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A mi manera: la voz
(Cómo salir del palimpsesto, de Ángela Serna)

sábado 28 de diciembre de 2019
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“Cómo salir del palimpsesto”, de Ángela Serna
Cómo salir del palimpsesto, de Ángela Serna (La Única Puerta a la Izquierda, 2019). Disponible en la web de la editorial

Cómo salir del palimpsesto
Ángela Serna
Poesía
La Única Puerta a la Izquierda, Lupi
Sestao, Bizkaia (España), 2019

Una climatología neutra circunda el libro, este libro que he leído con la tranquilidad, la amabilidad y el corazón abierto, como la niebla cubriendo el ábside de una iglesia románica, la estructura precisa en cada firma sobre la piedra de cantero, la estructura que forma también la portada del libro, de Francisco Serrano Díaz, en aleatoria fórmula de letra y color. Ángela Serna ha jugado con las formas y la teoría (del amor, de la vida, de la muerte, del universo, etc.), el engranaje y las voluntades, conocedora de la tragedia griega y otras tragedias más contemporáneas. Ha librado una partida de ajedrez con una vida donde “cada mañana me calzo un poema y cada noche me descalzo en la oscuridad cuando la poesía no muerde”. La autora, en esta climatología neutra, ha conseguido domar la palabra aunque no el mundo. “Sé que la palabra poética me otorga un lugar en este mundo convulso. Desde ella y por ella le encuentro sentido a la existencia”. En Cómo salir del palimpsesto, título de este libro con sabor a reliquia, a conocimiento antiguo, a biblioteca, como sucede en una orquesta, se requiere el lugar preciso para cada instrumento sinfónico, como el viento madera, el viento metal, la percusión y la cuerda. Y esto es, en gran parte, y lo diremos más adelante, como también lo matiza la autora, porque el libro se puede leer de muy variadas maneras: en diagonal, obviando la narrativa, obviando la poesía, aunando ambas, en retroceso, etc. Por ello sugiero que la orquesta requiere de un dominio, no de un dominador o un dominante, si acaso, de un primer violín. Un Ara Malikian creciendo al ritmo de un libro que cuenta también con la aportación de las ilustraciones de Koldo Gojenola y la introducción de Elsa López y que ha sido publicado por Lupi (La Única Puerta a la Izquierda). Ya en el prólogo Elsa López nos dice o nos advierte que el libro nos conduce, queramos o no, a un callejón de difícil salida. Porque en esta orquesta, que no dejará de tocar desde el momento en que el director, que puede ser o no la autora, dé paso a una obertura que bien pudiera ser Debussy, considerado como el primer compositor impresionista, aunque él rechazara el término. Contiene su significado, como todo en este libro, cada esquina, cada postura, el enigma, como la frase Écrire est une affaire de partance, de Jean-Michel Maulpoix. La ubicación de la orquesta, su silencio durante el viaje, los instrumentos solos, que no abandonados, permanecerán siempre en el mismo sitio, salvo ese primer violín que he otorgado, precisamente, a Malikian, por ser un rompedor de lo clásico, como estas páginas transgrediendo ciertas pautas de conducta. En este viaje, lo que nos propone la autora, la poeta, la mujer, la ausencia, la palabra, es el Eterno retorno, donde tal vez y únicamente encontraremos la entrada y la salida de ese palimpsesto (página 41). Para convertirlas en eternas figuras que no se desvanecerán nunca, porque nunca conseguiremos volver a salir o volver a entrar. Una vez que se abra el telón, en ese preciso instante, en esa precisa página, caeremos en un sueño del que seremos actores protagonistas y secundarios, presente y pasado, donde seremos, o acaso, como dice Jean-Michel Maulpoix: “Somos un palimpsesto de rostros amados”. En concordancia con la filosofía y la mitología, Ítaca es el no regreso del héroe o el guerrero, el poema de Cavafis, el laberinto de Creta, donde cada cual esconde su minotauro, su verdad y sus miedos, que forman parte, también, del palimpsesto. Aceptamos la creencia del viaje porque nos conviene, nos resulta instructivo o somos simplemente curiosos, sin percatarnos de que una vez entramos en ese “cómo” nos convertimos en héroes o guerreros que no habrán de regresar al hogar. Porque el hogar, habremos comprendido, es ese, es el lugar donde se navega, el libro cuyo desapego se hace imposible porque hemos conocido a demasiados escritores o pintores, rostros amados ya para nosotros, por y para siempre. Como, supongo, sucede con el amor platónico.

Ángela Serna es una mujer que encara su tiempo con fiereza y dulzura, antagonismo, de una palabra que hace suya y la retuerce.

En Cómo salir del palimpsesto, y en cualquier otro libro de elevado alcance, la correspondencia entre el autor y la obra supone ya un punto de partida, un hecho a tener en cuenta a la hora de valorar el contenido de la misma. Como en muchas obras de la literatura, soy incapaz de disociar al autor de su acción. Cuanto más conozco de uno, más sé o comprendo al otro. Quizá, con ello, rompa con algún estereotipo, pero mi forma de entender una buena escritura comienza por el autor. Pongo el ejemplo de Proust o de Flaubert, de Pavese o de Pessoa. Y en este caso, en el caso de Ángela Serna, no digo ya que lo sepa todo, sería una brusquedad y un sinsentido, aunque sí conozca y pueda interpretar algún aspecto de esta autora a la que conozco personalmente desde los años noventa del siglo pasado. Sabemos que se trata de una meta imposible, conocer al ajeno como lo es conocerse a uno mismo, y sobre Ángela Serna en concreto aprecio, como rascando la superficie de una conjura o como una incursión en el África del siglo XVIII (donde podría ser Livingstone), reconozco apenas la superficie de la autora, y a través del verso trato de conseguirlo, una instantánea de lo que fue y es esta autora de carácter siempre a la vanguardia. Ángela representa la creación en su propia necesidad de explorar espacios nuevos, en su necesidad de ser VOZ y consecuencia. También silencio o un cuadro de Hopper o de Hammershøi. Luz, penumbra, figuras solitarias, lugares enquistados en el tiempo, puertas abiertas. La VOZ y también la lluvia, donde el poema (en ocasiones) se quiebra o se resquebraja para que la voz regrese e invente de nuevo, esa voz que, como aforismo, es también la propia autora, quien nos descubre “la piel de un alfabeto / incuestionablemente mío”.

La poesía como necesidad, para la autora y el lector, como punto de inflexión, como red que sostenga la caída, si es que ésta se produce, como palimpsesto. Ángela Serna nos dice: “Sé que la palabra poética me otorga un lugar en este mundo convulso. Desde ella y por ella le encuentro sentido a la existencia”. En este sentido, y desde que conozco a Ángela, puedo atestiguar que, sin ser una esclava o condenada, arrastra la palabra, vaya usted a saber desde cuándo. Por mi parte, cada vez la contemplo más palabra. En este mundo de fracaso y agoreros, sí, la encuentro más palabra certera, palabra de honor, palabra, incluso, “Alicia” ante el espejo.

Ángela Serna es una mujer que encara su tiempo con fiereza y dulzura, antagonismo, de una palabra que hace suya y la retuerce, buscadora siempre de un equilibrio que no le haga perder la perspectiva del lienzo que en ese momento esté trabajando. Mujer perceptiva, sensible ante la realidad que le ha tocado vivir, social, política, económica, poéticamente, es capaz de rechazar el envite inadecuado de la vida, si éste llega, con una mirada serena. No quiero decir con ello que al mal tiempo ponga buena cara, sino que al mal tiempo, abre el paraguas… Sabe diseccionar la obra ajena casi como la suya propia, tal vez en su eterna búsqueda de lo intangible, en toda una vida, diez años, como dice Elsa López, en los que ha perseguido la idea del palimpsesto. VOZ, recalco. Es Voz. Retomo de nuevo el prólogo firmado por Elsa López, quien nos habla de Ángela, opinando también sobre su obra (autor y obra). Elsa, quien le dedicara un poema a Ángela, “El lugar de las palabras”, escrito en Vitoria un 8 de febrero del año 2007, nos dice: “Ángela escribe palabras, siempre palabras sobre otras palabras que ya fueron dichas y escritas, sin llegar a argumentar por qué lo hace…”.

Ángela Serna es o se ha convertido, precisamente por eso, y aunque no le importe o en todo caso su ego no la traicione, en una activista cultural, gestora, autora a quienes tantos escritores acuden por ser, y de nuevo me repito, VOZ. Ella misma, en su abismo e ingenuidad inteligente. ¿Es esto posible? Por supuesto, para quien sabe combatir el frío desde el frío, la envidia frente a la ternura o esa comprensión necesaria ante tanto deterioro y tanta alma cansada. En el fondo, nos dice, el poeta es un ignorante que “habla de la muerte, del amor”. Y que: “Va y viene en la diagonal del silencio”. Algo sucede luego. Pudiera ser una hecatombe, una explosión, una derrota o una victoria. Y ya, por escapismo o arte de magia, se ha convertido en Mallarmé. Es Mallarmé y su simbolismo. El simbolismo también en Ángela Serna, el surrealismo en sus múltiples facetas, el romanticismo, el realismo sucio, el mágico, el malditismo, el haikú.

¿Quién es, para mí, Ángela Serna? ¿Qué? Es escuela, balanza, tela de araña, raíz, hemisferio, la mirada de Antonio Vega cuando interpreta, por última vez, La chica de ayer, o la mirada de Art Pepper cuando sale de San Quintín, miradas que han encontrado el algoritmo, la música acorralada que ya no duele, la vida que se vuelve quimera, la búsqueda también, cómo salir del palimpsesto. Porque hay mucha música y también silencio en el libro, donde avanzamos a través de la lectura atravesando su frondosidad, en su necesidad de erosión. Lectura sobre lectura.

Deshilachar la espera
con la espera y el silencio.
Avanzar.

Pero todo comienza con ese “alguien que camina bajo la lluvia”.

Es Vanoli

Cuando “un hombre solo camina mordiendo el cielo ante / el umbral de la Biblioteca”.

Llega, con Villon, la música de Orfeo, que según los relatos, cuando tocaba la lira las fieras se calmaban y los hombres se reunían para escucharle y hacer descansar sus almas.

Es Ángela (no forma parte del libro)

Ángela Serna parece o acaso esté realizando un hermoso juego de palabras y naipes, repleto de emoción e ideología poética.

Autora, entre otros, de seis libros que debo citar porque forman parte de Cómo salir del palimpsesto, incluyendo en la obra poemas escogidos a modo antológico: “Luego será mañana”, “Solitudine”, “PASOS-El sueño de la piedra”, “Definitivamente polvo”, “Máscaras para no enloquecer” y “De eternidad en eternidad”. Tras la frase de Jean Michel Maulpoix, “Se abre el telón”, cuya imagen, una mano enfundada en un guante blanco. Al fondo un piano solo, teclado blanco también, panal y abeja que contempla la Historia. Ilustración de Koldo Gojenola, como se ha dicho, de un modo muy kafkiano a mi entender, cuya simbología nos remite a la explicación del misterio de la muerte y la resurrección, precisa y caprichosamente. Otro recorrido que no he precisado y lo hago ahora, el de las imágenes. Simbología para envolver las palabras de Ángela Serna, “Somos un palimpsesto”, donde nos indica, precisamente, los diversos caminos que podemos coger (escoger) para recorrer el camino según nuestra conveniencia. Esas horas vividas en Bilbao, con motivo de una lectura que a mí me trasladan a Debussy. “Es también el joven Rimbaud persiguiendo el insulto preciso para la belleza”. Búsqueda y anhelo. Belleza que pudiera ser desasosiego, viniendo de Rimbaud, o acaso una impostura. Pero siempre presente la palabra, siempre y a pesar de todo, la palabra.

en danza inexpugnable de vocales
coloreadas con urgencia

Esperando esa estación del infierno que todos hemos pasado o nos hemos propuesto pasar, donde hemos pernoctado en algún momento.

acurrucada en el límite
de otro cuerpo.

Ángela Serna parece o acaso esté realizando un hermoso juego de palabras y naipes, repleto de emoción e ideología poética. El conocimiento de los poetas, de la palabra, del verso, es extenso, no diré infinito porque es imposible pero en muy pocas ocasiones he leído, sí, leído hablar y contestarse a Baudelaire y Bonald, donde ambos son puntos de encuentro con la palabra, de mano de la autora. Las que se han dicho, las palabras, las que se dirán, los otros. En este punto, o en algún otro indeterminado pero no muy lejano extremo, Ángela es consciente de que ambos autores quedarán a la espera, como hipnotizados, de un encuentro donde confesarse lo vivido. Que a pesar de todo lo dicho y lo callado, aún nos queda una palabra, una vivencia, la muerte que asoma, fatídica porque ya es sombra. Y en esto, Ángela también es consciente de que las Texturas surgieron hace mucho tiempo, cuando todavía lo derrochábamos, para convertirse en materia, en obra. De alguna manera estamos atrapados en un círculo, como en otro de sus libros, que lleva por título La desmesura del círculo. Círculo, que no palimpsesto. Somos también péndulo, energía que se cotiza.

la mano
vierte en ella su epitafio:
aquí pasé la vida
esperando a una palabra.

Regreso al autor y su obra. También a la obra y su autor. Cuando menciono Texturas me refiero también a una revista literaria. Otra creación y logro de la autora. Y la figuro, a Ángela Serna, sentada en la mesa, tal vez el mármol donde apoya sus libros, el cuaderno, los lapiceros, en un bar donde, cómplices, autora y espacio pergeñan la obra, corrige, escribe para otros un prólogo o un epílogo, ensaya mentalmente el papel de la próxima figura literaria que representará en el escenario. La última vez que la vi sobre el escenario escenificaba a Emily Dickinson, la mujer de blanco.

Es Ángela

Luego se transforma en “una Emma cualquiera asomada a la ventana”.

Es Flaubert

Y en función a esa brevedad de la que nos sentimos partícipes ante toda la intensidad con la que hemos vivido, cercados a veces por la nostalgia o la realidad, lo efímero, nos situamos:

más acá del vuelo
en la hora que precede
el último ascenso

Donde, finalmente, habremos de volver, regresar a la locura, o alguien o algo nos la devolverá porque en un tiempo más o menos lejano fuimos dueños de nuestras infracciones, nos viene a decir Ángela en el mismo poema. Me detengo en una página. Y aquí está prohibido decir cualquiera. Me detengo, traspasado el umbral de la obra, y encuentro una atmósfera como de otoño. Algo ha cambiado. Un algo que me recuerda a César Vallejo. A quien, como quien queda con un amigo, me lo encuentro hacia el final de la obra y dice:

Por un instante, el poeta es Sarasua, González de Langarika, Cobos Wilkins y, sin saberlo, vela su eternidad como Vallejo.

Es Vallejo

Acatamos el silencio, incluso el dolor, la mudez también, pero nos rebelamos y escribimos.

Y aquí, por primera vez, descubro el misterio y el acierto de los códigos QR. Misterio porque no estoy acostumbrado y lo desconozco y acierto porque, junto a esta casualidad, o causalidad, encontramos recitado el poema “Los heraldos negros”. A raíz de este descubrimiento y, no me cansaré de decirlo, como Ángela Serna nos advierte en la introducción: “se quiere a un tiempo inédito (prosa) y antológico (verso)”. Estos son dos posibles itinerarios de lectura, pero existen más, como el de los códigos QR “en diálogo permanente con el resto…”, nos sugiere Ángela.

Comprendemos algo más en este viaje, en ese cruzar el océano de palabras, donde creyendo tomar la Ruta de las especias nos topamos con otro continente nuevo, creando la cartografía, asimilando la novedad, donde “el azul no pertenece a nadie”. Hasta llegar a Rimbaud, quien “sabe que no está solo en su piel”.

Es Michaux

Hasta llegar, o para llegar a ese poeta que una vez nos habitó o acaso, en algún momento, habitamos. Poeta que no volverá a perder su sombra, a pesar de los desvaríos, de los desmanes, de las noches cerradas que no tienen nombre pero intuyen su VOZ. Para ello, tal vez sólo sea necesario atravesar “la otra nieve”. Y allí la palabra se vestirá de piel, nos apunta la autora, “libre ya de adornos y oropeles”. Acatamos el silencio, incluso el dolor, la mudez también, pero nos rebelamos y escribimos. Vamos transformándonos, cada vez más, en palabra, asidero y refugio del verbo.

Es Ángela.

Ángela en estado puro en una revolución de todos los géneros literarios. Los poetas concisos, la poesía precisa, los recursos literarios afilando sus metáforas. De nuevo en mí, una sensación de estación abandonada. O al menos vacía. Salvo el aire acartonado y la palabra que ya fluctúa, cercana, de la mano de la música. Una “música que transporta el viento”, cuando es Verlaine.

Todo viaje resulta incompleto, es necesario o se hace necesario para volver a repetirlo. Esta Ítaca, como ya dije, donde el héroe o el guerrero no regresarán nunca, me evoca a un Verlaine a quién también emulé en mi juventud, sin sospechar que toda locura frecuenta los mismos andenes. Y en este poema concreto (página 67), la autora nos dice:

Palabra-placenta-claustro
de cada uno de los signos
que dibujan mi alfabeto,

como haciéndole un guiño, en este constante ir y venir, en esta promesa por cumplir, después de tanta marea y juicio sostenido sobre un alambre, un gesto que recuerda a Elsa López, autora del prólogo “El laberinto silencioso de Ángela Serna”, cuanto creyó ver en ella precisamente:

placenta,
………….horizonte,
………………………………claustro.

Es cuando encuentro un lugar de poema o poema-lugar de aprendizaje, “lección de humildad” donde Ángela, con su mirada (muy diferente a la que he descrito de Antonio Vega y Art Pepper) me transmite sabiduría y quietud, experiencia y vida: palimpsesto. Y parafraseando su poema, página 69, yo diría que además de placenta, horizonte y claustro, Ángela es también:

espejo,
………….dunas,
……………………metáforas.

Es el espejo, el ensueño de Lewis Carroll, donde en la solapa del libro Ángela nos dice que: “La escritura es mi casa, la habitación en la que busco y me busco a través de las palabras. Tal vez por eso he viajado ya del otro lado del espejo…”. Duna nunca estática, dunas que forman un conjunto, un paisaje, un avatar de arena, cerca del mar y las civilizaciones que le van comiendo terreno. Pero Ángela, Ángela-duna, Ángela-paisaje o Ángela-avatar está aquí y está allá, sensorial, sin perder ni ceder terreno alguno. VOZ. No resulta fácil atraparla, aunque en ocasiones lo permita, en “ese lenguaje abisal con que vestir / la desnudez cáustica de mi voz”.

Su voz, de nuevo, junto a la palabra. El agua junto a la palabra, sobre la piedra del molino. El molino que ya abandonaron nuestros mayores pero que aquí es observado bajo los diferentes prismas de las edades. Y queda Ángela metáfora, que lo envuelve todo, incluyendo las imágenes: “Cuadros encubiertos de vidas / de papel y letras”.

Donde también es Hopper (ver QR)

Como si Ángela fuera percibiendo el final, nunca del viaje, del camino, acaso de lo preciso, nos va dejando pistas.

También el mundo del pintor Hopper, con cuadros como “La autómata” o “Carretera de cuatro carriles” o “Noctámbulos”, quien pretende reflejar el mundo que le rodea como su propio mundo interior. Es ese silencio, también, aunque se encuentre acompañada o rodeada o en plena manifestación de su silencio y su lugar. “Lugares sin lugar. Umbrales del silencio traducido en la escritura”.

Rainer María Rilke, en Cartas a un joven poeta, finaliza una de ellas fechada en Roma, a 29 de octubre de 1903, con las siguientes palabras: “También este libro (como todo lo que me dé alguna señal de usted) lo habría recibido con agrado, y los versos que hayan surgido entretanto los leeré siempre (si usted me los confía) y los releeré y viviré de la mejor y más cordial manera de que sea capaz”. Coincidimos de nuevo la autora y yo cuando

Es Rilke

Sólo las frases
dictadas esta noche
llorarán mi despedida.

Como si Ángela fuera percibiendo el final, nunca del viaje, del camino, acaso de lo preciso, nos va dejando pistas, de lo que ella pretende, de cuanto posee, de lo que es. De nuevo el Eterno retorno.

Alguien camina bajo la lluvia

Y de nuevo Ícaro (sin alas) que se instala “sobre el lienzo de un pintor”. ¿Será otro motel u otra oficina de Hopper? Nació, nos dice, en Montbéliard. Ángela Serna nació en Salamanca en 1957. Causalidad o casualidad. Diez años mayor que yo. Una década. Conservo documentos de mi padre, de su etapa en la aviación, que precisamente datan de 1957. Un pase pernocta. Imagino a mi padre saliendo de la base, hacia las calles de León. Otro palimpsesto del que no puedo escapar. Me detengo ante el poema de la página 87 que, como una premonición, créanlo o no, ya aparece al comienzo de este estudio/opinión/lectura.

Ser laberinto
subterráneo.
coartada perfecta
para Orfeo.

Me sigo reafirmando, opinando y diciendo que este libro es, además, laberinto donde “sólo las palabas, cargadas de polvo, deciden partir hacia lo desconocido”. Aquí Ángela, y yo la recuerdo VOZ, se percata de lo efímero del poeta, que no de la poesía. Que acaso nuestros nombres sirvan sólo para figurar en el lomo de los libros. Algún libro. Que alguien, una mujer, un hombre, un adolescente, buscando en esas ferias de libros de saldo y ocasión, nos recupere encontrando algún título de nuestra no propiedad, aunque lo fuera un día. Como si Ángela me dijera al oído: sólo el creador sale perdiendo. Pero algo en ella se rebela y dice no, nosotros seremos ese nombre, nomenclatura, recuerdo donde:

Algún día,
en el silencio del agua,
alguien hablará de nosotros
cuando estemos muertos.

Cuánta verdad en estos cuatro versos. En el silencio del agua, al que me acojo. ¿Es ese nuestro fin, nuestra única pretensión? Ya estaremos muertos, como Verlaine en el Cementerio de Batignolles, París. Vamos concluyendo, que no saliendo del Palimpsesto mientras el piano permanece, sin que nadie acaricie sus teclas. Supongo que también Debussy aguarda. Todo se engrandece porque se repite magistralmente y, de alguna manera, regresamos o regresaremos, también, a esa lluvia de Bilbao donde la autora, he aquí lo cíclico, una vez más regresa, tras unas horas vividas en dicha ciudad, con motivo de una lectura…

Es Ángela.

He aquí también el retrato de un poeta.

Todo son preguntas. Trascendentales o no, cada día, cada minuto, nos sorprenderán con una respuesta diferente. La incógnita estará presente, figurará como mi padre ausente en ese pase pernocta, 1957, se habrá hecho misterio y también existirá algo de culpa, debido a nuestra educación y tradición cristiana. Antes de cerrarse el telón, como una avalancha, nos llueve toda esa información que Ángela Serna ha relativizado, como manejando una cometa una tarde de viento y su indisciplina. Llega el momento en el que el azul se ausenta. Pudiera ser el final de todo, pero no, tenía que decirlo, encuentro yo en la mirada de la autora, también pérdida, la respuesta a tanta pregunta, a tanto dolor, a tanta alegría, a tanta vida, en definitiva, que por fuerza y arraigo se han coronado Palimpsesto. Irnos tal vez sea uno de los aprendizajes para:

Por fin volar
desasirse
ser mariposa.
Morir.

Cuando se cierra el telón, resultaría sencillo recurrir al déjà vu. Pero no, esto no lo hemos vivido, no hasta que hemos, incluso, torturado al libro, Cómo salir del palimpsesto. Éste, o esto, incluso aquello, supone un truco magistral, un juego de malabares. Elemental (después de visto, leído y escuchado) pero imprescindible. Elemental porque la lección ha sido bien explicada. Para convertirse en fórmula que tardará años, o siglos, en ser resuelta. He aquí también el retrato de un poeta.

Tal vez me haya extendido pero así me lo ha sugerido la obra, de la que me he dejado llevar y guiar, por su mano, por sus páginas, sus ilustraciones, sus QR. Al respecto, este sería otro viaje: recomiendo escuchar la explicación de Francisco Serrano Díaz respecto a la portada, inspirada en las antiguas marcas de cantero, con capas de dibujo, coloreado, etc. Del QR de Hopper ya he comentado, al igual que la lectura del poema de Vallejo. Finalizo con el QR de Tasio Miranda que, acompañado a la guitarra, musicaliza el poema de la página 41, que comienza:

Quiero ser
sólo jardín y escarcha

Y, cómo no, las voces de Pilar Corcuera, Florence Vanoli o Hèléne Laurent, o la voz de Ángela Serna que puede ser el director o no de la orquesta. Porque también se nos plantea en este libro la gobernabilidad de la palabra y la figura eterna del primer violín que puede ser otro palimpsesto.

Adolfo Marchena
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