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Arnold Bennett
El asesinato del mandarín

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Arnold Bennett
Caricatura de A. Bennett (con su firma) por NIBS (1920).

Arnold Bennett (1867-1931)

Fue un exitoso novelista, dramaturgo, ensayista, crítico y periodista. También se destacó como cuentista. Estuvo influenciado por el novelista francés Émile Zola y al igual que sus amigos, H. G. Wells y John Galsworthy, Bennett tuvo un estilo “naturalista” y por ello fue atacado por los “modernistas” como Virginia Woolf.

Arnold Bennett nació en Hanley, Staffordshire; Inglaterra. Hijo mayor de un prestamista quien llegó a ser subfiscal de la Corona. Su familia cambió de casa varias veces y vivió en Burslem y Middleport. Por eso, Arnold asistió a diferentes escuelas, incluida la escuela media de Newcastle-under-Lyme. Su padre deseaba que él siguiera su ejemplo y calificara también como subfiscal, pero Arnold falló en un crucial examen de ingreso a la universidad. Hasta entonces sólo era un oficial de secretaría en la oficina de su padre y, desde 1889, en Londres.

Arnold Bennett había mostrado tempranamente la expectativa de ser escritor y había ganado una competición escrita en un periódico local cuando aún era un muchacho. En Londres, él comenzó a ver sus escritos publicados en revistas populares y se unió al cuerpo de redactores de la revista Mujer en 1893. Más tarde se convertiría en su editor. Su primera novela publicada, A man from the north, apareció en 1898, y su éxito le permitió concentrarse exclusivamente en escribir. Vivió en Bedfordshire y por ocho años, a partir de 1903, en París. Se casó con Marguerite Soulié, una actriz francesa, en 1907, y permanecieron juntos por catorce años antes de separarse. Bennett nunca regresó a vivir a Staffordshire, aunque continuó inspirándose en esa área para su trabajo literario. Murió el 27 de marzo de 1931 de tifoidea, después de una visita a Francia. Su cuerpo fue cremado y sus cenizas enterradas en el cementerio de Burslem en Stoke-on-Trent.

 

Arnold Bennett
Dibujo de A. Bennett por Walter E. Tittle (1923).

Arnold Bennett fue un prolífico, aunque desigual, autor. Su reputación descansa sobre sus treinta novelas, especialmente aquellas que toman como escenario al Staffordshire de su niñez, los Potteries. Aprendió su arte estudiando novelas francesas que incluían intensas descripciones y exitosamente aplicó este estilo en darle vida a muchos de sus caracteres ordinarios. Sus mejores obras son Anna of the Five Towns (1902), The old wives’ tale (1908), Clayhanger (1910), Riceyman steps (1923), todas, excepto la última, ambientadas en los Potteries.

En su temprana carrera, Arnold Bennett fue también un respetado dramaturgo. Su interés en el teatro siguió a su obra como crítico. Su más exitosa pieza teatral fue Milestones, escrita al alimón con Edward Knoblock.

Arnold Bennett asimismo se destacó como cuentista. Sus más conocidos cuentos están reunidos en The glimpse (1909) y en The grim smile of the Five Towns (1907). “El asesinato del mandarín” pertenece a este último tomo.

 

Después de la muerte de Arnold Bennett, Virginia Woolf, quien había discrepado violentamente con él en los años precedentes, escribió en su diario (Apunte del sábado 28 de marzo de 1931):

“Arnold Bennett murió anoche; lo cual me deja más triste de lo que yo habría supuesto. Un amable hombre genuino: impedido, de algún modo un poco desmañado en la vida; bien intencionado; poderoso; benigno; tosco; sabía que era tosco; confusamente vacilante y sensible por cualquier cosa; empachado en el éxito; herido en sus sentimientos; ávido; bezudo; intolerablemente prosaico; más bien dignificado; exaltó la escritura; sin embargo, siempre la entendió; alucinado por el esplendor y el éxito; pero cándido; un viejo majadero; un egotista; mucha clemencia de vida por toda su aptitud; una visión de la literatura de tendero; no obstante, con los rudimentos se cubrió de lucro y prosperidad y el deseo por un repugnante mobiliario imperial; de sensibilidad. Algún poder real de entendimiento, tan bien como un gigantesco poder de absorción. Estas son la suerte de cosas que yo pienso a tontas y a locas esta mañana, como si yo, sentada, las apuntase en un diario; yo recuerdo su determinación a escribir mil palabras diarias; y cómo él trotó para hacerlo aquella noche y siento algún pesar de que ahora él nunca se sentará y comenzará metódicamente a cubrir su regulado número de páginas con su primorosa, bella, pero embotada mano. Extraño cómo alguien deplora la dispersión de alguno quien parece —como yo digo— genuino; quien ha directamente contactado con la vida —porque él me maltrató; y, sin embargo, yo aún más deseé que él continuara maltratándome; y yo le maltraté. Un elemento en la vida —aún en la mía que está tan remota— quitado. Esto es lo que uno piensa”.