Nacido en Calabozo, Guárico, en 1952, el escritor venezolano Alberto Hernández ha desarrollado una labor periodística y literaria que ha abarcado todos los géneros y que este año ha sido reconocida con el XVII Premio Transgenérico, galardón que concede en Venezuela la Fundación para la Cultura Urbana y que ha recaído sobre este autor por su novela El nervio poético, como informamos el domingo 28 de enero.
—El veredicto del Premio Transgenérico dice de El nervio poético que es un trabajo de metaliteratura al convertir en personajes a algunos poetas venezolanos. ¿Podrías hablarnos del libro?
—Este libro forma parte de una saga que vengo trabajando desde hace algunos años para homenajear a la literatura venezolana. En El nervio poético, a través de dos poetas muy queridos y conocidos, como son Eugenio Montejo y Pepe Berroeta, cuento lo que pasó en los años 60 con la poesía, con la política y con el país. Desde Sabana Grande, en Caracas, ellos comienzan a recorrer el país y pasan por Valencia, Pampanito, Mérida, Güigüe, los lugares donde ellos habitaron, y en los bares, en los cafés, van contando, leyendo, citando, viendo y descubriendo los poetas de esos lugares. La gente de la Pandilla de Lautréamont, de El Techo de la Ballena, de Sardio; los grandes poetas de los años 60, los que nos antecedieron, están en la novela. Es ese país que vivió la locura, el sobresalto, muchos sueños que se convirtieron luego en pesadillas. Después de todo ese recorrido, donde aparecen los heterónimos de Eugenio, que también son personajes, y conversan con ellos e incluso pelean con ellos, Eugenio y Pepe se encuentran en la muerte. Hace años participamos en un reconocimiento que se le hizo en Mérida a Pepe y allí estuvo Eugenio. Fue algo misterioso que Eugenio muriese en Valencia poco después de la partida de Pepe. Eso es un poco el ambiente, el espíritu de la novela.
Me pregunté por qué no contar la historia a través de la voz de estos dos poetas, Eugenio Montejo y Pepe Berroeta, que recorren en la novela el país que ellos recorrieron en vida.
El nervio poético, novela total
—En la nota de prensa donde la Fundación para la Cultura Urbana anuncia el veredicto, se cuidan de definir el libro como novela, aunque tú sí lo has hecho en tus declaraciones en las redes sociales y otros medios.
—Es una novela en el sentido de que cuenta una historia. Ahora bien, me valgo de poemas, entrevistas y otros textos para alimentar la historia que estoy contando. No es una novela tradicional con su comienzo, nudo y desenlace, pero es una novela porque cuenta una historia a través de un argumento, una columna vertebral, unos personajes que van contando también sus vidas. Por eso defino El nervio poético como novela.
—¿Sería una novela que abreva de los orígenes del género, del Quijote, que es una novela pero también representa una fusión de géneros?
—Así es. La novela total. Claro que yo no la escribí con esa intención de que fuese una novela total, sino que en la medida en que iba trabajando, que me iba preocupando por lo que estamos viviendo actualmente, me pregunté por qué no contar la historia a través de la voz de estos dos poetas que recorren en la novela el país que ellos recorrieron en vida. Lugares como el Perecito, en Valencia; la Universidad de Carabobo, su Coordinación de Literatura, que la fundaron ellos; Pampanito, donde nació Pepe; Mérida, donde vivió Pepe; Güigüe, donde estuvo también la poesía de Eugenio; Sabana Grande, que fue el gran espacio donde nació, digamos, esa locura caraqueña con la poesía de los años 60, 70 y hasta los 80. Entonces el libro contiene el cuento del espíritu, del ánimo de un momento muy importante que incluso nos alimentó a la gente de los 80.
—En 2016 reseñé tu primera novela, La única hora, una obra sobre el exilio y la locura. También en ese libro haces experimentos similares a los que describes en El nervio poético, pues en La única hora te conviertes en personaje y saltas cómodamente del papel de narrador al de personaje; incluso conviertes en personaje a nuestro amigo común, el escritor —y también columnista de Letralia— Wilfredo Carrizales. ¿Puedes hablarnos un poco de esa novela y del momento histórico que está viviendo Venezuela?
—Esa novela es un poco lo que es uno como escritor. Yo pasé por eso pues, cuando era adolescente, no pude estudiar en el país porque no conseguía cupo en las universidades. Tuve que irme de Venezuela por dos años. Fue un exilio; a mí se me negó la posibilidad de estudiar en la universidad porque, bueno, yo había metido la pata. Cuando en La única hora hablo de Salamanca es porque yo viví en esa ciudad española unos meses tomando un curso. Me retrotraje a esa experiencia y la empalmé con lo que está pasando hoy en día en Venezuela con el exilio. Y por supuesto la locura, que es siempre un tema muy importante en la literatura. Así fui incorporándole elementos hasta armarla y convertirla en esa novela que narra esa relación entre dos personajes y que terminó en tragedia.
Crónicas del olvido: Alberto Hernández en Letralia
—Como editor de Letralia recibo cada semana las reseñas de libros, actuales y no tanto, que nos envías para que se publiquen en Crónicas del olvido, tu avenida en Ciudad Letralia. Hay algo de lo que puedo dar fe y es que tus reseñas desde el punto de vista formal son trabajos muy cuidados. Quisiera que hablaras un poco del Alberto Hernández escritor, cómo corriges, cómo cuidas esos aspectos formales, en qué te enfocas.
—Me enfoco en el español, en el idioma, por supuesto. Pero antes del idioma están los sueños, las imágenes, las anécdotas, lo que veo en el día a día, porque a veces ocurre que relaciono un libro —que puede ser de poesía o puede ser una novela, un libro de cuentos o un ensayo— con lo que está pasando en la calle. Por eso son crónicas, son textos muy personales. A veces me valgo de alguna teoría literaria para escribir sobre un libro, pero si me pongo un poco tieso, académico, nadie me va a leer. Entonces la idea es que las crónicas, como tú dices, bien cuidadas, tengan que ver con el buen uso del idioma pero también con la literatura como emoción. Que un libro no sea una cosa tiesa, que una reseña no sea algo tan académico, pues eso se lo dejamos a las universidades. Que para el lector común, tanto como para el lector más avezado, mis crónicas sean agradables, enseñen y emocionen a la vez. Esa ha sido mi propuesta desde que comencé con Crónicas del olvido como columna periodística hace más de treinta años.
A donde yo voy hablo de Letralia. Fue donde comencé a darme a conocer en Internet.
—Sacando mis cuentas, nos conocimos hace treinta años en Maracay y hace exactamente la mitad de ese tiempo, quince años, que eres columnista fijo de Letralia, aunque como autor estás en la revista desde el principio, desde 1996. ¿Puedes hacernos un balance de tu presencia en la Tierra de Letras?
—Considero que Letralia es una de las puertas más importantes para cualquier escritor del mundo, pues la revista es mundial como hoy en día es la comunicación. Yo me he hecho con Letralia. La revista me ha ayudado a incorporarme a ese mundo y a ser lo que soy. Por eso yo digo que el Premio Transgenérico también es para Letralia. Además es un asunto hasta familiar; yo conocí a tu padre cuando tenía su semanario El Tabloide en Cagua, y eso por supuesto me acercó más a ti y a Letralia. Además, me emocionó la gran calidad que tiene la revista, que ha ganado premios internacionales, y desde el principio me dije: yo tengo que estar ahí, porque está Jorge y porque por otro lado es una gran revista.
—Debo decir que estás ahí y que lo estás desde mucho antes de los premios, porque tu primera colaboración con Letralia fue una selección de textos de tu libro Nortes que apareció en la edición Nº 12, de noviembre de 1996.
—Es así, y yo considero que Letralia es una referencia muy importante para mí como escritor, pero también una referencia para la literatura venezolana y latinoamericana. Por eso a donde yo voy hablo de Letralia. Fue donde comencé a darme a conocer en Internet, y aunque después he publicado en otras revistas, mi condición de colaborador semanal es una obligación religiosa y amorosa que tengo con Letralia.
Escribir el país
—Hay algo que me intriga sobre Alberto Hernández. Cada semana nos envías tus reseñas, y escribir una reseña implica leer un libro, escribirla, corregirla. Pero es que además tú has incursionado en las artes escénicas, tienes tu trabajo en el diario El Periodiquito, de Maracay, del que eres fundador y donde llevas la fuente de cultura, y además de todo eso escribes libros que ganan premios. ¿Cómo ejerces la administración de tu tiempo? ¿Cómo es tu día, cómo haces para conjugar tantas actividades?
—Hace un rato hablaba con el poeta Miguel Marcotrigiano y le decía que yo soy un ocioso profesional. Me he dedicado a la ociosidad creativa. Yo salgo poco; bueno, salgo a lo que sale todo el mundo en medio de la situación que vive Venezuela, a comprar alimentos, a visitar algún amigo, y luego me encierro en mi casa a trabajar. Me levanto muy temprano, leo, leo varios libros a la vez, reviso textos, los publico. Es una rutina y mi tiempo está dedicado solamente a escribir. Estoy jubilado de la educación, trabajé por veinticinco años en educación media y universitaria, y como periodista ya tengo cuarenta años en esto, aunque el periodismo no me quita tiempo. En resumen yo estoy dedicado a la ociosidad literaria, a leer, a escribir. También veo series de televisión, que me alimentan para escribir.
Los escritores del siglo pasado nos contaron cómo fue la Venezuela que vivieron, tanto desde el exilio como en las cárceles, y dejaron un legado.
—¿Qué series ves?
—Veo por lo general casi todas las series que emite el canal AXN. Cuando escribí Sesenta poemas urgentes me valí de las series, e incluso el doctor House aparece como personaje en ese poemario. Hay gente que por esas cosas dice que me valgo del show para escribir. ¡Pero claro que uno se puede valer de la variedad para escribir! Entonces mi vida diaria se va en escribir, duermo poco porque tengo problemas de insomnio, me levanto temprano y utilizo todo el día para eso con excepción de esas breves salidas a la calle. Pero, repito, estoy dedicado a la ociosidad creativa.
—Creo que tú eres un ejemplo del escritor dedicado en su totalidad a la literatura.
—Como sabes tengo tres hijos y cinco nietos; no están aquí, están fuera del país, lo que afecta, pero también impulsa a escribir. El afecto y el trabajo ayudan mucho a fortalecer el espíritu.
—Ante esta situación que está corriendo a los venezolanos del país y que nos deja tan desasosegados a los que nos quedamos, ¿la literatura salva?
—Claro que sí. La situación actual de Venezuela es una experiencia que uno ya conoce a través de la literatura, pues hemos leído a los escritores del siglo pasado, que nos contaron cómo fue la Venezuela que vivieron, tanto desde el exilio como en las cárceles, y dejaron un legado. Autores como José Rafael Pocaterra, José Vicente Abreu con Se llamaba SN, Enrique Bernardo Núñez, Mariano Picón Salas, Mario Briceño Iragorry. Esos son nuestros padres, que nos dieron su ejemplo para que escribiéramos el país que estamos sufriendo. Uno puede hacer ensayo, poesía o narrativa y contar el país. Y creo que una de las fórmulas para no perder la memoria es escribir el país.
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