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Frédéric Chopin: homenaje al alma del piano

lunes 28 de octubre de 2019
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Frédéric Chopin
Mediante elementos funcionales, Chopin logra que los contornos melódicos obtengan una cierta vaguedad deliberada.

La pandilla romántica

Cada día me apasionan más los artistas, escritores y músicos del romanticismo. Hay en ellos una propiedad anímica y existencial única; en el arte que llevan a cabo a través de la palabra, la música o la pintura, los románticos logran una elevación extraordinaria, difícil de hallar en escritores de otros movimientos. Acabo de repasar las páginas de un libro que leí hace décadas, El alma romántica y el sueño, de Albert Beguin, y me he reencontrado con una cantidad considerable de poetas alemanes y franceses que han marcado, creo, la naturaleza misma de la poesía occidental de manera definitiva. Beguin le sigue la pista a los escritores alemanes Johann Karl Passavant, Karl Philipp Moritz, Carl Gustav Carus, Gotthilf von Schubert, Paul Vitalis Troxler, Baader, Hölderlin, Goethe, Jean Paul, Novalis, Ludwig Tieck, Ludwig Achin von Arnim, Clemens Brentano, E. T. Hoffmann, Eschendorf, Kleist y Heinrich Heine, y a los franceses Madame de Staël, Senancour, Charles Nodier, Maurice de Guerin, Marcel Proust, Gérard de Nerval, Victor Hugo, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Breton y Paul Éluard. Beguin se vale de una prosa extraordinaria que coloca a cada uno de ellos en su justo lugar, definiendo sus rasgos dominantes no sólo literariamente, sino espiritual o anímicamente también, al punto de que es posible afirmar que se trata de uno de los grandes ensayos del siglo veinte o de cualquier tiempo. Es admirable cómo un hombre católico como Beguin supo mirar en el interior de cada poeta, sin ningún tipo de prejuicios religiosos ni hacer juicios morales.

Cada vez que oía un valse, una sonata o un nocturno de este músico mi sensibilidad se aguzaba, viajaba en alas de la imaginación a paisajes inéditos.

Asimismo ocurre con los primeros escritores románticos, que fueron los poetas ingleses William Blake, Shelley, Byron, Coleridge, Wordsworth y Keats, o el novelista Walter Scott, mientras en Francia además de los ya citados tenemos a los novelistas Alejandro Dumas, Próspero Merimée, George Sand y otros. Sin dejar de lado al más grande romántico de España, Gustavo Adolfo Bécquer, quien erigió toda una lúcida espiritualidad poética desde el sueño. Todos cultivaron el yo como forma de hallar una embriaguez absoluta en la nostalgia del pasado, buscando elevarse lo más posible, adentrarse en las profundidades anímicas. Creo que ha sido el movimiento que cambió la concepción del arte de manera profunda, con influencia en todo el mundo, sobre todo en Hispanoamérica, tanto al movimiento modernista cuya cabeza fue Rubén Darío, como a muchos otros poetas parnasianos, y hasta los mismos surrealistas tienen algo de romántico, como lo demuestra Beguin en su libro.

 

Un polaco muy singular

El músico que para mí destila la pureza del romanticismo es Frédéric Chopin. Desde que le escuché, siendo muy joven, su piano me cautivó al punto de insistirle a mi padre que deseaba oír más música suya, y él entusiasmado conseguía las grabaciones que escuchamos en un viejo tocadiscos, y años después en un estéreo que reproducía muy bien los acordes del piano. Era algo sublime. Cada vez que oía un valse, una sonata o un nocturno de este músico mi sensibilidad se aguzaba, viajaba en alas de la imaginación a paisajes inéditos, a zonas asombrosas donde mis sentidos mezclaban paisajes tormentosos a zonas delicadas, a geografías fantásticas donde aparecían mis sentimientos volcados, todo de una vez. Continué oyéndolo durante mi adolescencia y primera juventud, y aún hoy lo escucho con deleite a través de un piano que se identifica plenamente con quien lo interpreta, como si músico e instrumento fueran un solo ente expresando una poderosa intimidad, unos sentimientos hondos.

Vale la pena sacar a relucir aquí el tema del amor. Popularmente se identifica al romanticismo exclusivamente con este sentimiento, con el enamoramiento pasional. Y no es precisamente así. Lo romántico es algo mucho más complejo: una mezcla de sueño, de elevación ideal, de estado superior del espíritu, de liberación del yo y de la subjetividad llevada al más alto escalafón, atravesando capas y capas de pensamientos e intuiciones, visiones que a su vez pueden ser revelaciones. Al adentrarse en los sueños y el inconsciente, al contemplar los astros en el cielo o al extasiarse ante la naturaleza o el universo, el romántico recupera su espíritu y lo eleva a un estadio simbólico y cósmico. Ello fue lo que permitió a los grandes poetas y músicos románticos conseguir una expresión intimista, que puede asociarse a los sentimientos de la infancia o de la inocencia, pero también a los sentimientos oscuros y destructivos, contradictorios, y el arte romántico se aprecia en toda su magnífica paradoja sensible.

Me atrevería a decir que todos estos elementos se advierten en el arte musical de Frédéric Chopin, de una u otra manera. En su corta vida de apenas 35 años experimentó ciertamente los sentimientos más tempestuosos. Sus padres fueron Nicolás Chopin, francés, y Marguerite Deflin. Nació en Xelazowa, Polonia, en marzo de 1810. Su padre fue designado profesor de francés en 1812 y entonces la familia se muda a Varsovia, donde nacen otros hermanos de Frédéric, quien muestra afinidad hacia la música desde los cinco años de edad; a los siete comienza a recibir lecciones de piano con el profesor Zywny, y a los ocho ya da su primer concierto; luego escribe a esa misma edad sus composiciones iniciales, unas polonesas que presenta a la emperatriz María Teodorovna, madre del Zar. Dedica una polonesa a su profesor Zywny. Después ingresa a la Escuela de Música de Varsovia, y en el liceo de esta ciudad estudia armonía. Continúan los conciertos, con los respectivos obsequios de sus admiradores: sortijas, relojes y otras prendas finas. Continúa estudiando hasta graduarse de bachiller; se emplea como organista del liceo, da conciertos de caridad y luego ingresa al Conservatorio de Varsovia. Comienzan sus contactos con otros músicos notables de su época, Himmel, Jackoki. En 1829 oye a Paganini ejecutar el violín, algo que lo deslumbra. Desde aquí su carrera sería imparable. Después de aprobar todos los exámenes en el conservatorio, su padre dirige una carta al gobierno solicitando los recursos para que su hijo prosiga estudios.

 

Personalidad de Chopin

El temperamento de Chopin fue siempre de intimidad y recogimiento. Debido a su frágil complexión física prefiere dar conciertos a pocas personas, a un público íntimo. Es conocido también el reducido volumen sonoro de su piano, concentrándose más en lograr efectos precisos del mismo, movimientos inusuales de percutir, en pleno dominio de una técnica que le granjeó el apodo “manos de serpiente”. Al lograr este punto de identificación con el teclado se convierte en un virtuoso, al punto de que el propio teclado parece inspirarle las ideas musicales. Pero él no estaba interesado en resonancias altisonantes ni en sonidos fuertes a la manera de Franz Liszt, quien le elogió mucho y fue su amigo. Más bien fue considerado un maestro del pedal y conocido por su predilección hacia los pianos antiguos, menos resonantes. Rechazaba la desmesura, las apoyaturas fuertes para impresionar, pero siempre parecía estar consciente de su originalidad. Prefería las audacias discretas, que tenían en el fondo mucha personalidad propia. Esta suavidad y tesitura, este nuevo genio pianístico (así lo consideraba Schumann), prefería las disonancias diluidas, los acordes luminosos y cambiantes para que la materia sonora estuviera en constante vibración; eso sí, alejada de los ornamentos propios de lo barroco; mediante elementos funcionales, Chopin logra que los contornos melódicos obtengan una cierta vaguedad deliberada, lo cual a su vez permite una síntesis de ésta con la armonía, mientras paralelamente las disonancias impiden que estos contornos se disuelvan totalmente en la zona armónica. Es harto difícil atrapar con palabras estas zonas abstractas de la música: mientras los sonidos fluyen, las palabras-signo intentan captar en vano su verdadera naturaleza.

En la época de Chopin los pianos no tenían tanta sonoridad como los actuales.

Justamente por ello, puede tenerse a Chopin como a un precursor del impresionismo musical, cuyos exponentes mayores a mi entender fueron Maurice Ravel y Claude Debussy. Sobre todo Debussy es un verdadero genio del piano después de Chopin, y a mi modo de ver su continuador más adelantado, prefigurador a su vez del gran pianista moderno Erik Satie, descubridores de sonoridades inéditas del piano en el siglo veinte, y unos verdaderos innovadores. Me parece que también ha dejado huellas en el jazz; en pianistas y compositores como George Gershwin y Bill Evans, poseedores ambos de un toque romántico y lírico y de una extracción popular muy marcada, se halla también su influjo. Otros pianistas virtuosos del jazz como Oscar Peterson y Erroll Garner, creadores de atmósferas líricas y poéticas, pueden acusar la huella de Chopin. Desde el punto de vista literario, hay quienes comparan a Chopin con el español Gustavo Adolfo Bécquer, por su lenguaje cordial, dulce y profundamente individualista, y no es este un juicio desacertado.

De los destacados intérpretes de Chopin en el siglo XX se encuentran Arthur Rubinstein, Alfred Corlott, Dino Lippatty, Vladimir Ashkenazy, Murray Perahia, Mauricio Pollini, Martha Argerich, Olga Schepps, Claudio Arrau, María Joao Pires y Dinorah Varsi. Debemos tomar en cuenta que en la época de Chopin los pianos no tenían tanta sonoridad como los actuales.

 

Rasgos de sus obras

Chopin escribió tres sonatas, veinticinco preludios, veintisiete estudios, diecinueve nocturnos, cuatro scherzos, cincuenta y ocho mazurcas, cuatro impromptus, doce polonesas, catorce valses, dos conciertos para piano y orquesta y una sonata para violoncelo y piano. Elemento definitorio en el arte musical de Chopin es su rasgo polaco, fundamentado en la cultura popular de su país. Las mazurcas y las polonesas tienen ese sustrato, que le hacen completamente distinto de otros músicos románticos, y a la vez le otorgan un sello peculiar a toda su obra, esa gracia, esa sonrisa que siempre surge de su piano aun en las situaciones más patéticas. Las polonesas gozan del favor del público antes de que Chopin compusiese las suyas; son antiguas y ya están en las obras de Bach; Beethoven, Händel, Mozart, Schubert y en la ópera italiana, género popular por excelencia, cultivado por algunos maestros de Chopin como Elsner. Asimismo, la mazurca pasó de ser una forma elemental a constituir un género a través del cual se pueden expresar los sentimientos más complejos. Siendo una composición breve, la mazurca expresa de modo libre el espíritu de la música polaca. De las más escuchadas están la Op. 67, número 2, y la Op. 68, número 4. Fue uno de los géneros que cultivó a lo largo de su vida y hasta pocos meses antes de fallecer.

Los valses de Chopin son quizá lo más divulgado de su obra. Se trata, en efecto, de piezas de inspiración poética, aunque siempre basadas en parejas que bailan el vals (llevados a su máxima expresión por el músico vienés Richard Strauss) hacia cimas donde parecen anidar los sueños, la nostalgia y la alegría de la juventud, dotados de una enorme elegancia, de los cuales destaca el Valse brillante y los valses Op. 34, 42 y 64.

Inspirado en el pianista irlandés Finled, Chopin escribió sus nocturnos con un toque completamente original. Son temas eminentemente líricos, vueltos romanzas dotados de un espíritu italianizante, también breves y de estructura sencilla, con aires brillantes y delicados, usando contrapuntos, sonoridades transparentes, climas arrebatados que se vuelcan en la realización de diversos ritmos, y del dinámico empleo del pedal. Algunos de éstos están inspirados en obras de Dante o Shakespeare.

De aliento heroico y dramático son las baladas de Chopin, imbuidas muchas de ellas en poemas de Mickiewicz, y son de las obras técnicamente más elaboradas de Chopin de acuerdo a esquemas preconcebidos, siempre debatiéndose entre contrastes rítmicos y la construcción de climas. Especialmente la Balada Op. 4 nos presenta una de las composiciones más deliciosas y relevantes del pianista, haciendo que el instrumento alcance fuerza en medio de la plenitud orquestal. La Fantasía en fa menor puede ser considerada otra balada por la manera en que se desenvuelve.

Especialmente las sonatas contienen, a mi entender, lo más elaborado de Chopin, especialmente la Sonata en si bemol menor Op. 35.

Los impromptus, como viene indicado en su nombre, son improvisaciones de formas refinadas y engastadas en una figuración encantatoria, que nos habla de una cuidada estructura formal donde hasta los adornos están calculados sobre la base de una completa funcionalidad, y donde los elementos de apoyatura secundaria se convierten en la materia musical principal, como observamos en los Impromptus Op. 29 y 6, donde Chopin mezcla elementos discordes.

Especialmente las sonatas contienen, a mi entender, lo más elaborado de Chopin, especialmente la Sonata en si bemol menor Op. 35; con sus luminosas sonoridades, es una exuberante y exquisita pieza que muestra al músico dueño de sus mejores recursos y de una sensibilidad depurada. Robert Schumann, primer comentarista de la obra de Chopin —y quizá el crítico más importante del romanticismo musical— tuvo varios juicios contrastados al referirse a esta sonata, y también a la célebre Marcha fúnebre donde el carácter sombrío de la pieza se patentiza con toda su fuerza. También es de advertir en estas sonatas su arquitectura musical y una diáfana belleza tonal e instrumental, que instan al auditor a disfrutarlas del modo más libre. Esto ha llevado a que actualmente se diga que la música del polaco sirve para “relajarse”.

Los estudios, escritos a los veinte años de edad, contienen muchos de los rasgos de su genio, tanto por su originalidad como por su osadía; al mismo tiempo dan inicio a un nuevo género musical; no pueden verse como meros ejercicios sino como piezas logradas en su gran libertad creadora. Los Estudios Op. 25 en la bemol mayor, fa menor, la menor y mi menor, y los conocidos Tres nuevos estudios, contienen mucho de ello. El número 3 es probablemente la pieza más conocida de Chopin. El Estudio Op. 12 también, divulgado con el nombre de Revolucionario, está basado en la caída de Varsovia en 1831. En total son veintisiete estudios con un gran espectro de posibilidades y modos inusuales, con evidentes retos técnicos para cualquier ejecutante.

En los conciertos Chopin brilla nuevamente rompiendo con las tonalidades y el diatonismo anterior, y deja ver un sentido magnífico de las fantasías populares eslavas, sin hacer demasiados alardes orquestales; emplea pares de flautas, clarinetes, fagotes, trompas, trompetas, un trombón, timbales, violas, violines, violoncelos y contrabajos. Los conciertos en fa menor Op. 21 y en mi menor Op. 11 poseen una peculiar belleza instrumental, y son ampliamente conocidos por los públicos de varias épocas. Ambos fueron estrenados por su autor en Varsovia en marzo y septiembre de 1830.

Chopin también escribió algunos scherzos inspirados en Beethoven y una barcarola que es quizá su mejor nocturno, y en los que yo veo una de las partes más dramáticas de su romanticismo, cuando éste intensifica su diálogo con la nocturnidad y con los misterios del sueño. A partir de 1833 la actividad musical de Chopin se intensifica en París al ponerse en contacto con Franz Liszt, Bellini, Hiller y Mendelsohn, para participar con ellos en distintos proyectos y conciertos en Alemania y Francia; sin embargo la situación política en su patria, Polonia, se agrava; comienza la emigración polaca a otros países. En uno de estos viajes, en Dresde, se enamora de María Wodzinska. Pero también su salud se debilita y las relaciones con la familia de María se enfrían, a pesar de que ya ha pedido en matrimonio a la chica.

 

George Sand
Chopin conoce a finales de 1833 a Amantine Aurore Dupin, nombre real de la escritora George Sand, quien modificará radicalmente la existencia del músico polaco.

La marca de George Sand

A finales de ese año conoce a una persona que modificará radicalmente su existencia: la escritora George Sand. Se trata de una de las personalidades más controversiales y fascinantes de la escena europea, por tratarse de una mujer de genio y de talante polémico, que hasta adquirió un nombre masculino (su nombre real era Amantine Aurore Dupin); era una duquesa que a veces se vestía como un caballero para poder acceder a los círculos sociales en igualdad de condiciones que los hombres. Era novelista con una facilidad enorme para tejer historias, con una buena cantidad de éxitos literarios y editoriales como los presentes en Lelia (1831), Consuelo (1842) y La charca del diablo (1846). Casada y con dos hijos, se puso a convivir con Chopin en Mallorca, incidencias que noveló en su obra Un invierno en Mallorca (1842). Chopin y Sand siempre negaron públicamente tener una relación pasional, alegando que se trataba de pura amistad. Había un círculo de amigos donde participaban Franz Liszt (siempre acompañado de una mujer nueva en cada reunión, duquesas, princesas, aristócratas), Pierre Lerou, Eugenio Sue, Heinrich Heine, Mickiewicz y otros, enredados todos en distintos estados de ánimo.

Al principio, Chopin rechazó la personalidad de Sand y ella la de él, pero terminaron enamorándose. Se empiezan a cruzar una serie de cartas donde se confiesan sus mutuos sentimientos, consejos, infidencias de anteriores amoríos, hasta que en un verano de 1838 Sand se ganó el corazón de Federico, después de un largo proceso de reconocimiento afectivo. Entra en escena el violento personaje Mallefille, instigador celoso, a tratar de intensificar los sentimientos contra Chopin.

La presencia de George Sand en la vida de Chopin es determinante. Restablecido ya, viaja con ella y sus hijos a Marsella.

Los amantes logran ir a Mallorca a alojarse en la cartuja de Valldemosa, y la felicidad les sonríe. Federico escribe a sus amigos diciéndoles cuán feliz es. Después de estar muy enfermo, ahora se sentía sano y exultante. Pero a las pocas semanas Chopin vuelve a mostrarse mal, padeciendo una bronquitis aguda que termina convirtiéndose en tuberculosis. Después de un largo verano en la isla, apareció un invierno lleno de lluvias y fuertes vientos, con lo cual el músico empeoró, agravado con una alimentación inadecuada y una humedad permanente. La novelista lo cuidó cuanto pudo, dedicada a su salud y al mantenimiento de la casa, mientras seguía con sus compromisos literarios. Todo esto junto a los hijos de Sand. La casa —una antigua cartuja— formaba un ambiente perfecto de voces misteriosas y atmósferas sombrías que desataban fantasías románticas. Sand trabajaba en la escritura de Spiridion, la historia fantástica de un monje; mientras Chopin lo hacía en varios de sus preludios; su salud empeora y Sand toma la decisión de abandonar Valldemosa. Llegan a Palma de Mallorca y luego a Barcelona; después de una larga travesía de más de treinta horas, arriban a Marsella. Entonces Chopin mejora, se recupera, y entra de nuevo a trabajar en la edición de sus preludios.

 

La vida en París

De aquí en adelante la presencia de George Sand en la vida de Chopin es determinante. Restablecido ya, viaja con ella y sus hijos a Marsella. Echa de menos París, la ciudad donde se sentía tan bien. La necesidad de retornar a la capital francesa se hizo apremiante y terminaron por irse. En París reanudó su vida social. Aparentemente todo había vuelto a la normalidad, cada uno dedicado a sus labores artísticas. Entre 1840 y 1841 Chopin da un concierto con obras nuevas que Franz Liszt comentó en la prensa, con repercusiones ambiguas y negativas para ambos músicos.

Se establecen en París en una casa grande y pintoresca, donde ambos se sentían más amigos que amantes; ella haciendo de madre protectora y él de alma indefensa, entre jarrones de flores, aparadores repletos de curiosidades, muebles, jardines con cocheras y caballerizas, cuadros de su amigo Delacroix y por supuesto un viejo piano. Chopin continúa dando sus conciertos, donde interpreta sus impromptus, nocturnos y mazurcas que le granjean nuevos éxitos en París. La pareja continúa recibiendo amigos en la ciudad luz y a tener una vida organizada y productiva. Después se mudaron a un barrio aristocrático donde tomaron contacto con una suerte de comunidad artística compuesta por cantantes, bailarines, escritores, escultores: Sand y Chopin ocuparon departamentos separados en el mismo edificio (como luego emularían Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir en el siglo XX), y en un gran salón común recibían a celebridades como Balzac, Lerow, Delacroix, Mickiewicz, Heine y los adinerados aristócratas James y Betty Rothschild, en la Square d’Orleans de la rue Pigalle. Los grandes ausentes de aquellas reuniones eran Franz Liszt y Marie d’Agout, cuya amistad con Chopin estaba ya liquidada, lo contrario de la de Delacroix, que siempre fue la más fiel de las de Chopin.

Los años subsiguientes las cosas se vuelven problemáticas. George y Federico se mantienen entre Nohaut y París. Muere el padre de Chopin, Nicolás. Comienzan las desavenencias entre la familia de Sand y Chopin hasta que Federico regresa a París, pasa unos días en casa de su amigo Thomas Albrecht en Villa d’Avray. Las distancias entre él y la novelista se vuelven mayores. Su salud recae. Sin embargo, en 1848 embarca para Londres, donde permanece unos días y da conciertos en casas aristocráticas inglesas como los Sutherland, Gainsborough, Hamilton, Falmoth, y en la mansión de Lord Torphichen. Es un año de intensa actividad comercial en aquel país. A fines de ese año da un concierto a beneficio de los emigrados polacos en Inglaterra. Federico da el todo por el todo en estos conciertos, con recaídas de salud y bruscas recuperaciones. En noviembre de ese año regresa a París y cae gravemente enfermo. Pese a todo, a principios del año siguiente, 1849, se repone y recibe la ayuda pecuniaria de varios amigos suyos. Durante el otoño hace un breve viaje a Polonia, como previendo algo fatal. En efecto, la muerte lo está esperando luego de su decisión de retornar a Francia en octubre de este año.

 

Valoración de Chopin

La vida de Chopin fue tan azarosa como su obra, y tan genuina, creo, amoldados música y espíritu en una misma oscilación de acordes magníficos. Pocos trabajos suyos son premeditados y construidos con una arquitectura minuciosa, puesto que estaban concebidos para el piano, instrumento que puede permitirse una serie de improvisaciones y efectos y el fluir de un temperamento creador de primera magnitud. Al menos yo percibo en él la capacidad para extraer belleza de lo efímero, de lo que fluye; pensando en alguna imagen de la naturaleza, es como si introdujéramos las manos en pequeñas cascadas de donde fluye un río de música, cuyo cauce nunca suena igual ni trae la misma agua. Chopin ha inventado una nueva técnica pianística.

Todo este vasto diálogo de Chopin con las fuerzas ignotas, con su propia existencia y con el amor que parece huir de él, es lo que hace de este compositor uno de los más osados y particulares de toda la música occidental.

Las interpretaciones de la obra de Chopin son diversas. Muchos lo consideran no sólo el más grande de los pianistas, sino “el único”. Franz Liszt, siempre irónico, habló de “una iglesia de Chopin”. El barón de Trémont dijo que “el instrumento experimenta bajo sus dedos mil transformaciones, desde una pulsación delicada que sólo se puede comparar a las telarañas, hasta los efectos de la fuerza más imponente”. Lo cierto es que su música no sufre cambios sustanciales en el estilo de ejecución; el musicólogo y biógrafo de Chopin Jorge Bal dice que el músico “logró descubrir un mundo sonoro nuevo” y “parece haber inventado el alma del instrumento”. También se ha dicho que Chopin fue alguien capaz de hacer cantar el piano, poseedor de una cualidad cantábile o cantable, casi humana, que nos habla de una personalidad profundamente íntima, como puede apreciarse en sus nocturnos, aunque él no haya sido el inventor de este género, sino el compositor irlandés John Field.

Todo este vasto diálogo de Chopin con las fuerzas ignotas, con su propia existencia y con el amor que parece huir de él, apenas lo ha atisbado o saboreado en sus novias o amantes, es lo que hace de este compositor uno de los más osados y particulares de toda la música occidental. A ello se suma el piano como instrumento, al que Chopin ha dotado de una personalidad sorprendente, haciendo confluir en él toda su potencia creadora y otorgándole un lugar de excepción en la historia de la música. Él le dio, ciertamente, esa alma al piano, le concedió esa hondura que no se queda en haber revolucionado una técnica, pero sí le permitió alcanzar, hoy por hoy, un sitial de la mayor relevancia. Frédéric Chopin ha sido uno de los músicos europeos que supieron interpretar su momento romántico y su universo personal, conduciendo el piano a las mejores atmósferas y dimensiones que cualquier músico haya logrado con un instrumento.

Otra cosa que admiro en él es su recogimiento, su negación a participar en lo monumental, en el desenfreno o el exceso. Prefirió refugiarse en un estilo íntimo, lírico, en conciertos pequeños, antes que hacer presentaciones espectaculares o recibir reconocimientos de gobiernos o Estados. Fue un espíritu esencialmente aristocrático, que huía del elogio fácil. Su arte fue reconocido en círculos sociales donde asistían príncipes, duquesas y emperatrices; pero cuando todo esto sucedía muy a menudo, Chopin se aburría; su ánima profunda se identificaba con el pueblo, del que extrajo buena parte de la fuerza espontánea de sus composiciones y recias interpretaciones. El espíritu de su música es universal por ello mismo: por la autenticidad con que asume los dones que le han concedido los dioses y él supo transmitir a los hombres, a la humanidad.

Dedicándole estas sencillas palabras siento que he realizado un modesto homenaje personal a su obra y a su espíritu elevado, a esa alma romántica que desde joven me inspiró el gusto por la música, y aún enciende en mí las ansias de amar y de soñar.

Gabriel Jiménez Emán
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