Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

“La agricultura de la Zona Tórrida”, de Andrés Bello, en portugués

jueves 30 de mayo de 2019
¡Comparte esto en tus redes sociales!

Andrés Bello

Presentación

El mayor humanista venezolano, Andrés Bello (1781-1865), llegó a Londres en 1810 como parte de una comisión encargada de atraer el apoyo británico a la causa independentista de su país. Se quedaría casi veinte años. En la capital inglesa contraerá matrimonio, enviudará y verá morir a Juan Pablo, uno de los tres hijos que tuvo de esa primera unión. Afrontará diversas dificultades económicas hasta que en 1822 es nombrado secretario de la legación chilena en el Reino Unido, resultado de su relación con el guatemalteco Antonio José de Irisarri, quien había sido director supremo interino de Chile en 1814, y canciller del país sureño con la independencia. Este hecho será la semilla de la partida de Bello, años más tarde, hacia Chile, donde permanecerá hasta su muerte y dejará un legado imborrable que incluye la fundación de la Universidad de Chile.

En sus años en el Reino Unido —donde volverá a casarse en 1824— Bello dirige y redacta El Censor Americano (1820), La Biblioteca Americana (1823) y El Repertorio Americano (1826). En estos medios publicará en 1823 la “Alocución a la poesía” y en 1926 “La agricultura de la Zona Tórrida”, consideradas sus mayores creaciones poéticas. Hoy presentamos a nuestros lectores la versión al portugués de esta última, realizada por el escritor español Pedro Sevylla de Juana.

 

La agricultura de la Zona Tórrida

¡Salve, fecunda zona,
Que al sol enamorado circunscribes
El vago curso, y cuanto ser se anima
En cada vario clima,
Acariciada de su luz, concibes!
Tú tejes al verano su guirnalda
De granadas espigas; tú la uva
Das a la hirviente cuba:
No de purpúrea flor, o roja, o gualda
A tus florestas bellas
Falta matiz alguno; y bebe en ellas
Aromas mil el viento;
Y greyes van sin cuento
Paciendo tu verdura, desde el llano
Que tiene por lindero el horizonte,
Hasta el erguido monte,
De inaccesible nieve siempre cano.

Tú das la caña hermosa,
De do la miel se acendra,
Por quien desdeña el mundo los panales:
Tú en urnas de coral cuajas la almendra
Que en la espumante jícara rebosa:
Bulle carmín viviente en tus nopales,
Que afrenta fuera al múrice de Tiro;
Y de tu añil la tinta generosa
Émula es de la lumbre del zafiro;
El vino es tuyo, que la herida agave
Para los hijos vierte
Del Anáhuac feliz; y la hoja es tuya
Que cuando de suave
Humo en espiras vagorosas huya,
Solazará el fastidio al ocio inerte.
Tú vistes de jazmines
El arbusto sabeo,
Y el perfume le das que en los festines
La fiebre insana templará a Lico.
Para tus hijos la procera palma
Su vario feudo cría,
Y el ananás sazona su ambrosía:
Su blanco pan la yuca,
Sus rubias pomas la patata educa,
Y el algodón despliega al aura leve
Las rosas de oro y el vellón de nieve.
Tendida para ti la fresca parcha
En enramadas de verdor lozano,
Cuelga de sus sarmientos trepadores
Nectáreos globos y franjadas flores;
Y para ti el maíz, jefe altanero
De la espigada tribu, hinche su grano;
Y para ti el banano
Desmaya al peso de su dulce carga;
El banano, primero
De cuantos concedió bellos presentes
Providencia a las gentes
Del Ecuador feliz con mano larga.
No ya de humanas artes obligado
El premio rinde opimo:
No es a la podadera, no al arado
Deudor de su racimo;
Escasa industria bástale, cual puede
Hurtar a sus fatigas mano esclava:
Crece veloz, y cuando exhausto acaba,
Adulta prole en torno le sucede.

Mas ¡oh! si cual no cede
El tuyo, fértil zona, a suelo alguno,
Y como de natura esmero ha sido,
De tu indolente habitador lo fuera.
¡Oh! ¡Si al falaz ruido
La dicha al fin supiese verdadera
Anteponer, que del umbral le llama
Del labrador sencillo,
Lejos del necio y vano
Fausto, el mentido brillo,
El ocio pestilente ciudadano.
¿Por qué ilusión funesta
Aquellos que fortuna hizo señores
De tan dichosa tierra y pingüe y varia,
Al cuidado abandonan
Y a la fe mercenaria
Las patrias heredades,
Y en el ciego tumulto se aprisionan
De míseras ciudades,
Do la ambición proterva
Sopla la llama de civiles bandos,
O al patriotismo la desidia enerva;
Do el lujo las costumbres atosiga,
Y combaten los vicios
La incauta edad en poderosa liga?
No allí con varoniles ejercicios
Se endurece el mancebo a la fatiga;
Mas la salud estraga en el abrazo
De pérfida hermosura,
Que pone en almoneda los favores;
Mas pasatiempo estima
Prender aleve en casto seno el fuego
De ilícitos amores;
O embebecido le hallará la aurora
En mesa infame de ruinoso juego.
En tanto a la lisonja seductora
Del asiduo amador fácil oído
Da la consorte: crece
En la materna escuela
De la disipación y el galanteo
La tierna virgen, y al delito espuela
Es antes el ejemplo que el deseo.
¿Y será que se formen de este modo
Los ánimos heroicos denodados
Que fundan y sustentan los Estados?
¿De la algazara del festín beodo,
O de los coros de liviana danza,
La dura juventud saldrá, modesta,
Orgullo de la patria y esperanza?
¿Sabrá con firme pulso
De la severa ley regir el freno,
Brillar en torno aceros homicidas
En la dudosa lid verá sereno,
O animoso hará frente al genio altivo
Del engreído mando en la tribuna,
Aquel que ya en la cuna
Durmió al arrullo del cantar lascivo,
Que riza el pelo, y se unge y se atavía
Con femenil esmero,
Y en indolente ociosidad el día,
O en criminal lujuria pasa entero?
No así trató la triunfadora Roma
Las artes de la paz y de la guerra;
Antes fió las riendas del Estado
A la mano robusta
Que tostó el sol y encalleció el arado:
Y bajo el techo humoso campesino
Los hijos educó, que el conjurado
Mundo allanaron al valor latino.

¡Oh! ¡Los que afortunados poseedores
Habéis nacido de la tierra hermosa
En que reseña hacer de sus favores,
Como para ganaros y atraeros,
Quiso naturaleza bondadosa,
Romped el duro encanto
Que os tiene entre murallas prisioneros!
El vulgo de las artes laborioso,
El mercader que, necesario al lujo,
Al lujo necesita,
Los que anhelando van tras el señuelo
Del alto cargo y del honor ruidoso,
La grey de aduladores parasita,
Gustosos pueblen ese infecto caos;
El campo es vuestra herencia: en él gozaos.
¿Amáis la libertad? El campo habita:
No allá donde el magnate
Entre armados satélites se mueve,
Y de la moda, universal señora,
Va la razón al triunfal carro atada,
Y a la fortuna la insensata plebe,
Y el noble al aura popular adora.
¿O la virtud amáis? ¡Ah! ¡Que el retiro,
La solitaria calma
En que, juez de sí misma, pasa el alma
A las acciones muestra,
Es de la vida la mejor maestra!
¿Buscáis durables goces,
Felicidad, cuanta es al hombre dada
Y a su terreno asiento, en que vecina
Está la risa al llanto, y siempre ¡ah! siempre,
Donde halaga la flor, punza la espina?
Yd a gozar la suerte campesina;
La regalada paz, que ni rencores,
Al labrador, ni envidias acibaran;
La cama que mullida le preparan
El contento, el trabajo, el aire puro;
Y el sabor de los fáciles manjares,
Que dispendiosa gula no le aceda;
Y el asilo seguro
De sus patrios hogares
Que a la salud y al regocijo hospeda.
El aura respirad de la montaña,
Que vuelve al cuerpo laso
El perdido vigor, que a la enojosa
Vejez retarda el paso,
Y el rostro a la beldad tiñe de rosa.
¿Es allí menos blanda por ventura
De amor la llama, que templó el recato?
¿O menos aficiona la hermosura
Que de extranjero ornato
Y afeites impostores no se cura?
¿O el corazón escucha indiferente
El lenguaje inocente
Que los afectos sin disfraz expresa
Y a la intención ajusta la promesa?
No del espejo al importuno ensayo
La risa se compone, el paso, el gesto;
No falta allí carmín al rostro honesto
Que la modestia y la salud colora,
Ni la mirada que lanzó al soslayo
Tímido amor, la senda al alma ignora.
¿Esperáis que forme
Más venturosos lazos himeneo,
Do el interés barata,
Tirano del deseo,
Ajena mano y fe por hombre o plata,
Que do conforme gusto, edad conforme,
Y elección libre, y mutuo ardor los ata?
Allí también deberes
Hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas
Heridas de la guerra; el fértil suelo,
Áspero ahora y bravo,
Al desacostumbrado yugo torne
Del arte humana y le tribute esclavo.
Del obstruido estanque y del molino
Recuerden ya las aguas el camino;
El intrincado bosque el hacha rompa,
Consuma el fuego; abrid en luengas calles
La obscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo den los valles
A la sedienta caña;
La manzana y la pera
En la fresca montaña
El cielo olviden de su madre España;
Adorne la ladera
El cafetal; ampare
A la tierra teobroma en la ribera
La sombra maternal de su bucare;
Aquí el vergel, allá la huerta ría…
¿Es ciego error de ilusa fantasía?
Ya dócil a tu voz, agricultura,
Nodriza de las gentes, la caterva
Servil armada va de corvas haces;
Mírola ya que invade la espesura
De la floresta opaca; oigo las voces;
Siento el rumor confuso, el hierro suena;
Los golpes el lejano
Eco redobla; gime el ceibo anciano,
Que a numerosa tropa
Largo tiempo fatiga:
Batido de cien hachas se estremece,
Estalla al fin, y rinde el ancha copa.
Huyó la fiera; deja el caro nido,
Deja la prole implume
El ave, y otro bosque no sabido
De los humanos, va a buscar doliente.
¿Qué miro? Alto torrente
De sonorosa llama
Corre, y sobre las áridas ruinas
De la postrada selva se derrama.
El raudo incendio a gran distancia brama,
Y el humo en negro remolino sube,
Aglomerando nube sobre nube.
Ya de lo que antes era
Verdor hermoso y fresca lozanía,
Sólo difuntos troncos,
Sólo cenizas quedan, monumento
De la dicha mortal, burla del viento.
Mas al vulgo bravío
De las tupidas plantas montaraces
Sucede ya el fructífero plantío
En muestra ufana de ordenados haces.
Ya ramo a ramo alcanza
Y a los rollizos tallos hurta el día:
Ya la primera flor desvuelve el seno,
Bello a la vista, alegre a la esperanza:
A la esperanza, que riendo enjuga
Del fatigado agricultor la frente,
Y allá a lo lejos el opimo fruto
Y la cosecha apañadora pinta,
Que lleva de los campos el tributo,
Colmado el cesto, y con la falda encinta;
Y bajo el peso de los largos bienes
Con que al colono acude,
Hace crujir los vastos almacenes.

¡Buen Dios! no en vano sude,
Mas a merced y compasión te mueva
La gente agricultora
Del Ecuador, que del desmayo triste
Con renovado aliento vuelve ahora,
Y tras tanta zozobra, ansia, tumulto,
Tantos arios de fiera
Devastación y militar insulto,
Aún más que tu clemencia antigua implora.
Su rústica piedad, pero sincera,
Halle a tus ojos gracia; no el risueño
Porvenir que las penas le aligera,
Cual de dorado sueño
Visión falaz, desvanecido llore:
Intempestiva lluvia no maltrate
El delicado embrión: el diente impío
Del insecto roedor no lo devore:
Sañudo vendaval no lo arrebate,
Ni agote el árbol el materno jugo
La calorosa sed de largo estío.
Y pues al fin te plugo,
Árbitro de la suerte soberano,
Que suelto el cuello de extranjero yugo
Irguiese al cielo el hombre americano,
Bendecida de ti se arraigue y medre
Su libertad; en el más hondo encierra
De los abismos la malvada guerra,
Y el miedo de la espada asoladora
Al suspicaz cultivador no arredre
Del arte bienhechora,
Que las familias nutre y los Estados;
La azorada inquietud deje las almas,
Deje la triste herrumbre los arados.
Asaz de nuestros padres malhadados
Expiamos la bárbara conquista.
¿Cuántas doquier la vista
No asombran erizadas soledades,
Do cultos campos fueron, do ciudades?
De muertes, proscripciones,
Suplicios, orfandades,
¿Quién contará la pavorosa suma?
Saciadas duermen ya de sangre ibera
Las sombras de Atahualpa y Moctezuma.
¡Ah! Desde el alto asiento
En que escabel te son alados coros
Que velan en pasmado acatamiento
La faz ante la lumbre de tu frente
(Si merece por dicha una mirada
Tuya la sin ventura humana gente),
El ángel nos envía,
El ángel de la paz, que al crudo ibero
Haga olvidar la antigua tiranía,
Y acatar reverente el que a los hombres
Sagrado diste, imprescriptible fuero;
Que alargar le haga al injuriado hermano
(¡Ensangrentóla asaz!) la diestra inerme;
Y si la innata mansedumbre duerme,
La despierte en el pecho americano.
El corazón lozano
Que una feliz obscuridad desdeña,
Que en el azar sangriento del combate
Alborozado late,
Y codicioso de poder o fama,
Nobles peligros ama;
Baldón estime sólo y vituperio
El prez que de la patria no reciba,
La libertad más dulce que el imperio,
Y más hermosa que el laurel la oliva.
Ciudadano el soldado,
Deponga de la guerra la librea;
El ramo de victoria
Colgado al ara de la patria sea,
Y sola adorne al mérito la gloria.
De su triunfo entonces patria mía,
Verá la paz el suspirado día;
La paz, a cuya vista el mundo llena
Alma, serenidad y regocijo,
Vuelve alentado el hombre a la faena,
Alza el ancla la nave, a las amigas
Auras encomendándose animosa,
Enjámbrase el taller, hierve el cortijo,
Y no basta la hoz a las espigas.

¡Oh jóvenes naciones, que ceñida
Alzáis sobre el atónito occidente
De tempranos laureles la cabeza!
Honrad al campo, honrad la simple vida
Del labrador y su frugal llaneza.
Así tendrán en vos perpetuamente
La libertad morada,
Y freno la ambición, y la ley templo.
Las gentes a la senda
De la inmortalidad, ardua y fragosa,
Se animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo emulará celosa
Vuestra posteridad, y nuevos nombres
Añadiendo la fama
A los que ahora aclama,
“Hijos son éstos, hijos
(Pregonará a los hombres)
De los que vencedores superaron
De los Andes la cima;
De los que en Boyacá, los que en la arena
De Maipo y en Junín, y en la campaña
Gloriosa de Apurima,
Postrar supieron al león de España”.

Texto tomado de Poesías, de Andrés Bello, publicado en 1981 por la Casa de Bello, en Caracas, y reproducido por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

 


 

A agricultura da Zona Tórrida
Versión en portugués de Pedro Sevylla de Juana

Salve, fecunda zona,
Que ao sol apaixonado circunscreves
O vago curso, e quanto ser se anima
No cada vário clima,
Acariciada da sua luz, concebes!
Tu teces ao verão sua guirlanda
De granadas espigas; tu a uva
Dás à fervente cuba:
Não de purpúrea flor, ou vermelha, ou jalne
A tuas florestas belas
Falta matiz algum; e bebe nelas
Aromas mil o vento;
E greis vão sem conto
Pastando tua verdura, desde o plano
Que tem por confim o horizonte,
Até o erguido monte,
De inaccessível neve cinzento sempre.
Tu dás a cana formosa,
De onde o mel se acendra,
Por quem desdenha o mundo os favos:
Tu em urnas de coral coalhas a amêndoa
Que na espumante xícara transborda:
Ebule carmim vivente em teus nopais,
Que afronta fosse ao múrice de Tiro;
E de teu anil a tinta generosa
Êmula é da lume da safira;
O vinho é teu, que a ferida agave
Para os filhos verte
Do Anáhuac feliz; e a folha é tua
Que quando de suave
Fumo em espiras vagarosas fuja,
Consolara o tédio ao lazer inerte.
Tu vestes de jasmins
O arbusto cafezeiro,
E o perfume lhe dás que nos festins
A febre insana temperará a Lico.
Para teus filhos a eminente palma
Seu vario feudo cria,
E o ananás sazona sua ambrosia:
Seu alvo pão a mandioca,
Suas loiras pomas a batata educa,
E o algodão desdobra à aura leve
As rosas de ouro e o velo níveo.
Tendido para ti o maracujá fresco
Em ramadas de verdor loução,
Pendura de seus sarmentos trepadores
Nectáreos globos e franjadas flores;
E para ti o milho, chefe altaneiro
Da espigada tribo, inche seu grão;
E para ti a bananeira
Desmaia ao peso da sua doce carga
A bananeira, primeiro
De quantos concedeu belos presentes
Providência às gentes
Do Equador feliz com mão longa.
Não já de humanas artes obrigado
O prêmio rende opimo:
Não é à podadeira, não ao arado
Devedor de seu racimo;
Escassa indústria lhe basta, qual pode
Furtar a suas fadigas mão escrava:
Cresce veloz, e quando exausto acaba,
Adulta prole em torno lhe sucede.

Mas ¡oh! se qual não cede
O teu, fértil zona, a solo algum,
E como de natura esmero tem sido,
De teu indolente habitador o fosse.
¡Oh! ¡Se ao falaz ruído
A dita ao fim soubesse verdadeira
Antepor, que da ombreira lhe chama
Do lavrador singelo,
Longe do néscio e vão
Fausto, o mentido brilho,
O lazer pestilento cidadão.
Porquê ilusão funesta
Aqueles que fortuna fez senhores
De tão ditosa terra e pingue e variada,
Ao cuidado abandonam
E à fé mercenária
As pátrias herdades,
E no cego tumulto se aprisionam
De míseras cidades,
onde a ambição proterva
Sopra a chama de civis bandos,
Ou ao patriotismo a desídia enerva;
Onde o luxo os costumes atossica,
E combatem os vícios
La incauta idade em poderosa liga?
Não ali com varonis exercícios
Se endurece o mancebo à fadiga;
Mas a saúde estraga no abraço
De pérfida formosura,
Que põe em almoeda os favores;
Mas passatempo estima
Prender aleivoso em casto seio o fogo
De ilícitos amores;
Ou embebecido lhe achará a aurora
Em mesa infame de ruinoso jogo.
Entanto à lisonja sedutora
Do assíduo amador fácil ouvido
Dá a consorte: cresce
Na materna escola
Da dissipação e o galanteio
A terna virgem, e ao delito estimula
É dantes o exemplo que o desejo.
E será que se formem deste modo
Os ânimos heroicos denodados
Que fundam e sustentam os Estados?
Da algazarra do festim bêbado,
Ou dos coros de leviana dança,
A dura juventude sairá, modesta,
Orgulho da pátria e esperança?
Saberá com firme pulso
Da severa lei reger o freio,
Brilhar em torno aços homicidas
Na duvidosa lide verá sereno,
Ou animoso fará frente ao gênio altivo
Do vaidoso comando na tribuna,
Aquele que já no berço
Dormiu ao arrulho do cantar lascivo,
Que anela o cabelo, e se unge e se atavia
Com feminil esmero,
E em indolente ociosidade no dia,
Ou em criminosa luxúria passa inteiro?
Não assim tratou a triunfadora Roma
As artes da paz e da guerra;
Dantes fiou as rendas do Estado
À mão robusta
Que tostou o sol e calejou o arado:
E baixo o teto humoso camponês
Os filhos educou, que o conjurado
Mundo aplanaram ao valor latino.

Ó! Os que afortunados possuidores
Haveis nascido da terra formosa
Em que resenha fazer de seus favores,
Como para vos ganhar e vos atrair,
Quis natureza bondosa,
Rompei o duro encanto
Que vos tem entre muralhas prisioneiros!
O vulgo das artes laborioso,
O mercador que, necessário ao luxo,
Ao luxo precisa,
Os que almejando vão depois do chamariz
Do alto cargo e da ruidosa honra,
A grei de aduladores parasita,
Gostosos povoem esse infecto caos;
O campo é vossa herança: nele vos gozai.
Amais a liberdade? O campo habita:
Não lá onde o magnata
Entre armados satélites se move,
E da moda, universal senhora,
Vai a razão ao triunfal carro atada,
E à fortuna a insensata plebe,
E o nobre a aura popular adora.
Ou a virtude amais? Ah! ¡Que o retiro,
A solitária calma
Em que, juiz de si mesma, passa a alma
Às ações mostra,
É da vida a melhor mestra!
Procurais duráveis satisfações,
Felicidade, quanta é ao homem dada
E a seu terreno assento, em que vizinho
Está o riso do pranto, e sempre ah! Sempre,
Onde bajula a flor, punça a espinha?
Ide gozar a sorte camponesa;
A prazenteira paz, que nem rancores,
Ao lavrador, nem invejas amargaram;
A cama que mole lhe preparam
O contente, o trabalho, o ar puro;
E o sabor dos fáceis manjares,
Que dispendiosa gula não lhe azeda;
E o asilo seguro
De seus pátrios lares
Que à saúde e ao regozijo hospeda.
O aura respirai da montanha,
Que volta ao corpo lasso
O perdido vigor, que à irritante
Velhice retarda o passo,
E o rosto à beldade tinge de rosa
É ali menos macia por ventura
De amor o chama, que temperou o recato?
Ou menos interessa a formosura
Que de estrangeiro ornato
E enfeites impostores não se cura?
Ou o coração escuta indiferente
A linguagem inocente
Que os afetos sem disfarce expressa
E à intenção ajusta a promessa?
Não do espelho ao importuno ensaio
O riso se compõe, o passo, o gesto;
Não falta ali carmim ao rosto honesto
Que a modéstia e a saúde colora,
Nem a mirada que lançou ao soslaio
Tímido amor, a senda à alma ignora.
Esperais que forme
Mais venturosos laços himeneu,
Onde o interesse barata,
Tirano do desejo,
Alheia mão e fé por homem ou prata,
Que do conforme gosto, idade conforme,
E eleição livre, e mútuo ardor os ata?
Ali também deveres
Há que encher: fechai, fechai as fundas
Feridas da guerra; o fértil solo,
Áspero agora e bravo,
Ao desacostumado jugo torne
Da arte humana e lhe tribute escravo.
Do bloqueado estanque e do moinho
Recordem já as águas o caminho;
O intrincado bosque o machado rompa,
Consuma o fogo; abri em longas ruas
A obscuridade de sua infrutuosa pompa.
Abrigo deem os vales
À sedenta cana;
A maçã e a pera
Na fresca montanha
O céu esqueçam da sua mãe Espanha;
Orne a ladeira
O cafezal; ampare
À terra cacaueira na ribeira
A sombra maternal de seu bucare;
Aqui o vergel, lá a horta ria…
É cego erro de ilusa fantasia?
Já dócil a tua voz, agricultura,
Criadeira das gentes, a caterva
Servil armada vai de curvas paveias;
A vejo já que invade a espessura
Da floresta opaca; ouço as vozes;
Sento o rumor confuso, o ferro soa;
Os golpes o longínquo
Eco redobra; geme a árvore de coral idoso,
Que à numerosa tropa
Longo tempo fadiga:
Batido de cem machados se estremece,
Estoura ao fim, e rende a larga copa.
Fugiu a fera; deixa o caro ninho,
Deixa a prole implume
A ave, e outro bosque não sabido
Dos humanos, vai procurar dolente.
Que olho? Alto torrente
De sonorosa chama
Corre, e sobre as áridas ruínas
Da prostrada selva se derrama.
O rápido incêndio a grande distância brama,
E o fumo em negro remoinho sobe,
Aglomerando nuvem sobre nuvem.
Já do que antes era
Verdor formoso e fresca louçania,
Só defuntos troncos,
Só cinzas ficam, monumento
Da dita mortal, burla do vento.
Mas ao vulgo bravio
Das espessas plantas montarazes
Sucede já o frutífero plantio
Em mostra ufana de ordenados feixes.
Já ramo a ramo atinge
E aos roliços caules furta o dia:
Já a primeira flor da volta o seio,
Belo à vista, alegre à esperança:
À esperança, que rindo enxuga
Do fatigado agricultor a face,
E lá ao longe o opimo fruto
E a colheita arrumadora pinta,
Que leva dos campos o tributo,
Colmado o cesto e com a cingida saia;
E baixo o peso dos longos bens
Com que ao colono acode,
Faz ranger os vastos armazéns.

Bom Deus! Não em vão sue,
Mas à mercê e compaixão te mova
A gente agricultora
Do Equador, que do desmaio triste
Com renovado alento volta agora,
E depois de tanta soçobra, ânsia, tumulto,
Tantos árias de feroz
Devastação e militar insulto,
Ainda mais que tua clemência antiga implora.
Sua rústica piedade, mas sincera,
Ache a teus olhos graça; não o risonho
Porvir que as penas lhe alivia,
Qual de dourado sonho
Visão falaz, desvanecido chore:
Intempestiva chuva não maltrate
O delicado embrião: o dente ímpio
Do inseto roedor não o devore:
Sanhoso vendaval não o arrebate,
Nem esgote a árvore o materno suco
A calorosa sede de longo estio.
E pois ao fim te satisfez,
Árbitro da sorte soberano,
Que solto o pescoço de estrangeiro jugo
Erguesse ao céu o homem americano,
Abençoada de ti se arraigue e medre
Sua liberdade; no mais fundo encerra
Dos abismos a malvada guerra
E o medo da espada assoladora
Ao suspicaz cultivador não arreda
Da arte benfeitora,
Que as famílias nutre e os Estados;
A aturdida inquietude deixe as almas,
Deixe a triste ferrugem os arados.
Assaz de nossos pais malfadados
Expiamos a bárbara conquista.
¿Quantas por todo lado a vista
Não assombram arrepiadas solidões,
Onde cultos campos foram, onde cidades?
De mortes, proscrições,
Suplícios, orfandades,
Quem contará a pavorosa soma?
Saciadas dormem já de sangue ibera
As sombras de Atahualpa e Moctezuma.
Ah! Desde o alto assento
Em que escabelo te são alados coros
Que velam em pasmado acatamento
A face ante a lume da tua frente
(Se merece por dita uma mirada
Tua a sem ventura humana gente),
O anjo nos envia,
O anjo da paz, que ao cru ibero
Faça esquecer a antiga tirania,
E acatar reverente o que aos homens
Sagrado deste, imprescritível foro;
Que alongar lhe faça ao injuriado irmão
(A ensanguentou assaz!) a destra inerme;
E se a inata mansidão dorme,
A acorde no peito americano.
O coração loução
Que desdenha uma feliz obscuridade,
Que no acaso sangrento do combate
Alvoroçado bate,
E cobiçoso de poder ou fama,
Nobres perigos ama;
Baldão estime só e vitupério
O honor que da pátria não receba,
A liberdade mais doce que o império,
E mais formosa que o laurel a oliva.
Cidadão o soldado,
Deponha da guerra a libré;
O laurel de vitória
Pendurado à ara da pátria seja,
E sozinha enfeite ao mérito a glória.
De seu triunfo então pátria minha,
Verá a paz o suspirado dia;
A paz, a cuja vista o mundo cheia
Alma, serenidade e regozijo,
Volta alentado o homem à tarefa,
Alça o âncora a nave, às amigas
Auras se encomendando animosa,
Se enxameia o ateliê, ferve o cortijo,
E não basta a foice às espigas.

Ó jovens nações, que cingida
Alçais sobre o atônito Occidente
De temporãos louros a cabeça!
Honrai ao campo, honrai a singela vida
Do labrador e sua frugal simplicidade.
Assim terão em vos perpetuamente
A liberdade morada,
E travão a ambição, e a lei templo.
As gentes à senda
Da imortalidade, árdua e fragosa,
Se animarão, citando vosso exemplo.
O emulará zelosa
Vossa posteridade, e novos nomes
Adicionando a fama
Aos que agora aclama,

“Filhos são estes, filhos
(Apregoará aos homens)
Dos que vencedores superaram
Dos Andes a cume;
Dos que em Boyacá, os que na areia
De Maipo e em Junín, e na campanha
Gloriosa de Apurima
Prostrar souberam ao leão da Espanha”.

Pedro Sevylla de Juana
Últimas entradas de Pedro Sevylla de Juana (ver todo)

¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio