violencia y observar que otros modelos de sociedad son posibles, que existen espejos válidos más allá del Río de la Plata. Las dos ciudades, una por sobre la otra, deben resignar el papel de satélite y buscar una alternativa, si se quiere, en la osadía. Buscar un cambio brusco sin retorno que obligue a modificaciones bruscas pero que también derive, con el tiempo, en una revalorización de los esquemas, en una conducta adquirida ganada a la historia. La readaptación es inapelable. O de lo contrario, las dos ciudades -cuyo abismo de separación ya no podemos desconocer- caerán en un proceso cíclico de tensión-relajación de los conflictos sociales; con intermitencias temporales pautadas por la economía y los factores externos, las ciudades agudizarán todo aquello que provocó las diferencias entre ambas. Sería ilusorio anticipar que la libertad de elección de los grupos (entrenada por el consumo y la oferta exagerada) logrará una definitiva reconciliación a través de la comprensión entre los individuos y la aceptación de las propias limitaciones. Mar del Plata, es ya una realidad inapelable, deberá remontar una historia plena en discusiones de forma y no de fondo. Disponer a sus habitantes para el debate profundo no será tarea fácil, más allá que no habrá una responsabilidad única en la derrota o el fracaso: el resultado será compartido y vaya con la paradoja: una ciudad en franca disolución podrá alcanzar su ideal, si y sólo si, se une sin reticencias. Vale aquí un lugar común de la política local: "Otra Ciudad Es Posible". ¿Pero es posible en función del esfuerzo de cuál bando? El peligro de una nueva caída en la necedad, en el egoísmo eterno de la masa (actitud que siempre evitó renacer una ciudad con identidad propia), otorga un punto oscuro, un gran interrogante que no podrá ser contestado hasta tanto no se produzcan cambios sinceros en los dos grupos sociales, principalmente por supuesto, en el dominante. Es difícil evitar una sentimiento de encono hacia la Mar del Plata siempre favorecida, alimentada y acicalada por el poder político, y mínimamente vapuleada por el temperamento climático de este paralelo. Pero el Centro fue sincero, respondió a su naturaleza; ¿cómo lograr que el halcón no ejecute su presa? ¿cómo evitar que ciertos sistemas propicien la explotación del hombre por el hombre? Al igual que en los ejercicios filosóficos, la pregunta vale más que la respuesta. Tomar revancha por los abusos que tuvieron lugar en Mar del Plata, y castigar a los herederos accidentales de los abusadores, no ayudará al planteo de una hipótesis de solución. Aventajaremos al estigma de esta ciudad, cuando todos reconozcamos que se accede a la armonía comunitaria a través de la solidaridad entendida como un bien personal, como un progreso propio y cierto. Entregar bienes materiales o tiempo, no es un sacrificio en una sociedad donde la caridad reporta más beneficios a quien la da, que a quien la recibe. Muy cierto y muy obvio es también que los cambios deben tener un comienzo. Volver a pelear por los mismo intereses clasistas que agobian hasta el hartazgo no provocará el despegue definitivo de la ciudad hacia un cauce armónico. En una sociedad saludable, encender la mecha sería la función de los intelectuales. No los hay aquí, al menos en profusión, y de seguro no acudirán cuando se los llame. Hay que crearlos en un ámbito comunicado con el resto del pensamiento contemporáneo. No se trata de alinearse detrás de modas fútiles o corrientes fósforo, sino de una saludable remoción a través de todo aquello que posee espíritu y una oportunidad de influencia en el mundo. Las claustros producen interesantes prospectos que no tienen más salida aquí que el aeropuerto internacional o la cátedra de sueldo miserable. Para Jean-Paul Sartre, (5) "el escritor (intelectual arquetípico) podría preceder o acompañar a los cambios de hecho" puesto que para él allí se encuentra "el sentido profundo que hay que dar a la noción de autocrítica". Con algo de utopía fervorosa, el filósofo francés da la clave de un frente factible para la paulatina solución de la fragmentación social marplatense. Estamos de acuerdo con que la Francia del '50 no es ni similar a la Mar del Plata del '96, pero el postulado de Sartre exuda un cierto idealismo nunca ni mínimamente visto por estos lares, que haría bien a los andamiajes críticos de la universidad anquilosada. Supongamos que una generación espontánea de intelectuales reaviva el sentido crítico de la ciudad y comienza una etapa de prédica y práctica del análisis social. Los traumas aflorarían y las crisis golpearían a los sonámbulos de pies pesados y mirada banal, pero paralelamente al sufrimiento de algunos habría movimiento intelectual, las ideas de seguro fluirían entre las nuevas generaciones de dirigentes y se produciría al fin la eugenesia tan ansiada. Las disputas públicas frágiles desaparecerán por el peso propio de los temas que se debatan. La tribuna de doctrina volverá a las calles y cafés, a las playas y bulevares; un sentimiento romántico invadirá el ser marplatense que, sin más dudas, se arrojará en brazos de una nueva existencia. Tamaña perspectiva no podrá menos que superar la abulia tradicional del ser marplatense. El marplatense apático, se construyó en el servilismo veraniego, en la imposibilidad de un espacio completamente propio. Aquí se vive de prestado en los sitiales claves, en los grandes lugares, porque con criterio mercadotécnico los terrenos son utilizados en la modalidad use-y-tire. Se instala el circo, se agota la comparsa y el espectáculo queda en residuos que la naturaleza se encargará de barrer, pero en tanto, el hombre afincado en esta tierra, observa la decadencia de los desperdicios humanos y, para su desgracia, cae en la ira sin rumbo ni resultado. Tiene algo de irresponsabilidad no prever que los mercaderes volverán año tras año a usufructuar la tierra, los emplazamientos privilegiados y la energía de un pueblo que aún no se convence de serlo. Mar del Plata saldrá del atolladero no con el tiempo, sino con el convencimiento de ubicarse entre los grupos protagonistas de un proceso histórico. La aparente fragilidad que puede atribuirse al postulado en la sociedad ligth, no es tal si la propuesta de cambio es sólida, si las metas pueden imaginarse y si involucran al conjunto de los interesados, sin falsos líderes ni entrometidos. Martínez Estrada, en su paseo delicioso por la Buenos Aires que ya no existe, señala a las muchachas porteñas empleadas como seres abnegados y pudoroso en la pobreza, con un sentido de la economía sorprendente. El ensayista nos asegura que cuando éstas acuden a los comedores familiares "miran los precios de la lista antes que los platos" (6) y que "piden lo que corresponde al precio, que casi siempre coincide con algo que estaban dispuestas a comer". Las mujeres -insiste el autor-, "son capaces de conformarse con su destino más heroicamente" que el hombre. ¿Qué duda cabe?, si observamos en la vida cotidiana del Gran Mar del Plata como las mujeres apuntalan la supervivencia, fabrican remedos para la miseria, ejecutan malabares de racionalización, empujan a su gente, y trabajan ellas mismas, en fábricas y comercios. El heroísmo no es un bien suntuario entre las mujeres marplatenses, es una característica ya olvidada como tal, de tanto tiempo transcurrido. Desde las primeras trabajadores del saladero hasta las fileteras y cajeras de supermercado, toda esa casta benefició a los marplatenses con un pragmatismo valeroso y certero. Las mujeres pueden manejar cierta influencia social superadora, tal vez en mayor medida que los hombres. La clase media marplatense -articulación colectiva entre ambas ciudades- responde todavía a esquemas maternalistas. La madre o las mujeres continúan teniendo un sitio preponderante en las decisiones de peso dentro de la familia. Este aspecto puede significar un reflujo de actitudes, opiniones y juicios que prenderían en la sociedad de cara al cambio de ciertas normas. El individuo debe confiar en una fuente que le traduzca el mundo y le indique cómo debe moverse y responder en toda la maraña de alternativas. Los indicadores en el caos pueden no estar visibles pero una instrucción correcta puede develarlos. Es una obligación buscarlos y activar el proceso de modificación de las realidades que en forma general se juzgan en oposición a la ciudad pretendida. El camino aquí, de hecho está librado de escollos que en otras partes significarían precipicios insalvables. Querer otra Mar del Plata es sin duda el primer movimiento, la actitud correcta. Una Mar del Plata responsable y consciente de su propia vida, que integre a los desfavorecidos y actualice, de una vez por todas, sus enmohecidos códigos sociales. Esa es la clave de nuestro bienestar futuro. Una teoría generalmente aceptada sostiene que esta ciudad funciona como prototipo de los cambios nacionales. Si así fuera la responsabilidad es doble y el desafío casi insoportable. Pero la historia, así de irremediable, nos demanda esa inmolación. =========================================================================== Notas 1. Lipovetsky Gilles, L'ère du vide. Essais sur l'individualisme contemporain, Éditions Gallimard, París, 1983 (tr. castellana de Joan Vinyoli y Michèle Pendanx, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, octava edición, Anagrama, Barcelona, 1986, pág. 65). 2. Cova Roberto O., Síntesis histórica de Mar del Plata. Notas para el conocimiento del origen, evolución y desarrollo de la ciudad y zona, Primer Premio Municipalidad de General Pueyrredón V Concurso Anual de Estímulo a la Producción Artística y Literaria, Mar del Plata, 1968, pág. 27. 3. Lipovetsky, op. cit. pág. 49. 4. Martínez Estrada Ezequiel, La cabeza de Goliat, Capítulo Biblioteca Argentina Fundamental, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1981, t. I y II. 5. Sartre Jean-Paul, Situations, II, Gallimard, París, 1948 (tr. castellana de Aurora Bernárdez, ¿Qué es la literatura?, sexta edición, Losada, Buenos Aires, 1976, pp. 100-101). 6. Martínez Estrada Ezequiel, op. cit. pág. 96. =========================================================================== El autor Felipe Celesia nació en 1973 en Buenos Aires y al poco tiempo sus padres se trasladaron a la ciudad de Mar del Plata escapando de la persecución del gobierno militar. A los nueve años logró reconocimiento con el cuento "El testamento", al igual que el año pasado con el ensayo "La ciudad enemistada", que eligieron como ganador del Premio de Literatura "Osvaldo Soriano", Beatriz Sarlo, Juan José Sebreli y María Saenz Quesada. Sus años de estudiante en el secundario estuvieron signados por los cambios de establecimientos y las sucesivas repeticiones de cursos. Diez años y seis colegios le demandó concluir la carrera. Actualmente es estudiante de filosofía en la Universidad Nacional de Mar del Plata, estudiante avanzado de francés y trabaja como periodista de información general, cultura e investigación en el diario "La Capital". También forma parte del equipo editor del proyecto de publicación literaria en Internet del Centro Cultural "Villa Victoria Ocampo". Su próximo proyecto es un libro de relatos de un viaje por Africa. =========================================================================== La edición electrónica de este libro se terminó en agosto de 1997 y está disponible en http://www.letralia.com/ed_let/ciudad =========================================================================== (C) 1997, Felipe Celesia. Editado por la Editorial Letralia. Internet, agosto de 1997. La Editorial Letralia es un espacio en Internet patrocinado por la revista Letralia, Tierra de Letras y difundido a todo el mundo desde la ciudad de Cagua, estado Aragua, Venezuela. Contáctenos por correo electrónico escribiendo a editorial@letralia.com. Editor: Jorge Gómez Jiménez (info@letralia.com).