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Engaño y honra: la mujer en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

lunes 26 de septiembre de 2022
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Engaño y honra: la mujer en “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, por Ivanna Zambrano Ayala
La mujer en el Siglo de Oro debe sufrir por el apetito que despierta en el varón, como se evidencia con Luscinda, Dorotea y Camila en la obra de Cervantes. Cardenio enamorado de Luscinda • Grabado de autor anónimo (1866)

La crueldad y la mentira siempre están vigentes. Por lo tanto, muchos autores las usan para dibujar, en sus obras, las injusticias que prevalecen en el mundo. Es pertinente agregar que la táctica de la ironía, que emplean los escritores, constituye una manera de refutar ese orden establecido.

En relación con el engaño y la bestialidad en la literatura, la mujer suele ser víctima por culpa de su papel impuesto de vasalla. Si bien reconocemos que los hombres también pueden ser presas de las iniquidades, los personajes femeninos son más torturados por las malas intenciones y la doble moral. Adicionalmente, en el Siglo de Oro español observamos estos aspectos en los libros de Miguel de Cervantes y en los de otros artistas. Por tal motivo, destacamos que en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605) aparecen los elementos aludidos y el recurrente tema de la honra. Lo descubrimos en los episodios en los que salen Luscinda, Dorotea, Camila, Zoraida y Leandra. Además, en las Novelas ejemplares (1613), del mismo autor, emergen asuntos como la marginación de las doncellas en el siglo XVII.

En otras palabras, este trabajo se va a enfocar en el engaño, la honra y las damas de las novelas intercaladas de la primera parte de Don Quijote de la Mancha, quienes son acorraladas por los designios patriarcales en un tiempo y sociedad hostiles.

 

Luscinda encarna a la doncella de la Contrarreforma que se somete a la autoridad paterna.

Los deseos de la carne y el engaño

En Sentido y forma del Quijote (1975), el crítico Joaquín Casalduero declara que la mujer en el Siglo de Oro debe sufrir por el apetito que despierta en el varón. En efecto, es lo que ocurre con Luscinda, Dorotea y Camila en la obra de Cervantes.

En la narración de Cardenio, loco de Sierra Morena, Luscinda es una señorita obligada a casarse con alguien que no quiere. Es apropiado enfatizar que antes del matrimonio con don Fernando, un grande de España, le confiesa a Cardenio que pretende suicidarse. Sin embargo, acepta el enlace conyugal para respetar los anhelos de su familia. Por tal razón, Joaquín Casalduero (1975) explica que Luscinda encarna a la doncella de la Contrarreforma que se somete a la autoridad paterna. En otras palabras, sólo se atreve a desobedecer al dejar un papel en su pecho, con el plan de que lo lea su esposo al fallecer por su propia mano. Por ese motivo, el hombre intenta asesinarla: “Todo lo cual visto por don Fernando, pareciéndole que Luscinda le había burlado y escarnecido y tenido en poco, arremetió a ella antes que de su desmayo volviese” (Cervantes, 1984, p. 174). Advertimos la ironía cervantina en esta fracción del texto. El galán luce la costumbre de engañar a las jóvenes para quitarles la honra. Por consiguiente, brota un haz de justicia. No obstante, Fernando, sin importar los actos que realiza contra las damas que llaman su atención, gana un premio: Dorotea, quien puede recuperar su honor si él la desposa. Asimismo, en La fuerza de la sangre (1613) se contempla algo similar: el lobo recibe el regalo de casarse con Leocadia, la damisela que viola. Ella acepta para gozar de virtud ante el resto.

Adicionalmente, Dorotea se muestra como una chica vigorosa en el relato de Cervantes, pero martirizada por el orden patriarcal: es engañada por Fernando para obtener favores sexuales con la promesa marital frente a las imágenes religiosas. También tomemos en cuenta que el criado, al saber que no es virgen, decide convencerla para conseguir placer. Y, al recibir negativas de su parte, trata de coaccionarla: “Con menos temor de Dios ni respeto mío, me requirió de amores; y viendo que yo con feas y justas palabras respondía a las desvergüenzas de sus propósitos, comenzó a usar la fuerza. Pero con poco trabajo di con él por un derrumbadero, donde le dejé, ni sé si muerto o si vivo” (p. 175). Este fragmento despliega la situación que padece la muchacha a causa de la lujuria masculina. A continuación, sufre un evento semejante con un individuo para el que trabaja. Por fortuna, logra escapar y se topa con los amigos de don Quijote, transformándose en la princesa Micomicona, infanta atormentada por un gigante. Por supuesto, hace una alusión a don Fernando, hijo de un noble.

En cualquier caso, en Política sexual (2010), la escritora Kate Millett afirma que el sentimiento de culpa que inspira la sexualidad recae sobre la hembra, quien en toda relación erótica se considera la parte responsable, sin importar cuáles sean las circunstancias. Ahora que avistamos este detalle, retomamos lo expuesto sobre Dorotea: para la sociedad del Siglo de Oro, este personaje no merece rechazar las garras de su pretendiente. Es fundamental añadir que la sirvienta constituye una pieza clave que origina su desventura, puesto que la traiciona al dejarlo entrar en su habitación. Según Joaquín Casalduero (1975), en la edad en la que suceden los hechos en Don Quijote de la Mancha no hay mujer que pueda defenderse del macho, aunque se encierre en un laberinto. En efecto, Dorotea es empujada, pese a estar oculta en un dédalo hacendoso y casto, a consentir el acto carnal con el moscardón por la doble moral de la época. De hecho, cuando el enamorado logra lo que ansía, desaparece tan rápido como se pavonea en los aposentos de la joven. En pocas palabras, Marcela es la más afortunada doncella de la primera parte del libro de Cervantes. Es decir, logra celar su virginidad, desechando las insistencias de los guapetones que la acusan de ser una fémina cruel. Por desgracia, Dorotea, Camila ni Leandra cuentan con la misma suerte.

Anselmo (el marido latoso) no sólo proporciona los ingredientes para construir su propia desgracia, sino la de su esposa y su mejor amigo.

Por otro lado, en El curioso impertinente existen aspectos turbios esbozados con ironía. Lo detectamos en todo el relato. Asimismo, Anselmo (el marido latoso) no sólo proporciona los ingredientes para construir su propia desgracia, sino la de su esposa y su mejor amigo. Sin duda, Camila es la mayor víctima. Nada sabe del pacto entre los dos camaradas para probar cuán virtuosa es. Y, si bien Lotario se esfuerza en persuadir de su error a Anselmo, éste insiste para ver lo que ocurre en primera fila. Por tal motivo, se sirven los temas de los celos, el adulterio y el voyerismo. A propósito, Lotario, que representa el papel de un varón íntegro, observa con malos ojos a Camila por un malentendido. Entonces, le confiesa lo sucedido a su compañero de la infancia: “Sólo creyó que Camila, de la misma manera que había sido fácil y ligera con él, lo era para otro; que estas añadiduras trae consigo la maldad de la mujer mala: que pierde crédito de su honra con el mesmo a quien se entregó” (Cervantes, 1984, p. 218). Como reparamos en el trozo, el autor cuestiona la visión discriminatoria que sostienen los hombres en el Renacimiento. En general, este panorama sigue encontrándose en boga en el siglo XXI.

En relación con el engaño, Camila es perjudicada por su esposo al provocar que cometa la equivocación de entregarse a un caballero que ni siquiera la quiere. Es claro que después de la muerte de Anselmo, Lotario se siente tan arrepentido que se une al ejército. Y expira en batalla. Cuando la viuda se entera, hallándose enclaustrada en un monasterio, se convierte en monja y fallece más tarde. El desenlace indica que Lotario no es tan perfecto, Anselmo paga por cuestionar la virtud de su esposa y Camila se transforma en otro despojo del orden establecido.

 

Los designios patriarcales y la honra            

Kate Millett (2010) manifiesta que la figura masculina cobra en la familia una fuerza ideológica y material inquebrantable. Es decir, el padre despliega su control sobre aquellos que dependen de su posición económica y social. Esto es visible en la novela de Luscinda y Cardenio, pero también lo contemplaremos en el relato del cautivo, por el florecimiento de Zoraida, y el del cabrero, narrador de las cuitas de Leandra generadas por Vicente de la Roca.

En Historia del cautivo, Zoraida emerge como una doncella devota de la Virgen María. Por lo tanto, traiciona a su progenitor, Agi Morato, para convertirse en cristiana. Esto provoca que el hombre la maldiga en el lugar donde, según los moros, está enterrada Florinda la Cava. Este hecho constituye una ironía. Es importante mencionar que esta figura de leyenda es juzgada como la que anima la caída del reino español. Sin embargo, diferimos, tomando en cuenta que Florinda es una niña violada por Rodrigo, último rey visigodo, cuya lascivia ocasiona la destrucción de su pueblo.

Volviendo a Zoraida, ella y los cautivos abandonan a los moros en el promontorio de la Cava Rumia. Es oportuno resaltar que el acto determina que la joven pierda, de forma evidente, la posibilidad de heredar. Y las riquezas que le quedan, pues son atacados por una embarcación de franceses. Asimismo, lo anterior promueve que dependa de su futuro esposo, con quien busca a los allegados de éste. Es conveniente destacar que, pese a que no hay coito, Zoraida está deshonrada para su padre y el resto de su familia: “¡Oh infame moza y mal aconsejada muchacha! ¿Adónde vas, ciega y desatinada, en poder destos perros, naturales enemigos nuestros? ¡Maldita sea la hora en que yo te engendré, y malditos sean los regalos y deleites en que te he criado!” (Cervantes, 1984, p. 267). Esta fracción del libro lo revela.

Vicente de la Roca no sólo es un tramposo, representa una parodia del soldado español de la época.

Por otro lado, brota un caso semejante relacionado con la honra en el cuento del cabrero, episodios más adelante de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Leandra, una señorita, es herida por un soldado llamado Vicente de la Roca. Es pertinente subrayar que Kate Millett (2010) ratifica que el amor romántico es un instrumento de manipulación emocional para que el macho obtenga lo que anhela de la hembra. Es claro que esto ocurre con Leandra, seducida por el embaucador. Es por eso que pierde su dignidad frente a los enamorados. A propósito, ellos se encargan de difundir su desdicha con adjetivos de por medio: “Pasamos la vida entre los árboles, cantando alabanzas o vituperios de la hermosa Leandra (…). Este la maldice y la llama antojadiza, varia y deshonesta; aquel la condena por fácil y ligera; tal la absuelve y perdona, y tal la justicia y vitupera” (Cervantes, 1984, p. 321). Esta cita exterioriza las razones por las que el padre de la adolescente la confina en un monasterio. Resaltamos que Vicente de la Roca no sólo es un tramposo, representa una parodia del soldado español de la época: “Este bravo, este músico, este poeta fue visto muchas veces por Leandra. Enamoróla el oropel de vistosos trajes; encantáronla sus romances; llegaron a sus oídos las hazañas que él de sí mismo había referido” (p. 320). Como apreciamos en esta porción del documento, Leandra es la antítesis de Marcela mientras que Vicente de la Roca constituye una versión bufonesca de Crisóstomo. Ahora es apto traer a la mesa a Joaquín Casalduero (1975), quien confirma que a la mujer del Siglo de Oro le corresponde lanzarse tras el hombre y conquistarlo con una cualidad de la hermosura: la virtud. Si bien Leandra, Camila y Dorotea no son más que víctimas de los designios patriarcales. Tengamos en mente que una de ellas no sabe lo que pretende su esposo y otra es traicionada por su criada para que sea deshonrada. En pocas palabras, las malas intenciones y la doble moral generan sus infortunios. Por consiguiente, el aspecto de la honra y su pérdida son excusas para marginarlas, considerando que la misoginia se halla vigente en ese contexto histórico (y en el de hoy).

 

Conclusiones

Cervantes cuestiona la realidad en la que se desenvuelve mediante El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, como observamos al analizar a Luscinda, Dorotea, Camila, Zoraida y Leandra en este trabajo. Sin embargo, es bueno advertir que casi nadie escapa de las creencias de su tiempo.

De cualquier forma, es conveniente reconocer que el humor y la puesta en escena de los entes de papel estudiados, en las narraciones de la primera parte de Don Quijote de la Mancha, exponen una ruptura con el duro panorama que se ostenta en el Siglo de Oro. Lo descubrimos en Marcela, quien cela su virginidad en un ambiente en el que impera la doble moral, y Dorotea, golpeada por la mentira y los designios patriarcales.

En suma, los personajes femeninos explorados son cohibidos por la sociedad a la que pertenecen en la trama, como aquellos de contextos posteriores. Es fundamental añadir que el engaño masculino se conserva en la actualidad. Por desgracia, eso asegura que la humanidad tiende a ir en retroceso.

 

Referencias bibliográficas

  • Casalduero, Joaquín (1975). Sentido y forma del Quijote. Madrid: Ínsula.
  • Cervantes, Miguel de (1984). El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Madrid: Espasa-Calpe.
    (1613). La fuerza de la sangre [archivo PDF]. Freeditorial.com.
  • Millett, Kate (2010). Política sexual. Madrid: Ediciones Cátedra.
Ivanna Zambrano Ayala
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