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Daniil Kharms o la escritura del mundo

miércoles 18 de enero de 2017
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Daniil Kharms
Daniil Kharms es el pseudónimo de Daniil Ivanovich Yuvachev, nacido en 1905 y muerto en 1942.

Introducción

El ruso es un idioma hablado actualmente por 278 millones de personas. De Gógol a Solyenitsin, el idioma de los zares representa una fuente inagotable de buena literatura. A pesar de las muestras parciales de sus microrrelatos en Internet, el mundo editorial de habla hispana continúa en deuda con uno de sus grandes representantes: Daniil Kharms, un escritor antisoviético en épocas de Stalin.

No existen hasta el momento ediciones en español de sus microrrelatos, aforismos, poemas y su nouvelle Una anciana; jamás fueron impresos en papel para ser puestos en los estantes del buen librero. Sin temor a la equivocación, conocemos su obra hoy gracias a las traducciones del ruso al inglés por parte de Matvei Yankelevich, George Gibian, Eugene Ostashevsky y Graham Roberts. (Para quienes somos perfectos ignorantes de aquel idioma nos queda una espina al no poder leerlo en su lengua original.)

Daniil Kharms, el hombre de la vida breve: en sus días en este mundo fue una víctima entre millones de rusos; el oprimido del régimen comunista; el hombre alto y singular, de frente marcada y ojos grandes y verdes, una gran boca curvada hacia abajo como signo de duda. Porque en sus fotos no se observa dulzura pero sí una gran ironía. Escéptico a su realidad, prefirió plasmar en sus escritos la barbarie intoxicando a menudo la vida cotidiana soviética, siempre con un toque de humor y de absurdo. Daniil Kharms fue el rebelde que fumaba pipa vestido de Sherlock Holmes paseándose por la avenida Nevsky Projekt, provocando a los caminantes con sus performances. Fue a quien trataron de loco, de peligroso, que fue metido en una cárcel y murió allí dentro de inanición, cuando las tropas alemanas con sus aviones y tanques avanzaban imparables por la estepa rusa, en 1942.

Daniil Kharms es el pseudónimo de Daniil Ivanovich Yuvachev, nacido en 1905. Cuenta la leyenda que desde la cárcel (Pedro y Pablo, en el río Neva) su padre (Ivan Ivanovich Yuvachev, miembro de una organización revolucionaria llamada Narodnaya Volya, “La Voluntad del Pueblo”) predijo el día del nacimiento de Daniil: el 30 de diciembre en el calendario gregoriano. Llamó a su mujer por teléfono y le dijo que el bebé debía llamarse Daniil, en honor a Daniel, el personaje bíblico.

Debemos considerar su veta de pionero: Kharms desarrolló el non sense antes que Camus, Ionesco y Beckett en Occidente. Y fue uno de los primeros en dedicarse a la literatura infantil realizando él mismo los dibujos de sus libros. Como la otra cara de la moneda, vivió en la misma época que el checo Kafka, que Bruno Schulz, Robert Walser y demás, y los ecos del escritor con atuendos de Sherlock Holmes se escuchan en ellos. Tanto el autor de La metamorfosis como Kharms plasmaron en sus hojas de papel lo extrañamente familiar, lo siniestro. El caso de Daniil Kharms, del otro lado del muro, del otro lado del continente nos abre la hipótesis de que las épocas son las que en verdad marcan la literatura, el progreso en la historia del espíritu ocurren en dependencia con el tiempo.

Desconociendo por completo el ruso, nos conformamos con realizar una traducción desde el texto en inglés, usando como fuente la admirable antología que Matvei Yankelevich tituló Today I Wrote Nothing (2007).

 

Versión en español

Daniil KharmsUna mosca chocó la frente de un caballero que caminaba por allí; atravesó su lóbulo frontal y salió por la espalda. El hombre, cuyo nombre era Dernyatin, estaba sorprendido en extremo; le pareció que algo que silbaba atravesó su cerebro, y en la parte trasera de su cabeza se destacaba una delgada película de piel y comenzó a cosquillearle. Dernyatin se detuvo y pensó un momento. “Que significa tal cosa? Después de todo, está perfectamente claro que escuché un zumbido en mi cerebro. Nada me viene a la mente que me permita comprender qué pasa aquí. En cualquier caso, esta rara sensación me recuerda algún tipo de enfermedad mental. Continuaré mi camino, en vez de pensar en cualquier otra cosa”. Con estas palabras Dernyatin continuó, pero no interesa cómo, no podía dar la vuelta en aquel camino. En el sendero del cielo azul, Dernyatin tropezó y apenas logró seguir en pie. “Fue algo bueno que no me caí”, pensó Dernyatin, “o algo podría haber roto mis anteojos y no habría sido posible precisar la dirección del camino”. Dernyatin continuó su rumbo con ayuda de su bastón. Pero varios peligros acechaban. Comenzó a cantar para disipar sus pensamientos malos. La canción era alegre y resonante, hasta tal punto que se olvidó de sí, incluso de que estaba en el camino del cielo azul, donde en aquel momento del día los automóviles pasaban a velocidades desconcertantes. El camino era muy estrecho, por esto saltaba a un costado, lo cual era muy dificultoso. Se lo consideraba un camino muy peligroso. La gente más juiciosa siempre lo circulaba con cuidado, para no morir en el intento. Allí la muerte aguardaba al caminante a cada paso bajo la forma de un automóvil o de un bandido. O bien, bajo la forma de un vagón cargado de carbón bituminoso. Antes que pudiera soplarse la nariz, un enorme automóvil se cernía sobre él. Gritó “¡Me muero!” y saltó a un costado. El pastizal se abrió ante él y él cayó en una húmeda zanja. El automóvil rugía, levantando la sufrida bandera por sobre el techo. La gente en el automóvil estaba segura de que se trataba de Dernyatin, el difunto, así que se sacaron sus sombreros y continuaron con sus cabezas desnudas. “¿Alguien se dio cuenta de que nos llevamos por delante a ese que camina? ¿Estaba de frente o de espaldas?”, preguntó a los caballeros de mangas, o no, sino en el sombrero. “Mis mejillas y mis lóbulos de las orejas”, continuó el caballero, “estuvieron muy expuestos, por eso siempre uso mi sombrero”. Próximo al caballero iba una mujer con una gran boca. “Me preocupa”, dijo ella, “¿y qué si somos un poco culpables por la muerte de ese caminante?”. “¿Qué? ¿Qué?”, preguntó el caballero, tomando el sombrero. “El asesinato sólo es castigado en aquellos casos en que la víctima recuerda a un zapallo. Pero no nosotros, no nosotros. No se nos va a acusar por la muerte de un caminante”. El mismo hombre gritó: “¡Me muero!”. “No somos testigos de esta muerte repentina”. Madam Annette sonrió con su gran boca y dijo para sí: “Anton Antonovich, eres tan inteligente para salir de los problemas”. Mientras tanto, Dernyatin permanecía en la zanja, con sus brazos y piernas estiradas. Y el automóvil proseguía su camino. Dernyatin ya comprendía que no estaba muerto. La muerte con forma de automóvil le había pasado de largo. Se puso de pie, se limpió el traje con la manga, se escupió los dedos y continuó por el camino al cielo azul buscando recuperar el tiempo perdido.

*

La familia Rundadar vivía en una gran casa junto a un calmo río Svirechka. El padre de los Rundadars, Platon Ilych, amaba el conocimiento de innumerables temas: Matemáticas, Filosofía Tripartita, La Geografía del Edén, los libros de Vintviveq, las enseñanzas de estremecimientos mortales y de la celestial hierarquía de Dionisios Areopagita, eran las ciencias que Platon Ilych más amaba. Las puertas de la casa de los Rundadar permanecían abiertas a los desconocidos que visitaban los santos lugares de nuestro planeta. En este hogar, historias de montañas voladoras, atraía la atención de los granujas del asentamiento de Nikitinsky, se juntaban con gran atención. Platon Ilych mantenía largas listas con detalles de los ascensos de montañas grandes y pequeñas. Era excepcional entre otras los ascensos de la montaña de Kapustinsky. Como bien se sabe, esta montaña emprendió vuelo a la noche, alrededor de las 5, arrancando un cedro. Desde el punto de su despegue, la montaña ascendió no en zigzag sino en línea recta, produciendo pequeñas vibraciones sólo cuando había ganado una altura de 15 o 16 kilómetros. Y el viento, soplando contra la montaña, a través de ésta, sin desviarlo de su curso, como si la montaña de pedernal perdiera sus propiedades de impermeabilidad. A través de ella, por ejemplo, voló una gaviota por una nube. Esto fue confirmado por pocos testigos. Contradijo las leyes de las montañas voladoras, pero aquel hecho recordó otro hecho, y Platon Ilyich lo incluyó en el registro de detalles de la montaña Kaputinsky. Todos los días en lo de los Rundadar se reunían invitados muy respetados: el Profesor de vías de trenes Michael Ivanovich Dundukov, el Padre Superior Mirinos II, y el Logielogista Stefan Dernyatin. Los invitados se reunían en el living de abajo, se sentaban a la mesa en donde había una palangana llena de agua. Los invitados mientras conversaban escupían en ella —tal era la costumbre en los Rundadar. El mismo Platon Ilyich se sentaba con un látigo. De tanto en tanto lo humedecía en el agua y azotaba la silla vacía. Esto se llamaba “haciendo ruido con un instrumento”. A las nueve en punto su esposa, Anna Malyaevna, aparecía en escena y llevaba a los huéspedes hasta la mesa. Ellos comían platos líquidos y sólidos, y se arrastraban hasta Anna y le besaban la mano y se sentaban para tomar el té. A esto, Mirinos II narraba incidentes ocurridos 14 años atrás. Era que él estaba un día sentado en los peldaños de su porche alimentando a sus patos. De repente una mosca salió volando de la casa dando círculos y chocó en su frente y salió por su espalda y volvió a meterse en la casa. El Padre Superior se quedó allí sentado con una sonrisa de placer porque por fin había visto un milagro con sus propios ojos. El resto de los invitados, habiendo escuchado a Mirinos II, se golpeaban con sus cucharas de té en la boca y en la nuez de Adán como señal de que la fiesta había terminado. Al minuto la discusión se tornaba frívola. Anna Malyaevna abandonaba el cuarto, mientras que Dernyatin comentaba sobre el tema de “Las mujeres y las flores”. A veces ocurría que ciertos invitados permanecían allí durante toda la noche. Empujaban el armario y, sobre él, juntos preparaban la cama para Mirinos II. El Profesor Dundukov dormía en el comedor, sobre el piano, y Dernyatin se metía en la cama con Masha, la mucama de Dernyatin. Pero en la mayoría de los casos los invitados volvían a sus respectivas casas. El mismo Platon Ilyich ponía llave a la puerta ni bien se iban y volvía a Anna Malyaevna. Los pescadores de Nikitinsky cantaban río abajo por el Svirechka. Y la familia Rundadar caía en el sueño con las canciones de los Pescadores.

*

Dernyatin salió de la zanja y caminó el sendero del cielo azul buscando recuperar el tiempo perdido. Allí había cada vez menos peligro de morir, en el sentido de que allí el tráfico era menor. Quería visitar a un tal Rundadar. Ya todos estaban reunidos en el living de Rundadar. Un barquito de papel flotaba en una palangana llena de agua. En la cabeza de Mirinos II había una gorra azul. El Profesor Dundukov estaba sentado con sus mangas arremangadas. Platon Ilyich azotaba un pañuelo como un látigo. Dernyatin estaba sentado en la mesa, escupiendo en la palangana…

*

“Hoy te reportaré en mi colección de material sobre las estructuras tridimensionales del mundo y de todas las cosas”, dijo Platon Ilyich. De los huéspedes de Rundadar sólo el Loogielogista Dernyatin faltaba. Pero Mikhail Ivanovich Dundukov estaba sentado con sus cachetes inflados.

“Lo sé”, respondió el Padre Superior Mirinos II. “Todas las cosas recuerdan a la casa de tres pisos, y el mundo tiene tres peldaños en el refugio de Dios”.

“Continúa, dime, ¿dónde hay tres divisiones en una silla? ¿En una mesa? ¿O en esta palangana?”.

*

Capítulo 2

Platon Ilyich Rundadar quedó estático en el pasillo de este comedor. Cerró sus codos en el quicial, metió sus piernas en la puerta de madera, alzó sus ojos y permaneció así.

*

Dernyatin, conocido Loogielogista, decidió erigir una verdadera pirámide en el centro de Petersburgo. En primer lugar, para sentarse es mejor que hacerlo en un techo, y en segundo lugar, en la pirámide se puede construir un dormitorio para dormir allí.

(1929-1930)

 

Versión en inglés

Daniil Kharms

Kharms, Daniil (2007), Pp. 138-141, Today I Wrote Nothing, Ed. y trad. Matvei Yankelevich, Woodstock & New York, Peter Mayer Publishers Inc.

A fly struck the forehead of a gentleman who was running by; it passed through his frontal lobe and came out the back. The gentleman, whose name was Dernyatin, was extremely surprised; it seemed to him that something whistled through his brain, and on the back of his head a thin layer of skin burst and started to tickle. Dernyatin stopped on this tracks and thought for awhile. “What would such a thing mean? After all, it’s perfectly clear I heard a whistle in my brain. Nothing comes to mind that would allow me to understand what’s going on here. In any case, this rare sensation resembles some kind of mental disease. I’ll continue my run, instead of thinking any more about it.” With these words Mr. Dernyatin ran on, but no matter how he ran, it just wouldn’t turn out the way. On the sky-blue path, Dernyatin stumbled and just barely avoided falling, he even had to flail his arms around in the air. “It’s a good thing I didn’t fall,” thought Dernyatin, “or else I would have broken my glasses and would no longer have been able to make out the direction of the paths.” Dernyatin continued at a walk, leaning on his cane. But one danger followed another. Dernyatin began to sing a song in order to dispel his unhappy thoughts. The song was joyful and resonant, such that Dernyatin lost himself in it and even forgot that he was on the sky-blue path, where at this time of day automobiles flew by at dizzying speeds. The sky-blue path was very narrow, and to dodge cars by jumping to the side was rather difficult. Thus it was considered a dangerous path. Mindful people always walked along the sky-blue path with caution, so as not to die. Here death awaited a pedestrian at every step either in the form of an automobile or in the form of a bandit; or if neither of those, then in the form of a wagon with bituminous coal. Before he could even blow his nose, an enormous automobile bore down on Dernyatin. Dernyatin cried, “I am dying!” and leaped to the side. The grass parted before him and he fell into a damp trench. The automobile rumbled by, having raised the distress flag over its roof. The people in the automobile were sure that Dernyatin had died, so they took off their head-wear and now continued bareheaded. “Did anybody notice which wheels ran over that wanderer? Was it the front or the back?” asked the gentleman in the muff, rather, not in the muff, but in the bashlyk. “My cheeks and ear lobes,” the gentleman went on, “have been terribly exposed, that’s why I always wear my bashlyk.” Next to the gentleman, there was a lady with a remarkable mouth. “I’m worried,” said the lady, “and what if we are somehow blamed for the murder of that wayfarer.” What? What?” asked the gentleman, pulling the bashlyk, “murder is punished only in those cases where the murdered resembles a pumpkin. But not we. But not we. We are not to blame for the death of a wayfarer. The man himself shouted: “I am dying!” We are but witnesses to his sudden death.” Madam Annette smiled with her remarkable mouth and said to herself, “Anton Antonovich, you’re so clever at getting out of trouble.” Meanwhile, Mr. Dernyatin lay in the damp trench, having stretched out his arms and legs. And the automobile had already sped away. Already, Dernyatin understood that he was not dead. Death in the form of an automobile had passed him by. He stood up, brushed his suit off with his sleeve, spit on his fingers and went down the sky-blue path to make up for lost time.

*

The Rundadar family lived in a house on the quiet river Svirechka. The father of the Rundadars, Platon Ilych, loved knowledge of lofty matters: Mathematics, Tripartite Philosophy, the Geography of Eden, the books of Vintviveq, teachings on mortal tremors and the celestial hierarchy of Dionysius the Areopagite were Platon Ilyich’s most beloved sciences. The doors of the Rundadar house were open to all strangers who had visited the holy places of our planet. In the Rundadar home, stories about flying hills, brought by ragamuffins from the Nikitinsky settlement, were met with lively and acute attention. Platon Ilyich kept long lists with the details of the flights of large and small hills. Especially exceptional among all other flights was the flight of Kapustinsky Hill. As is well known, Kaputinsky Hill took off at night, at around 5, uprooting a cedar. From the point of its takeoff the hill rose not in a serpent-like trajectory like the other hills, but in a straight line, making little vibrations only when it had reached the elevation of 15 or 16 kilometers. And the wind, blowing against the hill, flew through it, not driving it from its course, as if the hill of flint rock had lost its property of impermeability. Through the hill, for example, flew a seagull. It flew, as though through a cloud. This has been confirmed by a few eyewitnesses. It contradicted the laws of flying hills, but the fact remained a fact, and Platon Ilyich included it in the log of details on Kaputinsky Hill. Every day at the Rundadar’s there gathered esteemed guests of honor were: Professor of Railroads Michael Ivanovich Dundukov, Father Superior Mirinos II, and Loogieologist Stefan Dernyatin. The guests gathered in the lower living room, sat at a long table, on which was placed a common washtub filled with water. The guests, conversing, spat into the washtub – such was the custom of the Rundadar family. Platon Ilyich himself sat with a whip. From time to time he wet it in the water and lashed it on an empty chair. This was called “making a racket with an instrument.” At nine o’clock the wife of Platon Ilyich, Anna Malyaevna, would appear and lead the guests to the table. The guests ate liquid and solid dishes, then crawled up on all fours to Anna Malyaevna, kissed her hand and sat down for the tea. During tea, Mirinos II would narrate an incident that had occurred 14 years prior. It went that he, Father Superior, was one day sitting on the steps of his porch, feeding the ducks. All of a sudden a fly flew out of the house, circled around and around, and struck Father Superior in the forehead. It struck him in the forehead and passed straight through his head and came out the back and flew back into the house. Father Superior was left sitting on the steps with a smile of delight because he had finally seen a miracle with his own eyes. The rest of the guests, having heard out Mirinos II, would beat themselves with teaspoons on the lips and on their Adam’s apples as a sign that the party was over. Afterwards the discussion would take on a frivolous character. Anna Malyaevna would leave the room, while the gentleman Loogieologist Dernyatin spoke on the subject of “Women and Flowers.” At times it happened that certain guests would stay overnight. Then they would push a few wardrobes together and make a bed for Mironos II on top of the wardrobes. Professor Dundukov slept in the dining room on the grand piano, and Mr. Dernyatin got in the bed with the Rundadar’s servant girl, Masha. But, in most of cases, the guests went to their separate homes. Platon Ilyich himself would lock the door after them and go back to Anna Malyaevna. Nikitinsky fishermen floated down the Svirechka River singing songs. And the Rundadar family would fall asleep to the tune of fishermen’s songs.

*

Mr. Dernyatin crawled out of the ditch and went along the sky-blue path in pursuit of lost time. There was less and less danger of death in the sense that at this hour there was less traffic. Mr. Dernyatin was on his way to visit a certain Rundadar. Everyone was already gathered in Rundadar’s living room. A paper boat floated in a washtub full of water. A blue cap was on Mirinos II’s head. Professor Dundukov sat with his sleeves rolled up. Platon Ilyich was waving a kerchief like a whip. Mr. Dernyatin sat down at the table, having spat into the washtub…

*

“Today I will report to you on my collection of material about the tri-fold structure of the world and of all things,” said Platon Ilyich. Of Rundadar’s gathered guests only the Loogielogist Dernyatin was lacking. But Mikhail Ivanovich Dundukov was sitting his cheeks puffed up.

*

“I know,” said Father Superior Mirinos II. “All things resemble a three-story house, and the world is three steps in the shelter of God.”

“And go ahead, tell me where there are three divisions in a chair? In a table? or in this
washtub?”

*

Chapter II

Platon Ilyich Rundadar got stuck in the doorway of this dining room. He locked his elbows into the jamb, sprouted his legs into the wooden threshold, and rolled his eyes into his head and stood like that.

*

Mr. Dernyatin, a well-known Loogielogist, decided to erect a real pyramid in the middle of the city of Petersburg. In the first place, to sit on it is better than sitting on a roof, and in a second place, in the pyramid one can arrange a room and sleep there.

(1929-1930)
Andrés A. Ugueruaga
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