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Amado Martínez Lebrón: “Amo esta isla y no me imagino viviendo en ninguna otra parte del mundo”

domingo 19 de marzo de 2017
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Amado Martínez Lebrón
Martínez Lebrón: “Todo lo que defiendo como principio de mi trabajo artístico hasta el momento está sugerido por la perspectiva de mi clase”. Fotografía: Alvin Cuoto

Amado Martínez Lebrón (Puerto Rico, 1973) ha vuelto a compartir unas palabras conmigo que, como otras previas, son para compartirlas con vosotros. “Seres varados” y “Torno, retorno y trastorno de la línea” son videos en línea que documentan parte de la obra de Martínez Lebrón. Su trabajo creativo más reciente se puede conocer en Facebook: Tienda la Línea. Las piezas que expone son para la venta inmediata y, como son arte a precio de obreros, no sobrepasan los ochenta dólares. Como en la exposición anterior, espero que seas solidario con Amado si eres de los que valoras su trabajo creativo y activismo político-social por ti y tu país, el que te queda o nos queda, si algo queda. Como antesala, una vez más comparto con todos vosotros sus respuestas a una entrevista que he tenido ocasión de hacerle a Amado en torno a esta nueva exposición y su trabajo creativo.

—Eres un artista que a su vez es un activista. Hace cerca de un año tratamos de tu exposición “Las Venturas de El Hombre Fuego Artificial” (11 de junio de 2016). ¿De qué trató o tratabas en esa colección de dibujos y de medios mixtos?

Yo hago desde dibujos hasta choques políticos, algunos performativos, otros no, trabajos efímeros de desobediencia civil, intransferibles e innegociables, videos y hasta dramas inefables.  

—“Las Venturas de El Hombre Fuego Artificial” fue una colección de estampas dibujadas a mano y tinta, que se presentaron el año pasado en Art Lab como el “story board” de una historia fantástica. Cada situación o estampa es protagonizada por un personaje que creé junto a mi hijo de cuatro años de edad, el célebre Isaías. La colección se tituló Las Venturas de El Hombre Fuego Artificial porque el protagonista es un hombre que estalla como los fuegos artificiales ante diferentes venturas, y fueron precisamente sus venturas los temas de cada uno de los dibujos expuestos. Ha sido una de mis colecciones favoritas, entre otras cosas, por todo lo que me divertí con mi niño en el proceso.

Sin embargo, y hablando de cosas más recientes, estoy trabajando ahora mismo en un proyecto que he titulado Tienda la Línea y que en cierta forma viene a ser una continuidad y al mismo tiempo una conclusión de mis pasadas presentaciones. Con Tienda la Línea trato de concretizar una propuesta que llevo defendiendo hace ya un tiempo y que consiste básicamente en entender la necesidad de hacer arte que esté al alcance del bolsillo obrero. Al unísono con estas colecciones que mercadeo para la venta, trabajo piezas conceptuales, audiovisuales y performativas, y con esto quiero decir que me paso construyendo obras que no me generan ingresos.

Yo hago desde dibujos hasta choques políticos, algunos performativos, otros no, trabajos efímeros de desobediencia civil, intransferibles e innegociables, videos y hasta dramas inefables. Pero para poder seguir trabajando en la creación política tuvimos que plantearnos una forma de generar ingresos y para eso empezamos a producir colecciones bajo temas y conceptos definidos y en cantidades limitadas. Casualmente, pero para nada accidental, produzco colecciones con las cualidades que aspiro a ver en una organización política revolucionaria: grupos coherentes compuestos de piezas únicas e irrepetibles, unificadas bajo conceptos, y que, sobre todo, sean capaces de convertirse en grandes cosas desde la estrechez de sus recursos.

No hay nada que me interese más que poder vivir del arte, pero la cosa es que no me interesa depender de grandes coleccionistas o de millonarios que busquen decorar con piezas irrelevantes y monumentales sus casas, sus barrios y sus corporaciones públicas y privadas. A mí no me interesa “dar un palo y forrarme”, yo sólo quiero poder vivir como un obrero del arte. Tampoco puedo dedicarle años a una pieza artística, aunque lo he hecho (ej. Amado SJ 2012). Mucho menos quiero ser un artista comisionado por un banco o el gobierno, pues para mí sería una contradicción insalvable. Aquí debo aclarar que entiendo que para otra gente eso no sea un problema, y yo sería incapaz de ponerme cristiano al respecto, o sea, que yo no los juzgo. Cada cual defenderá sus intereses, pero para mí es un problema serio en el camino hacia la libertad, que sólo podamos imaginarnos entre benefactores ricos, porque nos dediquemos a crear piezas que sólo los ricos puedan comprar. Pienso que hasta que no abandonemos la relación de dependencia entre la producción artística y las clases dominantes, no podremos usar el arte como herramienta de libertad. Pero igualmente sé que no todos buscan cambiar el mundo, y muchos sólo quieren triunfar en él.

De otro lado, entiendo que no se puede usar el arte como herramienta de liberación si no podemos ganarnos las habichuelas con él. Un artista que dependa de los ricos no va a querer molestar a sus clientes con protestas reclamando la distribución justa de riquezas, pero a un artista que se le haga imposible vender su obra se le va a hacer bien difícil también. Por lo tanto, pienso que debe ser parte de una propuesta artística revolucionaria mantener la línea política en contra de la desigualdad económica no sólo en el contenido y la técnica de la pieza, sino también construyendo cosas que pueda adquirir el público al que aspiramos a inspirar.

No creo que reproducir el éxito económico de los poderosos valiéndose del arte sea una vía que respete a la humanidad, tampoco. Así que aspirar a ser un artista millonario me parece que es en cierta forma quitarle toda la energía revolucionaria a la creatividad, porque la abundancia económica nos hace conservadores, porque nadie quiere cambiar lo que nos da un estilo de vida holgado y generoso. Para evitar mucho de eso es que está Tienda la Línea, lo nuevo después de El Hombre Fuego Artificial.

—¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarla? ¿Qué relación tiene esa colección con tu trabajo creativo y tu activismo entonces y hoy?

—Pues si todavía se refiere a Las Venturas de El Hombre Fuego Artificial tendría que decir que fue una colección de combustión espontánea que ya está repartida en más de cuarenta hogares obreros y cerró su ciclo felizmente. Fue representativa de mi propuesta conceptual, entre otras razones porque a cada pieza de la colección se le dio precio a partir de la cantidad de horas invertidas en ellas y cada hora la cobramos a diez dólares. La propuesta de hacer arte al alcance del bolsillo obrero implica, por lo tanto, regalar la inspiración y cobrar sólo la mano de obra. Esta misión de acceso económico al arte ya ha acompañado a tres de mis últimas colecciones e inspiró el nuevo proyecto de Tienda la Línea.

Tienda la Línea es el germen de una tienda itinerante con diversidad de obras y artistas que contiene tres colecciones: “Línea blanca”, “Torno, retorno y trastorno de la línea” y “Seres varados”. Las tres son colecciones mías porque este lanzamiento lo visualizo como el prototipo del proyecto a largo plazo, que incluiría a otros artistas en otros lugares, etc. Tras las colecciones de esta entrega debutante de Tienda la Línea está como protagonista la “sucesión de puntos alineados”, ya sea literal o figurativamente, y uno de esos puntos es hacer arte al alcance del bolsillo obrero.

Usted me preguntó sobre mi activismo político y, si no entendí mal, también de cómo compagina éste con mi propuesta artística, y tendría que resumirlo a que soy un activista que dedica mucho tiempo a pensar obras de arte desde la perspectiva de gente sin medios de producción; esto lo adopto como materia de contenido, pero también como reflejo de mi realidad socioeconómica y la de la gente que aspiro a tener como público. Busco formas de crear que reflejen mi posición de clase tanto en lo que digo, como en los materiales y el proceso de producir las piezas, porque me interesa mucho que la gente que pertenece a mi círculo, que vive y sufre la austeridad y la precarización del trabajo, puedan adoptar concretamente mi obra. Como parte de la propuesta también rescato muchos elementos tildados de inútiles para convertirlos en materia prima de mis piezas. En este primer inventario de Tienda la Línea, por ejemplo, presento una serie de esculturas ensambladas exclusivamente usando material natural encontrado en una playa de Piñones. Cada escultura es un personaje arquetípico dentro de la colonia y carga con una caracterización específica que incluye un microrrelato. La colección se titula “Seres varados”, lo que dice mucho de su contenido político y su vínculo con mi activismo.

—Si comparas tu crecimiento y madurez como persona, artista y activista, entre la época que te gradúas de la Universidad de Puerto Rico con tu época actual de artista y activista en Puerto Rico, ¿qué diferencias observas en tu trabajo creativo?

—Mis trabajos más tempranos fueron trabajos muy cerebrales, eran performances quizás muy rebuscados y shows complejos que contenían muchas partes efímeras. Escribía bastante poesía también; dibujaba menos, construía instalaciones, y trabajaba video experimental, entre otras cosas. Con los años, invertí más tiempo en obras audiovisuales porque me influyó mi trabajo en la publicidad y por eso del verano de 2011 a noviembre de 2012 hice una campaña valiéndome sólo de videos que colgaba en YouTube y Facebook, y en donde me postulaba a la Alcaldía de San Juan como un candidato ateo y anticapitalista. Amado SJ 2012, la llamé.

De un tiempo acá, digamos desde alrededor de cuatro o cinco años, me he dedicado a trabajar piezas que se puedan convertir en parte de otras familias y que me permitan crear vínculos empáticos con la audiencia que me interesa. Casualmente, este giro en mi trabajo coincide con la llegada de mi hijo.

—Combinas tu arte con tus palabras. Escribes, sé que escribes bastante y bien, y también participas activamente de la resistencia contra la intervención de la Iglesia en el Estado, y contra la Junta de Control Fiscal estadounidense sobre los activos de nuestro país. Amado, ¿cómo visualizas tu trabajo creativo con el de tu núcleo generacional de artistas y activistas con los que comparte o ha compartido en Puerto Rico? ¿Cómo has integrado tu arte a tu activismo o tu activismo a tu arte?

—Pienso como Sun Tzu que la guerra es un arte, y creo también, como le leí decir a Ernesto Sábato, que el arte podría salvarnos. Entre mis compañeros de lucha hay muchos artistas y eso no me sorprende en lo absoluto. Tampoco me sorprende que su obra plástica, literaria, fílmica, musical, teatral, etc., no pueda separarse de su activismo. Pintan su cuerpo, escriben las paredes, se disfrazan y actúan como seres libres dentro de esta gran prisión que es la colonia. Sin embargo, debo aclarar que mi generación no necesariamente es la que más milita en la calle, aunque esté en su pico creativo. La calle, con su protesta radical de desobediencia, enfrentamientos con la policía y arrestos, está entre los 20 y 35 años mayormente (hay sus excepciones), y sus miembros producen militancia como producen obras de arte.

Los privilegios de clase adelantan o restringen en todo.  

Mi generación ya está asentada, algunos en puestos de poder, algunos muertos, porque hasta mi edad no llegan los maleantes ni los pobres enfermos, muchos de seguro están presos por marginales, otros ya son veteranos del ejército y me atrevería a apostar que si sacaran cuenta de todos los que nacieron en la isla para 1973, descubrirían que la inmensa mayoría ha emigrado. Muy pocos, casi ninguno, está todavía en desarrollo. En eso podría sentirme algo solo, pues me visualizo como un adolescente a mis 44, y no en el sentido de que tengo muchas energías y fuerza, sino porque el futuro se me manifiesta como una mancha indefinida y todavía me pregunto qué quiero ser todos los días. Nada, estoy inclinándome a pensar que esto es lo que llaman el “midlife crisis”.

Mientras yo estoy en una constante crisis existencial luchando por cosas que no existen, como la justicia económica, la erradicación de la pobreza y la vida secular, tengo congéneres que ya se han retirado por ventanas tempranas de jubilación, tengo contemporáneos en puestos de mucho poder dentro de partidos y corporaciones. La gente que se graduó conmigo, por ejemplo, son señores y señoras exitosas en el sentido más tradicional. Gente con dos o tres hijas, dos carros y una hipoteca. Su producción está en la etapa que llaman madura y el tiempo ha filtrado a muchos con talento e impulsado a otros que, si bien no tienen tanto talento como muchos de los descartados, tenían siempre una importante red de apoyo y una fuente de ingreso segura que les permitió tomarse riesgos. Los privilegios de clase adelantan o restringen en todo.

—¿Cómo concibes la recepción a tu trabajo creativo dentro de Puerto Rico y fuera, y la de tus pares?

—Mis pares incluyen “performeros”, escritores, músicos, teatreros, cineastas, dibujantes, ebanistas, constructores, arquitectos, entre otros. Practico más de un medio de expresión. Sin embargo, en ninguno alcanzo el nivel de grandes presupuestos. Es más, en ninguna de mis facetas de trabajo artístico invierto dinero. Eso lo establezco para que entendamos que cuando hago cine lo hago con la cámara de mi teléfono y cuando hago música es “sampleo” de material tomado sin permiso, y así por el estilo. Rescato materia prima, regalo la inspiración y establezco precios a partir del salario que entiendo debería ser el mínimo federal, desde hace más de dos años.

Todo lo que defiendo como principio de mi trabajo artístico hasta el momento está sugerido por la perspectiva de mi clase, que en el fondo quiere decir que produzco desde mi precariedad. Mi alcance fuera de la isla va empujado con iguales desventajas que aquí, pero la ventana que hemos abierto en redes sociales nos ha puesto en contacto con muchos puertorriqueños en la diáspora, fundamentalmente ubicados en Estados Unidos. Debo igualmente aclarar que mejor que yo hay muchos artistas, claro que sí, pero hay muchísimos que son peores que yo, también. Yo pienso, sin embargo, que los trabajos asociados al proyecto de arte obrero, que yo defiendo y represento, entiéndase el arte hecho por obreros y para obreros, debe ser siempre sopesado desde el reto que implica producir desde la escasez de recursos.

Aquí sería imposible exigirle los parámetros de obra maestra a reflexiones plásticas breves, pero igual que en la poesía, la calidad de la pieza aumenta cuando es capaz de hacer cosas extraordinarias con elementos ordinarios. Pienso que como humanos seríamos mucho mejores administrando los recursos si partiéramos de esos principios y, en lugar de desperdiciar y consumir y desechar, produjéramos sin generar basura, por decir lo más urgente. No es lo mismo armar un asiento en una fábrica que cortar un árbol y hacer de rabo a cabo una silla con su madera. Cuando se hace todo el proceso de crear una silla, esa silla no se bota, aunque no sirva ya para sentarse; sería absurdo, mínimamente sería leña o materia prima de otra cosa. Y no es que tengamos que hacerlo todo, pero pienso que deberíamos poder saber el trabajo que implica por experiencia propia hacer las cosas. Digo esto porque crear cosas valiosas con lo que no nos cueste es una propuesta artística pero también política, porque si lo piensan, podría liberarnos si somos consistentes.

—Sé que eres de San Juan, Puerto Rico, con cierto pasado dominicano. ¿Te consideras un artista puertorriqueño o no? O más bien un artista, sea éste puertorriqueño o no. ¿Por qué?

—El tema de la identidad cultural, y por ende nacional, es algo que me apasiona. Me apasiona porque en Puerto Rico me conmueve ver ese espíritu luchador alimentado por una idea de lo típico, por el respeto a los usos y costumbres y a la enarbolación de la identidad patria. Me intriga sobremanera el espíritu de afiliación a una “comunidad imaginaria”, como diría Benedict Anderson. Me apasiona, primero que nada, porque sé que existe y lo veo entre mis compañeros de lucha cuando asumen como principal identidad la puertorriqueñidad; sin embargo, en mí ese ímpetu romántico de amor al terruño no existe de igual forma. Yo lucho porque quiero mejores servicios de salud y educación, porque quiero comida producida con respeto a la naturaleza, quiero vivienda segura, y una feliz y larga vida. Lucho o aspiro a luchar por acceso justo a recursos y eso lo quiero hacer con cualquiera que esté a mi lado, así sea nacido aquí o en Marte. Yo lucho contra el capitalismo y el capitalismo está en todas partes, es lo que digo. Así que nada gano viéndolo todo encerrado en una isla y desde la afirmación de una identidad que para colmo puede vivir en paz con el capitalismo y su plusvalía. El nacionalismo, sin embargo, fue la primera forma de ideología contestataria con la que me identifiqué, aunque me duró muy poco.

Yo soy de los que piensan que es nacionalismo toda defensa apasionada de una identidad, llámese dominicana, puertorriqueña, hombre o artista. Cada identidad tiene una enorme cantidad de representaciones y obligaciones, por lo que todas, al referirse a definiciones imaginarias y contingentes, tienen igual validez. El dominio de una identidad sobre las otras lo define llanamente quien gane en el frente de guerra social y no ningún parámetro de verdad o de corrección ideológica.

Nada, que el marxismo me trajo hasta aquí, pero no puedo dejar de querer luchar por la tierra de mi madre. Amo esta isla y no me imagino viviendo en ninguna otra parte del mundo; aquí habita todo lo que más amo y todo lo que me ama a mí a pesar de lo que soy. Para mí irme no es una opción, aunque respeto y defiendo con la vida el derecho a vivir en donde cada cual quiera. En fin, yo amo todo lo que tengo y me tiene en esta isla, pero no puedo encontrar en ninguna serie de cualidades culturales algo que me conmueva al punto de reventar de pasión por un emblema o cualquier otra entidad ambigua que se le relacione. Aquí en Puerto Rico está mi corazón, pero si se fuera, me iría tras él. Refiero a esto porque, de un lado, entiendo que sería muy difícil para mí sentirme dominicano, por la distancia entre mi padre y yo, pero igual me siento lejos del concepto de identidad puertorriqueña tradicional, decimonónico y dogmático, porque entre otras cosas entiendo que se resiste a los cambios, y para sobrevivir, la naturaleza nos obliga a cambiar constantemente. Para contestar tu pregunta finalmente, tendría que decir que me siento de aquí porque soy parte del mundo, y me siento del mundo porque vivo aquí. Soy un artista en sintonía con esa contradicción, y eso es lo más que puedo entender de mí.

—¿Cómo integras tu identidad étnica y tu ideología política con o en tu trabajo creativo y tu formación en filosofía?

La universidad fue el centro de mi formación, pero casi toda esa formación se dio fuera de los salones de clases.  

—Pienso que la influencia más fuerte sobre mi trabajo es la de identidad de clase, como habrá notado. La identidad étnica presumo que se manifiesta de forma espontánea, si funcionara así, pues no importa lo que yo haga será hecho desde ella. Sin embargo, no creo que yo tenga constancia de mi identidad étnica y su cultura, como para sujetarme de ella y definirme adjudicándome cualidades de esa índole. No creo que tenga la información necesaria como para conocer mis fundamentos étnicos, salvo que asuma ciegamente la identidad “étnica” del puertorriqueño como mezcla de tres razas, que nos inculcaron en la escuela. Eso sí, tengo pendiente hacerme una prueba de ADN con el National Geographic para descifrar mi perfil genético. Cuando sepa mi composición racial, le podré decir con certeza qué parte de mi raza se manifiesta en mi obra si se diera el caso de que esas expresiones no dependieran de la educación y el ejemplo. Pero, por ahora, aceptemos que, como hijos de la modernidad, pertenecemos a una cultura bastante homogénea acá en Occidente, y que eso incluye la ideología política y filosófica, así como los límites de mi trabajo creativo dentro de las obligaciones que nos impone el mercado de consumo capitalista y su propaganda.

—¿Cómo se integra tu trabajo creativo a tu experiencia de vida como estudiante antes y después de tu paso por la Universidad de Puerto Rico? ¿Cómo integras esas experiencias de vida en tu propio quehacer de artista hoy?

—La universidad fue el centro de mi formación, pero casi toda esa formación se dio fuera de los salones de clases. Me formé en luchas políticas, en organizaciones y en la vida cultural y social que la comunidad universitaria genera. Creo, además, que viví un tiempo de creación muy interesante que disfrutó de la máquina de escribir y las computadoras al mismo tiempo. Viví la transición al mundo cibernético, el salto del papel fotográfico a la imagen digital, etc. Esa transición nos permitió disfrutar de lo artesanal y de lo análogo, así como de la conveniencia de lo digital. Creo que mi generación ama con nostalgia el mundo de lo mecánico y lo duro, pero respira aliviado con el mundo de la memoria intangible de los ceros y los unos, también. Creo que esa experiencia generacional mediada por el proceso de educarme en la universidad me ha impactado a mí y a mis pares de formas que todavía no hemos empezado a descubrir.

—¿Qué diferencia observas, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a tu trabajo creativo y a la temática poética del mismo? ¿Cómo ha variado?

—Cada colección ha tenido su público. Hay gente que se ha identificado más con unas que con otras, pero se ha mantenido constante el intercambio de bienes por divisas, y eso me halaga mucho. Espero que Tienda la Línea no sea la excepción y se den la vuelta por la galería virtual y adquieran algo, para poder salir a construir obras políticas en la calle, con otra gente y con el fin de derrocar sistemas opresivos. Ninguna pieza sobrepasa los 80 dólares.

—¿Qué otros proyectos creativos tienes pendientes?

—Ahora mismo trabajo con un amigo en la preproducción de un programa de sátira política y religiosa, que pensamos transmitir por YouTube, con varias secciones. En una de las secciones me sentaría a hablar con celebridades locales mientras enrolamos y fumamos un cigarrillo de mariguana. Le pienso llamar Un moto con Amado, o algo así, no estoy seguro.

Wilkins Román Samot

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