Rumano
Lucian BlagaLucian Blaga (1895-1961)
Breve antología poética

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Poeta y dramaturgo, filósofo y ensayista, Lucian Blaga es una de las figuras más importantes de la cultura y literatura rumanas de entre guerras. Su lírica, en sus comienzos expresionista en Poemele luminii (Las poemas de la luz, 1919), cultiva el vitalismo dionisiaco, de esencia nietzscheana, evidente en Paşii profetului (Los pasos del profeta, 1921) y está marcada por una permanente obsesión con la muerte, În marea trecere (En el gran correr, 1924) y, más tarde, por un sentimiento de añoranza (La curţile dorului – En el castillo de la añoranza, 1938). En principio, lo que el poeta intenta recuperar a través del sueño o del misterio (semejante un poco a la manera lírica de Fernando Pessoa), el filósofo lo salva con su regreso a la colina metafísica. El poeta no establece una marca de identidad en cuanto al sueño y lo trascendente. Para él estas dos entidades son parte del mismo horizonte del subconsciente, y las sitúa bajo el poderío único del determinante sofianico, lo que se puede ver con claridad en su libro Lauda somnului (La alabanza del sueño, 1929). Los objetos también son siempre los mismos en su escritura, pero al funcionar en espacios diferentes se intercambian sus cualidades características y transmiten la emoción que suscitan a varios niveles de la conciencia. En su último periodo de creación, el poeta canta el amor de la edad madura en versos de un sensualismo discreto, evidente en sus poemas póstumos: Cântecul focului (La canción del fuego).

 

Manantial de la noche

Bella,
tus ojos son tan negros, que la noche,
cuando pongo la cabeza
en tu regazo,
me parece
que tus ojos, tan hondos, son el manantial
por donde la noche entera corre sobre las vallas,
las montañas y los llanos,
cubriendo la tierra
con un mar de sombra.
Tan negros son tus ojos,
mi luz.

 

Montaña encantada

Entro en la montaña. Una puerta de piedra
se cierra despacio. Pensamiento, sueño y puente me asaltan.
¡Qué lagos tan morados! ¡Qué tiempo tan alto!
La zorra dorada me ladra en el corazón de los helechos.

Criaturas más santas me lamen las manos: raras,
encantadas, pasan con sus ojos fijos.
Las abejas de la muerte vuelan zumbando
dentro del sueño de los cristales,
así como los años. Como los años.

 

Combustión

Criatura, tú, ¿encontraré
algún día el debido
sonido de plata y de llama o el rito
de una voz igual
para siempre a tu ardor?

De mi estirpe el último soy.
Puñado de luz —tú, y de tierra. Granada, tú,
una flor para mí, con fuerzas de zodíaco,
¿por dónde y cuándo encontraré la palabra única
para encantarte en el círculo de la noche?

Desmañado al lado del fogón
pero entendido por Dios y las piedras
¿dónde está esa palabra hecha nimbo
para alzarte sobre el tiempo?
¿Dónde está la única palabra que se conecta
a la aniquilación, el paso, el pensamiento?

A ti me confío en este año, tú, flor mía,
para agotarme con ardor.

 

Fortaleza muerta

¡Qué desierto es mi Sibiu en el otoño!
Entre todas las torres, tantas son,
acariciaría tantos caminos
que corren sobre la tierra.

Acariciaría en algún lugar una hoja
que ya me suena en las orejas —
y también al sol comido por los grillos
debajo de los muros antiguos.

 

Cargas

Altos y rectos como el humo
llegamos cargados sobre los caminos.
En nuestros pasos: la suerte.
Sobre el casquijo del alma: la muerte.
Debajo de nuestra malla: los huesos.
En el corazón: las bellas.

 

Los cólquicos

La tristeza de la renuncia es que Dios
sentía dulcemente,
y así hizo el mundo,
como si fuera un extranjero de sí mismo,
con un gesto otoñal.

Sólo tuvo un orgullo
administrando las cenizas:
crear los cólquicos
en forma de ocaso.

 

Cuarteto

La lengua no es la palabra que pronuncias.
La única lengua, tu lengua completa,
La dueña de todos los secretos y la luz,
es la que sabes callarte.

 

La buena noticia

Por entre las cosas cuando andamos, cerca o lejos,
solo el cielo con su firmeza azul
nos sigue por todas partes en la vida y en la muerte.
Si, encima de nosotros el cenit es para siempre.

 

La sombra de Dios

La sombra de Dios es todo lo que ves,
lo que en el espacio cuelga y se despide,
ella es tierra y arenas y onda,
un camino junto a su viajero,
fontana que protege una luna.
La sombra de Dios es más espesa en la luz,
más pesada que otras sombras. Y no se puede escapar.
Y puedes colgarla en forma de trigal y de jardín.
Y puedes beberla en forma de agua.

 

La línea

La línea de mi vida,
entre las tumbas serpenteando,
la hallo e intento comprenderla
abajo —por las flores, en lo alto— por las estrellas.

No en la palma de mi mano
sino en la tuya, Dios,
está escrita la línea de mi vida.
Ella pasa, serpenteando,
por estíos en llama llevando pesados frutos,
por años-domingos, otoños santos.

 

Salmo

Amando —nos estamos convenciendo que somos. Cuando amamos,
por más espesa que sea la noche,
vivimos en la luz del día,
somos en ti, Elohim.

Debajo de las lunas de oro de la tarde
nos ves caminando por los huertos.
Andamos por la gran semana
pensamiento con pensamiento y mano en mano.

¡Ay, cómo queremos glorificarte
para el amor que permites, Elohim!
Pero solamente una herida del silencio
es la palabra que pronunciamos.

 

Estaciones

Debajo de los árboles escritos con extrañas hojas,
donde tú y yo habíamos quedado,
vi, en el juego de la primavera
cómo caía la sombra de los senos.

Una ansiedad me invade,
para que veas, en las lunas de la llama,
que frutos calientes y redondos
van a crecer para que se cumpla el sueño y el lugar.

 

¡Una vez más!

No es bastante para mí. Así que después de todo
diría: ¡una vez más!
Cualquier cosa que me pasa es como si le pasara
a una niña.

Ay, ningún fruto es bastante para mí,
lo quiero también en otras formas.
El río va al mar,
pero se muere en las arenas.

No hay agua para sosegarme lo bastante,
no me basta la vida y tampoco el libro.
Quisiera el amor, desaparecimiento, ascua,
así como voy a sentir un día la muerte.

Ni la luz me basta,
ella también es sólo una leyenda.
Nada es bastante bajo del horizonte,
¡quiero todo una vez más!

 

La canción del fuego

En la fábula verde y caliente de la naturaleza,
Amada mía, tú tienes ramas, no brazos,
con ellas tocas los brotes o coges con los vástagos.
¿Vienes acaso de un cuento vegetal, el de la rosa salvaje?
Cuidado que no te enciendas
como ocurre muchas veces con el madero del bosque.
De diferentes modos la llama acoge el paso
de cualquiera criatura de esta tierra,
y la toca su camino y su hora.

Me dices:
“Nada se enciende, y nadie, por un rayo de luna”.
Y floreces en una dulce sonrisa, muy contenta, creyendo
que a todas horas puedes enfrentar aún la suerte,
con una palabra jugosa.
¿Permites una respuesta alzada sobre el tiempo, sobre este lugar?
Muchos hechos, ay, muchos de verdad podría contar,
raros sucesos gastados en las crónicas,
testimonios de leyenda, que demuestran
que son posibles un gran fuego
y también combustiones de este tipo.

Las chispas de todo prenden todo. Una sien enciende
otra, y lo mismo, la piedra a la piedra.
Una estrella invisible se enciende cayendo, por el frío
del cielo. El caballero se quema en su armadura, debajo de su malla,
abrazando una mujer vencida, milagro sin ropa cerca de su hogar.
Las luciérnagas enciendan, ellas mismas, por el amor, su hoguera.
El amor se levanta del suelo y hace un aura para la tierra entera,
para que llegue al cenit y cubra el cielo.

Pero escasas veces el fin no es ceniza.
Sobre toda la extensión y en lo alto,
a veces Dios mismo se quema dulcemente en las matas
sin consumirse. Él preserva y acaricia las espinas.
De otra manera nos quemaríamos nosotros, amada. Nuestro ardor es diferente.
Tan extenso como alto es el cielo,
Nosotros nos quemamos, ¡ay! con crueldad en las llamas
Consumiéndonos los unos a los otros.

 

Pregunta y respuesta

¿Qué es lo que nos mantiene jóvenes para siempre?
¡Cada día lleva un sacrificio
a la gran diosa, Viernes, la pagana!
¡Nutre con fervor, cualquiera que sea,
un sueño que no va a cumplirse!


Cosas somos

Cosas somos entre las cosas.
Somos casi almas, nosotros dos,
semejantes de pura suerte con todos.
Cosas somos, que llevan dentro de ellas
pensamientos como las piedras, a veces estrellas,
y para siempre una añoranza.

Por su camino cada uno
andaríamos para siempre en alguna parte.
Andaríamos juntos, para siempre nosotros dos,
pero el camino de las nubes es tan demasiado largo
en nuestro mundo —para nosotros.

 

Inscripción en un madero

Alma y voz,
un fogón para vivir,
el regalo que ofreces,
la querida que tienes,
umbrales del paraíso.

 

Inscripción en una casa nueva

Todo está en su lugar:
la araña se queda en su telaraña
como si fuera un mundo de seda.
Nada añora
para salir de su prisión.

Todo está en su lugar:
la piedra, la flor, el cántaro,
el fogón, el pedernal y el acero y la yesca.
Una sola ley para todos:
hacerse horizonte de su propio mirador
para sentirse bien en su propia casa.

 

Mi corazón en el año 1940

Las estrellas, es verdad, ya están encima de nosotros, todas ellas,
pero Dios nos pasa por alto.
Las tinieblas no tienen fin, la luz no tiene resurrección.
Mi corazón —es un libro que se quema,
un llanto en medio del país.

 

Sobre muchos caminos

Sobre tantos caminos, muchos de veras, mi pensamiento
Intenta ir hacia ti. ¡Ay, aquel fin del día
Sobre el cual escarchas presurosas han caído!
En mi jardín las flores
deseando o soñando otras claridades más altas
todavía llaman
tu luz sin un nombre.
Dónde estás hoy, no lo sé. Ninguna canción
te encuentra. Hoy
tú estás donde estás. Y yo —aquí. Esta lejanía
puso entre nosotros la osa mayor en el cielo,
las aguas en los valles, el fuego en la noche sobre las colinas,
y además sobre la tierra puso anémonas y pasiones
que el día no ama.
Como una puerta se ha cerrado. Ninguna seña traspasa
las aduanas, las aduanas.

 

Día y noche

¡Día y noche! ¡Que cambio de espacios para nosotros,
para siempre permitido y repetido!
Cuando, despiertos, estamos en el mundo.
Cuando, dormidos, soñamos con Dios.

 

Una vez la tierra fue transparente

Una vez la tierra fue transparente
como las aguas de la montaña en todas las suyas,
para sí murmurando el sonido claro y vivo.
Después se oscureció, por dentro, por una grande tristeza,
o por espesas tinieblas que ninguna lengua puede describir.
¿Todo pasó cuando una prodigalidad salvaje
de bellezas dio ocasión al pecado por primera vez
de abrirse una calle por debajo de los árboles?

No puedo saber lo que fue, pasó antaño, hace tanto tiempo.
Sé solamente lo que veo: debajo de tu paso, por donde andas
o te quedas, la tierra, una vez más, por un momento,
sonriendo junto con sus muertos, se hace transparente.
Como aguas sin arena ni casquijos, fabulosas, frías,
milagros se ven quemando —por la arcilla purpúrea.

 

Alas de plata

Estaciones y viento, el del norte
Lo mismo que el viento del sur, si me buscarán
me van a encontrar cerca de ti.
Y viajeros, espías desde lejos
o el país mismo, las tumbas y los guijarros,
todo eso, si preguntarán por mí
me van a encontrar, en el viento, cerca de ti.

Por largos días, semanas, meses y años
me pierdo en tus ojos, precioso amor.
Como me pierdo en los espejos, que no pueden mentir por ellos mismos,
intento darme cuenta si
las alas que siento en mi espalda
son de verdad plumas de plata
o solamente una fantasía que pesa.